martes, 1 de junio de 2021

 


JOSÉ AGUSTÍN:

DE PERFIL Y DE FRENTE

            Hace más de diez años que mi padre sobrevivió a un accidente casi fatal, al caer del escenario en un teatro poblano, de cuyo nombre no quiero acordarme. Hace diez abriles también que dejó de escribir, y aunque casi no puedo creerlo, ya no tenemos esperanzas de que retorne al mundo de las letras, pues desde entonces padece una moderada pero definitiva amnesia de lo reciente, que lo dejó prácticamente incapacitado para escribir; ya quedó atrás la posibilidad de concluir al menos dos novelas que había arrancado, y que llevaba por buen camino, como era su costumbre, pero que ahora amenazan con convertirse en sinfonías inconclusas. Los títulos provisionales para estas obras eran La ira de Dios, y La llave de la carretera. De esta última, tuve el privilegio de leer sus avances, unas buenas ochenta páginas, de las cuales compartí fragmentos en una Feria del libro de Minería, hace ya algunos añejos, cuando celebraron allí los setenta años de mi vetusto progenitor. Digo todo esto con tristeza, y suspiro pensando que ahora, quizás ya nunca conoceremos el final de dichas novelas, que pintaban para dos más de sus grandes éxitos.

            Pero volvamos al siglo pasado, cuando el mundo aún no se encontraba al borde del colapso ecológico y social, al ya lejano 1966, en la colonia Roma, donde mi padre era joven y tenía todo el futuro por delante. Su madre, mi abuela Hilda, había fallecido trágica y súbitamente en una operación, poco después de regresar él de su viaje a la Cuba revolucionaria: allí se había convertido en alfabetizador, e incluso conoció al Che y al joven Fidel, todo lo cual quedó registrado en lo que ahora se conoce como su Diario de Brigadista, recientemente publicado, como compensación para la editorial Random House, que esperaba ya sus nuevas novelas bajo contrato. Por aquel entonces, su hermana, mi tía Yolanda, a quién tampoco conocí salvo por las constantes pláticas de mi papá, enfermó gravemente del corazón, y mi abuelo Augusto, capitán piloto aviador militar y comercial, la llevó al gabacho a que la operaran: le pusieron una válvula mitral de plástico.”, registró mi jefe en un breve y precoz texto autobiográfico. Con el estilo solar que lo ha acompañado desde entonces, para sobreponerse a las tragedias familiares, el año de 1966 fue clave en la vida de mi padre: al fin le dieron la beca del Fondo mexicano de escritores, que otrora le había negado Juan Rulfo, y además editó la mencionada autobiografía,  pero además, publicó en Joaquín Mortiz su novela De perfil, que en 2016 cumplió 50 años de existencia, y permanece vigente y fresca como el primer día, y la cual da nombre a un pequeño homenaje, que en este mayo del 2021, organiza la Universidad Autónoma Metropolitana. De perfil resultó emblemática como La tumba, pero es evidentemente su primera obra de madurez, como reconoció Emmanuel Carballo en el prólogo de aquella plaqueta autobiográfica: “Si he de ser ingenuamente sincero: tendré que decir que De perfil es la novela mexicana más importante que he leído desde que en 1958 aparece La región más trasparente”… Ambas, sus dos primeras obras, lo mantienen más vivo que nunca, en el mundo imaginario de la literatura, o como diría Bob Dylan, “Forever Young” (y salud por el nobel maestro, también, que en estas fechas cumple sus ochenta abriles, por cierto). Pero permítanme citar algunos párrafos del proceso creativo en De Perfil, en sus propias letras:

“Al escribir De perfil yo sólo tenía una idea muy nebulosa. La empecé sin saber ni siquiera de que iba a tratar. Quería decir mucho pero no me llegaba la estructura ni el tema. Sólo escribía lo que me llegaba. A las primeras quince cuartillas dije: esto va a ser un relato largo”…“en estos momentos llevo más de cuatrocientas. Decidí prescindir de la mayor cantidad posible de concesiones y trabajar con libertad absoluta.” Y aquí interrumpo a mi padre para corroborar que lo hizo en esa y en todas sus obras, como una marca de su estilo, otorgándole esa cualidad libertaria, iconoclasta e irreductible que creo yo, no es mal consejo para todos los escritores audaces de algún futuro posible. “Me emocionaba horrores la posibilidad de publicarla en Joaquín Mortiz.”, nos cuenta José Agustín en su libro autobiográfico, El Rock de la Cárcel (Flashback a mi niñez, donde mi padre y la familia estamos sentados en la sala de la casa, y mi jefe nos presenta la película de Elvis con el mismo nombre, en nuestra escuela del rock privada, y me doy cuenta que, así como la música, la prisión es un asunto a que a mi padre le obsesiona)… Pero continúo con el Rock de la Cárcel, en la versión de José Agustín: “Ya en septiembre apareció De perfil, que agarró el vuelo de La Tumba y le dio combustible extra. En tres meses, se publicaron más de treinta artículos críticos, sin contar menciones, chismes y entrevistas. Hubo domingos en que todos los periódicos hablaban de La Tumba o De perfil. Esto permitió que el libro escapara, tímidamente, del estrecho marco de lectores y cayera en manos de gente, jóvenes en especial, que no solían leer literatura mexicana.” Se dijo que su novela no era literatura, a lo que el jefe replicó: “Y sí, De perfil no era literatura realmente, al menos no tal como se le concebía entonces. Era una propuesta distinta: como en el rock, se trataba de fundir alta cultura y cultura popular, legitimar de una vez por todas el lenguaje coloquial. Pero a muchos les parecía pura incoherencia”…  Este comentario de su propia novela, nos revela que José Agustín tenía muy clara la pequeña revolución que proponía en las letras mexicanas, su carácter explosivo y visionario era premeditado, con alevosía y ventaja. Al final, su propuesta resultó una necesidad social y permitió la apertura de la literatura mexicana a los grandes cambios que se gestaron en la historia reciente y en la cultura popular, que comenzaba a tejer su red subterránea global, y crecía inconteniblemente a la par de la globalización capitalista, dando pie a la contracultura moderna. Así que la obra del que fuera el más joven y talentoso escritor mexicano, de algún modo, por lo tanto, contribuyó a la modernización inminente que sobrevendría a fines del siglo pasado, que se gestó durante la convulsa era de los afamados sesentas. En ella, mi apá fue como una voz de su generación, eco de sus ídolos: don Bob Dylan, los poetas Jim Morrison o Leonard Cohen y otros grandes escritores y roqueros que hoy son leyenda, pero en aquel entonces eran una rebelión radical e insospechada. De sobra está decir que el tiempo habló y puso a cada quién en su lugar, pues como se imaginarán, ya que estamos aquí reunidos, en torno a esta fogata que el cuentacuentos encendió hace ya tantos años, mi Gran Jefe Caballo Loco resultó vencedor, a pesar de quienes lo tildaban de insensato, prosaico, un rebelde sin causa y un alma perdida. En especial cuando cayó a Lecumberri por siete meses, y fue fichado oficialmente como narcotraficante y delincuente juvenil, con su correspondiente archivo y fotografías de jeta y de lado. Acaso sea por eso, su paso por las celdas del Palacio Negro, que José Agustín se volvió representante oficial de la contracultura y el underground literario (además de obras chingonérrimas como Se está haciendo tarde, Luz interna/externa, o Ahí viene la Plaga, el guion para una película coescrita con el director Pepe Buil, que nunca llegó a filmarse, y etc., etc.). Sus enemigos literarios hubieran deseado que nunca saliera de allí, pero por el contrario, la experiencia le sirvió para escribir varios cuentos y novelas, como El Rey se acerca a su templo, el final de su autobiografía antes mencionada u obras de teatro como Circulo vicioso, o su colaboración en el guion de El apando, del imprescindible José Revueltas. Los escribanos conservadores, apostaban porque sus aportaciones no florecieran, pero tuvieron que tragarse sus envidias y patrañas elitistas. Pues he de narrarles, que don J. A. cambió las reglas en la forma de escribir en este país, las liberó de sus limitaciones arcaicas. Prevaleció sobre sus detractores y adversarios ponzoñosos, una mafia oportunista y anquilosada de excritores aburridos, empolvados y telarañosos, que siguen acumulando y mordiendo el polvo, antiguos espíritus del mal, cuyos engendros aún hoy persisten en conservar su rebanada del pastel, su cota de poder político, propagando plagas psíquicas retrógradas, vendiendo sus plumas al mejor postor. Mientras tanto, los libros de José Agustín gozan de cabal salud y autoridad, y se siguen leyendo, gracias al gusto genuino del público conocedor, y su amor por sus buenos libros, gracias a la apreciación intrépida y decidida de los lectores de buen diente, con ganas de evolucionar a través de sus lecturas intensas, estafetas que ya rebasan varias generaciones, mientras sus letras vivas se siguen añejando cual buen vino, permanecen como obras frescas, vitales, audaces y profundas, pues fueron escritas por un joven genial, que sigue habitando tras la gran piedra y el pasto. Con un pulso preciso, aunque esotérico y psicodélico, a veces con gusto a cerveza muy oscura y otras puro Jugo de sol, su obra tiene un brillo natural que se distingue desde la primera lectura, y se confirma cuando se le revisita, sin importar cuantos años pasen en volver a sus viejos libros, esos objetos de colección, que ya se vislumbran como un romance atrapado en un cristal de tiempo.

Estoy sentado frente a su imponente escritorio de madera, y detrás de mí, están las ediciones de colección que mi padre guarda de su obra, primeras ediciones y bellas reimpresiones de sus libros. A mí alrededor tengo la biblioteca de los libros que más amó, donde se refugian sus lecturas predilectas, que guardamos celosamente, en el estudio donde alguna vez escribió casi la mitad de su obra de madurez, como Ciudades Desiertas, las Tragicomedias, La Contracultura en México y La Panza del Tepozteco, en la que tuve el privilegio de colaborar con unas ilustraciones. trabajamos juntos en dos o tres cosas, mi papá y yo, recuerdo con especial cariño los programas para Radio UNAM, que mi jefe nombró La cocina del Alma, como su columna en la revista La Moska. Recientemente, releer sus novelas, cuentos y ensayos, revivirlo o descubrirlo, se ha vuelto algo vital, indispensable tanto para él como para mí, especialmente desde que la amnesia de lo reciente se roba los días que pasan, necesitamos de sus palabras brillantes, para recordarlo tal cual era. Hojeamos sus miles de páginas, y ocasionalmente el lee la balsa de lo que llevo escrito sobre él y estos duros años recientes, mientras yo escucho el mar de su música y sus letras que me dejó de tarea, para navegar.



Y especialmente, con motivo del homenaje virtual que se realiza en su honor, me he vuelto a zambullir en De perfil y El Rock de la Cárcel, pensando en él más de lo acostumbrado aún, tratando de recordar la flecha ardiente del tiempo, que une a sus maestros y alumnos, tratando de hacer una mirada panorámica de sus raíces e influencia en las letras mexicanas, todo lo cual se revela evidente, tras el evento virtual organizado por su compadre Philippe Olle-Laprune y la UAM, que nombraron simplemente De perfil, pero no se centra en esa obra, sino que nace por la necesidad de recordar toda su trascendencia escrita. El magistral escritor Enrique Serna, se encargó de inaugurar el evento, diseccionando su obra en términos de calidad e impacto, la reveló con rayos x, infrarrojos y ultravioletas, en todo su esplendor y misterio, para los interesados que acudieron a la cita virtual, en el omnividente Yutub, que diariamente transmitió la serie de presentaciones, para después almacenarlas en su cuasinfinita memoria digital. Después tocó el turno a Wenceslao Bruciaga (escritor, cronista punk, boxeador amateur y periodista especializado en temas de diversidad sexual y música) además de Julián Herbert (escritor multifacético, músico, promotor cultural y buen amigo de mi jefe), y a la nueva joven escritora tremenda, Fernanda Melchor (Temporada de Huracanes, Paradais, Random House), quienes mostraron ampliamente sus conocimientos en la carrera agustiniana, una mesa de jóvenes herederos en su tinta, moderada por mi hermano, el neuropsiquiatra y escritor Jesús Ramírez Bermúdez. Le siguieron su comadre Elsa Cross, laureada poeta y connotada hinduista, el gran autor y buen camarada don Hernán Lara Zavala (El mismo cielo, Contra el ángel) y el crítico literario, poeta y ensayista don Evodio Escalante, todos ellos viejos amigos de mi jefe, y expertos en su labor, una mesa más veterana, de camaradas que tripularon el mismo navío de locos que mi jefe alguna vez comandó. Hubo una mesa más con Enrique Marroquín (sacerdote católico y escritor iconoclasta, personaje insólito de las revoluciones culturales y espirituales de este machucado país), acompañado de José Luis Paredes Pacho, el otrora bataco de la Maldita Vecindad, convertido en escritor y promotor cultural; además de José Manuel Valenzuela (investigador y académico de asuntos fronterizos y de la cultura norteña). Y finalmente, en una mesa que apodaron “José Agustín y la Contracultura”, aparecemos Leonardo Tarifeño (reportero, editor y cronista argentino e internacional), José Eugenio Sánchez (poeta y performer oriundo de Guanatos), Patricia Peñaloza (colaboradora de La Jornada, quién desde hace años lleva una bitácora de la vida nocturna en la gran ciudad, con su infalible columna Ruta sonora, y que realizó todo un panchormance para los conectados), además de Carlos Martínez Rentería, el viejo fauno irresponsable, autor intelectual de la pervertidora revista Generación, quién no perdió tiempo para balconear a don Agustín y tentar al personal, recordando las sendas rayas que le invitó al maestro, con motivo de algún homenaje que le organizaron a mi pater en Lagos de Moreno; Y finalmente como olvidar a la bella y carismática cantante Amandititita, quien como yo lleva a cuestas el peso de un gran nombre, al ser siempre referida como hija del legendario Rockdrigo, y también expuso su perfil más roquero y literario. Ah, y yo tambor, el Tinieblas jr., su seguro servibar, allí estuvimos. Esta mesa la moderó mi big broder, el carnaval mayor, don Andrés Ramírez, editor de las obras del jefe en la célebre Penguin Random House.  En ella, más que nada loqueamos por espacio de dos orejas, y le dimos un tono más improvisado a la plática, o al menos yo, participé como un alumno hasta atrás del salón, con algunas marihuanadas dignas de olvidarse. Y ya que estamos en eso, olvidé comentar allí, o preguntarle a mi hermano y Amandita, si será cierto mi recuerdo de la tarde que Rockdrigo nos visitó en la casa de Cuautla, siendo yo un escuincle y por los tiempos en que mi padre y el rockebrio colaboraban en un montaje de la obra teatral Abolición de la propiedad, con música original del González, que desgraciadamente se ha perdido en los abismos del tiempo. Vaya esto como complemento para mi respuesta a la pregunta sobre los recuerdos contraculturales que vienen a mi mente, de mi infancia con este ícono de la banda roquera y librepensadora, pues ese fue uno de los mejores: Cuando compartí, como polizón, ese rock en vivo en medio de dos atlantes, dos tipos de cuidado, leyendas memorables del rocanrol y las letras mexicanas. Mi mamá, su principal y más querida aliada, por su parte, insiste en que no me despida sin comentarles que mi jefe está bien de salud, dentro de lo que cabe diría él, y de humor también,  que lee muchos libros (sin anteojos, lo cual es un auténtico milagro de la ciencia), entre los cuales destaca, en el hit parade casero, el retorno del Rey Mono, una joya de la mitología china que recientemente le regaló mi broder, el Androide, y es nuestro libro predilecto, para mis hermanos y el don, pues nos lo leyó cuando eramos morritos y es absolutamente fantástico. Diario watcha el periódico y escucha sus rolas, mientras se toma unas chelas y algún vino, y me manda decirles, aquí bajo la constelación de Leo y a la salud del Rey Chango, en honor de todos sus buenos lectores y amig@s de antaño, que por favor vayan todos y le chiflen mucho a su rechilanga abuela, ¡Salud, cabrones!





jueves, 2 de enero de 2020





EL SUEÑO DEL ROPAVEJERO


–Hay algo malo con la humanidad, ¿estás de acuerdo? –me dijo una voz interior– ¡Claro que también hay muchas cosas buenas, pero sabes a qué me refiero!–continuó... ¿mi conciencia?– Y es por eso que inventamos a Jesucristo, ¿me explico?, como una especie de antídoto psíquico, contra ese mal congénito. Sale, pues saca el coche sin que te escuchen, apagado, empujándolo. Pero yo manejo, ahí me vas diciendo por donde.
–“De eso se trata todo esto de la navidad, Charlie Brown” –me respondí– …La mala leche, o mala levadura, dicen por ahí en la Biblia, no me acuerdo en que lado.
–Exactamente. Toma este asunto de la natividad, por ejemplo, la Noche Buena. Súbete.
–¿Qué tiene de Buena?– me arremedé, dando el último sorbo a mi Martini, y fumando una gran bocanada de humo psicotrópico– Solo es un triche pretexto para vender porquerías y atascarnos de alcohol; Pero vamos allá, continúa por favor, no me dejes interrumpir tu tren de pensamiento, tan sólo permíteme, ya que te vas poner tan serio, encender el radio, están transmitiendo un especial de rocanrol navideño, en la Cocina del Alma, el programa de don José “Hombre-lobo” Agustín, en Radio Libre Aztlán:
–“Arrancamos con Vince Guaraldi, y sus rolas para Peanuts; Primero: “Skating”, donde Snoppy se lucía patinando al estilo Chaplin, ¿te acuerdas?, y luego escuchemos “Christmas is here”, (instrumental, of course), ya que llegamos tan lejos, que casi parece que sobreviviremos un año más...
–Ja. No cantes victoria, camarada… Ahorita que lleguemos ahí te explico cómo va a estar la operación. Pero bueno, a ver, Inútil, deja de jugar con tu pinche música maricona y escucha: analiza todo este asunto de la humanidad, al inicio del nuevo siglo, convertida en una vergonzosa parodia de sí misma, bailando a ciegas junto al abismo, ¡avanzando inexorablemente directo al infierno!, entonces, ¿agarro el boulevard?

–Uy, que palabra tan costosa te rifaste, valedor: I-ne-xo-ra-ble-men-te, Güau. Sip, agarras el bulevar. Es por allá, wey, da vuelta a la izquierda. Y hazme el favor de no raspar más la carrocería, ni acabes de rompernos las calaveras por favor, que como quiera que sea, todavía es la nave de tu jefe, nuestro padre, que en su morada bajo el mar, aguarda soñando.
–…Escuchen ahora esta otra: “Let me sleep”, de los Perros perdidos del Pearl Jam acústico…


–No me interrumpas, Gusano. Te decía, toma todo este asunto de la Navidad, por ejemplo. Toda la mierda comercial en que se ha convertido, digo, mira al pobre San Nicolás, convertido en este viejo gordo sonrosado, de traje rojo y barba blanca, que dice “¡Jo, Jo, Jo!”, vendiendo coca-colas radioactivas en su trineo diabólico, jalado por seis chivos negros, en las alturas de un cielo post-apocalíptico.
–…”Continuamos con: “Milky White way”, del disco de canciones cristianas de Elvis”…


–¿Te acuerdas como le gustaban al jefe esas rolas?, es más hereje que Marx, pero cuando canta el Presley, hasta parece devoto coreando sus letras…
–“I`m gonna meet God the Father, and God the Son”- Cantó Elvis, y mi padre lo coreó fielmente.
–Que cierres tu agujero de vomitar, idiota. Te decía: el pobre San Nicolax de Myra, un muy amable obispito jalador del siglo IV, en Anatolia, Turquía, perfectamente respetable, que tiene más de dos mil templos por todo el mundo, y quién honestamente gustaba de regalar todas sus posesiones materiales al estilo franciscano, convertido hoy en este asqueroso personaje de caricatura, regordete, salido de las pesadillas de Walt Disney, no sorprende que sea el individuo más odiado de toda la famosa navidad, he visto tantas parodias sobre él, que sólo me falta atestiguar que lo violen en algún callejón sin salida. Se puede sentir que nadie lo quiere, nadie lo respeta: Es todo lo que está mal con la Navidad. Es el Gran Impostor, tratando de opacar la Palabra Sagrada. Es como un enviado del capitalismo satánico, para convertir los tradicionales obsequios en algo que, de alguna manera, es un beneficio egoísta para los productores de chatarra material y espiritual…y blablablá…

–… Acabamos de oír “Jingle bell rock” (como olvidar el principio de Arma Mortal), antes escuchamos  a los Pretenders con  “2000 Miles”, cursis pero muy queridos, y después vendrá The Who, con su “Christmas”, del Tommy,  (que por cierto, tienen nuevo disco, en este agónico 2019, aunque ya huele a despedida)… Saludos a Maru Vargas, una fan muy fiel de los Quién… Abrazo familiar para todos, de su viejo diyei, José “Wolfman” Agustín, aquí representando el Espíritu de la Navidad presente, y pónganle más ron a mi ponche, por favor…

–Das vuelta a la derecha, y luego otra izquierda, y ya llegamos. ¿Tons qué, a ver cómo va a estar la onda, quieres que les abra el portón principal, y la caja fuerte de la iglesia?, ¿Tú sabes donde guarda el cura la morralla, no?, porque sí junta buena feria en quincena el miserable, pederasta infeliz, dicen que está protegido por la maña, y siempre tiene una .45 cargada.

… Y ahora con ustedes, ¡Sufjan Stevens! y su “Sister Winter”, de sus discos de Christmas songs, que me regaló mi compadre Pedro Moreno,  va un abrazo para él hasta Saltillo…

–¿Recuerdas el Sueño del Santa Clós limosnero…?
––¿Qué, eres el fantasma de las navidades pasadas?... Sí, claro. Nos levantamos sonámbulos, y lo encontramos en el jardín, en la noche, bajo el árbol de mangos. Éramos sólo un niño, de cinco o seis abriles, y él no era un mendigo vestido de Santa Clós, era un vagabundo fangoso, muy sucio, pero sabíamos que era Santa Claus, el viejo fetiche de la coca cola, pero convertido en teporocho; Y como siempre, se había metido a la casa sin permiso, pero en lugar de traer regalos, se colaba para talonearnos una limosna, temblando. Y algo nos decía que Eso era Dios también, un dios enfermo, disfrazado y decadente.
–Ahí fue donde mi papá nos alcanzó, en el jardín, y nos llevó de regreso a la cama. Y a la mañana siguiente, cuando le contamos el sueño, parecía muy molesto de escuchar nuestros delirios teológicos nocturnos.

–…Eso fue Micah P. Hinson con su “Little boys dream”, y ahora continuamos con “I’ll Be home by christmas”, de este álbum de jazz que me heredó mi amiga, Una Pérez Ruiz, quién recién falleció (descance en paz); es de discos Putumayo, Christmas in New OrleansY después los dejo con “Amarga Navidad”, del maestro José Alfredo Jiménez, que no puede faltar, para todos los malacopa navideños…

*  *  *
–…Ya casi nos despedimos, con esta rola inaudita en la voz de Bob Dylan,“Hark the Herald Angels sings”, de su disco de villancicos abominables…
–Chales, ¿que le pasa a ese tipo?, parece que se tragó un borrego moribundo y se le atoró en la garganta. De verdad, cuanta música navideña espantosa existe, desde jazz, salsa, cumbia, rock y etcétera, nomás falta el rap y el reguetón de la navidad, con doña Claus de teibolera, frotándose en un tubo de hielo, ¡Carajo!, que cantidad tan horripilante de mala música, empezando por los maléficos villancicos, y pasando por toda clase de porquerías pseudocristianas, ¿acaso nadie nota que han convertido este bonito ritual en una nauseabunda tradición de plástico?
–“Or what?, you’ve been rockin’ SO hard, U can’t even say a prayer?...­­-continuó el dj– La navidad es un chance de vivir el renacimiento de Jesucristo, el héroe del corazón, el campeón del espíritu, diría Carl Gustav Jung; es un intento de la humanidad por sublimarse en el sacrificio, para abandonar el egolatría; Es la gran leyenda del hombre en busca de su padre perdido, buscando ser Dios, ser Buda. Todo ser humano, más o menos cuerdo, intuye que en el corazón del invierno, cerca del final del Laberinto congelado, concluido el evidente ciclo anual de las estaciones, existe la oportunidad de cambiar, de avanzar, y mejorar un poco. ¡Así pues: beban de este vino, que es la sangre de Dios, del mito divino, pasen a brindar esos que no tengan miedo de seguir el sendero dorado, el que lleva a la Casa de los Dioses… Ahora los dejo con esta que no sé si es navideña, pero parece, son los Black Crowes con “Welcome 2 the good times”, enjoy it, if U can…


–Que clavado se puso el master.
–Ya vamos llegando, entonces ¿asaltamos primero la parroquia y luego la licorería o al revés?
–La parroquia, desde luego. Le prometí al camarada de la vinatería que este año no lo asaltaríamos, para variar; es buena onda; Hasta le vamos a pagar, por varias cajas de alcohol y muchas despensas, con el dinero bendito del cura Melchor–Y me respondí que okey. Entonces llegamos a la pequeña capilla blanca, y me bajé para forzar la cerradura, como el cerrajero de San Pedro, y mi conciencia entró en la iglesia, para realizar el asalto al cielo, súbitamente…
* * *

–¡¿Que pasó, ya estuvo, lo apañaste todo?!
–Sí, dejé al cura maldiciendo en piyama, ¡arranca imbécil, que trae pistola y pantuflas!
–¡De pelos, ora si nos rayamos con una feliz navidad!, ¡Vamos a ir con las putas, y al teiboldanz, y en avión hasta Las Vegas, y a comprar muchas drogas y/
–Nonono, calma tus ansias, infeliz… ¿Recuerdas el Sueño del Ropavejero?– Y me respondí que sí, claro, y en el radio sonaba “The Ragpickers dream” de Mark Knopfler, tu sabes, el jefe de Dire Straits, ya solista. 

–En esa canción, el ropavejero sueña con un banquete en el que hay espacio, comida y bebida abundante para todos los vagabundos, niños de la calle y demás los marginados, pero también se sientan entre ellos algunos personajes navideños fantásticos: El Espantapájaros y el Rey de las vías de Tren, además de Jack Frost y hasta Satan Claus aparece por ahí. Agreguemos a Cristo y Buda, a Quetzalcóatl y un largo etcétera de dioses y diosas paganas, diciendo “¡Salud!”, en nuestra carta para los reyes magos, y nuestro sueño se hará realidad. Y todos felices.
–Pero con esto no nos va a alcanzar para alimentar a todos los desesperados y hambrientos esta noche…
–No te apaniques, mi viejo y querido personaje fugaz, tengo un amigo que se me prometió multiplicarlo todo, infinitamente, Él fue quién ordenó este asalto navideño… ¡Pues para surtir de regalos ese banquete de mendigos y pordioseros, y compartirlo con todos mis amigos, los animales extintos, y demás criaturas fantásticas que habitan este sueño y esa canción, es que hemos robado todo lo que robamos hoy, mi estimado: ¡Despierta!: Nosotros somos el espíritu de las fiestas futuras, ¡y para darle su navidad a todos esos miserables, es que soñamos esta noche!



–....”Así que finalmente, los dejo con Gavin Bryars & Tom Waits, acompañando a un gélido veterano sin hogar, con su melodía de obsesiva cruz circular, psíclica, como un mantra: “Jesus blood never failed me yet”… Y así se despide La Cocina el Alma, deseándoles felices navidades, a todos los hermanos y hermanas de buena voluntad… ¡Muchas Noches Buenas, y que el Gran Espíritu los ilumine esta noche y siempre!, ¡Salud!...  ¡Cambio y fuera!



sábado, 31 de agosto de 2019



UN MAR DE MÚSICA

(LLAMADO JOSÉ AGUSTÍN RAMÍREZ)


            Es difícil saber quién eres, es decir, quienes somos, o quién es uno mismo y cada uno de nosotros, especialmente si eres de los que, como yo, heredaste el nombre de tu padre, quien a su vez lo heredó de tu abuelo, y etcétera etcétera, así hasta el infinito. Y para cuando este nombre llega a ti, con todos sus vicios y virtudes a cuestas, al parecer lo conducente es tomar la estafeta, como un estandarte de diversas fusiones familiares, es esta extraña carrera de la evolución, el imperio de los genes, y hacer de ellas una bandera personal. O no. Pero hay que andar muy trucha, para no convertirse en una réplica desgastada de su predecesor. Y así, aunque nunca nadie supo quién diablos era realmente, nos aferramos a nuestra máscara, a nuestro personaje efímero y repetitivo, o muy poco original. Ya sabes, girando con eso del I’am U & U R me, & we R all together, dándote vueltas en la cabeza, toda la vida, pero nunca aterrizando en el alma. Como en un duelo de espejos que se encuentran frente a frente, padres e hijos se enfrentan como estaba escrito, en un evento extraño, perdido entre el tiempo y el espacio, dentro de esa creatura inasible y volátil que ingenuamente llamamos: el Presente. Es nuestro único territorio firme, un campo de batalla desechable, pero rápido como el viento, que se nos presenta como un asalto a diario, en una carrera contra el reloj, para dirimir nuestras esperanzas de cambios, contra hábitos y tradiciones fosilizadas. Es allí donde se resuelven estos dilemas, no en el pasado ni en el futuro, sino en esa estrella fugaz que nos arrastra entre sus crines, el fuego fatuo donde habitamos: El día de hoy.
Mi nombre, por cierto, es José Agustín Ramírez, al igual que se llamaba mi padre y un tío suyo antes que él. Aunque yo, personalmente, no soy su primogénito, pero por una extraña circunstancia (léase la insistencia de mi abuelo paterno, y la reticencia de mi jefe, durante los primeros dos embarazos de mi mamá), siendo el tercero de sus tres hijos, fui nombrado así, como el modestamente célebre compositor, emblemático del estado de Guerrero, el original José Agustín Ramírez, quién compusiera las canciones que le dan vida aún hoy a las fiestas y reuniones de los guerrerenses tradicionales y sus miles de invitados de toda la orbe, su turismo de talla internacional, al menos en sus buenos tiempos, en el siglo pasado, José Agustín Ramírez y compañía fueron leyendas del Acapulco perdido, nuestro querido Lost Acapulco, my dear friends.
Así que me llamo igual que mi progenitor, a quién quizás ya conoces, o crees conocer, si has leído alguno de sus muy filosos libros; Pero esta no es la historia de porqué me llamo así, aunque en lo personal no esté muy a-gustín con ese nombre heredado, no: Esta es la Historia de una antorcha que no encendía, de una hoguera que no se apaga, y de un incendio fuera de control, en los límites de la realidad y mi imaginación, cerca de las frontera de la locura. Tan sólo unas hojas en honor a mi padre, don José Agustín, laureado y otrora joven e irreverente escritor mexicano, de mala fama y peor reputación, pero amado por los buenos lectores, principalmente libre pensadores, de tendencias zurdas y contraculturales, que mantienen vivo este atribulado país; Para todos ellos, mi padre fue un símbolo libertario de los afamados sixties, muy al estilo de la generación beat. Fue un viejo lobo, si me lo permiten, que naufragó en un mar de música y silencio, de memorias y olvido.
Ambos mi padre y mi tío abuelo me heredaron su nombre, su pedigrí y algo de su talento, pero también me dejaron el nivel del mar creativo muy elevado, una marea alta de calidad e inspiración que puso mis humildes aspiraciones artísticas en serios aprietos, por poco y hundiéndolas, tú comprenderás mi dilema y predicamento. Y por favor, discúlpame si te hago perder tu tiempo, con mis investigaciones paternales, de ante mano te lo digo, amable lector y ahora también compañero en esta aventura, si decides abordar este barco ballenero: Un navío de los locos tamaño familiar, que solicita voluntarios para un Naufragio.
¿Pero cómo resumir setenta y tantos años de locura creativa y destructiva en las contadas páginas de un libro entre biográfico y periodístico?, intentaré pues un resumen de sus pasiones musicales al menos, que eran vastas y profundas, incontables como las criaturas del océano, y muy elevadas como objetos voladores desconocidos, quimeras fantásticas y entidades simbióticas que, por unos breves instantes, parecieron demostrar que la armonía es posible entre la humanidad, y me refiero a las bandas de rock, y sus pequeñas joyas musicales, esas canciones que amamos, ¿qué sería de nosotros sin ellas?
Yo, por cierto, conocí José Agustín hace ya cuarenta y cuatro abriles, y aunque finalmente he llegado a comprenderlo bastante bien, todavía me sorprende (es duro el maldito), y a veces puede ser todo un misterio, pero creo entenderlo mejor que muchos, aun cuando ni siquiera he terminado de leer todos los libros de su obra fecunda y brillante. Pero sucede que al parecer me reservé algunos para cuando él ya no estuviera aquí, es decir, ya es hora, pues como resultaron las cosas, hoy en día, aun cuando no ha muerto, estando aquí no está, pues ya no escribe y tiene varios problemas de salud, con una amnesia de lo reciente casi total y la hidrocefalia  apenas contenida por una bomba y una válvula microscópicas que drenan el agua de su cerebro. Y así, aunque de pronto parece ser él otra vez, está ausente en presencia de sí mismo, pues su carrera llegó a un alto, y su reloj de arena se rompió y por poco se vacía, tras el tremendo accidente que sufrió en Puebla, al caer de cabeza en el foso de un teatro imprudentemente atascado a reventar, con cientos de fanáticos de sus letras. Pero sus libros siguen ahí, tan frescos como siempre, esperándome, y a algunos miles de lectores más, para sentir el magnífico estilo, innovador y revolucionario, de las letras de José Agustín.
Mi padre siempre ha sido como un cometa, para otros jóvenes, en sus despertares, uno puede perseguir sus palabras como se  acompaña a un meteoro en su órbita estelar, prendido de su fuerza gravitacional. Rolando con él uno no se aburría, siempre buscando aventuras nuevas (como solía decir él, citando a Alfred Bester, con su genial y delirante libro de sci fi: ¡Tigre, Tigre!): Siempre en la ruta de las estrellas, nuestro destino.

Pero primero que nada, quisiera decir que ser parte de su historia ha sido como asistir a una fiesta de las artes con boleto gratis, donde todas las musas griegas y algunas modernas fueron revisitadas con pasión infinita, bajo la sombra alada de mi padre, así como por otros miembros de mi familia, todos los cuales influyeron en mis intentos de quehacer creativo. Entre estas influencias desde luego la más poderosa es la literatura de mi padre, pero también tendría que incluir en segundo lugar a mi tío Gutí, genial pintor mundialmente desconocido y leyenda personal, por su magnífica técnica pictórica y sus enseñanzas en filosofía, estética y política, pues me inculcó la semilla del comunismo y el anarquismo primitivo. En tercer sitio estaría mi madre, Margarita, y mis hermanos Andrés y Jesús; Primero ella porque hace ya casi veinte años comenzó a tomar clases de pintura con mi tío, a lo que siguieron cursos en el CNA y con varios maestros gringos en un periodo en que mi padre y ella emigraron nuevamente a los E.U., para que mi jefe trabajara como profesor en alguna Universidad, con ella a su lado como fiel escudera, y así comenzó un pasatiempo que ha crecido mucho, en términos de calidad plástica. Mis hermanos Andrés y Jesús, aunque se dedican a la edición de libros y la neuropsiquiatría respectivamente, también se han destacado como escritores, el primero de muy buena poesía y el segundo con una novela y ya varios libros de investigación y divulgación científica. Después seguirían varios tíos y primos por ambos lados de mis familias, que primordialmente se enfocaron en la música. Primero que nada José Agustín Ramírez, el gran compositor guerrerense, el origen de mi nombre y el de mi padre. En seguida estaría mi abuelo materno, quién gustaba de tocar melodías populares al estilo de Agustín Lara, en cualquiera de los dos pianos que atesoraba en su casa. Le enseñó a tocar, a su vez, a mi tío José Luis Bermúdez, quién desarrolló ese talento hasta poder ejecutar las más complicadas piezas de Beethoven, Schubert o Chopin. Aunque no se dedicó a esto, por desgracia, nombró al segundo de sus hijos Federico, por este último célebre compositor y pianista, y a su primogénito, Claudio, en honor de Arrau. Éste primo, también aprendió lo necesario del piano para expresarse, y se decidió por una carrera en la música, eligió las armonías como forma de vida, escribiendo, componiendo y produciendo a otros intérpretes. Aquellos pianos, en la casa de mis abuelos maternos, uno de cola y otro de pared, estaban en el vestíbulo y la sala de esa antigua casa, allá por Potrero, en la Nueva Tenochtitlán. Como un niño, me recuerdo tocando a escondidas, con cautela y asombro, esas máquinas de hacer música, y muchos años después, allí mismo, recuerdo a mi tío, ya de edad bastante avanzada, pero antes que comenzara su ceguera, interpretando, en alguna reunión familiar, unas melodías de Beethoven al piano, y aunque él afirmaba que su ejecución ya no era perfecta, o con la precisión de su juventud, yo adoraba ver sus dedos correr sobre el teclado, como pequeños bailarines o acróbatas en miniatura, dándole vida a las cuerdas de un arpa secreta, allá adentro, con martillos diminutos, pero no menos poderosos, que despiertan los nervios de este instrumento casi mágico, como reflejos del artista y de los oyentes, aquellos con buen oído, el don de escuchar las maravillas del arte sonoro.
Por el lado paterno, hay otros dos primos que siguieron el rastro de sus frecuencias auditivas personales, León y Ramsés Ramírez, el primero desarrolla su trabajo por su cuenta, para su propio disfrute, y el otro perseveró en su trabajo como intérprete, y ha logrado llevar a buen puerto, junto con sus camaradas del Señor Mandril, a esta banda de rock, jazz, funk, y tecno fusión, obteniendo muy buen nivel y la recepción merecida de un público amante de las artes modernas. Sirva esto como breve explicación del porque la redacción muy sentida de estas letras e ilustraciones de un servidor, que solo desea mantener activo el espíritu de mi padre, cuya carrera se vio trágicamente interrumpida, por los eventos impredecibles de un día fatídico, en cierto teatro de la ciudad de Puebla, durante el 2009, un año tan lejano, y sin embargo, el año en que por acá se detuvo el tiempo, se derritió el reloj, se rompió el ritmo de la flecha termodinámica, y todo pronóstico o profecía sobre el destino de las letras de mi padre, se fundieron en un Apagón, ocultándose tras de los telones de la oscuridad.
Musicalmente hablando, estos fueron mis mentores, en la vida real, para aprender a desarrollar el oído, y apreciar las notas más finas de la vida. No soy ningún experto, ni siquiera se tocar un instrumento, estoy negado para las matemáticas, incluido el ritmo, y cuando intenté aprender solfeo, descubrí que era sordo para las distintas tonalidades de la escala. No pude afinar una guitarra por más que amara el instrumento, y aunque una vez me compré (con el dinero que me pagaron por las ilustraciones que hice para la Panza del Tepozteco) todo el equipo eléctrico para aprender (la lira, el bafle y el distor), no pasé de dominar el círculo de Sol y componer un par de canciones con mis amigos (algunos de los cuales ya han muerto, prematuramente). Preferí intentar con otras artes, incluido el teatro, el panchormance, y hasta, Dios me perdone, la danza/teatro contemporáneo, etc., pero hoy en día me estoy enfocando ya solamente en las artes plásticas y la literatura. José Agustín, by tha way, también intentó aprender la guitarra, con la ayuda ni más ni menos que del más grande maestro guitarrista del Rocanrol: Javier Bátiz, a quién recuerda con harto cariño, cada vez que lo escuchamos, intermitentemente, con sus excelentes versiones del viejo blues. Desde luego mein father tampoco desarrollo esas facultades, si es que las teníamos, mientras que, poco después de que él pasara sus truncas clases con el Javier, llegaría otro alumno súper dotado, conocido simplemente como Santana, quien pronto se apoderaría de todos los poderes del Bátiz y los multiplicaría en un auténtico sacrificio de su alma, allá por los años marravillosos.
Aunque al final, con todo y su voz aguardientosa, Bátiz resultó un rockero mucho más real que Santana, quién si bien, aún es un magnífico virtuoso, se afresó gacho en esas colaboraciones con bandas y artistas de dudosa reputación, y de cuyos nombre no quiero acordarme, y me refiero a esos payasos y demás chacales que reclutó para su rocanroleramente diluido, pero muy celebrado “comeback”: el Supernatural (1999). Meh…
Pero mi amor por la música es demasiado, y tuve que contar esta historia, que inicia por el simple hecho de haber nacido en la Casa que Canta, o del Sol naciente, el hogar de José Agustín, un auténtico musicólogo y maestro, sin proponérselo, de esta pequeña e inadvertida Escuela del Rock. Pero antes que nada, mi padre fue un laureado autor mexicano, con un estilo brillante y alguna vez polémico, que rompió con los anticuados moldes de la vieja escuela de escritores del siglo pasado, en el antiguo precámbrico (o PRIcámbrico), quienes tenían secuestradas las letras mexicanas, escondidos del mundo real, detrás de la Real Academia de la Lengua. Pero un tornado de verdades duras estaba a punto de levantarlos del suelo, y las reglas de la literatura cambiarían para siempre, adaptándose a la modernidad, liberándose de ataduras para ingresar a una nueva era, y el nombre del escritor que derribaría las puertas de aquel futuro, era José Agustín, mi padre. De esto, obviamente, uno tiene que estar orgulloso, ¿no lo estarías tú?

Vivir con José Agustín era una montaña rusa de emociones contradictorias, tan bellas y profundas como peligrosas y aterradoras. Pero, a nuestro favor, mi sagrada familia siempre llevó un camino con corazón, diría Castaneda, en el cual fluía un tráfico constante de  arte y cultura, de ideologías y filosofías, de cuestionamientos y razones tan elocuentes como fantásticas. Siempre era más y más música, más y más libros mágicos, una y otra película genial, insólita, cuadros y edificios, templos y catedrales, arte sacro y profano, como dicen por ahí, pues sus intereses eran gigantes y sus conocimientos al parecer inagotables, una especie de enciclopedia caminante, que aún hoy me sorprende recitando poemas completos de memoria, que fueron las desesperadas canciones de su infancia y juventud. Principalmente versos de García Lorca, Neruda, Sor Juana o Rubén Darío, pero la otra noche me asombró con uno que él, con su amnesia de lo reciente a cuestas, declamó con harto feeling, pero ya no recordaba el autor, así que corrí a la computadora con un fragmento de lo escuchado, y resultaron ser Las Coplas del Amor Viajero, de Andrés Eloy Blanco: (“Yo sólo sé que te vas, yo solo sé que me quedo”). En lo ideológico, pictórico y filosófico, como dije antes, influía mucho también el tío Guti, hermano mayor de mi pater y primogénito de mi abuelo. Al Granpa lo conocí poco, pero  lo recuerdo mucho, pues vivimos en la que fuera su casa, y en la sala el Guti dejó un imponente retrato suyo, del capitán piloto aviador, Augusto Ramírez Altamirano, cuya guía espiritual y ética era palpable en toda esa familia, y prevaleció en el buen corazón de mi jefe y sus hermanos (as), aún si murió bastante joven, dejándolos finalmente huérfanos de ambos padre y madre. Mi abuela Hilda falleció varios años atrás, antes de que pudiera conocerla, lo mismo que a mi carismática tía Yuyi, dos de las mujeres que, con su carácter libre, intenso e irreverente, son quienes más cerca estuvieron del espíritu de José Agustín, sin contar, desde luego, a mi Mamá, Margarita, el amor de su vida, y quizás habría que incluir sus amoríos con Angélica María, una aventura psicodélica/pop, para mi gusto con sabor como a chicle de frutas, pero que dota a la biografía de mi padre, de un interés especial para los eternos enamorados de esa diva televisiva de antaño, quienes aún profesan una envidia muy popular contra mi padre, por tanta buena fortuna, allá en sus buenos tiempos.
Pero en fin, lo que trato de decir es que fue una gran fortuna crecer bajo el amparo de su amor por las artes, un interminable flujo de misterios y respuestas plasmadas de formas tan bellas, pues era incalculable la cantidad de arte que entraba en mi cabeza voraz, ávida de estos secretos, maravillas y destellos humanos, siempre lloviendo sobre mi alma asombrada y estremecida. Era como navegar en un Mar de Música, este océano en el que ahora he naufragado, y en el cual los invito a perderse. Flotando sobre lienzos al óleo como alfombras voladoras, he vuelto hasta aquellos días, pues escribir esto es una hipnosis regresiva autoinducida, como tratar de recordar un sueño y redactarlo antes de que se disuelva, cual letras de arena en una playa. Sin embargo prosigo, como quien construye una Ciudad de la Luz entre castillos que se lleva la marea, ciudades sumergidas y subterráneas, necrópolis e inframundos abisales, donde, en las noches, nos invade el Reino de la Oscuridad, con sus tormentas y tornados, y lluvias de estrellas bajo la Luna llena, auroras boreales y guerras psiconíricas, tecno maravillas de diseños extraterrestres, de todo un poco, encontrará usted en este bazar de asombros y sorpresas para sus ojos y oídos, estimado lector.
Vivir con José Agustín fue como caminar en una cuerda floja sin red, siempre entre la guerra y la paz, el Sol y la Luna, la genialidad y la locura, una dicotomía muy evidente que me acompañó toda la vida, como el capitán de una Nave de Locos, que yo me niego a abandonar aún ante los pronósticos de zozobra. No sé si lo volvería a hacer, si compraría boletos para este condenado crucero espacial, pero no puedo negar que hubo momentos del viaje que disfruté enormemente, quizás demasiado.
No por eso han de creer que nuestra historia es una comedia sin sentido: Ni siquiera tenemos garantizado un final feliz, como nadie lo tiene, y cada día es una pequeña aventura y un nuevo acertijo, es todo lo que tenemos, camaradas mariner@s, este día, el aquí y ahora, vagabundos ciegos de nuestro propio infinito. Claro que tampoco fue el padre perfecto, es sólo un humano, y entre sus principales defectos estoy yo, el más pequeño de los tres, pues durante la mayor parte de mi vida resulté ser un auténtico patán, una pálida representación de su creatividad artística, y en resumen la oveja negra de toda la familia, o al menos así fue durante largos y tortuosos años, en el camino para escapar de mi propio infiernito. Pero este cuento aún no termina, y aunque ya soy muy viejo para iniciar mi entrenamiento, estoy determinado a convertirme en un guerrero de la Fuerza, tal como mi padre lo fue alguna vez.

            Son una infinidad de agravios, delitos e infracciones las que he cometido, algunas pesadillas inconfesables y ya casi imperceptibles, cicatrices drogadas y perdidas en lagunas de tiempo y espacio, que por suerte sólo yo recuerdo, para estas alturas, y de todo eso soy culpable y estoy arrepentido. Por un tiempo pensé que iba directo al manicomio, la cárcel o la muerte, pero me escapé de estos tres destinos por  escasos segundos, milímetros, milagros fugaces que ocurrieron en un parpadeo, y de pronto me encontré vivo otra vez, en el atrio de un templo abandonado, soñando con recuperar mi alma y la de mi padre, varado en una Isla desierta, con miles de sueños y mensajes embotellados, formando arrecifes entre las olas y las costas de una bahía imaginaria.
Ahora, mi madre y yo somos s los últimos marineros que deambulamos por la cubierta de este navío fantasma, el barco de José Agustín, nuestro capitán con amnesia, a quien no estamos dispuestos abandonar, hasta que la nave se hunda. ¿Acaso no se lo merece?, ustedes lo saben, él no necesita presentación: Mi padre siempre fue un gran artista innato, de La Tumba a la cuna, fue un viajero intrépido que se atrevió a ir más allá de las puertas de la percepción, forzó la cerradura y derribó una muralla de malas lenguas, recorrió los siete mares de alma y volvió para contarlo, como un viejo lobo de mar. Y puedo afirmar que fue un gran  escritor, le pese a quien le pese, porque lo padecí toda la vida, y tuve el privilegio de sentarme en su mesa, siempre llena de pan, vino, leyendas y cervezas bohemias.
Si la definición del artista es aquel que nos conmueve, nos fuerza a pensar y sentir otra vez, aquel que puede hacernos reír y llorar, que puede hacernos partícipes de ese sentimiento mágico que uno habita en las páginas de las grandes historias, como lo hice yo sentado entre la piedra y el pasto, tantas veces en su jardín sagrado, entonces mi jefe fue un gran artista, pues efectivamente, siempre podía hacerme reír o llorar, arriba y abajo del ring, en la cima o el fondo del escenario, sea con sus palabras plasmadas en sus libros místicos anarquistas, o con sus voz suave o furiosa, en la vida real. Estos son los símbolos que dan forma al laberinto de mis recuerdos.
Todo esto llegó a su fin, la construcción de este castillo de cristal, esta Ciudad de la Luz, terminaron, o al menos se detuvieron violentamente, desde el fatal accidente que sufrió don José Agustín en el año de 2009, en la ciudad de Puebla, cuando, en medio de un teatro repleto de sus simpatizantes, lectores y admiradores, lo orillaron a caer en el foso del proscenio, en el filo de su propio abismo, aquel fue el escenario final para sus aventuras.  Fue así que mi padre, mi mentor psicodélico, cayó hacia su silencio literario, desde una altura mayor a los tres metros, y de cabeza. Y no, no cayó sobre pétalos de rosa. Pero en fin, a veces la vida es cruel con las creaturas pequeñas, ¿cierto?, tú has de tener tus propias tragicomedias personales en este preciso momento. Suerte con eso. May God Help Us All. 
Aquí, por cierto, en la siguiente foto, estamos con mi papá: el padre José Luis (viejo amigo de la familia y mentor en la teología de la liberación), mi mamá y mi hermano, el dr. Jesús Ramírez, neuropsiquiatra, en una feria del libro en Cuautla, que se le dedicó y llevó su nombre, y fue una de sus últimas apariciones en vivo:

Volviendo a su brillo natural, en su juventud como un precoz y célebre escritor mexicano, todos saben por aquí que fue un autor polifacético, que trabajó el cuento, la novela y el teatro, el guión de cine, el periodismo e incluso la poesía, aunque nunca se atrevió a publicarla. Se han adaptado historias suyas al cine, como abolición de la propiedad, y Ciudades Desiertas, así como el mismo adaptó la novela El apando, de Revueltas, en la tremenda cinta de Cazals. Solía contarme la vez que conoció a Borges, o de cómo trabajó con García Márquez, y según él, era su compadre y por lo tanto yo su ahijado. Me contaba de la vez que vio a Jim Morrison en vivo, cayéndose de borracho, y escribió elogiándolo como a un gran cantante, poeta y chamán. Cuando era niño, nos leyó a mí y a mis hermanos el Hobbit, el Señor de los anillos, Las Crónicas de Narnia, el Pinocho de Collodi, los cuentos de los hermanos Grimm, los mitos chinos del Rey Mono y un largo etcétera. Cuando era niño, me subió a la cima del Tepozteco en sus hombros, y me salvó la vida una vez, cuando me estaba ahogando en mar abierto, en la playa de Papanoa. Por todo eso, le estaré eternamente agradecido, pero quizá más que nada, le agradezco por toda la música, le agradezco por este mar en el que hemos naufragado voluntariamente. Nos dio, a toda la familia de mi sangre y de sus lectores, un empujón salvavidas para seguir navegando en esta vida tan cabrona y genial, por decir lo menos.
Pero el recuerdo medular de mi padre siempre será verlo escribiendo, incansable, en el viejo escritorio de madera de su estudio nocturno, iluminado por una luz amarilla mortecina, bajo las estrellas privilegiadas del atardecer zodiaco, mitológico y alquimista; Viene a mi mente la carta del Mago, del Tarot de White, sacada al azar; O míralo allí, hace más de cuarenta años, sentado como un lagarto bajo el Sol de su Jardín, junto a la gran piedra y sobre una toalla en el pasto, bebiendo una cerveza o un coctel, bajo las brisas que mecen las ramas de la palmera que sembramos juntos, regresando de Papanoa. Me recuerdo a mí mismo escuchando un mar de música que aun truena en mis oídos, desde el fondo de una concha de caracol ermitaño. Retumba como las tormentas eléctricas que solíamos disfrutar en el horizonte de la noche, sentados en las mecedoras de la terraza lluviosa, celebrando eufóricos los rayos, truenos y relámpagos, que formaban palacios celestiales fugaces, con destellos enormes de luz azul, en la inmensidad de las nubes.  Espectadores azorados  en el teatro de los Dioses Salvajes. Mirando al horizonte, allá donde, cuando yo era niño, creía que se terminaba el mundo, hace muchos ayeres, antes de la llegada de esta tempestad que lo devora todo, antes de la invasión de La Nada, hasta que vuelva a salir el sol que acompaña a mi padre a todas partes, con un calor intenso que ha sabido compartir con todos sus lectores mexicanos y extranjeros, a través de sus letras vivas, cautivando a un selecto clan de mentes abiertas, radicales libres, a quienes ahora invito en cada puerto, como voluntarios para un Naufragio, en este Mar de Música. Los invito a mi fogata playera de historias sin tiempo. Y a ti, Gran Jefe, déjame decirte que ser hijo tuyo, es una cicatriz que llevo con mucho orgullo en la cara, y llevar tu nombre, es una bendición que siempre me ha mantenido al rojo vivo, muy cerca del fuego. Grazie di tutto.
                                                                       J.A.R. 09/08/2019



miércoles, 24 de julio de 2019







CARTA A ROBERT ZIMMERMAN

(CON COPIA PARA MI JEFE)


            Con todo respeto, capitán, no pienso a esperar a que alguno de nosotros pase a mejor vida, para decirte todo lo que pienso de ti, o de usted, disculpe, pues incluso ya se le otorgó un respetable premio Nobel y a mí ni me conoce, así que me presento: me llamo José Agustín Ramírez, y vivo en algún lugar de la república mexicana, que se halla por ahí perdida, en un rincón de nuestra propia dimensión desconocida. Dicho esto, aclaro que yo, como todos sus admiradores de corazón, me imagino, casi siento que lo conozco, maese Bob, o would you prefer mr. Dylan?, anyway, como le decía, soy uno más de los miles de simpatizantes y adictos a su música, alrededor del globo, y como todo aquel que se diga conocedor su obra, he escuchado el rodar de su rocanrolera vida, plasmada en sus canciones, cual gambusino enfebrecido en busca del oro sagrado. Y, como mi padre, pongo especial atención en sus letras, sin que eso me impida de degustar sus multifacéticas melodías.
            Déjeme decirle que he escuchado su amplio repertorio musical desde que era niño, desde siempre, le aclaro, esto gracias a la devoción que le profesa mi padre, y sí, ha oído usted bien, devoción es la palabra que viene a mi mente cuando pienso en mi jefe escuchándolo, y me refiero a don José Agustín, laureado escritor de la banda gruexa, celebriedad nacional, que a lo mejor usted no conoce pues no está traducido al inglés, pero le aseguro que también es un escritor muy perrón, y quizá hubiesen sido buenos amigos de haberse conocido, supongo, pues compartían tantos puntos de vista literarios, filosóficos y musicales; pero de la forma en que rodó la rueda de la fortuna, y se repartieron las cartas del karma en este mundo matraka, a mi padre, a mí y otros tantos miles, nos tocó ser simplemente sus devotos seguidores.



Como le decía, entonces, mi jefe es uno de sus más fieles y antiguos admiradores mexicas, de hecho casi como un discípulo, un divulgador de tus palabras, traductor asiduo de sus canciones, en toda clase de periódicos y revistas. Y yo, su tercer vástago, el más enano de los tres, he tratado de seguir sus pasos, impresos en la arena de las playas acapulqueñas, pues nací con la semilla de las armonías fuertemente arraigada a mi espíritu, tan hambriento de las bellas artes. Es posible que incluso haya escuchado tu música como terapia prenatal, mi estimado capitán Bob, es decir, como concierto intrauterino, pues me parece muy probable que mis jefes escucharan sus rolas a todo volumen durante mi gestación, desde antes que yo naciera; O por lo menos es seguro que escuché la mejor música desde que estaba aún en el vientre de mi mamá: desde clásico hasta jazz, rock y música popular mexicana o de otras latitudes terrestres y marinas; Y así, puedo imaginarme aún como un cómodo feto en el útero materno, bajo su piel iluminada por el Sol radiante de Cuautla-Mugrelos, y la música de Beethoven llenando como luz ese bendito recinto genético, para mi absoluto asombro, o Duke Ellington o Billie Holiday o Janis Joplin, o Leonard Cohen o bien,  porque no, el maese Bob Dylan, con su voz irónicamente bella a pesar de ser horrenda, quizás la peor del mundo, como de un pato u oveja encabritada y con gripe, todo lo cual no impide degustarla con familiaridad, sin embargo, a cualquiera con las orejas limpias, o que pueda escuchar más allá de lo evidente, hasta descubrir el timbre inconfundible de un guía tan terrenal como espiritual: Así es, capitán, en mi opinión es usted uno de los últimos juglares que bailó y cantó su camino por el mundo, marcando la pauta y ritmo del único y verdadero sendero dorado, by tha way.        
  Y no es que casi-casi lo quiera convertir en santo, sino que en verdad uno puede usar sus incontables canciones como un mapa de ruta para infinidad de coordenadas perdidas en este mundo tan maravilloso y endemoniado, el mapa de un tesoro enterrado en una isla mental, muy profundo en el mar adentro de la sangre, esa sangre que, si usted me permite, nos hermana a todos y por lo tanto, de alguna manera, pues siento como si fuera casi mi pariente, tanto así me ha acompañado en la vida. Y sea pues esta carta un humilde agradecimiento a las mil y una rolas con las que nos ha aclimatado a mí y a la gran familia universal. Nunca nos abandonaste, mi Capi, nos trajiste a buen puerto, desde el principio de mis buenos tiempos, hasta volver a este atribulado e incierto presente, tan volátil, a las puertas de un futuro cercano que, para bien o para mal, todavía compartimos; Al ritmo de las copas y el compás de las olas, en la misma frecuencia del verso único, yo digo, hemos danzado con tu música, y con la marea de esa cosa loca que llamamos “amor”, la savia del Gran espíritu cósmico, ese elixir imaginario, pero no menos embriagante, que causa y cura todos los males, inspira todas las artes ¡y anima nuestra siempre ardiente creatividad!
            ¡0h!, y con aquello de antes de pasar a mejor vida, que puse al principio, no me refiero a que seas un auténtico dinosaurio, prófugo de la extinción, cuyo inminente fin de sus días en la Tierra parece aproximarse velozmente, casi a la vuelta de la esquina, claro que no, munchos añejos más para ud., mi jefe, no faltaba más, si así los desea el maestro; es más, de mi parte, puede ser inmortal si así le place, o si sólo así estará finalmente satisfecho.
Pero bueno bueno, pues de vuelta allá en el pasado, back in 1989, recuerdo mi primer encuentro personal con su música, maestro, tu música puex, ¿puedo hablarte de tú, o de ti, sin aburrirte con mis necedades?, I wonder!... pero no, mejor insisto en el respeto que me impone…Vale, sin más preámbulo, te comento, mi estimado jefe de jefes de la escena rocanrolera internacional, que, como te decía, crecí literaria y literalmente bajo la sombra fresca y generosa de tus rolas, escuchándolas sin falta y con gran curiosidad cada vez que a mi padre le daba la gana, que era muy seguido. ¿Ya te dije que mi jefe es un melómano consagrado (sin albur)?, pues así fue, y recurría constantemente a ti, si bien había, y hay aún, muchísimas opciones en su colección de discos, primero acetatos y luego compactos, que ahora parecen también dirigirse al basurero tecnológico de la nueva era tecno-glacial; y quizá en esta era de internet, con sus miles de canciones gratis (aunque plagadas de comerciales), tener una colección de discos físicamente parece algo absurdo, o inútil, pero en aquellos tiempos bíblicos, la erudición musical de mi padre fue como un oasis al que yo, y muchas otras creaturas fantásticas, me acercaba diariamente, y aquello me proporcionaba un sustento espiritual que dotaba a mi vida de un extraño sentido, apenas palpable, donde música y letras se convertían en luces  y sonidos que guiaban nuestro camino como familia, en la vasta oscuridad del océano de ignorancia e inconciencia imperante.
Dicho esto, el puesto principal, el líder de toda la banda, en la cima de la pirámide roquera, siempre pareció estar reservado para usted, maestro, aún si el asesinato de John Lennon, su único verdadero contrincante, convirtió al ex-Beatle en una deidad indiscutible, que se celebra cada navidad, mientras vos, maese, apenas ha logrado tocar las puertas del cielo, intentando llegar antes de que las cierren. Para muestra, basta un botón: Justo ahora, escucho una versión de Bowie donde interpreta, con harto feelin', tu ya clásica "Trying to get to Heaven", ¿la has escuchado?... ¿Te gustó?
Pero ni el rey Elvis, ni el Dios Clapton, ni el camarada Neil Young, Cat Stevens o Donovan, Mark Knopfler, o Morrison siquiera (Leonard Cohen se cocina aparte), tienen la altura que han alcanzado sus incontables melodías, mi estimadísimo, pues fácilmente, si se les apilara una sobre otra, formarían una escalera tan alta que, con ella, ¡Se podría escalar hasta la Luna, en una sola noche!
            Pero ok, compita, creo que divago, así que mejor me enfoco en mis más arcanos recuerdos, como en el afán de que, quién pudiera leer esto, en algún simple giro del destino, pueda comprender cabalmente como fue que lo conocí, y las razones de la sincera admiración mundial por su trabajo, así como de la hermanad que creció bajo un árbol genealógico gigante, en los ya casi invisibles años que me formaron. Esto como para dar una idea clara de porque se le quiere con ese gusto que sólo generan los más grandes artistas, y de los motivos por los cuales se le escucha con atención, tanto en nuestra pequeña casa musical, donde aún vivo con mis padres, así como en el resto del mundo libre. Pues bien, mi primer contacto personal con una de tus canciones, fue allá de mi paso por la escuela secundaria; Y ciertamente era secundaria para mí en cuanto a mi educación personal, que realmente ocurría en casa, donde desde la primera hora de la mañana, y, previo a que se me arrojara a las fauces de la sociedad antropófaga en que malvivimos, adquirí por algún tiempo el pequeño ritual privado de colocarme unos audífonos, en el estéreo de la sala, aunque con el volumen muy bajito, pues mi padre hibernaba después de escribir como un poseso toda la noche. Escuchaba una rolita muy específica, que debe ser de las primeras que usted escribió, mi Capitán, y que, de sobra está decirle, a mí me pega muy duro cuando la oigo, o que me agarra el sentimiento pues, dirían los mariachis, cuando la vuelvo a escuchar: se trata de “Bob Dylan’s dream”, de tu segundo disco, el Freewhelin’ Bob Dylan (1963), una de tus súper earlys piezas de rock, aun completamente folk, es decir acústica, o rupestre, con la clásica guitarra de palo y la inseparable armónica al cuello. Es una composición añeja y memorable, donde despliegas todos tus precoces dotes de escritor y juglar, con una breve narración autobiográfica, sobre tus primeros amigos desaparecidos y los apresurados viajes que emprendiste siendo muy joven, apenas un escuincle, cuando te fuiste de tu casa a rolar por los caminos y carreteras, a conocer la bella Norte América, una dama cálida que aún abría las piernas de su historia, a todos los viajeros tan intrépidos como para aventurarse a conocerla, en el más puro estilo del On the road de Kerouac, y sus secuaces del buen beat.

            Este texto de hecho, nace de la necesidad de platicarte todo cuanto he sentido oyendo tus rolas, mi capi, y ésta particularmente, tiene mucho jugo mañanero que exprimirle: Como un lagarto que se muerde la cola, volví a escucharla recientemente, esta vez gracias al monstruo inconmensurable de la interred y sus infinitos tentáculos, cuando de pronto apareció una versión del “Sueño de Bob Dylan” en la voz de otro grande intérprete del rocanrol, y me refiero a Brian Ferry, el  ex-cantante de un gran grupo ochentero, llamado Roxy Music, y cuyas versiones de grandes clásicos roqueros lo han hecho, en su carrera como solista, no sólo más célebre, sino más hermano. En su voz tan tersa, la canción cobró vida otra vez dentro de mí, como una fogata hace tiempo apagada, que se enciende sola en un bosque nevado, y me despertó después de muchos años de sonambulismo. Me recordé a mí mismo de niño, oyéndola, y deseando salir a conocer el mundo y vivir aventuras como aquel juglar trashumante, cosa que nunca ocurrió, pero a pesar de todo, no pienso dejar que la llama se apague otra vez.

Además, siendo ya un ruco como usted comprenderá de sobra, finalmente puedo relacionarme con lo dicho en esas arcaicas letras, sobre cómo pasó sus mejores días y noches con jóvenes amigos que después, el tiempo y la distancia hicieron imposible ver de nuevo.
Hay varias versiones en internet, desde luego, cantadas con más dulzura por sus célebres intérpretes de aquella época, como Joan Baez, su novia por aquellos días, o también el trío angelical de Peter, Paul y Mary, quienes junto con los célebres Byrds, o el Greateful Dead, fueron sus discípulos incondicionales. Y yo me pregunto: ¿Aún te acuerdas, maese, de aquel sueño?, seguro que sí, pues te la vives en la buena vida, o, como dicen ustedes los gringos: “livin’ the dream”, right?, y bien merecido te lo tienes.
            El caso es que, escuchando esa rolilla, el joven yo se daba ánimos para salir aquellas frías mañanas, a la maldita escuela secundaria “Cuitlahuac”, nuestra querida fábrica de cuautlenses conformistas, obligatoria y estupidizante, siempre soñando que quizás algún día, yo también escaparía de mi casa, como lo hiciste tú en tu juventud. Tal como narraste en esa pieza, que yo escuchaba, siendo solo un morrillo, en la vieja mansión de mis padres, donde, bajo un magnífico cuadro sobre la muerte del Che Guevara, pintado por mi difunto tío Guti, otro héroe de mi infancia, vuelvo a colocar el disco del Freewilin’ Bob Dylan, y, escuchando tu querida canción, me atrevo a volver a soñar que quizá, algún día, logre escapar de aquí y de mí mismo.           Pero en fin, parece que ahora si voy a cantar, en el lenguaje del bajo mundo, o a confesar todos mis pecados, voy a vomitar mis tripas y a masticarte la oreja, como si fueras un santo de mi devoción pagana, aprovechando que realmente no me escuchas, para platicar, aunque sea de forma escrita, mis recuerdos, sueños y pensamientos, diría el maestro Jung. Usando de pretexto este Mar de Música en el que voluntariamente he naufragado. Así pues, camarada-capitán, descorcha tu ron o prende tu toke, cualquiera que sea tu gusto o tu vicio hoy en día, porque en buena parte, tú nos has guiado a través de este laberinto, a mi padre y a mí, y a incontables otros que comprenden el verdadero valor de tu música en sus vidas, nos has acompañado y marcado el paso por este único sendero dorado, hasta el infierno y de vuelta, hasta las mismas puertas del cielo, nos arrastraste contigo, de las greñas, gritando y pataleando, y al final te lo agradezco… Así es como se refleja tu música, tu voz y tus letras, en las neuronas espejo de todos tus admiradores y simpatizantes, ¡Salud master!   


Pues bien, por aquel entonces, descubrí tus primeras canciones como si recién las hubieras escrito, pues en ese disco también se encuentran clásicas como “Blowin’ in the wind”, o “Don’t think twice, it’s all right”, cuya respectivas versiones de Stevie Wonder (en clave de un góspel muy elevado), Ziggy Marley (revitalizándola con una mezcla de reggae/folk) y Eric Clapton (convirtiendo aquella ruptura amorosa acústica tuya, en un blues de epifanía) supongo que te habrán gustado, (aunque me pregunto si te emocionaron tanto como a mí, es más, siempre me he preguntado si te molesta o te gusta tu voz gangosa, o los que creen cantar mejor que tú tus propias rolas), y yo digo que ningún buen escuchador de tu música debería perderse todas las versiones de tus infinitas melodías, interpretadas por igual número de grupos, solistas y combos improvisados que te rindieron sentidos e inspirados homenajes, en los numerosos discos tributo que se te han dedicado, como el homenaje por tus cincuenta abriles, o el Chimes of freedom organizado por Amnistía internacional, o el  blusero This aint no tribute, pasando por el excelente soundtrack de la no tan lograda película I’m not there… la lista de artistas famosos y desconocidos que retoman tu obra en estas grabaciones, es asombrosa, así como la incontable la cantidad de otros músicos que, a lo largo y ancho de la historia del rockanrol, le han hecho los honores a alguna de tus obras. Y sin embargo, voy a hacer un breve recuento aquí de esas alquímicas colaboraciones, abarcando tan solo una muestra de los cuatro discos de Chimes of freedom: The songs of Bob Dylan, donde destacan, para mí gusto: “One too many Mornings”, con Johnny Cash, “The Drifters escape”, con Patti Smith, Tom Morrello con el homenaje a “Blind Willie McTell”, después “Love Sick” con el Mariachi el Bronx, Sting con “Girl from the north country”, los Queens of the Stone age con “Outlaw blues”, o hasta la Miley Cyrus con “You’re gonna make me lonesome when you go”, y la fresota de Adele, con “To make you feel my love”, y una insólita Ximena Sariñana con “I want you”, y también el ya veterano Elvis Costello con su “Licence to kill”, “Buckets of rain” a cargo de los Fistful of Mercy, la banda donde se combinaron Ben Harper y Dani Harrison, el hijo clonado del Beatle George. Sinnead O’Connor con “Property of Jesus”, e incluso el Cuarteto Kronos hace su aparición con “Don’t think twice, it’s all right”, los duetos chidos como Taj Mahal y el Phantom blues band, interpretando “Bob Dylan’s 115th dream”, o Jeff Beck y Seal, con “Like a Rolling stone”, “All along the watch tower”, a cargo de la Dave Matews Band (un clásico que, entre otros, se han rifado Jimi Hendrix, Neil Young, U2, y Pearl Jam); Siguen “Trying to get to heaven”, con Lucinda Williams, y hasta los veteranos Eric Burdon y Mariane Faithfull, con “You got to serve somebody” y “Baby let me follow you down”, entre muchos otros menos conocidos, pero todos con excelentes versiones de algunas de sus mejores canciones, capitán Bob.

Pero definir cuales son esas “mejores canciones”, sería una tarea titánica, como se puede ver en el monumental tomo de sus canciones completas, maese Dylan, que fueron obligatoriamente reunidas en un solo libro, y traducidas a cientos de idiomas, en un alarde olímpico-enciclopédico; Todo esto poco después de ser usted condecorado con el máximo galardón del universo literario, el premio Nobel de letras, ni más ni menos, ante el asombro incrédulo, el pasmo paralizante de la comunidad internacional, que se rendía ante esta biblia de melodías reunidas, en un solo mamotreto que bien puede servir para matar a alguien si se le deja caer en la cabeza con fuerza, pero también puede enriquecer una mente si se le aprecia debidamente, escuchando sus mil y un rolas, my dear míster Zimmerman, mientras se descubren sus letras como una cascada de poesía y literatura ocultas entre las rimas y la voz de, si usted me disculpa, un cordero con gripa que va directo al matadero. Las traducciones a veces dejan mucho que desear, lamento informarte, y me refiero a la edición en castellano, que según me entero, fue publicada en un ardid temerario de la polémica editorial Malpaso, en una subasta subida de tono vs. Penguin Random House y editorial Planeta, las dos mayores empresas del ramo en México, y que implicó el desembolso de una cantidad estrafalaria de dinero, para comprar los derechos de reproducción, en nuestra nación de antiguos aztecas. Esta edición, sin embargo, hecha a todo lujo, es la única que existe en español, y fue esa misma, en su pasta dura, la que le regalé a mi padre en la navidad pasada, la del 2018. Aunque él no necesita que se las traduzcan, siempre se quejó de que ningún álbum tuyo, incluía las letras de tus rucanrolas, Y se lo regalé independientemente de si lo leerá religiosamente, mientras escuchamos esas queridas melodías tuyas, pero a veces sí, busco una canción en específico, el disco correspondiente en nuestra colección casi completa de tu obra, entre los eclécticos discos de José Agustín, y te escuchamos como quién persigue las huellas de un maestro, entre la nieve y las cenizas de un mundo ya casi olvidado.
Hoy en día, sé que tienes 78 años, recién cumplidos el 24 de mayo pasado, mientras que mi padre cumplirá 75 en agosto 19, de este año en curso. Pero lamentablemente, la carrera de José Agustín se detuvo abruptamente en el 2009, tras un fatídico accidente en un teatro de Puebla. Por tu parte, sé que continúas imparable mientras tanto, dando giras por los E.U. y etc., entre cuyas presentaciones me tocó el honor de asistir a tu última visita a México, un concierto excelente, a pesar de haber sido en el aberrante foro del Pepsi Center. Recuerdo haberme tomado dos caguamas (además de unos tokes), para poder pararme, como improvisados zancos, sobre los duros vasos de plástico en los que las vendían, a precios de oro líquido, y recargado junto a un pilar, pude apreciar el concierto, en ese ridículo recinto, sin el más mínimo desnivel de un digno anfiteatro, cosa que arruina la experiencia para un pitufo como yo. Pero te fui a ver, y el playlist fue ideal para mí, y aunque iba solo como casi siempre voy a todas partes, fue un momento glorioso, con un set de rolas nuevas y viejas en versiones justas e inspiradas, memorable, digno de ti, como el maestro de tantos miles de iconoclastas y demás compositores alrededor del mundo. Mi papá no fue músico, te platico, pero su estilo y obra siempre estuvieron influenciados, principalmente, por el rocanrol, siendo usted, míster Dylan su carta fuerte, su mero gallo, su mentor y guía en la vida, un auténtico héroe del rock & roll, si nos atenemos a tus cientos de piezas escritas e interpretadas como solista, más discos de los que se puedan contar, cambios de estilo y transformaciones drásticas, como su conversión a la guitarra eléctrica o al cristianismo, decisiones ambas que le costaron un alud de críticas en su momento. Por cierto, mi propio padre también trató de convertirse a la palabra de Cristo, al salir de la cárcel, de la mano de mi madre, tanto que nombró a su segundo hijo Jesús y se propuso, o al menos le prometió a mi mamá, que dejaría la mota y el alcohol, tal como lo hicieron Dylan, Lou Reed, Harrison y Clapton, por ejemplo, quienes trataron de “cortarle por lo sano”, es decir dejar las drogas (con sus respectivas recaídas y liberaciones), versus Lennon, Clapton y los Rolling, más atados al lado oscuro de los sixties, que llevaron sus exploraciones más lejos en las profundidades abismales, y tardarían un poco más en reconocer la posibilidad de alejarse de sus adicciones; El caso más reciente, míster Keith Richards, que el año pasado comenzó a ponderar si debía dejar el tabaco, cosa que no le resultó nada fácil. Pero en el lado luminoso de la calle, por donde mi papá te siguió a regañadientes, máster, dejaste muchas muestras de tu transformación cristiana, especialmente el disco Slow train comming, territorios inexplorados para usted, como judío folklórico, más aún para mi padre como el rebelde e irreverente que era, o es. En su prolífica carrera, usted retornó continuamente a los temas religiosos, no lo podrá negar, pero con el tiempo se sacudió cualquier influencia y llevó sus propuestas musicales más allá que ningún otro compositor en el medio del rock, country, blues y su muy particular mezcla de todo ello, que semeja un whisky seco y ponedor, añejado por siglos en guitarras de roble… Por cierto, ¿no me invita un trago de su propio bootleg moonshine?
Pero neta, jefazo, usté es, sin discusión, quién siempre se mantuvo a la cabeza, por encima del nivel del Mar de Música, y mi jefe fue uno de sus principales promotores, como si de un fiel discípulo se tratara, difundiendo tus armonías y palabras al parecer interminables. Dudo que muchas personas hayan sentido un placer y regocijo tan contundentes como mi padre, cuando escuchó que le otorgaban el premio Nobel de literatura, en octubre 13 del 2016: Casi brillaba de gusto, mi papá, pero usted no tanto, creo, pues ni siquiera fue a recibirlo, ¿qué onda con eso?, ¡salud maestro!, ¡ja ja, mandó a la pobre Patti Smith, que hizo el ridículo más grande de su historia!, Fue como si dos mundos completamente ajenos colisionaran: la pompa y circunstancia de la realeza europea, contra los representantes de la una vetusta contracultura, la perversión de una pesadilla hecha realidad, una absoluta contradicción, el matrimonio fugaz e impuro de algo que alguna vez llamaron rock “punk”, y “hippie”, con los benévolos y decadentes príncipes y reyes de antaño. Y de postre, el premio Nobel de literatura mismo llegó a un alto un año después, tras sólo una premiación más, y aún se encuentra en una funesta crisis, a raíz de las acusaciones de abusos sexuales entre los miembros de la academia sueca… que momento tan bochornoso, para el Nobel de literatura y para usted, el gran juglar del rocanrol, que, eso sí, buen judío, no dudó en aceptar una buena suma de billetes que acompañan el prestigioso premio. Bien merecido se lo tiene y eso y más poder te deseamos. Es como dijo Leonard Cohen, el otro más grande cantautor del rocanrol, cuando se le cuestionó en entrevista, sobre la decisión final de darte el Nobel: “Es como pretender colgarle una medalla al Everest por ser tan alto”. Salud, maestro.
Aunque recientemente tus discos con la temática de Frank Sinatra me dejaron perplejo, por favor no te enojes, y reconocí que, en mi canija opinión, finalmente estabas chocheando, así como esa colección de canciones navideñas con tu voz, que realmente me pareció bastante jocosa, como los villancicos de un chivo malherido-garganta de lata, ¡juar juar!, no te pases de lanza, mi Ol’Skiper.  Esos fueron algunos de los últimos discos que mi padre y yo escuchamos juntos, adquiridos algunos ya a través de internet o en las moribundas secciones de discos de las tiendas departamentales. Poco después vino la caída de mi papá, y ya no lograría fabricar buenos recuerdos, debido a la amnesia de lo reciente y una creciente hidrocefalia, y llegaría increíblemente su silencio literario, y decaería su interés por la música nueva, pues le es muy difícil de retener en la memoria. Pero alcanzó a percibir su renacimiento desde el Time out of mind (1997), y esa racha de buenos discos que le duró dos o tres más y le valió su coronación como un artista maduro, con un tercer aire que se comparó con sus mejores tiempos. Desde los primeros con la onda folk/rupestre, armado solo con su guitarra de palo y la armónica, pasando por los catárticos años eléctricos del Blood on the tracks, que marcó la ruptura de su gran fracaso amoroso, y el inicio de su conversión mental definitiva, allá por 1975, el año en que, para que lo sepa, también nací yo, y vine a dar guerra a este mundo maravilloso y cruel.


De esas fechas también, en los lejanos años setenta, es también otro de los últimos discos que mi father mandó pedir por ese monstruo del Amazon, fue uno en vivo, que recopila  la gira Rolling Thunder Revue, con la que, por aquellos días, emprendiste un recorrido por los E.U. nuevamente, pero esta vez ya no como un joven vagabundo, sino como un trovador trashumante y líder de una banda de artistas inadaptados, un asombroso circo de fenómenos; Y ya me enteré que es sobre esa serie de eventos insólitos, que el gran Martin Scorsese ha desarrollado para Netflix su más reciente documental sobre usted, maestro, capitán Bob, míster Dylan, mis respetos jefe (de los cuales recordamos otros excelentes, como el primero sobre usted, No direction home (2005), y pues supongo que ya vio el Living in the material world (2011) sobre el Harrison, y los de recopilación de cine italiano, I’ll mio viaggio in Italia (1999).) Salud por todo eso, maextro.

Y ya hablando de viajes sin retorno, si me permites, me gustaría platicarte mi propio “Bob Dylan‘s Dream”, a ver si tú lo recuerdas como yo; Déjame llevarte a pasear nuevamente por el fantástico y aterrador mundo de mis sueños, por si no te acuerdas de nuestro encuentro por allí, donde todo es posible… Incluso que, una buena noche, mientras me hundía en los brazos de Morfeo, desprevenido por completo de lo que me esperaba al cerrar los ojos y quedarme profundamente dormido (e imagínese usted mi sorpresa, por favor, si es tan amable, estimado Maestro) cuando me encontré a la mitad de un camino boscoso, vagando sobre una modesta carretera, entre la neblina que ocultaba cualquier rastro del sol y con cierto frío. Caminaba sin rumbo en medio de este escenario creado por el teatro de mis sueños, cuando de pronto, un gran auto antiguo, de lujo, negro y brillante, pasó por el camino junto a mí y al verme se detuvo. Los vidrios estaban polarizados y nadie dijo nada, pero se abrió la puerta trasera de esta limusina, o sería por lo menos un larguísimo Cadillac negro. No teniendo mejor opción, abordé la nave y me encontré en un elegante interior de piel roja, cálido y suave como el terciopelo. Una vez allí, una voz distorsionada por algún interfón, me indicó que me pusiera cómodo, y si así lo deseaba, hiciera uso, libremente, de una cava repleta de alcohol de lo más fino, que contenía también cajas de puros cubanos y cigarros de todas formas, substancias y sabores. La voz del interfón era irreconocible, pero algo en su timbre se me hizo muy familiar… ¿No te suena, aún no me recuerdas? Permíteme que continúe entonces con mi relato, si no tienes nada mejor que hacer que leerme, mientras bebemos de tu nueva marca de Whisky.
Al principio, relaciono este sueño, inconscientemente, con un antiguo recuerdo, de unos viejos amigos criminales, que, siendo yo solo un joven adolescente, pasaron por mí a las puertas de esta casa, y me llevaron de paseo a fumar mota con ellos, antes de que se dirigieran a cometer un asesinato, o al menos a intentarlo, no sé, pero uno de ellos sigue en la cárcel, pues allí se siente más en su hogar, el otro se cataloga como “paradero desconocido”. En la parte trasera del auto, había una pistola Magnum y un revolver Smith  & Wesson de acero puro y gris, y se sentía como auténtico metal pesado en mis manos; y recuerdo que me pidieron que les forjara algunos churros de yerba, sentado a mis anchas  en el asiento de atrás, mientras ellos planeaban su crimen.
Pero perdóneme, jefe, porque divago: De vuelta en mi sueño, el auto avanza por la carretera a gran velocidad y de pronto, cuando se hace de noche, entra en una típica ciudad gringa, con sus rascacielos, sus autopistas y boulevards; Y yo con mi trago y cigarro en la mano, como un Cantinflas en casa de Pardavé, me refocilo en los asientos de piel, mientras disfruto del paisaje citadino nocturno gabacho-americano, hasta que comienzo a preguntarme quienes son mis benefactores. Escucho que ríen, platican, gritan y beben, brindan ruidosamente con copas de cristal y el humo de sus puros se cuela por rendijas de las ventanas polarizadas, las mismas que me impiden ver quienes son el conductor y su copiloto, de este vehículo negro y brillante, que pese a su gran tamaño, se mueve entre el tráfico de la noche con fluidez y pericia, da vueltas como un auto de carreras y cada vez acelera más, ignorando semáforos rojos y policías de tránsito pidiéndonos que bajemos la velocidad, que no nos persiguen, pero emiten sonidos con sus sirenas de advertencia. El Cadillac fabuloso, sin embargo, sigue su camino a través de puentes estilo Nueva York, y cruza por barrios bajos rodando frenéticamente, levantando el polvo o estallando en los charcos de lluvia, hasta que comienzo a preocuparme y ninguna cantidad de alcohol es suficiente para calmarme, ni la mota ni las pastas ayudan, y aumenta delirantemente mi curiosidad por conocer la identidad de quienes ahora, parecen ser más bien mis secuestradores, que quienes me habían rescatado del frío bosque.  Así que me acerco a la ventana cerrada, y les toco el vidrio negro pidiendo que bajen la ventanilla y se muestren, se revelen, y descubran sus personajes misteriosos… Pero siguieron ocultos detrás de las carcajadas que les produjo mi petición, que poco a poco se tornaba en súplica, cuando el auto giró como un reptil en la noche, e ingresó en sentido contrario por una avenida repleta de automóviles fluyendo en dirección inversa. Dándome cuenta del peligro enorme en que nos hallábamos, les grité que quienes eran, que pretendían, que quieren de mí, que me dejaran bajar, pero todo eso solo parecía divertir más a mis pilotos anónimos, en su carrera contra el destino. Los carros en sentido contrario pitaban con sus cláxones y nos gritaban furiosos, toda clase de insultos y maldiciones, nos lanzaban objetos contundentes contra la carrocería y ventanillas, pero el Cadillac negro no se amedrenta, y continuó en contraflujo a todo lo que da el acelerador, olvidándose completamente del freno y esquivando la embestida de los autos enemigos escasamente, por milímetros, o de plano rozándolos y colisionando fugazmente, pero nada lo detenía, corría lanzando chispas al frotarse ligeramente contra la lámina de los otros pobres diablos, muertos de pánico, que desafortunadamente se cruzaban en nuestro camino. Y cuando estaba a punto de rezar, tras checar que las puertas estaban bien cerradas y no tenía escapatoria, más que a través del triunfo descabellado del conductor sobre sus improvisados e inadvertidos adversarios, la ventana que me separaba de la cabina se abrió, y ambos, los dos bromistas del camino, los retadores del peligro, se descubrieron, de entre las sombras y el humo, como quienes realmente eran. Con un silencio sincronizado se giraron para mirarme y estallaron en risas, al notar mi rostro pálido de pánico, tragando saliva ácida, y me sonrieron con camaradería, aún en contrasentido, ignorando ahora sí por completo el volante, pues el auto parecía manejarse solo. Y entonces, me palmearon las rodillas con fuerza, mirándome con gusto, como si me conocieran de siempre, y me hubieran jugado tan sólo una broma pesada. Una broma que aún no termina, por cierto, pues cuando me doy cuenta, con absoluta sorpresa, de quiénes son, el hábil piloto y su irreverente acompañante, el par de locos que me eligieron para cruzar la ciudad esa noche a contra corriente, una alegría narcótica me desarma por completo y me prepara para morir feliz y casi extático, pues al fin acepto la realidad absurda de mi sueño, y reconozco finalmente a quién viene manejando, el capitán de esa nave tan suicida e incontenible, es ni más ni menos, ¡que usted, el querido maestro de mi padre: Don Bob Dylan!, ¿Ahora si ya me recuerdas?, ¡estabas muerto de risa y con los ojos vidriosos de alguna droga intergaláctica!, ¿Te acuerdas, Capitán, aún estás soñando lo mismo que yo?; Y venías acompañado, por increíble que esto me pareciera, ¡por un intoxicado e hilarante Neil Young!; Y entonces ambos me animaron, a que no me tome las cosas tan en serio, que me ría de la vida y la muerte, que acepte mi destino y fluya a contracorriente. Así que me doy un buen trago, sonrío y me relajo entre los rechinidos de llantas y gritos de pánico, me hundo en los asientos de piel roja, y me desplomo en mi sueño, que se convierte en un telón de oscuridad, y ahora sí, entre el caos y los derrapones de mi confiable cochero, me duermo profundamente, hundido en mis sueños de rocanrol.
Pero bueno, let’s go back home, master, if you will, acá con don José Agustín, quién recientemente sufrió una caída leve, pero que le impidió caminar por varios días, y ahora, con dificultad, ha recuperado la capacidad de andar por el interior de su casa, e inevitablemente yo pienso en ese anciano astronauta, al final de 2001, la Odisea espacial del master Kubrick, a punto de convertirse en el embrión cósmico, tras deambular por una especie de estación espacial fuera del tiempo y el espacio: Pero en esta versión, mi padre no está solo, a su lado está mi madre y su esposa, doña Margarita, que valientemente enfrenta al dragón de su destino creado juntos, con una pequeña ayuda de sus amigos y las poderosas fuerzas de la naturaleza. Esto para que conozca de mi familia, antes de que el barco se hunda, mi capi.
A mi lado, Karen ha vuelto a visitarme, y descansa leyendo Armablanca de José Agustín (su sentido homenaje a Casablanca, otra película clásica, y favorita de mi jefe), acostada como toda una musa en silencio, en mí cama, sobre mi sarape de neón, y de pronto, en tardes como esta, escuchando las Trinity sessions revisited de los Cowboy Junkies, trato de ser uno con el Gran Espíritu, y de olvidarme de la pesadilla al otro lado de la gran piedra y el pasto, cruzando el jardín y la alberca, en la Casa que Canta, y de mi padre inmóvil en su cama, un tanto enojado y confundido, mirando a la nada. Y sueño que todo tendrá que cambiar, para bien o para mal, que la rueda de la fortuna seguirá girando, hasta que quizás nos permita escapar de nuestra prisión de piel. E intento imaginar que todo es como debe ser, y todo está bien en el Universo.
Pero aquí me despido, jefe, lo dejo seguir su camino por el atardecer dorado, y me quedo en esta nave de nuestra propia locura divina, donde nuestro muy particular drama humano se desarrolla lentamente, como las nubes que surcan el cielo abrasador de nuestras vidas; Y te comento, ya finalmente, antes de dejarte volar en paz, como un cuervo en la noche, que por acá aún te escuchamos, mi querido y viejo capitán Bob Dylan, alias don Robert Zimmerman, como si de la luz de un faro marino se tratara, te comparto que tú has sido, para mi gran familia universal, un destello inconfundible que nos salvó tantas veces de estrellarnos contra las rocas y los arrecifes, en algún naufragio inminente. Y para mí al menos, ya por última y nos vamos, capitán, te confieso que eres un resplandor en la noche, que aún nos guía, mientras tú mismo avanzas sin miedo, explorando este camino de estrellas sin nombre.
¡Salud Bob!, desde la hermana república de Cuautla Morelos:                    J.A.R. (15/06/2019)