VII
CUANDO
LA MÚSICA TERMINE
“Sin música, la vida sería un error”, dijo
alguna vez Federico Nietzsche, en su poca conocida faceta como pianista y
compositor de al menos un par de sinfonías, y, por cierto, yo creo que tenía
razón: La música es de esos elementos fundamentales para el alma humana, así
como el agua es vital para el cuerpo, o el fuego y el viento, o los frutos de
la Madre Tierra, así los alimentos del espíritu se cocinan muchas veces a través
de las artes, siendo la música la receta
más directa, y quizá más perdurable de la creación, para alcanzar los
sentimientos y emociones más vitales y profundos.
En
mi casa, que en realidad es la casa de mis padres y de todos ustedes, amables
lectores, la música siempre ha sido una parte básica de la convivencia diaria,
así me lo enseñó mi padre, don José Agustín, quien era un melomaniaco
consumado, y bastante reconocido por ese interés, aunque nunca tocó ningún
instrumento (pero dice que intentó aprender la guitarra siendo muy chavo, cuando
tomó algunas clases con el célebre Javier Bátiz, ni más ni menos), ni hizo una
carrera musical, pero en los muchos libros que escribió, siempre hubo múltiples
referencias a su pasión por toda clase de música, y especialmente, por ese
ritmo que él vio nacer y que hoy se ha vuelto una de las expresiones populares
más extendidas en el mundo, además de longevas, prolíferas y divertidas en la
historia de las vanguardias musicales: me refiero desde luego al rock &
roll, esa gran roca rodante de nuestra precaria evolución.
Pero
no es que mi padre sólo me inculcara esta clase de música, si bien es su
favorita, pues también era devoto de la música clásica, los ritmos tropicales
del caribe, la rumba, el merengue y el son, así como las tradiciones de nuestro
país, como el huapango, el son veracruzano, el corrido norteño o hasta el
mariachi. O toda clase de músicas del mundo, tradiciones milenarias alrededor
del globo. Así mismo, gusta del viejo jazz, de las grandes bandas y la
improvisación, del country y el blues, hasta algo de reggae. Y cuando llegó la
electrónica, también disfrutó de algunos buenos dj’s, o del Trip hop, del
ambiental y etc., es decir la música electrónica no basada exclusivamente en el
ritmo del “punchis-punchis”. De todo esto quedó evidencia en su más reciente
publicación en Random House, una edición de textos periodísticos selectos: El hotel de los corazones solitarios.
Pero
volviendo las rucanrolas en los sixties,
en aquellos tiempos casi bíblicos, ese género musical naciente era considerado
por muchos como una locura, una bajeza, la decadencia de la raza humana, que
derrumbaría las buenas costumbres de la cultura blanca/colonialista, al caer en
los vicios y tentaciones de la música negra, y sus raíces africanas, salidas de
una mezcla entre las antiguas religiones del continente oscuro y sus ritmos de
guerra y brujería, mezclados con la nueva vida en América y la fe cristiana, la
cual se les impuso y finalmente adquirieron, en un clásico proceso de
sincretismo. Fue una fusión de continentes y tiempos nunca antes vista, como
jamás se había escuchado en la Tierra o el cielo, misma que dio origen al
blues, al jazz y al rythm & blues, que ya era prácticamente rock, solo
faltaba una leve dosis de country para volverlo el género musical tan mestizo
que es el rocanrol. Y con el tiempo se extendió a todo el mundo, absorbiendo
otros estilos tradicionales de cada latitud terráquea. Pero en esos tiempos tan
primitivos, este tipo de música se consideró una invasión cultural extranjera y
burguesa, durante la década de los sesentas, especialmente por los miembros
radicales del partido comunista, al cual pertenecía mi tío Guti, el hermano y
compañero de vida, filosofía y artes de mi papá. Mi padre no pudo o no quiso
militar en esa organización, guiada férreamente, entre otros célebres
disidentes, por José Revueltas, a quién sin embargo reencontraría después en
Lecumberri, y acordarían trabajar juntos en la adaptación cinematográfica de El Apando. Pero back in those days, mi
padre consideró que la postura de los comunistas ante el rock era parcial y
confusa, porque, como muchos en esa época, no estaban listos para los cambios
que venían, la gran revolución de la década más contracultural, convulsa y
propositiva del siglo pasado y lo que va de este nuevo milenio, tan terrorista
y pañalero. Poco después, hasta mi tío Guti se alejó de los comunistas, aunque
era un marxista, leninista, maoísta, cheguevarista y admirador fiel de Fidel
Castro, en ese orden, pero de hueso bien colorado, y sin embargo los abrió
hasta la China, cuando le dijeron que también tendría que dejar la pintura, y
abandonar sus geniales retratos, pues eran, le dijeron, un defecto burgués y clasemediero
de su carácter, que no cabría en una revolución roja y ahora debería dedicarse
exclusivamente a escribir los discursos de sus líderes.
Pero
nuestra afición casi fanática con el arte de los sonidos y los silencios, es una
herencia que se remonta, nuevamente, al tío abuelo/tocayo, el original José
Agustín Ramírez, y sus canciones/himnos de Guerrero, conocidas como chilenas. Él
nos inculcó el amor por la música, con sus rituales cantados, a toda la familia
Ramírez. Yo por mi parte, también tengo genes amantes de la música, pero más clásica,
por el lado materno, del apellido Bermúdez, entre los cuales tengo varios
parientes pianistas: mi abuelo y mi tío, ambos llamados José Luis, y mi primo
Claudio, un compositor de canciones cristianas y románticas en activo. Así que,
como a mi mamá también le gusta escuchar armonías todo el día, tenemos que la
nuestra es una familia con el ritmo inscrito en los huesos, en el alma, viviendo
dentro de una Casa musical: la imagino vista desde el cielo, o flotando con
todo y jardín en una burbuja interestelar, pero pequeña, vista desde las
alturas, como una de esas cajitas musicales que al abrirse se arrancaban con
alguna melodía, en una micro pianola, con un sonido metálico y muy prístino,
como salido de otro mundo, viajando por un conducto interdimensional hasta
nuestros oídos. Cuando la Casa se cierra, y la música termina, en las
madrugadas, las luces se apagan por algunas horas, pero cuando amanece, la caja
vuelve abrirse, y la música continúa, música psicodélica que brota desde esta Casa
en la colina, como diría el Jefe Caballo Loco.
De
modo que, nomás faltaba el pizarrón con el árbol genealógico del rocanrol, como
el de Jack Black en la Escuela del Rock,
para que mi jefe nos diera a mis hermanos y a mí una educación oficial en este
y otros estilos de música, tan amada a lo largo del tiempo y el espacio. Y así
fue como mejor lo conocimos, como más nos acercamos a él, a su erudición en
varias de las bellas artes, y sus gustos tan eclécticos, sus pulsiones tan
contradictorias, complejas y sofisticadas, o simples y bestiales. Y muy
lentamente, poco a poco, a través de estos, mis 43 abriles dando guerra en este
mundo matraca, me fui dando cuenta de qué era todo eso que mi padre escuchaba,
a todo volumen en su jardín, o en la sala, ya de noche, haciendo retumbar las
bocinas gigantes y los vidrios de toda la jaula.
Y
así, en cierta época, me interesé paulatinamente por todos los géneros y
vanguardias antes mencionadas, desde la bachata hasta la sinfonía, o el viejo y
acústico rock rupestre, conocido por los gringos como folk y por los latinos
como Trova; Pasando por el Bebop y el swing, hasta el rock espacial, el Progresivo,
algo de Heavy metal, llegando hasta el Punk, el indie, el Grunge y el Ciberpunk.
Y sin prisas pero sin pausas, poco a poco, también me acerqué a sus gustos más
crípticos en cuanto al rock de los sesentas, incluidos los grupos más extraños
y desconocidos de las coloridas u oscuras profundidades de esa era jipi, llena
de paz y amor, odio y guerra, drogas, sexo y flores.
Y
esto me permite llevar a la serpiente a morderse la cola, por si alguien piensa
que estoy divagando gacho. Permítanme explicarme: En mi casa, que es la de
todos ustedes, si no votan por el PRI, el PAN, el PRD y los grillos que se junten
mientras escribo esta noche, mi padre siempre fue el Disc Jockey…Y uno bastante
chingón, debería agregar, sobre todo para los tiempos en los que nos tocó
sobrevivir, me atrevería a decir que pocos tuvieron, por aquel entonces, el
privilegio de crecer con alguien tan prendido con la música y casi con todas
las bellas artes. Durante años se la pasó pinchando sus discos, que desde luego
al principio eran acetatos, pero luego evolucionaron en cassettes y antologías
personalizadas, hasta llegar a los discos compactos, brillantes como espejos
pulidos, pasando por el fracaso de los dorados laser discs y los blu rays, Ja
Ja.
Y
recientemente, hemos visto caer todo eso, y la música o el video se almacenan y
venden en memorias USB, o se descargan gratis de la internet, en sus múltiples
plataformas de comercialización legales o piratas, por todos bien conocidas,
que simplemente permiten compartir la música gratis o casi, desencadenadas de
los derechos de autor, arruinando la industria, la fábrica de estrellas artificiales,
la fama como se conocía, corroyendo lentamente el capitalismo de las viejas y
todo poderosas disqueras y sus patrones, escualos prehistóricos de la industria
musical, como la conocimos en ese viejo y decadente siglo pasado.
Pero
mi padre ya no alcanzó a ver todo eso. Es decir, aunque hoy en día le bajo
videos directo de la internet, a su computadora personal, o a su televisión de
la sala, él siempre me pregunta de dónde saqué ese video o dvd, y le vuelvo a
explicar que ya todo es gratuito en la omnisapiente interred, que lo bajé de
You tube por el mismo precio de la conexión al teléfono y que ese teléfono está
conectado directo a las nubes, y a los satélites que flotan girando en órbitas
sobre la Tierra, traficando toda nuestra brillante o inútil información digital…
que las computadoras personales, la red de peceras internacional, conforma una
especie de dios pagano, al cual el mundo rinde pleitesía diaria y nocturnamente,
en un insomnio narcótico y sumamente adictivo. Pero hay que disfrutar de esa
droga, también, mientras podamos, pues como profetizó Timothy Leary, en su
evangelio lisérgico, el gobierno intentará prohibirla tarde o temprano, si no
obtiene más beneficios en términos de control de la población, enajenación y
consumismo, versus independencia del pueblo, flujo libre de ideas, y organización
autogestiva, fuera de las leyes corruptas del estado.
En
fin, pues espero que este choro mareador sirva como prólogo o introducción para
lo que realmente quiero escribir esta noche: Sobre los gustos musicales más
secretos e íntimos de mi papá, y especialmente, sus conocimientos casi herméticos,
sobre el rock menos conocido de la era Jipidélica; Lo cual nos llevará a
visitar el espíritu sinfónico de Oliver Sacks y su ensayo llamado The last Hippy, así como la película
basada en ese fragmento de su libro Un
antropólogo en Marte, titulada: Y la
música nunca se detuvo, en honor a un disco muy particular sobre las raíces
del Grateful Dead; Así que prepárense para saludar a Jim Morrison y a Martin Scorsese,
también, en la octava entrega de este, El
Blog de José Agustín y esta novela aún In útero, El memorial de nuestra amnesia; Mientras continúo con este breve
recorrido por las obsesiones melómanas de mi padre, mi mentor musical,
literario y alucinógeno. Y de cómo esta fue su última lección, en las artes de
la armonía, en nuestra Escuela privada del Rock antiguo, poco antes de que dejara
finalmente de poner sus discos, y comenzó a sumergirse en un silencio que yo no
estoy dispuesto a tolerar; y de cómo lentamente me heredó la estafeta de Dj
casero, para que él y también mi jefa puedan seguir escuchando sus discos y
cantando sus canciones, dentro de un mar de música que amenaza con arrasar con
la casa, como un tsunami de ruido ensordecedor; Y de cómo aquí, en esta Casa
musical de todos ustedes, con su jardín flotante sembrado de letras floridas, seguimos
necios escuchando discos completos, y todas sus rolas a lo grande, a todo
volumen, desde acetatos, cassettes y
discos compactos, mientras el mundo entero se cae en pedazos.
Ok,
pues si esto es algo que podría interesarles, no se pierdan el próximo capítulo:
NAUFRAGIO EN UN MAR DE MÚSICA; En este, su Blog from outer space…
¡Gracias
por visitar!