lunes, 8 de octubre de 2018

VII CUANDO LA MÚSICA TERMINE







VII

CUANDO LA MÚSICA TERMINE


Sin música, la vida sería un error”, dijo alguna vez Federico Nietzsche, en su poca conocida faceta como pianista y compositor de al menos un par de sinfonías, y, por cierto, yo creo que tenía razón: La música es de esos elementos fundamentales para el alma humana, así como el agua es vital para el cuerpo, o el fuego y el viento, o los frutos de la Madre Tierra, así los alimentos del espíritu se cocinan muchas veces a través de las artes, siendo la música  la receta más directa, y quizá más perdurable de la creación, para alcanzar los sentimientos y emociones más vitales y profundos.
En mi casa, que en realidad es la casa de mis padres y de todos ustedes, amables lectores, la música siempre ha sido una parte básica de la convivencia diaria, así me lo enseñó mi padre, don José Agustín, quien era un melomaniaco consumado, y bastante reconocido por ese interés, aunque nunca tocó ningún instrumento (pero dice que intentó aprender la guitarra siendo muy chavo, cuando tomó algunas clases con el célebre Javier Bátiz, ni más ni menos), ni hizo una carrera musical, pero en los muchos libros que escribió, siempre hubo múltiples referencias a su pasión por toda clase de música, y especialmente, por ese ritmo que él vio nacer y que hoy se ha vuelto una de las expresiones populares más extendidas en el mundo, además de longevas, prolíferas y divertidas en la historia de las vanguardias musicales: me refiero desde luego al rock & roll, esa gran roca rodante de nuestra precaria evolución.
Pero no es que mi padre sólo me inculcara esta clase de música, si bien es su favorita, pues también era devoto de la música clásica, los ritmos tropicales del caribe, la rumba, el merengue y el son, así como las tradiciones de nuestro país, como el huapango, el son veracruzano, el corrido norteño o hasta el mariachi. O toda clase de músicas del mundo, tradiciones milenarias alrededor del globo. Así mismo, gusta del viejo jazz, de las grandes bandas y la improvisación, del country y el blues, hasta algo de reggae. Y cuando llegó la electrónica, también disfrutó de algunos buenos dj’s, o del Trip hop, del ambiental y etc., es decir la música electrónica no basada exclusivamente en el ritmo del “punchis-punchis”. De todo esto quedó evidencia en su más reciente publicación en Random House, una edición de textos periodísticos selectos: El hotel de los corazones solitarios.
Pero volviendo las rucanrolas en los sixties, en aquellos tiempos casi bíblicos, ese género musical naciente era considerado por muchos como una locura, una bajeza, la decadencia de la raza humana, que derrumbaría las buenas costumbres de la cultura blanca/colonialista, al caer en los vicios y tentaciones de la música negra, y sus raíces africanas, salidas de una mezcla entre las antiguas religiones del continente oscuro y sus ritmos de guerra y brujería, mezclados con la nueva vida en América y la fe cristiana, la cual se les impuso y finalmente adquirieron, en un clásico proceso de sincretismo. Fue una fusión de continentes y tiempos nunca antes vista, como jamás se había escuchado en la Tierra o el cielo, misma que dio origen al blues, al jazz y al rythm & blues, que ya era prácticamente rock, solo faltaba una leve dosis de country para volverlo el género musical tan mestizo que es el rocanrol. Y con el tiempo se extendió a todo el mundo, absorbiendo otros estilos tradicionales de cada latitud terráquea. Pero en esos tiempos tan primitivos, este tipo de música se consideró una invasión cultural extranjera y burguesa, durante la década de los sesentas, especialmente por los miembros radicales del partido comunista, al cual pertenecía mi tío Guti, el hermano y compañero de vida, filosofía y artes de mi papá. Mi padre no pudo o no quiso militar en esa organización, guiada férreamente, entre otros célebres disidentes, por José Revueltas, a quién sin embargo reencontraría después en Lecumberri, y acordarían trabajar juntos en la adaptación cinematográfica de El Apando. Pero back in those days, mi padre consideró que la postura de los comunistas ante el rock era parcial y confusa, porque, como muchos en esa época, no estaban listos para los cambios que venían, la gran revolución de la década más contracultural, convulsa y propositiva del siglo pasado y lo que va de este nuevo milenio, tan terrorista y pañalero. Poco después, hasta mi tío Guti se alejó de los comunistas, aunque era un marxista, leninista, maoísta, cheguevarista y admirador fiel de Fidel Castro, en ese orden, pero de hueso bien colorado, y sin embargo los abrió hasta la China, cuando le dijeron que también tendría que dejar la pintura, y abandonar sus geniales retratos, pues eran, le dijeron, un defecto burgués y clasemediero de su carácter, que no cabría en una revolución roja y ahora debería dedicarse exclusivamente a escribir los discursos de sus líderes.
Pero nuestra afición casi fanática con el arte de los sonidos y los silencios, es una herencia que se remonta, nuevamente, al tío abuelo/tocayo, el original José Agustín Ramírez, y sus canciones/himnos de Guerrero, conocidas como chilenas. Él nos inculcó el amor por la música, con sus rituales cantados, a toda la familia Ramírez. Yo por mi parte, también tengo genes amantes de la música, pero más clásica, por el lado materno, del apellido Bermúdez, entre los cuales tengo varios parientes pianistas: mi abuelo y mi tío, ambos llamados José Luis, y mi primo Claudio, un compositor de canciones cristianas y románticas en activo. Así que, como a mi mamá también le gusta escuchar armonías todo el día, tenemos que la nuestra es una familia con el ritmo inscrito en los huesos, en el alma, viviendo dentro de una Casa musical: la imagino vista desde el cielo, o flotando con todo y jardín en una burbuja interestelar, pero pequeña, vista desde las alturas, como una de esas cajitas musicales que al abrirse se arrancaban con alguna melodía, en una micro pianola, con un sonido metálico y muy prístino, como salido de otro mundo, viajando por un conducto interdimensional hasta nuestros oídos. Cuando la Casa se cierra, y la música termina, en las madrugadas, las luces se apagan por algunas horas, pero cuando amanece, la caja vuelve abrirse, y la música continúa, música psicodélica que brota desde esta Casa en la colina, como diría el Jefe Caballo Loco.
De modo que, nomás faltaba el pizarrón con el árbol genealógico del rocanrol, como el de Jack Black en la Escuela del Rock, para que mi jefe nos diera a mis hermanos y a mí una educación oficial en este y otros estilos de música, tan amada a lo largo del tiempo y el espacio. Y así fue como mejor lo conocimos, como más nos acercamos a él, a su erudición en varias de las bellas artes, y sus gustos tan eclécticos, sus pulsiones tan contradictorias, complejas y sofisticadas, o simples y bestiales. Y muy lentamente, poco a poco, a través de estos, mis 43 abriles dando guerra en este mundo matraca, me fui dando cuenta de qué era todo eso que mi padre escuchaba, a todo volumen en su jardín, o en la sala, ya de noche, haciendo retumbar las bocinas gigantes y los vidrios de toda la jaula.
Y así, en cierta época, me interesé paulatinamente por todos los géneros y vanguardias antes mencionadas, desde la bachata hasta la sinfonía, o el viejo y acústico rock rupestre, conocido por los gringos como folk y por los latinos como Trova; Pasando por el Bebop y el swing, hasta el rock espacial, el Progresivo, algo de Heavy metal, llegando hasta el Punk, el indie, el Grunge y el Ciberpunk. Y sin prisas pero sin pausas, poco a poco, también me acerqué a sus gustos más crípticos en cuanto al rock de los sesentas, incluidos los grupos más extraños y desconocidos de las coloridas u oscuras profundidades de esa era jipi, llena de paz y amor, odio y guerra, drogas, sexo y flores.
Y esto me permite llevar a la serpiente a morderse la cola, por si alguien piensa que estoy divagando gacho. Permítanme explicarme: En mi casa, que es la de todos ustedes, si no votan por el PRI, el PAN, el PRD y los grillos que se junten mientras escribo esta noche, mi padre siempre fue el Disc Jockey…Y uno bastante chingón, debería agregar, sobre todo para los tiempos en los que nos tocó sobrevivir, me atrevería a decir que pocos tuvieron, por aquel entonces, el privilegio de crecer con alguien tan prendido con la música y casi con todas las bellas artes. Durante años se la pasó pinchando sus discos, que desde luego al principio eran acetatos, pero luego evolucionaron en cassettes y antologías personalizadas, hasta llegar a los discos compactos, brillantes como espejos pulidos, pasando por el fracaso de los dorados laser discs y los blu rays, Ja Ja.
Y recientemente, hemos visto caer todo eso, y la música o el video se almacenan y venden en memorias USB, o se descargan gratis de la internet, en sus múltiples plataformas de comercialización legales o piratas, por todos bien conocidas, que simplemente permiten compartir la música gratis o casi, desencadenadas de los derechos de autor, arruinando la industria, la fábrica de estrellas artificiales, la fama como se conocía, corroyendo lentamente el capitalismo de las viejas y todo poderosas disqueras y sus patrones, escualos prehistóricos de la industria musical, como la conocimos en ese viejo y decadente siglo pasado.
Pero mi padre ya no alcanzó a ver todo eso. Es decir, aunque hoy en día le bajo videos directo de la internet, a su computadora personal, o a su televisión de la sala, él siempre me pregunta de dónde saqué ese video o dvd, y le vuelvo a explicar que ya todo es gratuito en la omnisapiente interred, que lo bajé de You tube por el mismo precio de la conexión al teléfono y que ese teléfono está conectado directo a las nubes, y a los satélites que flotan girando en órbitas sobre la Tierra, traficando toda nuestra brillante o inútil información digital… que las computadoras personales, la red de peceras internacional, conforma una especie de dios pagano, al cual el mundo rinde pleitesía diaria y nocturnamente, en un insomnio narcótico y sumamente adictivo. Pero hay que disfrutar de esa droga, también, mientras podamos, pues como profetizó Timothy Leary, en su evangelio lisérgico, el gobierno intentará prohibirla tarde o temprano, si no obtiene más beneficios en términos de control de la población, enajenación y consumismo, versus independencia del pueblo, flujo libre de ideas, y organización autogestiva, fuera de las leyes corruptas del estado.
En fin, pues espero que este choro mareador sirva como prólogo o introducción para lo que realmente quiero escribir esta noche: Sobre los gustos musicales más secretos e íntimos de mi papá, y especialmente, sus conocimientos casi herméticos, sobre el rock menos conocido de la era Jipidélica; Lo cual nos llevará a visitar el espíritu sinfónico de Oliver Sacks y su ensayo llamado The last Hippy, así como la película basada en ese fragmento de su libro Un antropólogo en Marte, titulada: Y la música nunca se detuvo, en honor a un disco muy particular sobre las raíces del Grateful Dead; Así que prepárense para saludar a Jim Morrison y a Martin Scorsese, también, en la octava entrega de este, El Blog de José Agustín y esta novela aún In útero, El memorial de nuestra amnesia; Mientras continúo con este breve recorrido por las obsesiones melómanas de mi padre, mi mentor musical, literario y alucinógeno. Y de cómo esta fue su última lección, en las artes de la armonía, en nuestra Escuela privada del Rock antiguo, poco antes de que dejara finalmente de poner sus discos, y comenzó a sumergirse en un silencio que yo no estoy dispuesto a tolerar; y de cómo lentamente me heredó la estafeta de Dj casero, para que él y también mi jefa puedan seguir escuchando sus discos y cantando sus canciones, dentro de un mar de música que amenaza con arrasar con la casa, como un tsunami de ruido ensordecedor; Y de cómo aquí, en esta Casa musical de todos ustedes, con su jardín flotante sembrado de letras floridas, seguimos necios escuchando discos completos, y todas sus rolas a lo grande, a todo volumen, desde  acetatos, cassettes y discos compactos, mientras el mundo entero se cae en pedazos.
Ok, pues si esto es algo que podría interesarles, no se pierdan el próximo capítulo: NAUFRAGIO EN UN MAR DE MÚSICA; En este, su Blog from outer space…
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