EL
PEQUEÑO LIBRO DE LOS SUEÑOS
CAPÍTULO II
DIOS ES MI VECINO
Mi padre solía decirme que Eric
Clapton era Dios. Tú sabes, el gran guitarrista, primero de la Crema, luego de
Blind Faith, después Derek & the Dominoes y finalmente un asombroso
solista, la Lira más veloz y precisa en la historia del rock&roll. Quizás
sólo detrás (o rivalizando) con Jimi Hendrix, ese otro dios negro, de la eterna
Fender Stratocaster blanca. Pero mi Pater aún repite eso de vez en cuando,
cuando escuchamos al Eric Claxon felizmente en esta, su Casa que Canta, y yo
recuerdo que desde entonces, aquella declaración en tono bromista solía
contrariarme, pues me costaba trabajo tragármela, y de hecho aún me cuesta
trabajo imaginar a Dios como un cabrón rocanrolebrio inhalando sendas rayas de
coca, bebiendo whisky sin parar, tragando ácidos y fumando mota, para
finalmente caer en la adicción al arpón, los deliciosos elixires del opio
intravenoso… Pero supongo que se refería a los buenos tiempos, cuando este
músico súper dotado aun embrujaba a las masas roqueras con sus acordes, solos y
efectos especiales, increíbles para su época, pues en aquel entonces, ningún músico
le había logrado sacar tanto jugo a las guitarras eléctricas, como lo hicieron
Hendrix y Clapton en los sixtis.
Sin embargo, esto de que el
Clapton era God, no era una invención de mí papá, o algún disparate metafísico
personal, sino una auténtica cita callejera de la contracultura, en la década
de los sesentas, cuando, según él (así me contaba siendo yo un niño), los jipis
y demás rebeldes de Inglaterra solían escribir esa pinta (“Eric Clapton is God”) con aerosol en las calles de Londres, o con
lo que sea que pintaran sus consignas en esa era tan remota del rucanrol,
cercana al precámbrico, o de perdida, al Jurásico. Así crecí, entre mi madre que nos acercaba, a
mis hermanos y a mí, al catecismo (y por suerte al padre José Luis, un
sacerdote de la teología de la liberación), y mi Gran Jefe/Vato Loco, que nos
inculcaba una historia pagana de heráldica rocanrolera, donde un tal “EriClapton”
era más dios que el Papa, y así lo demostraba con las notas casi celestiales
que emergían de su portentosa guitarra mágica, por la forma maravillosa de
tocar las cuerdas, bendecido a todas luces, poseedor de un arpegio tan virtuoso
como inspirado, prendido con la savia ardiente de las creaciones musicales más insólitas,
alcanzando altitudes difíciles de superar por sus colegas guitarristas. Hasta
que llegó Hendrix, claro, y se murió en la cumbre de su éxito y capacidad,
grabando su nombre primero, en la historia de los mártires de la Gran Rocka
Rodante. Pero si hablamos de una carrera de resistencia y la cantidad de
trabajo, Clapton gana limpiamente.
Pero
no todo es santidad, en esta historia, una de sus últimas gracias bluseras
fueron los dos discos en homenaje a su ídolo, Me & míster Robert Johnson y Sessions for Robert J. (ambos del 2004), un viejo cantautor
rupestre, célebre por sus inspirados, crudos y oscuros temas en clave de blues,
y por supuestamente haberle vendido su alma al Diablo, en un solitario cruce de
caminos, al sur de los viejos Estados Unidos, a cambio de la habilidad para
tocar la guitarra acústica con un talento prodigioso y su ingenio para escribir
canciones, varias de ellas, de temática diabólica, fueron las que dieron pie a
la leyenda, como “Hell hound on my trail” y “Me & the Devil”, mismas que Clapton
interpreta con maestría y devoción, y que el mismo Eric confiesa, no puede emular
sin ayuda de otro guitarrista de acompañamiento.
Pero
su más grande prueba como ser humano, quizás el evento más duro de su vida, fue
la muerte de su pequeño hijo, un bebé, en un fatal accidente. Un punto de
quiebre para su carrera, que se reflejó en uno de sus mayores éxitos, la balada
“Tears in heaven”, donde hablaba con su
hijo recién fallecido, a quién imagina en el cielo, en el Paradise lost, y
lejos de reconocerse en quienes lo idolatraban como a un Dios, él se declara a
sí mismo Persona Non Grata en el cielo: “Cos I know I don´t belong, here in
Heaven”. Esta pieza se incluía, por cierto, en su excelente y muy tripeado
soundtrack para la película Rush
(1991), un clásico del Drug Cinema.
Pero
a favor de su alma tan brillante, otrora comparada con el Gran Espíritu, tuvo
varios accesos de iluminación, como en “Presence of the Lord”, de Blind Faith
(Fe Ciega), su banda de culto, con un solo disco; Y desde luego, no podemos
dejar de mencionar su asombrosa rehabilitación, cuando dejó la cocaína, la
heroína, el alcohol y demás drogas, para dedicarse exclusivamente a su
verdadero llamado: La música, la Lira de lo Orfeo. Incluso abrió varios centros
de rehabilitación para adictos en distintas partes del mundo, así de
comprometido se sintió a hacer el bien, y resarcir un poco sus travesuras, como
haber acercado esa droga tan dura a otros músicos, la poderosa heroína, incluido
John Lennon, con resultados nefastos, por todos bien conocidos. Así, se quitó
de traumas y se atrevió a cantar, le robó la novia a George Harrison, la que
inspirara su himno de amor apasionado, “Layla”, y desarrolló una de las
carreras más fértiles de la historia del Rucanrol, como solista, roquero y
guitarrista virtuoso, similar a la de Buddy Guy o B.B. King. Estos fueron sus
maestros en la era de las armonías eléctricas. Con el B.B. King incluso tuvo
una colaboración memorable: Ridding with
the King (2000), donde aparecía como el chofer del Rey del Blues.
Recuerdo
a mi jefe comprándolo, poniéndolo y escucharlo a todo volumen, con deleite, fascinado,
como quién prueba un vino de dos mil años. Otra de las facetas más plausibles,
de este auténtico guitar hero, son sus múltiples colaboraciones con muchos
otros grandes músicos, desde Dylan, hasta George Harrison o Dire Straits, en
vivo o estudio, siempre fue buen hermano; Pero en últimas fechas, no se pueden
perder sus dos discos, uno con y otro en homenaje al fallecido J.J. Cale, The Road to Escondido (2006), y The Brezze (2014). El primero de estos
últimos dos discos, aún fue comprado por mi papá y el segundo, ya por un
servidor, en una agonizante Mixup de avenida Universidad, pero ambos
compartidos con entusiasmo, a todo volumen, y luego debidamente ordenados
alfabéticamente, en la discoteca de mi padre, letra “C”, junto a otros grandes
como los Cars, The Clash, The Cramps, Leo Cohen o The Cure.
Todo
esto acá, en nuestro pequeño rincón del mundo, donde aún se conserva un
pedacito del jardín del Edén, y allí se encuentra la Casa que Canta, en una
cajita musical, dentro de una burbuja embrujada, flotando en el espacio negro
del cosmos.
Recientemente,
al igual que lamento el silencio escrito de mi padre, el otrora Joven Escritor
Mexicano, suspiré al escuchar que Clapton anunció su retiro oficial de los
grandes escenarios, debido a problemas de salud, por una neuropatía periférica,
sea lo que eso sea, que le causa constantes dolores musculares en brazos y
manos, además de inoportunas bio-descargas eléctricas. Es tan triste comprender
que el Dios de la guitarra se apaga al fin, al menos en cuanto a sus
apariciones públicas o la posibilidad de algún nuevo material, con la altura de
sus trabajos de juventud y madurez. Pero poco antes de dar esta noticia tan cruel,
realizó una última gran gira llamada “Manos
Lentas” a los Setenta, donde casi le dio la vuelta al mundo, y todavía hizo
gala de sus dotes como intérprete superdotado del blues y el rocanrol.
Y
aunque últimamente, Eric amenazó con volver, y dar una gira más, la triste
verdad es que, aún si se concreta, huele a despedida, al igual que la de los
eternos Rolling Stones, programada para este año, pero temporalmente pospuesta,
por una cirugía de corazón del sir Mick Jagger.
Pero por aquellas
fechas, en que vimos (en un dvd pirata) esta última serie de conciertos
internacional, tuve un sueño, en donde Eric Clapton era mi vecino, nuestro
vecino de enfrente pues, acá en la casa de mis padres, en Cuautla Morelos. Esto
ya en la era en que mi jefe convalece casi recluido, combatiendo la
hidrocefalia y la amnesia reciente, tras su fatídico accidente en Puebla, en
2009. Pero no es la primera vez que sueño con grandes roqueros, o con Dios para
ese caso, aunque esa es otra historia, y ya se las iré contando, todo a su
debido tiempo, en este pequeño libro de mis sueños. Pues sí, el Eric era
nuestro vecino y al salir yo, en la mañana, para abrir nuestro portón negro, me
encontraba con que él, que también salía a la calle, abría de par en par sus
puertas, en la casa de enfrente (que realmente existe, pero desde luego no la
habita ninguna celebriedad), y con una gran sonrisa, me saludaba amablemente, muy
natural y con cierta cordialidad amistosa, como quién se topa a diario con su
vecino. Debo anotar que, la noche anterior, al parecer había caído una buena
tormenta, en este mundo de mis sueños, pues toda la calle estaba húmeda, llena
de hojarasca, y olía como el aroma de tierra mojada, que vuela con los primeros
vientos del verano, anunciando las lluvias. Devolví el saludo a Eric Clapton
con extrema felicidad, un tanto confundido por lo que la realidad del sueño me
programaba para aceptar, que Clapton era mi vecino de muchos años, pues mi
admiración real por él intentaba recordarme que eso era imposible, mi
conciencia trataba de abrirse paso en aquella realidad alterna, poblada por
esta estrella fugaz, que había aterrizado
frente a las puertas de la casa, y al parecer allí vivía desde siempre, no iría
a ninguna parte. De pronto, noté que traía una guitarra eléctrica entre manos,
al parecer inalámbrica, una Fender roja, Stratocaster. La sacaba de detrás de
su espalda sorpresivamente, como un mago que la materializara desde una ilusión
óptica, como si fuera cualquier cosa, y comenzó a tocar su música celeste, pero
apuntando la guitarra hacia las hojas muertas que se apilaban en las entradas
de nuestros hogares: y entonces noté que la fuerza de su música se convertía en
una corriente de aire a presión, que brotaba del brazo de la Ferder roja, como
una sopladora de hojas eléctrica, pero con la potencia de un pequeño tornado personal.
Y cantando entre el ruido de esa música estridente, el rugido del viento y la
escarcha de las hojas secas levantándose en el aire, Eric Clapton limpió ambas
aceras de toda suciedad, todo residuo de la tormenta, toda el agua de la
lluvia, todo el lodo, y todas esas muddy waters se fueron volando con un
vendaval perfectamente controlado, directo al heaven. Mientras tanto, el Eric
tocaba su lira con gran naturalidad y cantaba sencillamente, como un obrero que
murmura una melodía, sin importarle quién alcanza a escucharlo o no, dirigiendo
su guitarra hechizada, que tenía el poder de convocar y conducir a los vientos
huracanados del cielo azul, como una orquesta, una danza y una fiesta de hojas
secas y flores muertas. Ante todo lo
cual, al terminar su pequeña hazaña, yo aplaudí sinceramente, a rabiar, con
fuerza, como queriendo ser un público más grande, y el maestro me correspondió
con una sonrisa, y una reverencia de juglar, y luego dio la vuelta, y con paso
cansado, como el fantasma de un gigante que se desvanece entre las Brisas, volvió
tranquilamente a su casa, detrás de una puerta enrejada, y desapareció entre
los árboles y el pasto, de un jardín soleado…
Y
sobre si el EriClaxon es o no Dios, y el Papa su Representante en la Tierra, o
sólo Alá es grande y Mahoma su profeta, ¿Qué les puedo decir, valedores?, No es
la primera vez que alguien es identificado con el Creador del Universo, que es
muy distinto a creerse Dios, como Calígula y Nerón, o tener arranques
mesiánicos en Jerusalem, como le suele pasar a muchos turistas de la Tierra
Santa, y a muchos pachecos con aspiraciones a Jesucristo superestrella. Pero es
diferente cuando otros creen que un ser humano es Dios, como of course, Jesus
Christ, o una especie de dios pagano, como, por ejemplo, ahí tienen a Maradona,
o ser ascendido al Palacio de Jade en el mismísimo Cielo, junto al Buda
Supremo, como Lao Tsé, por escribir un sólo libro (el Tao Te King). Pero ya en
serio, lo que sí se puede afirmar sin temor a dudas, es que la chispa divina
existe en todos nosotros, y cada uno nace con talentos heredados o no, que no
son más que un regalo de la vida, y todo lo que el artista, o cualquier persona
puede hacer, es elegir o no si seguir su llamado, si decide o no trabajar el
resto de su vida en esta gracia que le ha sido concedida por algún Espíritu
Santo, que cae como el Rayo en el Pentecostés sobre sus elegidos, diría el
master Philip K. Dick, encendiendo lenguas de fuego sobre sus cabezas y
dándoles el poder de guiar a sus discípulos, hasta enloquecerlos con su omnipotencia,
y regalarnos a todos obras de arte magníficas, que iluminan un camino para esta
humanidad tan errante. Así, recuerdo a mi padre afirmando en público, ante
cientos de lectores, seguidores, simpatizantes y auténticos fanáticos de su
obra, de todas las edades, que cuando escribía en las noches, entraba en una
especie de trance, y se convertía en un vehículo de La Fuerza Creadora, un
conducto mediante el cual los dioses salvajes se expresaban, usándolo como un
instrumento de su verdad y su camino, y no me cabe duda que los grandes
músicos, desde, primero que nada, Beethoven y compañía, hasta Eric Clapton,
pasando por todos los héroes de las artes y del rocanrol, y para ese caso, cualquiera que se empeñe en hacer el bien, o intente embellecer un poco nuestra existencia, todos ellos se encontraban, o aún se encuentran, al
menos un poco prendidos por la magia del cosmos, si no es que plenamente
sintonizados con la gran energía de la creación misma… Deténganme si me estoy
poniendo muy Mascarita Sagrada, sé que algunos de ustedes odian esta mierda
mística.
Así
que ahora, volviendo al tema que nos truje, aun cuando finalmente Don Eric
Patrick Clapton se extingue como intérprete en vivo, como una estrella primero
blanca, luego azul, después amarilla y finalmente roja, su música sin duda
vivirá por siempre, o al menos mientras viva el Rocanrol; Y como todos saben,
esa madre no morirá jamás, al menos no hasta que nos vayamos todos sus fieles, directo
al infierno en una autopista: Al Diablo o con Jesús, al infierno o a la cruz,
todos aquellos que amamos esta música de radicales libres, hasta con los huesos
y la calavera, carne y sangre, body & soul, pero nunca antes, moderfokers.
Así que yo les digo: ¡Hasta la próxima vida!, maestros (as) del espíritu
danzante, o hasta nuestro próximo encuentro, hermanitos(as) de la polifónica Interred.
Amén, abrazos, y Salud.