XI
THE MUSIC NEVER
STOPPED
Cuando
escuché, de la boca de los buenos doctores, en el hospital de la Beneficencia Española,
que mi padre tendría amnesia de lo reciente por el resto de sus días, yo, como
el resto de mi familia, no lo podía creer. Es más, creo que aún nos cuesta
trabajo aceptar el hecho; Y, en lo personal, constantemente hago pequeños
experimentos secretos, para tener evidencia, de primera mano, de que realmente no
recuerda lo acontecido en el día anterior. Y así, compruebo que, pese a su buen
humor, desde que se le medicó correctamente, al salir del hospital, realmente
no graba en su memoria casi nada de los días que van pasando, después del
accidente. Es decir, cuando hablo de esta amnesia cotidiana, me refiero a que
recuerda perfectamente quién es y su pasado, y a la gente que ama u odia, pero
a partir del golpe, su memoria se fue empequeñeciendo frente al paso de los
días, semanas y meses, y finalmente años, y su lesión fue avanzando
proporcionalmente a su consumo desmedido de alcohol, hasta convertirse en una
creciente hidrocefalia.
Pero
en fin, como cinéfilo irredento como soy, y me disculpo por ello, esta
advertencia, de que José Agustín padecería la famosa amnesia de los eventos
recientes, me lleva a comentarles (¡oh, amables lectores!), de dos películas:
La primera brincó a mi mente de inmediato, en el instante que, durante su
internamiento en el hospital español, mencionaron esa terrible enfermedad, y me
refiero desde luego a Memento, de
Christopher Nolan, conocida en México con el ingenioso título de Amnesia… Y es que, gracias a este filme,
la mayoría del vulgar pueblo nos enteramos de la existencia de este mal, de la
extraña posibilidad de adquirirla con un buen madrazo, y además, porque en él,
este padecimiento se lleva a sus extremos más intrépidos, aunque seguramente
exagerados como todo en Hollywood, para lograr un thriller clásico del cine
negro. Mal augurio, pensé, al oír esas
palabras, y recordar esa movie: Mala fortuna, diría el viejo I Ching, para la
carrera de mi padre, como escritor; Pues, ¿cómo podría alguien escribir, si no
recuerda lo que escribió la noche anterior, ni lo que ocurrió durante el
día?... We’re doomed, deduje rápidamente o, como decimos por acá: “ya nos
jodimos”.
Y
la otra película que me salta a la mente, en orden de aparición, es The music never stopped, del emergente
director Jim Kohlberg, quién sólo ha dirigido esta y otra obra: Trumbo, la biografía del polémico
guionista prohibido de Hollywood. Pero La
música nunca se detuvo, filme basado en el ensayo El último hippie, del Dr. Oliver Sacks, es un largometraje poco más
que desconocido, salvo para los admiradores de este escritor y neurólogo,
quienes escuchan atentos a cualquier noticia sobre un autor tan polifacético y
reconocido, en la historia de la literatura médica; Entre sus obras también se
recuerda aquella que inspiró la movie Despertares
(1990), con Robert De Niro, como el paciente que recupera la cordura brevemente,
y Robin Williams, como el Dr, Malcolm Sayer, alias del Sacks, testigo de su
efímeras epifanías.
En
el mismo tenor, The music never stopped
es la adaptación cinematográfica de El
último Hippie, un breve ensayo, de unas cuarenta y tantas páginas, incluido
en el libro Un antropólogo en Marte, y
también basado en un caso clínico del Dr. Sacks, el del paciente Greg F. a quién
en la película se nombra como Gabriel Sawyer, y se cuenta que padeció un tumor
cerebral, que debió ser extraído mediante neurocirugía, misma que lo dejó
incapacitado, ciego, en silla de ruedas, calvo y eternamente alegre o catatónico,
y con amnesia reciente, pero con su agudo instinto auditivo intacto, y su amor
por la música como único antídoto momentáneo, contra el abandono de sí mismo, y
gradualmente, de todos los demás. Pero el doctor Sacks no estaba dispuesto a
rendirse aún.
En
el filme, a Greg no se le muestra ni gordo, ni pelón, ni ciego, ni en silla de
ruedas, por adecuaciones comerciales, pero, como en la vida real, su pasión por
el rock psicodélico sigue intacto, y este amor por las melodías detona un
renacimiento insólito en la relación trunca con su anticuado padre, Henry,
quien encuentra una oportunidad inmejorable para reconectarse con su hijo perdido
y los ideales jipis, a través de la música favorita del joven paciente, misma que
él padre tanto detestaba, pero logrando así, antes de morir, una relación
nueva, fresca, lúcida y entrañable con su hijo en recuperación. Extrañamente, esto
solo fue posible aceptando la música predilecta de su hijo neurodañado, la del
rock de los sixties, de la era lisérgica, tan aborrecida por Henry, pues la
consideraba el origen de todo el mal que aqueja a su hijo, ya que culpa a este
movimiento contracultural de haber mal encaminado a su hijo hacia el consumo
excedido de drogas, causando, según él, el daño cerebral de Greg.
Y
es que, en la vida real, de vuelta en el ensayo del Ultimo Hippie, gracias a la intuición filosa de este connotado musicólogo,
Sacks descubre que su paciente, quien normalmente se encuentra en un estado casi
catatónico, solo se anima y recupera la cordura fugazmente, cuando se le
permite escuchar la música que tanto amaba: Todas las rolas clásicas de la era
jipiosa, que aquí ya hemos mencionado anteriormente, pero con particular
fanatismo por una banda muy extravagante, aún para la era más pacheca del rock:
el Grateful Dead, los Muertos Agradecidos, la legendaria agrupación de rock
country marihuano y etc., madre de todos los hipsters originales, lidereada por
Jerry García, y que fue un paragón del movimiento contracultural gringo, en la
década de los años sesentas, así como un faro para muchos otrora jóvenes disidentes
sociales: El Grateful Dead fue la locomotora de una fugaz pero incontenible
vanguardia cultural, que devino en un momento histórico para los E. U. y sus
anexas. En esa década tan convulsa y propositiva, ellos fueron voces melodiosas
y estridentes de una generación, portadores de los ideales de una revolución
cultural y sus múltiples ramificaciones.
De
hecho, el nombre de la película, The
music never stopped, proviene de un antiguo disco que hace homenaje a las canciones,
más viejas aún, de country o blues, que los Grateful solían tocar en sus
conciertos, con largas versiones que fascinaban a sus seguidores. Es un disco
para presentar sus respetos a varios mentores, aquellos que inspiraron a Jerry
García y compañía, para retomar con nuevos bríos eléctricos la añeja tradición
de música “americana”; O como diría el Piporro: Rocanrol ranchero, pero del
lado de los güeros, y los más hipergrifos, by tha way. Es un LP que, por cierto, contó con
la participación del icónico y genial caricaturista underground, Robert Crumb, pues
lo Deads siempre incluían grandes ilustradores de la era jipi en sus portadas,
logrando una colección de imágenes que a mí me gusta más que su música en sí, pa
ser sinceros. Pero mi padre tiene un lugar especial, un altarcito reservado
para Jerry García y familia, desde luego, en un oasis muy cercano a su corazón.
Y también para sus raíces, plasmadas fielmente en este viejo disco; Mismo que revisitaba
constantemente, en nuestra Casa Musical, pues era particularmente fan de varias
rolillas que allí aparecían, ya que el álbum está plagado de piezas memorables,
algunas de las cuales, mi padre había escuchado como niño en su estación de
radio favorita, Radio 1000, donde oía, hasta altas horas de la madrugada, el
hit parade de ese aún vital sueño americano. Especialmente me acuerdo de su
amor por una pieza: El Paso, de Marty
Robbins, un corrido en inglés que narra una historia romántica al estilo
vaquero, con final trágico, y una buena balacera en “Rose’s Cantina”, en la
ciudad de El Paso, Texas. Era el amor imposible de un gabacho y una señorita
mexicana, cuyos hermanos celosos acaban baleando al gringo enamorado. A mi papá
le encantaba esta rola, y a mí, escucharla me contaba una de vaqueros, como los
westerns favoritos de mi jefe, El Dorado
y Río Rojo, de Howard Hawks, y me
rebotaba a ese pasado remoto del viejo oeste, perdido en un tiempo polvoso de
amores prohibidos. Todo este disco es una clase sobre la más auténtica cultura
musical de los Estados Unidos, y las raíces ancestrales del rocanrol. No se lo
pierdan si, como yo, gustan de la antropología rockera, grabada en las eras
paleolíticas de la piedra que rueda. Allí encontrarán otras joyitas como la tan
exquisita y extensamente covereada Morning
Dew, de Bonnie Dobson, una dulce balada postapocalíptica, si se clavan en
la letra, y de la cual tampoco se deben perder la interpretación de Robert
Plant en el disco Dreamland, mínimo.
Además de homenajes más obvios como I’ts
all over now Baby blue, de Dylan, o Going
down the road t´fellin’ bad, de Woody Guthrie, viejos mentores del rock
rupestre, y que los Grateful gozaban interpretando muy en su estilo de cowboy/jipis/junkies/vaqueros/psicodélicos,
campiranos eléctricos, habitantes regulares de los estados alterados de la
mente…
Y
ya para complementar esta clase de la Escuelita del rock, les recomiendo las
antologías de la extinta y nostálgica revista Uncut, sobre las raíces de los
Rolling stones, The devil’s jukebox,
o la de influencias del joven Bob Dylan. O el soundtrack de O Brother where art thou, la Odisea en
el Mississippi, de los hermanos Cohen. Todos son un viaje en el tiempo al Big Bang
del rock & roll, y mi jefazo las tiene archivadas por acá, en un librero,
donde se ubican las antologías de su collection.
Pero empecemos por el principio: Primero vi la
película, que me acercó mi prima Yolanda de la Torre, tan interesada ella en
los temas de enfermedades mentales y sus potenciales curas. Pero desde luego, The music never stopped, basada en El último hippie del Dr. Oliver Sacks,
esta algo exagerada también, para hacer la película un poco más sorprendente, y
reducir costos supongo, y así se le agregó la supuesta desaparición del hijo
por un par de décadas, cuando en realidad nunca se extravió, y sus andares de
jipi a paciente mental, solo tomaron un lapso de unos cuantos años, desde que
efectivamente Greg se escapó de su casa para unirse a las comunas jipis de San
Francisco, hasta su internamiento en el hospital psiquiátrico de
Williamsbridge, tras pasar por unos añitos funestos en un par de templos de
Hare Krishnas, donde su progresiva ceguera y paulatino desprendimiento de la
realidad, fue confundida con un caso de beatitud, o de “iluminación”; Eso pensaron los swamis, hasta que había
perdido la vista casi por completo y deambulaba por el templo, siempre asistido
y con una “sonrisa estúpida”, como lo describió su padre, al internarlo en el
hospital y someterlo a la atención de don Oliver Sacks, neurólogo de esa
institución; Finalmente, en 1975, tras su epopeya de consumos psicodélicos y
búsquedas espirituales, sus padres lo rescataron de un templo en Nueva Orleans,
a donde los Hares lo habían enviado como premio, pero ya con una incapacidad
severa, como un iluminado ciego.
El
doctor Sacks rápidamente lo escaneó y diagnosticó un enorme tumor, un meningioma
en la línea media del cerebro, que destruía la glándula pituritaria, el quiasma
óptico y zonas adyacentes, se extendía hacia ambos lados, hacia los lóbulos frontales,
pero también alcanzaba, hacia atrás, los lóbulos temporales y hacia abajo, el
diencéfalo o cerebro anterior. O sea que estaba bien tronado del coco, este
chaval, el pobre Greg F.
Tras una intervención quirúrgica, en la que se
le extirpó casi todo el tumor, del tamaño de una naranja pequeña, se determinó
que sin embargo, lamentablemente, las zonas dañadas del cerebro ya no tenían
recuperación posible, y quedaría en esa pobre condición de casi ciego y con
amnesia por el resto de sus días. Esto se podría haber evitado, escribió
posteriormente Sacks, si se le hubiera analizado a los primeros síntomas de pérdida
de visión, pero por desgracia fueron confundidos, por los monjes y su
mentalidad mágica, con un caso de trascendencia espiritual. Queda pues incapacitado como un
paciente crónico, en esa institución para padecimientos mentales, interno de por
vida, al cuidado de sus padres y el personal médico.
El salto de tiempo, que
permite a la película existir en los ochentas, aunque flashbackea a los sixtis
cuando es necesario, efectivamente se produce también en el ensayo de Sacks,
pero sin el caso de extravío, exagerado en el guión de The Music never stopped,
sino por la simple razón de que Greg pasó todos esos años internado sin darse
cuenta, pues padecía amnesia inmediata. Misma que el casi cruel Dr, Sacks
intenta demostrar, cuando, años después, le informa una y otra
vez a Greg sobre la muerte de su padre, solo para descubrir que cada vez que se
lo recuerda, el eterno jipi vuelve a sentir el abismal dolor de la pérdida de
su padre, pero en unos cuantos minutos después también vuelve a olvidar el
asunto. Hacen falta muchas repeticiones para echar a andar la memoria atrofiada
de un paciente con amnesia, pero en casos no tan graves, aún se pueden grabar
pequeños instantes y datos, como demuestra Sacks en su ensayo. Así sea sólo
por instinto, o mediante métodos alternativos, como la música.
El
caso es que, conforme veía la película, y posteriormente leía el ensayo, cada
vez me sorprendía más por las similitudes de este caso clínico, con el asunto
particular de mi propio padre, don José Agustín, el gran escritor, y su
incapacidad para escribir, después de su accidente casi fatal en Puebla, en
2009, un año para nosotros tan funesto, como familia de este respetado y
polémico narrador de las letras mexicanas. Mi hermano Jesús Ramírez, también
escritor y siquiatra, nos había dejado por aquí varios libros de Sacks, cuando
nos introdujo a la obra de este otro gran escritor, Oliver S.: Nos compartió
por lo menos esta serie de ensayos, del Antropólogo
en Marte, además del célebre el Hombre
que confundió a su mujer con un sombrero, y otro libro de ensayos, en este
caso sobre su relación íntima con la música, llamado Musicofilia, pues resulta que don Oliver, como mi padre, el
paciente Greg F., y yo tambor, son o fueron grandes apasionados de los ritmos y
las armonías, de las composiciones, arreglos e instrumentaciones, de los
timbres y los tonos, de las miles de emociones que sólo la música puede
despertar en la humanidad, la voz armónica de nuestros más profundos o
explosivos sentimientos.
También
fue gracias a esta película que comprendí la importancia de la llamada músico
terapia, que si bien era un concepto que ya masticaba, fue así que me dediqué a
investigar un poco sobre lo que realmente significan este tipo de terapias,
pues no se trata de sentarse simplemente a meditar y escuchar música
“relajante”, de esa tipo new age que aparecerá en las búsquedas simplistas de
la internet: No, señores (as), la músico terapia consiste en una
especialización, casi un posgrado, para los sicólogos de algunos países
europeos, donde han comprendido el verdadero valor neuronal de la música, y se
prepara a terapeutas en educación musical, desde la historia del arte y las
culturas populares, hasta el aprendizaje de canto y el dominio de algún
instrumento como piano o guitarra; Además de enfocarse en la investigación de
los gustos musicales del paciente, especialmente los de su niñez, y en
particular lo que sus padres o mentores escuchaban mientras los criaban, pues
esto tiene una enorme importancia para la conformación de la personalidad.
Estos tratamientos son efectivos sobre todo en las personas con un gusto
personal por la música, la terapia es más fácil y productiva con quienes aman
las canciones, que para quienes solo piensan en este arte como algo necesario
en la vida, un mero entretenimiento, carente de importancia. Pero aun así se
sorprenderán de la importancia que pueden tener estos recuerdos enterrados, al hurgar
en el alma, con el poder de las rimas y compases. Sin embargo, el amor por la
música se hereda, quizás a nivel genético, pero sin duda a través de las
costumbres y pasiones que los padres expresan a sus hijos, cuando escuchan la
música de su predilección, que le inculcan inadvertidamente a sus hijos, al
recetarles altas dosis de melomanías durante sus fiestas y quizás también sus
depresiones, pues en las buenas y en la malas, la música nos acompaña a través
de la vida, y no nos abandona, en nuestros peores y mejores momentos. Y es tan
fuerte el vínculo que hace nuestro sistema nervioso central con nuestra música
favorita, que es capaz incluso de anclarse en el fondo del cerebro, cuando el
Alzheimer, la hidrocefalia o la demencia llegan como un tornado maldito a
destruir los recuerdos y emociones de un adulto mayor. Incluso después de un
daño cerebral severo como el de Greg F., la música permanece como un refugio
del espíritu, por toda la existencia, por increíble que parezca. A esto se le
conoce como Respuesta Meridiana Sensorial Autónoma (del inglés Autonomous
Sensory Meridian Response), que se siente como un escalofrío eléctrico en el
cuero cabelludo, especialmente en cabeza, la nuca, y ocurre cuando una pieza
nos conmueve, nos gusta mucho, y se nos graba para siempre. Este fenómeno se ha
observado regularmente pero se han realizado escasos estudios al respecto, como
afirma el doctor Jeff Anderson, Ph.D., profesor de radiología en la Universidad
de Utah: “En nuestra sociedad, los diagnósticos de demencia se están volviendo
un alud, que cuesta mucho en recursos públicos, y si bien nadie afirma que la
músico terapia pueda curar el Alzheimer, quizás si pueda hacer los síntomas más
manejables, disminuir el costo de los cuidados, y elevar la calidad de vida del
paciente.”
En
fin, compañebrios (as), que el arte de las melodías debería de tomarse más en
serio en su rol como parte de la educación de los hijos, en la influencia que
tiene para tratar de inculcarnos, con cariño, el ritmo y las matemáticas de la
frecuencia universal.
Es
tan fuerte la potencia de la música, en los laberintos al interior del cráneo,
que incluso puede vencer a la muerte, como se asegura en la película Bringing out the dead, basada en un
libro del mismo nombre y obra única de un paramédico nocturno de Nueva York,
quién narró sus aventuras imposibles en las noches rojas de la Gran Ciudad, y
terminó siendo material de trabajo para el prestigioso director Martin
Scorsese, con actuaciones estelares de Nicolas Cage, John Goodman y Patricia
Arquette. En este filme, en su escena de inicio, se narra la anécdota de un
hombre moribundo, al que los paramédicos encontraron ya inmóvil y sin pulso, con
varios infartos al corazón; Pero, durante los ejercicios de resucitación, al
intentar todos los trucos y métodos para devolverlo a la vida, nuestro protagonista
(Cage) le sugiere a la hija del don infartado, que si tienen alguna música que
le gustara mucho a su padre, la hagan sonar en su estéreo… En estado de Shock,
la hija (Arquette) obedece, y aunque
parece algo absurdo, al escuchar un disco de Frank Sinatra (cada quien sus
gustos), este hombre recupera un débil pulso, pero vuelve a la vida, lo suficiente
como para trasladarlo a un hospital y no a la morgue. Ese es el poder de la
música en nuestro cerebro, en nuestro frágil espíritu llameante.
Esta
película está, junto con cientos más, en los libreros de la sala, en la casa de
mis padres, donde, en debido orden alfabético, mi padre coleccionaba todas las
películas que le gustaban, primero en Betas, luego en VHS, y finalmente en
DVD’s. Y aquí siguen con nosotros, junto con todos sus miles de discos, cd’s y
acetatos, acompañándome como el dj oficial de mis jefes, en esta nave de locos,
casa musical, pedazo del paraíso, burbuja cósmica.
Y
cada vez más, esta interminable colección de discos de mi jefe, y cualquier
otro medio moderno de propagación de nuestra adicción melódica, se ha
convertido en uno de los pocos medios mediante los cuales me puedo comunicar
con mi papá, y sentirlo como cuando estaba bien, cuando estaba sano de la mente
y su brillo natural iluminaba toda esta casa y muchas otras. Y es que, al
leerlo, en la intimidad del alma, sus
libros obraban su reconocida magia literaria, en la mente y los corazones de
muchos jóvenes lectores, de todas las edades, hasta el día de hoy, en que sigo
recolectando muestras de cariño de sus fieles seguidores, cuando me escriben
para comentarme por este blog, o para preguntarme por el estado de salud de mi
padre, y le expresan su más sentida solidaridad.
Y
pues ya se imaginarán, si han leído este canijo Blog, como me afectó este
ensayo, y su adaptación al cine, pues aunque exagerada, tenía una ventaja sobre
la lectura: Que efectivamente, en la pista sonora, se escuchan todas las
canciones sólo mencionadas en el texto escrito. Además de que pude compartirlas
con mis padres, por puro gusto (en un dvd rigurosamente pirata, que casualmente
encontramos mi prima y yo, en una visita a un mercado de Cuautla, el lugar
menos probable), le puse a mi jefe esta película repetidamente, este caso
clínico filmado, tan similar al suyo, con la secreta intención de ver si
después, al volver a verla con él por
una segunda y tercera vez, mi padre
recordaba la trama, o la película en sí, y su obvia relación con su propio caso
de amnesia. La respuesta fue moderada pero a la tercera dijo que sí, dudando un
poco, que ya había visto esa película, con una sonrisa de extrañamiento. Al día
siguiente, desde luego, no recordaría haber visto ni oído nada. Pero otro día
se la vuelvo a recetar, a ver que show.
En
la esa historia, del último jipi, en La música
nunca paró, don Henry aprende a amar las rolas del Grateful Dead, como yo
lo he hecho, pues eran la única forma de comunicarse con su hijo, tal como lo
conoció antes de su lesión cerebral. Pero hay un detalle (aunque es otra
alteración al ensayo original para este guión de cine): Supuestamente Greg
nunca pudo ver en vivo a los Grateful antes de su enfermedad, así que su jefe
compra unos boletos para disfrutarlos en un concierto, antes de la extinción de esa
banda. En realidad, su padre ya había muerto, cuando Oliver Sacks mismo decidió
llevar a su ya veterano paciente a un concierto de los Dead, en el parque central
de Nueva York, como una forma de amistad y solidaridad insólita entre un doctor
y un paciente melómanos, y su pasión por el rockanrol. Entre paréntesis, Los
Grateful no son inmunes a las tragedias de La rueda de la fortuna kármica, y
para 1990, tres de sus tecladistas habían muerto por sobredosis, y su líder,
Jerry García, fue hospitalizado con una agresiva diabetes y problemas del
corazón, lo cual forzó a la banda a posponer su última gira por los E.U., misma
que finalmente retomaron con nuevos miembros, y al parecer con un Jerry más
saludable, pero sin embargo, no fue sorpresa para nadie cuando en agosto 9 de
1995, García fue hallado muerto en su habitación, en una institución de
internamiento para rehabilitación de pacientes dañados por abuso de
substancias, aparentemente por un paro cardiaco.
Pero
volviendo a Henry y Greg, padre e hijo, en la película, poco antes de la morir,
Henry consigue los boletos para ver a los Dead, y Greg, extático, al fin puede
corear todas las canciones ancladas en su corazón, mientras su papá sonríe, con
una sonrisa grande como el mundo entero, rodeado de alegres e ingenuos jipis. Todo
esto ocurrió realmente, solo que fue Sacks y no su papá, quién llevó a un Greg
ciego y en silla de ruedas, que sólo podía oír y oler el hachís, sentir a la multitud
con sus sentidos restantes, saborear un pretzel. Pero de pronto suena una
canción que Greg nunca había escuchado: es de un disco que no alcanzó a oír ya,
por su tumor cerebral. No se la sabe, pero de inmediato le agrada. Su padre se
pregunta si Greg podrá recordar ese momento tan especial para él, y solicita
que, en su funeral, al ser enterrado, suene esa canción en una pequeña
grabadora/reproductor de cassettes, para tratar de grabar esa nueva pieza en la
mente de su hijo, un último mensaje cifrado de su amor incondicional, en la
forma de una simple melodía, ahí se la dejó de tarea.
En
la historia real, Sacks hizo todo lo posible por preservar esos recuerdos
dorados en la mente del eterno joven, el último jipi, que en sus propias
palabras, describió ese como: “El momento más feliz de mi vida”, de modo que, después del concierto, el buen doctor le
llevaba, siempre que lo veía, una grabadora con las
canciones de los Dead, primero las conocidas y favoritas, y luego las que no
conocía hasta ese día, las de discos posteriores a su lesión cerebral: Y aunque
la primera reacción fue negativa, cuando negó cualquier recuerdo de haber
asistido a ese concierto del Greateful Dead en el Central Park, “inmediatamente
reconoció las piezas nuevas”, relata Sacks, “las encontró familiares, fue capaz
de cantarlas.”, “¿Donde has oído eso?” le pregunté mientras escuchábamos “Picasso
Moon”, se encogió de hombros sin saber que decir. Sin embargo, no hay duda de
que se la había aprendido”. Y es que, increíblemente, Greg era excelente para
memorizar las canciones que le gustaban, antes e incluso después de su lesión. Este no es el caso de mi padre, quién disfruta mucho más de buena música
y películas que reconoce, que cualquier novedad, por buena que sea.
En
fin, camaradas, ahora, me regreso al laboratorio, buscando las conclusiones y
descubrimientos posibles de mis investigaciones genealógicas, en este Memorial de nuestra Amnesia. De vuelta a
los matraces y microscopios, a las cámaras de vigilancia y los espectrogramas, las
grabaciones de audio y video, los libros impresos y digitales, en esta red
internacional de PCras, me regreso a las tomografías y las substancias
alquímicas, en estos experimentos públicos e investigaciones privadas que yo hago,
como el protagonista de Memento, con tatuajes
de travesías desaparecidas recientemente, para asegurarme de que, sin lugar a
dudas, el día de hoy, y el mañana hasta su muerte, se perderá por completo y
para siempre, en los recuerdos rotos de mi padre, el laureado escritor, don
José Agustín.