jueves, 29 de noviembre de 2018

XI THE MUSIC NEVER STOPPED








XI

THE MUSIC NEVER STOPPED


Cuando escuché, de la boca de los buenos doctores, en el hospital de la Beneficencia Española, que mi padre tendría amnesia de lo reciente por el resto de sus días, yo, como el resto de mi familia, no lo podía creer. Es más, creo que aún nos cuesta trabajo aceptar el hecho; Y, en lo personal, constantemente hago pequeños experimentos secretos, para tener evidencia, de primera mano, de que realmente no recuerda lo acontecido en el día anterior. Y así, compruebo que, pese a su buen humor, desde que se le medicó correctamente, al salir del hospital, realmente no graba en su memoria casi nada de los días que van pasando, después del accidente. Es decir, cuando hablo de esta amnesia cotidiana, me refiero a que recuerda perfectamente quién es y su pasado, y a la gente que ama u odia, pero a partir del golpe, su memoria se fue empequeñeciendo frente al paso de los días, semanas y meses, y finalmente años, y su lesión fue avanzando proporcionalmente a su consumo desmedido de alcohol, hasta convertirse en una creciente hidrocefalia.
Pero en fin, como cinéfilo irredento como soy, y me disculpo por ello, esta advertencia, de que José Agustín padecería la famosa amnesia de los eventos recientes, me lleva a comentarles (¡oh, amables lectores!), de dos películas: La primera brincó a mi mente de inmediato, en el instante que, durante su internamiento en el hospital español, mencionaron esa terrible enfermedad, y me refiero desde luego a Memento, de Christopher Nolan, conocida en México con el ingenioso título de Amnesia… Y es que, gracias a este filme, la mayoría del vulgar pueblo nos enteramos de la existencia de este mal, de la extraña posibilidad de adquirirla con un buen madrazo, y además, porque en él, este padecimiento se lleva a sus extremos más intrépidos, aunque seguramente exagerados como todo en Hollywood, para lograr un thriller clásico del cine negro.  Mal augurio, pensé, al oír esas palabras, y recordar esa movie: Mala fortuna, diría el viejo I Ching, para la carrera de mi padre, como escritor; Pues, ¿cómo podría alguien escribir, si no recuerda lo que escribió la noche anterior, ni lo que ocurrió durante el día?... We’re doomed, deduje rápidamente o, como decimos por acá: “ya nos jodimos”.
Y la otra película que me salta a la mente, en orden de aparición, es The music never stopped, del emergente director Jim Kohlberg, quién sólo ha dirigido esta y otra obra: Trumbo, la biografía del polémico guionista prohibido de Hollywood. Pero La música nunca se detuvo, filme basado en el ensayo El último hippie, del Dr. Oliver Sacks, es un largometraje poco más que desconocido, salvo para los admiradores de este escritor y neurólogo, quienes escuchan atentos a cualquier noticia sobre un autor tan polifacético y reconocido, en la historia de la literatura médica; Entre sus obras también se recuerda aquella que inspiró la movie Despertares (1990), con Robert De Niro, como el paciente que recupera la cordura brevemente, y Robin Williams, como el Dr, Malcolm Sayer, alias del Sacks, testigo de su efímeras epifanías.
En el mismo tenor, The music never stopped es la adaptación cinematográfica de El último Hippie, un breve ensayo, de unas cuarenta y tantas páginas, incluido en el libro Un antropólogo en Marte, y también basado en un caso clínico del Dr. Sacks, el del paciente Greg F. a quién en la película se nombra como Gabriel Sawyer, y se cuenta que padeció un tumor cerebral, que debió ser extraído mediante neurocirugía, misma que lo dejó incapacitado, ciego, en silla de ruedas, calvo y eternamente alegre o catatónico, y con amnesia reciente, pero con su agudo instinto auditivo intacto, y su amor por la música como único antídoto momentáneo, contra el abandono de sí mismo, y gradualmente, de todos los demás. Pero el doctor Sacks no estaba dispuesto a rendirse aún.
En el filme, a Greg no se le muestra ni gordo, ni pelón, ni ciego, ni en silla de ruedas, por adecuaciones comerciales, pero, como en la vida real, su pasión por el rock psicodélico sigue intacto, y este amor por las melodías detona un renacimiento insólito en la relación trunca con su anticuado padre, Henry, quien encuentra una oportunidad inmejorable para reconectarse con su hijo perdido y los ideales jipis, a través de la música favorita del joven paciente, misma que él padre tanto detestaba, pero logrando así, antes de morir, una relación nueva, fresca, lúcida y entrañable con su hijo en recuperación. Extrañamente, esto solo fue posible aceptando la música predilecta de su hijo neurodañado, la del rock de los sixties, de la era lisérgica, tan aborrecida por Henry, pues la consideraba el origen de todo el mal que aqueja a su hijo, ya que culpa a este movimiento contracultural de haber mal encaminado a su hijo hacia el consumo excedido de drogas, causando, según él, el daño cerebral de Greg.
Y es que, en la vida real, de vuelta en el ensayo del Ultimo Hippie, gracias a la intuición filosa de este connotado musicólogo, Sacks descubre que su paciente, quien  normalmente se encuentra en un estado casi catatónico, solo se anima y recupera la cordura fugazmente, cuando se le permite escuchar la música que tanto amaba: Todas las rolas clásicas de la era jipiosa, que aquí ya hemos mencionado anteriormente, pero con particular fanatismo por una banda muy extravagante, aún para la era más pacheca del rock: el Grateful Dead, los Muertos Agradecidos, la legendaria agrupación de rock country marihuano y etc., madre de todos los hipsters originales, lidereada por Jerry García, y que fue un paragón del movimiento contracultural gringo, en la década de los años sesentas, así como un faro para muchos otrora jóvenes disidentes sociales: El Grateful Dead fue la locomotora de una fugaz pero incontenible vanguardia cultural, que devino en un momento histórico para los E. U. y sus anexas. En esa década tan convulsa y propositiva, ellos fueron voces melodiosas y estridentes de una generación, portadores de los ideales de una revolución cultural y sus múltiples ramificaciones.

De hecho, el nombre de la película, The music never stopped, proviene de un antiguo disco que hace homenaje a las canciones, más viejas aún, de country o blues, que los Grateful solían tocar en sus conciertos, con largas versiones que fascinaban a sus seguidores. Es un disco para presentar sus respetos a varios mentores, aquellos que inspiraron a Jerry García y compañía, para retomar con nuevos bríos eléctricos la añeja tradición de música “americana”; O como diría el Piporro: Rocanrol ranchero, pero del lado de los güeros, y los más hipergrifos, by tha way. Es un LP que, por cierto, contó con la participación del icónico y genial caricaturista underground, Robert Crumb, pues lo Deads siempre incluían grandes ilustradores de la era jipi en sus portadas, logrando una colección de imágenes que a mí me gusta más que su música en sí, pa ser sinceros. Pero mi padre tiene un lugar especial, un altarcito reservado para Jerry García y familia, desde luego, en un oasis muy cercano a su corazón. Y también para sus raíces, plasmadas fielmente en este viejo disco; Mismo que revisitaba constantemente, en nuestra Casa Musical, pues era particularmente fan de varias rolillas que allí aparecían, ya que el álbum está plagado de piezas memorables, algunas de las cuales, mi padre había escuchado como niño en su estación de radio favorita, Radio 1000, donde oía, hasta altas horas de la madrugada, el hit parade de ese aún vital sueño americano. Especialmente me acuerdo de su amor por una pieza: El Paso, de Marty Robbins, un corrido en inglés que narra una historia romántica al estilo vaquero, con final trágico, y una buena balacera en “Rose’s Cantina”, en la ciudad de El Paso, Texas. Era el amor imposible de un gabacho y una señorita mexicana, cuyos hermanos celosos acaban baleando al gringo enamorado. A mi papá le encantaba esta rola, y a mí, escucharla me contaba una de vaqueros, como los westerns favoritos de mi jefe, El Dorado y Río Rojo, de Howard Hawks, y me rebotaba a ese pasado remoto del viejo oeste, perdido en un tiempo polvoso de amores prohibidos. Todo este disco es una clase sobre la más auténtica cultura musical de los Estados Unidos, y las raíces ancestrales del rocanrol. No se lo pierdan si, como yo, gustan de la antropología rockera, grabada en las eras paleolíticas de la piedra que rueda. Allí encontrarán otras joyitas como la tan exquisita y extensamente covereada Morning Dew, de Bonnie Dobson, una dulce balada postapocalíptica, si se clavan en la letra, y de la cual tampoco se deben perder la interpretación de Robert Plant en el disco Dreamland, mínimo. Además de homenajes más obvios como I’ts all over now Baby blue, de Dylan, o Going down the road t´fellin’ bad, de Woody Guthrie, viejos mentores del rock rupestre, y que los Grateful gozaban interpretando muy en su estilo de cowboy/jipis/junkies/vaqueros/psicodélicos, campiranos eléctricos, habitantes regulares de los estados alterados de la mente…


Y ya para complementar esta clase de la Escuelita del rock, les recomiendo las antologías de la extinta y nostálgica revista Uncut, sobre las raíces de los Rolling stones, The devil’s jukebox, o la de influencias del joven Bob Dylan. O el soundtrack de O Brother where art thou, la Odisea en el Mississippi, de los hermanos Cohen. Todos son un viaje en el tiempo al Big Bang del rock & roll, y mi jefazo las tiene archivadas por acá, en un librero, donde se ubican las antologías de su collection.
 Pero empecemos por el principio: Primero vi la película, que me acercó mi prima Yolanda de la Torre, tan interesada ella en los temas de enfermedades mentales y sus potenciales curas. Pero desde luego, The music never stopped, basada en El último hippie del Dr. Oliver Sacks, esta algo exagerada también, para hacer la película un poco más sorprendente, y reducir costos supongo, y así se le agregó la supuesta desaparición del hijo por un par de décadas, cuando en realidad nunca se extravió, y sus andares de jipi a paciente mental, solo tomaron un lapso de unos cuantos años, desde que efectivamente Greg se escapó de su casa para unirse a las comunas jipis de San Francisco, hasta su internamiento en el hospital psiquiátrico de Williamsbridge, tras pasar por unos añitos funestos en un par de templos de Hare Krishnas, donde su progresiva ceguera y paulatino desprendimiento de la realidad, fue confundida con un caso de beatitud,  o de “iluminación”;  Eso pensaron los swamis, hasta que había perdido la vista casi por completo y deambulaba por el templo, siempre asistido y con una “sonrisa estúpida”, como lo describió su padre, al internarlo en el hospital y someterlo a la atención de don Oliver Sacks, neurólogo de esa institución; Finalmente, en 1975, tras su epopeya de consumos psicodélicos y búsquedas espirituales, sus padres lo rescataron de un templo en Nueva Orleans, a donde los Hares lo habían enviado como premio, pero ya con una incapacidad severa, como un iluminado ciego.
El doctor Sacks rápidamente lo escaneó y diagnosticó un enorme tumor, un meningioma en la línea media del cerebro, que destruía la glándula pituritaria, el quiasma óptico y zonas adyacentes, se extendía hacia ambos lados, hacia los lóbulos frontales, pero también alcanzaba, hacia atrás, los lóbulos temporales y hacia abajo, el diencéfalo o cerebro anterior. O sea que estaba bien tronado del coco, este chaval, el pobre Greg F.
 Tras una intervención quirúrgica, en la que se le extirpó casi todo el tumor, del tamaño de una naranja pequeña, se determinó que sin embargo, lamentablemente, las zonas dañadas del cerebro ya no tenían recuperación posible, y quedaría en esa pobre condición de casi ciego y con amnesia por el resto de sus días. Esto se podría haber evitado, escribió posteriormente Sacks, si se le hubiera analizado a los primeros síntomas de pérdida de visión, pero por desgracia fueron confundidos, por los monjes y su mentalidad mágica, con un caso de trascendencia espiritual. Queda pues incapacitado como un paciente crónico, en esa institución para padecimientos mentales, interno de por vida, al cuidado de sus padres y el personal médico.
 El salto de tiempo, que permite a la película existir en los ochentas, aunque flashbackea a los sixtis cuando es necesario, efectivamente se produce también en el ensayo de Sacks, pero sin el caso de extravío, exagerado en el guión de The Music never stopped, sino por la simple razón de que Greg pasó todos esos años internado sin darse cuenta, pues padecía amnesia inmediata. Misma que el casi cruel Dr, Sacks intenta demostrar, cuando, años después, le informa una y otra vez a Greg sobre la muerte de su padre, solo para descubrir que cada vez que se lo recuerda, el eterno jipi vuelve a sentir el abismal dolor de la pérdida de su padre, pero en unos cuantos minutos después también vuelve a olvidar el asunto. Hacen falta muchas repeticiones para echar a andar la memoria atrofiada de un paciente con amnesia, pero en casos no tan graves, aún se pueden grabar pequeños instantes y datos, como demuestra Sacks en su ensayo. Así sea sólo por instinto, o mediante métodos alternativos, como la música.
El caso es que, conforme veía la película, y posteriormente leía el ensayo, cada vez me sorprendía más por las similitudes de este caso clínico, con el asunto particular de mi propio padre, don José Agustín, el gran escritor, y su incapacidad para escribir, después de su accidente casi fatal en Puebla, en 2009, un año para nosotros tan funesto, como familia de este respetado y polémico narrador de las letras mexicanas. Mi hermano Jesús Ramírez, también escritor y siquiatra, nos había dejado por aquí varios libros de Sacks, cuando nos introdujo a la obra de este otro gran escritor, Oliver S.: Nos compartió por lo menos esta serie de ensayos, del Antropólogo en Marte, además del célebre el Hombre que confundió a su mujer con un sombrero, y otro libro de ensayos, en este caso sobre su relación íntima con la música, llamado Musicofilia, pues resulta que don Oliver, como mi padre, el paciente Greg F., y yo tambor, son o fueron grandes apasionados de los ritmos y las armonías, de las composiciones, arreglos e instrumentaciones, de los timbres y los tonos, de las miles de emociones que sólo la música puede despertar en la humanidad, la voz armónica de nuestros más profundos o explosivos sentimientos.

También fue gracias a esta película que comprendí la importancia de la llamada músico terapia, que si bien era un concepto que ya masticaba, fue así que me dediqué a investigar un poco sobre lo que realmente significan este tipo de terapias, pues no se trata de sentarse simplemente a meditar y escuchar música “relajante”, de esa tipo new age que aparecerá en las búsquedas simplistas de la internet: No, señores (as), la músico terapia consiste en una especialización, casi un posgrado, para los sicólogos de algunos países europeos, donde han comprendido el verdadero valor neuronal de la música, y se prepara a terapeutas en educación musical, desde la historia del arte y las culturas populares, hasta el aprendizaje de canto y el dominio de algún instrumento como piano o guitarra; Además de enfocarse en la investigación de los gustos musicales del paciente, especialmente los de su niñez, y en particular lo que sus padres o mentores escuchaban mientras los criaban, pues esto tiene una enorme importancia para la conformación de la personalidad. Estos tratamientos son efectivos sobre todo en las personas con un gusto personal por la música, la terapia es más fácil y productiva con quienes aman las canciones, que para quienes solo piensan en este arte como algo necesario en la vida, un mero entretenimiento, carente de importancia. Pero aun así se sorprenderán de la importancia que pueden tener estos recuerdos enterrados, al hurgar en el alma, con el poder de las rimas y compases. Sin embargo, el amor por la música se hereda, quizás a nivel genético, pero sin duda a través de las costumbres y pasiones que los padres expresan a sus hijos, cuando escuchan la música de su predilección, que le inculcan inadvertidamente a sus hijos, al recetarles altas dosis de melomanías durante sus fiestas y quizás también sus depresiones, pues en las buenas y en la malas, la música nos acompaña a través de la vida, y no nos abandona, en nuestros peores y mejores momentos. Y es tan fuerte el vínculo que hace nuestro sistema nervioso central con nuestra música favorita, que es capaz incluso de anclarse en el fondo del cerebro, cuando el Alzheimer, la hidrocefalia o la demencia llegan como un tornado maldito a destruir los recuerdos y emociones de un adulto mayor. Incluso después de un daño cerebral severo como el de Greg F., la música permanece como un refugio del espíritu, por toda la existencia, por increíble que parezca. A esto se le conoce como Respuesta Meridiana Sensorial Autónoma (del inglés Autonomous Sensory Meridian Response), que se siente como un escalofrío eléctrico en el cuero cabelludo, especialmente en cabeza, la nuca, y ocurre cuando una pieza nos conmueve, nos gusta mucho, y se nos graba para siempre. Este fenómeno se ha observado regularmente pero se han realizado escasos estudios al respecto, como afirma el doctor Jeff Anderson, Ph.D., profesor de radiología en la Universidad de Utah: “En nuestra sociedad, los diagnósticos de demencia se están volviendo un alud, que cuesta mucho en recursos públicos, y si bien nadie afirma que la músico terapia pueda curar el Alzheimer, quizás si pueda hacer los síntomas más manejables, disminuir el costo de los cuidados, y elevar la calidad de vida del paciente.” 


En fin, compañebrios (as), que el arte de las melodías debería de tomarse más en serio en su rol como parte de la educación de los hijos, en la influencia que tiene para tratar de inculcarnos, con cariño, el ritmo y las matemáticas de la frecuencia universal.
Es tan fuerte la potencia de la música, en los laberintos al interior del cráneo, que incluso puede vencer a la muerte, como se asegura en la película Bringing out the dead, basada en un libro del mismo nombre y obra única de un paramédico nocturno de Nueva York, quién narró sus aventuras imposibles en las noches rojas de la Gran Ciudad, y terminó siendo material de trabajo para el prestigioso director Martin Scorsese, con actuaciones estelares de Nicolas Cage, John Goodman y Patricia Arquette. En este filme, en su escena de inicio, se narra la anécdota de un hombre moribundo, al que los paramédicos encontraron ya inmóvil y sin pulso, con varios infartos al corazón; Pero, durante los ejercicios de resucitación, al intentar todos los trucos y métodos para devolverlo a la vida, nuestro protagonista (Cage) le sugiere a la hija del don infartado, que si tienen alguna música que le gustara mucho a su padre, la hagan sonar en su estéreo… En estado de Shock, la hija (Arquette) obedece, y  aunque parece algo absurdo, al escuchar un disco de Frank Sinatra (cada quien sus gustos), este hombre recupera un débil pulso, pero vuelve a la vida, lo suficiente como para trasladarlo a un hospital y no a la morgue. Ese es el poder de la música en nuestro cerebro, en nuestro frágil espíritu llameante.
Esta película está, junto con cientos más, en los libreros de la sala, en la casa de mis padres, donde, en debido orden alfabético, mi padre coleccionaba todas las películas que le gustaban, primero en Betas, luego en VHS, y finalmente en DVD’s. Y aquí siguen con nosotros, junto con todos sus miles de discos, cd’s y acetatos, acompañándome como el dj oficial de mis jefes, en esta nave de locos, casa musical, pedazo del paraíso, burbuja cósmica.
Y cada vez más, esta interminable colección de discos de mi jefe, y cualquier otro medio moderno de propagación de nuestra adicción melódica, se ha convertido en uno de los pocos medios mediante los cuales me puedo comunicar con mi papá, y sentirlo como cuando estaba bien, cuando estaba sano de la mente y su brillo natural iluminaba toda esta casa y muchas otras. Y es que, al leerlo, en la intimidad  del alma, sus libros obraban su reconocida magia literaria, en la mente y los corazones de muchos jóvenes lectores, de todas las edades, hasta el día de hoy, en que sigo recolectando muestras de cariño de sus fieles seguidores, cuando me escriben para comentarme por este blog, o para preguntarme por el estado de salud de mi padre, y le expresan su más sentida solidaridad.
Y pues ya se imaginarán, si han leído este canijo Blog, como me afectó este ensayo, y su adaptación al cine, pues aunque exagerada, tenía una ventaja sobre la lectura: Que efectivamente, en la pista sonora, se escuchan todas las canciones sólo mencionadas en el texto escrito. Además de que pude compartirlas con mis padres, por puro gusto (en un dvd rigurosamente pirata, que casualmente encontramos mi prima y yo, en una visita a un mercado de Cuautla, el lugar menos probable), le puse a mi jefe esta película repetidamente, este caso clínico filmado, tan similar al suyo, con la secreta intención de ver si después, al  volver a verla con él por una segunda  y tercera vez, mi padre recordaba la trama, o la película en sí, y su obvia relación con su propio caso de amnesia. La respuesta fue moderada pero a la tercera dijo que sí, dudando un poco, que ya había visto esa película, con una sonrisa de extrañamiento. Al día siguiente, desde luego, no recordaría haber visto ni oído nada. Pero otro día se la vuelvo a recetar, a ver que show.
En la esa historia, del último jipi, en La música nunca paró, don Henry aprende a amar las rolas del Grateful Dead, como yo lo he hecho, pues eran la única forma de comunicarse con su hijo, tal como lo conoció antes de su lesión cerebral. Pero hay un detalle (aunque es otra alteración al ensayo original para este guión de cine): Supuestamente Greg nunca pudo ver en vivo a los Grateful antes de su enfermedad, así que su jefe compra unos boletos para disfrutarlos en  un concierto, antes de la extinción de esa banda. En realidad, su padre ya había muerto, cuando Oliver Sacks mismo decidió llevar a su ya veterano paciente a un concierto de los Dead, en el parque central de Nueva York, como una forma de amistad y solidaridad insólita entre un doctor y un paciente melómanos, y su pasión por el rockanrol. Entre paréntesis, Los Grateful no son inmunes a las tragedias de La rueda de la fortuna kármica, y para 1990, tres de sus tecladistas habían muerto por sobredosis, y su líder, Jerry García, fue hospitalizado con una agresiva diabetes y problemas del corazón, lo cual forzó a la banda a posponer su última gira por los E.U., misma que finalmente retomaron con nuevos miembros, y al parecer con un Jerry más saludable, pero sin embargo, no fue sorpresa para nadie cuando en agosto 9 de 1995, García fue hallado muerto en su habitación, en una institución de internamiento para rehabilitación de pacientes dañados por abuso de substancias, aparentemente por un paro cardiaco.

Pero volviendo a Henry y Greg, padre e hijo, en la película, poco antes de la morir, Henry consigue los boletos para ver a los Dead, y Greg, extático, al fin puede corear todas las canciones ancladas en su corazón, mientras su papá sonríe, con una sonrisa grande como el mundo entero, rodeado de alegres e ingenuos jipis. Todo esto ocurrió realmente, solo que fue Sacks y no su papá, quién llevó a un Greg ciego y en silla de ruedas, que sólo podía oír y oler el hachís, sentir a la multitud con sus sentidos restantes, saborear un pretzel. Pero de pronto suena una canción que Greg nunca había escuchado: es de un disco que no alcanzó a oír ya, por su tumor cerebral. No se la sabe, pero de inmediato le agrada. Su padre se pregunta si Greg podrá recordar ese momento tan especial para él, y solicita que, en su funeral, al ser enterrado, suene esa canción en una pequeña grabadora/reproductor de cassettes, para tratar de grabar esa nueva pieza en la mente de su hijo, un último mensaje cifrado de su amor incondicional, en la forma de una simple melodía, ahí se la dejó de tarea.  


En la historia real, Sacks hizo todo lo posible por preservar esos recuerdos dorados en la mente del eterno joven, el último jipi, que en sus propias palabras, describió ese como: “El momento más feliz de mi vida”, de modo que, después del concierto, el buen doctor le llevaba, siempre que lo veía, una grabadora con las canciones de los Dead, primero las conocidas y favoritas, y luego las que no conocía hasta ese día, las de discos posteriores a su lesión cerebral: Y aunque la primera reacción fue negativa, cuando negó cualquier recuerdo de haber asistido a ese concierto del Greateful Dead en el Central Park, “inmediatamente reconoció las piezas nuevas”, relata Sacks, “las encontró familiares, fue capaz de cantarlas.”, “¿Donde has oído eso?” le pregunté mientras escuchábamos “Picasso Moon”, se encogió de hombros sin saber que decir. Sin embargo, no hay duda de que se la había aprendido”. Y es que, increíblemente, Greg era excelente para memorizar las canciones que le gustaban, antes e incluso después de su lesión. Este no es el caso de mi padre, quién disfruta mucho más de buena música y películas que reconoce, que cualquier novedad, por buena que sea.

En fin, camaradas, ahora, me regreso al laboratorio, buscando las conclusiones y descubrimientos posibles de mis investigaciones genealógicas, en este Memorial de nuestra Amnesia. De vuelta a los matraces y microscopios, a las cámaras de vigilancia y los espectrogramas, las grabaciones de audio y video, los libros impresos y digitales, en esta red internacional de PCras, me regreso a las tomografías y las substancias alquímicas, en estos experimentos públicos e investigaciones privadas que yo hago, como el protagonista de Memento, con tatuajes de travesías desaparecidas recientemente, para asegurarme de que, sin lugar a dudas, el día de hoy, y el mañana hasta su muerte, se perderá por completo y para siempre, en los recuerdos rotos de mi padre, el laureado escritor, don José Agustín.