XIII
RECUERDOS DESDE MICTLÁN
Hace varios años, cuando
mi padre aún era una luminaria muy viva de la literatura mexicana, le piché un
par de ideas sobre algunas cosas de las que me gustarían escribir, entre ellas,
estaba un recuento de la mejor música que se haya escuchado, a través del
universo, y particularmente en esta casa nuestra que es de todos ustedes,
amables lectores. Me refería a los discos de ese hit parade casero y también un
tanto internacional, pero escrito en relación con la historia familiar, o con
cualquier tipo de anécdotas influidas por esos viejos tonos y timbres, de
nuestra vida privada o pública, pero una historia compartida colectivamente, de
alguna manera, por el amor que muchos audio-adictos profesamos a diversos
artistas, músicos y cantantes… También le conté sobre un personaje, alguien que
hablara todo el tiempo con citas cinematográficas populares o muy crípticas,
para que los lectores jugaran un juego que yo y mi hermano Jesús solíamos jugar:
Adivinar fragmentos de diálogos de películas, las favoritas o las más extrañas,
pero siempre filmes entrañables, cercanos a nuestro corazón, por razones de
educación sentimental, para nuestra fortuna o desgracia. Ya sabes, como el:
“I´ll Be back”, del Terminator, o el: “¡Pepe el Toro, es inocente!”, para que
te des una idea, con dos ejemplos para principiantes. Una más, para cinéfilos
de sci fi: “All those moments, will be lost/in Time, like Tears/in rain,,,”; Es
una maña que se me quedó, pues no me cabe duda que, desde niño, memorizaba
frases de muchas movies chidas que wachábamos en la casa vuestra. Esta idea le
gustó a mi jefazo, pues él mismo nos había educado a base de libros, música,
cine y televisión; Y ni lento ni perezoso, cuando vio que no escribía nada y
desperdiciaba estas ideas, que él mismo me dijo eran buenas propuestas para
trabajarse narrativamente, aplicó una de ellas sin más miramientos, robándomela
en mi jeta, y usándola para darle más de su estilo, color y profundidad al
protagonista de su novela policiaca/esotérica, Vida con mi viuda; Además, había otro personaje, el tío Lucas, que
parecía vagamente basado en mí y en mi tío Guti, aunque algo más extremo, por
lo que, en la novela, ese tío Lucas acaba muerto a balazos. Pero por cierto, en
mi retorcida opinión, ese personaje reflejaba algunos rasgos deplorables de mi
persona, ciertos tics y rollos mareadores. Cuando noté el dudoso honor de estos
extraños homenajes privados, así como ciertas filias medio repulsivas de la
novela, la boté en un rincón, y no he podido terminar de leerla. Algún día,
seguro, ya pronto. He decidido guardar algunos libros de mi papá pera el futuro
no muy lejano, cuando el tiempo y la fatalidad me hagan imposible conversar con
él, entonces podré seguir conociéndolo a través de sus libros, como
siempre, entonces lo podré escuchar
como cuando era joven, antes de que se
accidentara, y lesionara irremediablemente el cerebro. Pero en aquella novela,
mi padre se dio vuelo, con esa vieja dualidad de la que antes les hablé, en
algún capítulo anterior, con todo el rollo del doble, o doppelgänger, de su
protagonista/antagonista, el cineasta Onelio de la Sierra/León Kaprinski, un
alter ego oscuro de mi padre, personificado en un perverso agente de una
policía secreta.
Y
es que, han ustedes de saber, que estos delirios vienen a colación, en estas
mis confesiones computarizadas, por una extraña conexión: Por aquellos días, yo
me hallaba en mi peor momento como drogadicto, llenando mi cuerpo y alma del
veneno que usted guste, consumiendo mota a todas horas, chochos, coca, crack,
éxtasis y LSD, u hongos, peyote, cristal, y hasta solventes o ketapina, en mis
peores momentos, además de tabaco, cerveza y alcohol del fuerte, desde luego, y
un largo etc., etc.… En otras palabras: todo lo que se apareciera en mi camino,
camaradas (os), todo lo que se moviera o cayera en mis manos, sin discriminar
ningún elemento de la tabla periódica y sus infinitas combinaciones.
Esto
ocurrió, desde luego, por mi mala levadura, así como mis malas decisiones, mi
falta de carácter, mi flagrante depresión, y mi neurosis prematura, pero además
me hallaba con el corazón roto en mil pedazos, por la ruptura de mi primer
amor, aunado a mi fracaso como estudiante en varias carreras artísticas
truncas, y agregue usted, por favor, a este coctel molotov, que mi salud
comenzó a colapsar seriamente. Pero aún faltaban varios años para mi primer
intento serio de suicidio.
Regresando
a Vida con mi viuda, la muerte
trágica de otro personaje secundario me impresionó siempre más que el resto, la
de Héctor Wise (el suegro del personaje central), quién muere en un bosque de
Oaxaca, cuando, en una de sus exploraciones botánicas, cae en una barranquilla,
y se hiere gravemente, pero además un pie se le atora entre unas raíces, y allí
perece, desangrado irremediablemente, pero feliz, observando una flor azul, una
flor mágica, La Flor de la Buena Muerte.
Esa es la flor que espero ver cuando
me despida de este mundo, y así mismo, espero que se le aparezca a mi padre y a
toda mi familia y seres queridos, la gran familia universal, todos los hombres
y mujeres de buena voluntad, y salud: Nos deseo a todos una buena muerte.
He
vuelto al viejo disquero de mi padre, en la sala de nuestra casa, donde
descansan ordenados alfabéticamente todos los discos que él alguna vez amo y
escuchó tanto, enmarcados en unos muebles de madera diseñados especialmente
para discos compactos o acetatos, aquí está toda la música de mi padre, el
conocedor, reconocido divulgador y audiomaniaco que me crio a mí y a mi familia
con grandes dosis de rock, jazz, clásico, tropical, música tradicional y del
mundo, o hasta electrónica, al final de sus tiempos como degustador y promotor
incansable del arte sonoro; Y mucho más, se escuchó por aquí, a todo volumen en
el jardín o esta sala… Aquí me encuentro con el magnífico cuadro del Che
Guevara, que realizara mi tío el Guti, perdón: Augusto Ramírez, en los años
sesenta y tantos, así como el retrato de mi propio tío, que a su vez le pintó, ni
más ni menos, que el maestro Arturo Rivera, quién plasmo toda su jeta tal cual
era, igualito, aunque con un paño en la cabeza estilo Morelos y Pavón; y yo no
puedo evitar hundirme en otro de mis flashbacks psicodélicos, usando la rockola
como máquina del tiempo, y me quedo atrapado en las raíces de otro viejo
recuerdo, que datará por el año de 1994, el año en que irrumpieron los neo
Zapatistas Chiapanecos, y se voló la
tapa de los sesos el muy extrañado Kurt Cobain.
Por
aquellos días, algunos años antes de regresarme a Cuautla, fracasado tras mi
primer intento de adaptarme a la Gran Babilonia/Tenochtitlán, cuando aún
estudiaba en una preparatoria del INBA, con materias artísticas, fresco en mis
exploraciones de la Ciudad de México, yo también anduve cotorreando un tiempo
con el célebre pintor Arturo Rivera. Él, por cierto, había sobrevivido ya una
vez, literalmente, a la visita de la Parca, cuando sufrió una oportuna
intervención quirúrgica de varios cirujanos cardiólogos, donde, sin embargo,
murió brevemente en el quirófano, frente a frente con la calavera, tras una
operación finalmente exitosa, a corazón abierto. Se descubrió a sí mismo vivo,
asombrado por su capacidad de supervivencia, y revitalizado como un Bukowski cualquiera,
tras su roce con La Niña Blanca. Por cierto, que el viejo Hank era uno de
nuestros autores favoritos, al menos por aquellas temporadas, tanto de mi papá
y mi tío Guti, como del maese Rivera, quién me prestó algunos de sus libros, a
cambio, en parte, de la buena hierba que yo le proporcionaba, pero, por otro
lado, el tipo era simplemente buena onda. Nos dábamos un toque y bebíamos unas
chelas, mientras platicábamos de arte, o yo lo oía, más bien, y él ampliaba mis
horizontes sin darme cuenta. Me dejaba entrar a su casa de tres pisos en la
colonia Condesa, llena de cuadros sin terminar por doquier, e incluso me mostró varias veces su estudio, amplio como
una bodega o un hangar, así parecía ante
mis asombrados ojos, donde, nomás para entrar, había un altar lleno de
reliquias, artefactos, antigüedades, calaveras de humanos y bestias, fetos y
fenómenos embotellados, instrumentos
científicos, huesos, cuernos, y algunos animales disecados, raíces
invertidas, plantas extrañas y flores exóticas… Todos estos objetos, eran
elementos que tarde o temprano aparecían en sus obras. Era una antesala
fantástica, de un misterio abrumador, que conducía a un estudio gigante,
maravilloso, poblado por lienzos de todos tamaños en las amplias paredes
blancas. Sabiendo que me encontraba en el taller de un maestro de la talla de cualquiera
de los monstruos de las bellas artes, deambulaba entre sus pinturas
inconclusas, como sumergido en un mundo de magia oscura. En una de esas
visitas, en las que él o su mujer en turno acababan casi corriéndome, pues yo
no me quería ir y a ellos les urgía ponerse en una frecuencia más intensa, recuerdo
que me prestó el de Música de Cañerías,
una colección de cuentos de Bukowski, de
los tiempos en que la editorial Anagrama aún lo publicaba en una
colección blanca, más grande que sus actuales de bolsillo y colores neones; Un
ejemplar que desde luego nunca le regresé, pero tampoco se lo robé, sólo se lo
presté a otro amigo de la prepa, un viejo compañero de borracheras de mi
juventud, que estaba convaleciendo en un hospital, ¡y ese cabrón nunca me lo
regresó!; No solo eso, sino que, en su vida adulta, tuvo el descaro de
convertirse en policía judicial, y de los peligrosos, además, but that, is
another story.
Pero
como les decía, tras su experiencia extrema en el hospital, al borde del abismo
mortífero, Don Arturo presentó la gran evolución de su obra, y realizó una de
sus magnas exposiciones retrospectivas, en el palacio de Bellas Artes, bajo el
título: EJERCICIOS PARA LA BUENA MUERTE.
Cuando le platiqué a mi jefe de mi polémica relación con el gran pintor, quien
era más o menos amigo suyo, pero en realidad era cumpa de mi tío Augusto, el
desconocido y asombroso pintor realista, mi padre se encabronó, al enterarse
que yo le conseguía su mota, y, aun traumatizado por su estancia en Lecumberri,
conflictivo como siempre fue, incluso le habló para pedirle que no me la
solicitara más, y así, terminó mi relación con el gran pintor, Arturo Rivera, quién,
aunque me regaló varios libros de pintura, estos si hasta autografiados, de los
cuales todavía tengo uno de apuntes de Rembrandt, tampoco quiso aceptarme como
pupilo, igual que mi padre me rechazaba, por mi escaso talento y disciplina.
Acaso mi tío Guti me tomó como alumno un rato, porque mi papá le pagó por
algunas clases, aún con todo su evidente desinterés como maestro marihuano, me
compartió algunos de sus vastos conocimientos como artista plástico, adquiridos
primero en la escuela de San Carlos, la cual no concluyó, y después
desarrollando su técnica como autodidacta, estudiando a Da Vinci, Caravaggio, y
otros renacentistas, principalmente. Pero el caso es que mi tío Guti y Arturo
Rivera eran buenos amigos, y fumaban harta mota juntos, aunque no bebían, pues
Rivera se vio forzado a dejar el alcohol, y mi tío nunca fue alcohólico. Pero
se profesaban admiración mutua, y aunque Arturo pronto despegó con sus
temáticas oscuras y se colocó como lo que es hoy en día: Uno de los pintores
más geniales y respetados de las artes plásticas contemporáneas de México y el
mundo, siempre tuve la impresión de que admiraba sinceramente la magnífica
técnica realista y el estilo de vida casi anarquista del tío Guti. Yo siempre
los vi como a mis guías, eruditos, como a un hermano mayor detrás del otro, y
así hasta sumarse como un tótem gigante, desde cuyos hombros yo he visto el
mundo y las estrellas… Bueno, al menos, así es como los veo yo.
Para
terminar por hoy con lo de Vida con mi viuda, es para mí una ironía muy grande, que
efectivamente mi padre a vivido para ver como su personaje se desvanece
lentamente, como de hecho casi pudo asistir a su propio velorio, simplemente
dejando de escribir, por la severa lesión que padeció, su aferrado alcoholismo
y su devastación como artífice de su propio arte, sus cumbres y sus ruinas. Y
aquí, en este pequeño palacio de la Luna donde habitamos los tres, doña
Margarita y don José, mis jefes y yo, el Tinieblas junior, ambos tenemos que
convivir, de algina manera, con la viuda del gran escritor, que aún vive pero
ya no escribe… Aquel que alguna vez fue el “joven y célebre autor mexicano”, y
a quién, en adelante, en estos tiempos modernos, en que ya salió de su huevo y
gobierna una Morena de pseudo izquierda (sea
lo que eso sea), y reina el viejo Pejelagarto, los papeles de la beca mensual del
Fonca han decidido nombrarlo, para términos legales, como: “El creador
emérito”, para referirse a no otro que mein
father, Don José Agustín Ramírez Gómez.