viernes, 4 de enero de 2019

XIII RECUERDOS DESDE MICTLÁN







XIII

RECUERDOS DESDE MICTLÁN


                        Hace varios años, cuando mi padre aún era una luminaria muy viva de la literatura mexicana, le piché un par de ideas sobre algunas cosas de las que me gustarían escribir, entre ellas, estaba un recuento de la mejor música que se haya escuchado, a través del universo, y particularmente en esta casa nuestra que es de todos ustedes, amables lectores. Me refería a los discos de ese hit parade casero y también un tanto internacional, pero escrito en relación con la historia familiar, o con cualquier tipo de anécdotas influidas por esos viejos tonos y timbres, de nuestra vida privada o pública, pero una historia compartida colectivamente, de alguna manera, por el amor que muchos audio-adictos profesamos a diversos artistas, músicos y cantantes… También le conté sobre un personaje, alguien que hablara todo el tiempo con citas cinematográficas populares o muy crípticas, para que los lectores jugaran un juego que yo y mi hermano Jesús solíamos jugar: Adivinar fragmentos de diálogos de películas, las favoritas o las más extrañas, pero siempre filmes entrañables, cercanos a nuestro corazón, por razones de educación sentimental, para nuestra fortuna o desgracia. Ya sabes, como el: “I´ll Be back”, del Terminator, o el: “¡Pepe el Toro, es inocente!”, para que te des una idea, con dos ejemplos para principiantes. Una más, para cinéfilos de sci fi: “All those moments, will be lost/in Time, like Tears/in rain,,,”; Es una maña que se me quedó, pues no me cabe duda que, desde niño, memorizaba frases de muchas movies chidas que wachábamos en la casa vuestra. Esta idea le gustó a mi jefazo, pues él mismo nos había educado a base de libros, música, cine y televisión; Y ni lento ni perezoso, cuando vio que no escribía nada y desperdiciaba estas ideas, que él mismo me dijo eran buenas propuestas para trabajarse narrativamente, aplicó una de ellas sin más miramientos, robándomela en mi jeta, y usándola para darle más de su estilo, color y profundidad al protagonista de su novela policiaca/esotérica, Vida con mi viuda; Además, había otro personaje, el tío Lucas, que parecía vagamente basado en mí y en mi tío Guti, aunque algo más extremo, por lo que, en la novela, ese tío Lucas acaba muerto a balazos. Pero por cierto, en mi retorcida opinión, ese personaje reflejaba algunos rasgos deplorables de mi persona, ciertos tics y rollos mareadores. Cuando noté el dudoso honor de estos extraños homenajes privados, así como ciertas filias medio repulsivas de la novela, la boté en un rincón, y no he podido terminar de leerla. Algún día, seguro, ya pronto. He decidido guardar algunos libros de mi papá pera el futuro no muy lejano, cuando el tiempo y la fatalidad me hagan imposible conversar con él, entonces podré seguir conociéndolo a través de sus libros, como siempre,  entonces lo podré escuchar como  cuando era joven, antes de que se accidentara, y lesionara irremediablemente el cerebro. Pero en aquella novela, mi padre se dio vuelo, con esa vieja dualidad de la que antes les hablé, en algún capítulo anterior, con todo el rollo del doble, o doppelgänger, de su protagonista/antagonista, el cineasta Onelio de la Sierra/León Kaprinski, un alter ego oscuro de mi padre, personificado en un perverso agente de una policía secreta.
Y es que, han ustedes de saber, que estos delirios vienen a colación, en estas mis confesiones computarizadas, por una extraña conexión: Por aquellos días, yo me hallaba en mi peor momento como drogadicto, llenando mi cuerpo y alma del veneno que usted guste, consumiendo mota a todas horas, chochos, coca, crack, éxtasis y LSD, u hongos, peyote, cristal, y hasta solventes o ketapina, en mis peores momentos, además de tabaco, cerveza y alcohol del fuerte, desde luego, y un largo etc., etc.… En otras palabras: todo lo que se apareciera en mi camino, camaradas (os), todo lo que se moviera o cayera en mis manos, sin discriminar ningún elemento de la tabla periódica y sus infinitas combinaciones.
Esto ocurrió, desde luego, por mi mala levadura, así como mis malas decisiones, mi falta de carácter, mi flagrante depresión, y mi neurosis prematura, pero además me hallaba con el corazón roto en mil pedazos, por la ruptura de mi primer amor, aunado a mi fracaso como estudiante en varias carreras artísticas truncas, y agregue usted, por favor, a este coctel molotov, que mi salud comenzó a colapsar seriamente. Pero aún faltaban varios años para mi primer intento serio de suicidio.
Regresando a Vida con mi viuda, la muerte trágica de otro personaje secundario me impresionó siempre más que el resto, la de Héctor Wise (el suegro del personaje central), quién muere en un bosque de Oaxaca, cuando, en una de sus exploraciones botánicas, cae en una barranquilla, y se hiere gravemente, pero además un pie se le atora entre unas raíces, y allí perece, desangrado irremediablemente, pero feliz, observando una flor azul, una flor mágica, La Flor de la Buena Muerte.
            Esa es la flor que espero ver cuando me despida de este mundo, y así mismo, espero que se le aparezca a mi padre y a toda mi familia y seres queridos, la gran familia universal, todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y salud: Nos deseo a todos una buena muerte.
He vuelto al viejo disquero de mi padre, en la sala de nuestra casa, donde descansan ordenados alfabéticamente todos los discos que él alguna vez amo y escuchó tanto, enmarcados en unos muebles de madera diseñados especialmente para discos compactos o acetatos, aquí está toda la música de mi padre, el conocedor, reconocido divulgador y audiomaniaco que me crio a mí y a mi familia con grandes dosis de rock, jazz, clásico, tropical, música tradicional y del mundo, o hasta electrónica, al final de sus tiempos como degustador y promotor incansable del arte sonoro; Y mucho más, se escuchó por aquí, a todo volumen en el jardín o esta sala… Aquí me encuentro con el magnífico cuadro del Che Guevara, que realizara mi tío el Guti, perdón: Augusto Ramírez, en los años sesenta y tantos, así como el retrato de mi propio tío, que a su vez le pintó, ni más ni menos, que el maestro Arturo Rivera, quién plasmo toda su jeta tal cual era, igualito, aunque con un paño en la cabeza estilo Morelos y Pavón; y yo no puedo evitar hundirme en otro de mis flashbacks psicodélicos, usando la rockola como máquina del tiempo, y me quedo atrapado en las raíces de otro viejo recuerdo, que datará por el año de 1994, el año en que irrumpieron los neo Zapatistas  Chiapanecos, y se voló la tapa de los sesos el muy extrañado Kurt Cobain.



Por aquellos días, algunos años antes de regresarme a Cuautla, fracasado tras mi primer intento de adaptarme a la Gran Babilonia/Tenochtitlán, cuando aún estudiaba en una preparatoria del INBA, con materias artísticas, fresco en mis exploraciones de la Ciudad de México, yo también anduve cotorreando un tiempo con el célebre pintor Arturo Rivera. Él, por cierto, había sobrevivido ya una vez, literalmente, a la visita de la Parca, cuando sufrió una oportuna intervención quirúrgica de varios cirujanos cardiólogos, donde, sin embargo, murió brevemente en el quirófano, frente a frente con la calavera, tras una operación finalmente exitosa, a corazón abierto. Se descubrió a sí mismo vivo, asombrado por su capacidad de supervivencia, y revitalizado como un Bukowski cualquiera, tras su roce con La Niña Blanca. Por cierto, que el viejo Hank era uno de nuestros autores favoritos, al menos por aquellas temporadas, tanto de mi papá y mi tío Guti, como del maese Rivera, quién me prestó algunos de sus libros, a cambio, en parte, de la buena hierba que yo le proporcionaba, pero, por otro lado, el tipo era simplemente buena onda. Nos dábamos un toque y bebíamos unas chelas, mientras platicábamos de arte, o yo lo oía, más bien, y él ampliaba mis horizontes sin darme cuenta. Me dejaba entrar a su casa de tres pisos en la colonia Condesa, llena de  cuadros sin terminar por doquier, e incluso me mostró varias veces su estudio, amplio como una bodega o un hangar,  así parecía ante mis asombrados ojos, donde, nomás para entrar, había un altar lleno de reliquias, artefactos, antigüedades, calaveras de humanos y bestias, fetos y fenómenos embotellados, instrumentos  científicos, huesos, cuernos, y algunos animales disecados, raíces invertidas, plantas extrañas y flores exóticas… Todos estos objetos, eran elementos que tarde o temprano aparecían en sus obras. Era una antesala fantástica, de un misterio abrumador, que conducía a un estudio gigante, maravilloso, poblado por lienzos de todos tamaños en las amplias paredes blancas. Sabiendo que me encontraba en el taller de un maestro de la talla de cualquiera de los monstruos de las bellas artes, deambulaba entre sus pinturas inconclusas, como sumergido en un mundo de magia oscura. En una de esas visitas, en las que él o su mujer en turno acababan casi corriéndome, pues yo no me quería ir y a ellos les urgía ponerse en una frecuencia más intensa, recuerdo que me prestó el de Música de Cañerías, una colección de cuentos de Bukowski, de  los tiempos en que la editorial Anagrama aún lo publicaba en una colección blanca, más grande que sus actuales de bolsillo y colores neones; Un ejemplar que desde luego nunca le regresé, pero tampoco se lo robé, sólo se lo presté a otro amigo de la prepa, un viejo compañero de borracheras de mi juventud, que estaba convaleciendo en un hospital, ¡y ese cabrón nunca me lo regresó!; No solo eso, sino que, en su vida adulta, tuvo el descaro de convertirse en policía judicial, y de los peligrosos, además, but that, is another story.

Pero como les decía, tras su experiencia extrema en el hospital, al borde del abismo mortífero, Don Arturo presentó la gran evolución de su obra, y realizó una de sus magnas exposiciones retrospectivas, en el palacio de Bellas Artes, bajo el título: EJERCICIOS PARA LA BUENA MUERTE. Cuando le platiqué a mi jefe de mi polémica relación con el gran pintor, quien era más o menos amigo suyo, pero en realidad era cumpa de mi tío Augusto, el desconocido y asombroso pintor realista, mi padre se encabronó, al enterarse que yo le conseguía su mota, y, aun traumatizado por su estancia en Lecumberri, conflictivo como siempre fue, incluso le habló para pedirle que no me la solicitara más, y así, terminó mi relación con el gran pintor, Arturo Rivera, quién, aunque me regaló varios libros de pintura, estos si hasta autografiados, de los cuales todavía tengo uno de apuntes de Rembrandt, tampoco quiso aceptarme como pupilo, igual que mi padre me rechazaba, por mi escaso talento y disciplina. Acaso mi tío Guti me tomó como alumno un rato, porque mi papá le pagó por algunas clases, aún con todo su evidente desinterés como maestro marihuano, me compartió algunos de sus vastos conocimientos como artista plástico, adquiridos primero en la escuela de San Carlos, la cual no concluyó, y después desarrollando su técnica como autodidacta, estudiando a Da Vinci, Caravaggio, y otros renacentistas, principalmente. Pero el caso es que mi tío Guti y Arturo Rivera eran buenos amigos, y fumaban harta mota juntos, aunque no bebían, pues Rivera se vio forzado a dejar el alcohol, y mi tío nunca fue alcohólico. Pero se profesaban admiración mutua, y aunque Arturo pronto despegó con sus temáticas oscuras y se colocó como lo que es hoy en día: Uno de los pintores más geniales y respetados de las artes plásticas contemporáneas de México y el mundo, siempre tuve la impresión de que admiraba sinceramente la magnífica técnica realista y el estilo de vida casi anarquista del tío Guti. Yo siempre los vi como a mis guías, eruditos, como a un hermano mayor detrás del otro, y así hasta sumarse como un tótem gigante, desde cuyos hombros yo he visto el mundo y las estrellas… Bueno, al menos, así es como los veo yo.
Para terminar por hoy con lo de Vida con mi viuda, es  para mí una ironía muy grande, que efectivamente mi padre a vivido para ver como su personaje se desvanece lentamente, como de hecho casi pudo asistir a su propio velorio, simplemente dejando de escribir, por la severa lesión que padeció, su aferrado alcoholismo y su devastación como artífice de su propio arte, sus cumbres y sus ruinas. Y aquí, en este pequeño palacio de la Luna donde habitamos los tres, doña Margarita y don José, mis jefes y yo, el Tinieblas junior, ambos tenemos que convivir, de algina manera, con la viuda del gran escritor, que aún vive pero ya no escribe… Aquel que alguna vez fue el “joven y célebre autor mexicano”, y a quién, en adelante, en estos tiempos modernos, en que ya salió de su huevo y gobierna una Morena  de pseudo izquierda (sea lo que eso sea), y reina el viejo Pejelagarto, los papeles de la beca mensual del Fonca han decidido nombrarlo, para términos legales, como: “El creador emérito”, para referirse a  no otro que mein father, Don José Agustín Ramírez Gómez.