STARMAN:
ÚLTIMO RETORNO DEL MUTANTE ESTELAR
(o DAVID BOWIE, DESENCARNADO)



I


…Torre de control en Tierra llamando al capitán Bowie, ¿me escuchas David?, responde, cambio… Torre de control terrestre llamando al capitán Bowie, ¿me escuchas, David?, responde, cambio…
                                                                   *  *  *
En el jardín suena a todo volumen Ziggy Stardust, y mi padre, el laureado escritor don José Agustín, come con mi jefa en su casa, a las 5:45 p.m. Yo escribo al otro lado de la alberca, más allá de la gran piedra y el pasto, en la habitación del mural, mientras el rehilete cubre su ronda, sobre la hierba verde de la vieja casa que nos heredó mi abuelo, acá en la hermana república de Cuautla Mugrelos. Y es desde aquí que, consternado como todo el mundo, o al menos cualquier amante respetable del rock and roll, estoy tratando de digerir la pena que me embarga, por la muerte del maese David Bowie, quién, ayer, hace apenas hace unas horas, el domingo diez de enero del 2015, en la ciudad de Nueva York, se rindió al fin ante la Diosa del Sueño Eterno, tras batallar unos meses contra el maldito cáncer. Desde allá, su espíritu ha desencarnado, para saltar hasta su destino: las estrellas, el origen de cual todos provenimos, y el destino al que todos volveremos algún día... apenas ayer abandonó su crisálida de Earthling (Terrícola) y se ha transformado al fin en Stardust, (“Polvodestrellas”), ante lo cual no queda más que la resignación, camaradas, no hay de oxtra. Y nada de revolcarse como humanos en el lodo de la nostalgia, pues el motivo que nos reúne ante esta fogata es el fallecimiento de un artista futurista, propositivo y visionario, que siempre vivió del presente para adelante, y por eso, aún después de muerto, es una de las más grandes y polifacéticas “bandas de un solo hombre”, que el rock haya ofrecido al mundo, o al patrimonio “rucanrolero” de la humanidad.
David Bowie fue un creador polifacético como pocas veces se halla visto en la historia del arte, y que su partida de este mundo pueda detener, aunque sólo fuera por un distante instante, la incontenible marea de idioteces que reina en los “trending topics” de la red, es muestra de la trascendencia y actualidad de sus múltiples expresiones creativas: cantante, compositor, actor, pero sobre todo, un revolucionario en todas las áreas donde se desenvolvía; Casi se podría decir, como se dice de los artistas más icónicos, que era un espíritu bendecido por los dioses, pues estuvo siempre rodeado de buenos amigos y grandes aliados, más tarde sinceros admiradores, que el destino tenía listos para trabajar con él, como si en un plan predestinado, su camino de sueños estaba lleno de regalos celestiales, para que a su vez, esta suerte de hechicero audiovisual pudiera regalarle al mundo todo su talento, convertido en joyas musicales y cinematográficas. Lo tuvo todo, el muy estimadísimo Mr. Bowie, era talentoso, físicamente bien parecido, incluido un ojo de fenómeno, con la pupila eternamente dilatada, como un gato que sueña despierto, medio cerebro viajando en ácido, todo lo cual solo le daba más estilo; con una voz potente y versátil, además de ser inteligente y audaz, y ciertamente no necesita a otro pinche admirador como yo escribiendo esto a raíz de su muerte, ni quizás nadie necesite leerlo allá afuera en los confines de la interred, pero escribo todo esto para mí, al parecer, como una forma de resistencia sicológica contra los tsunamis y resacas del futuro que no ha alcanzado, y que la muerte de este mentor espiritual anuncia como inevitable.
Así como también, desde luego, tuvo una que otra rola aborrecible, o para mi gusto no tan chida, como suele pasarle a cualquiera que trabaje tanto, durante tantos años; pero provechaba sus tropiezos y extravíos como una herramienta para mantenerse creativo y experimental, e hizo de la transformación la marca de su casa; y aun cuando hay desniveles absurdos en este palacio de producción cinefílica y melomaniaca, cuya bacanal expresiva pasa por todo un baile de máscaras y disfraces, sus obras logradas lo sitúan como uno de los más grandes solistas, toda una leyenda del Rock and roll (sea lo que eso sea, a esta alturas).
Era pues, un mutante maravilloso que dictó algunas reglas de la evolución musical, a veces, o supo adaptarse a las actualizaciones como vinieran, en otras, pues no sólo era un amante de las melodías transgresoras, sino que podía transformarse frente a los oídos más finos del planeta, como un ser aparentemente de otra galaxia, mimetizándose con lo que escuchaba, como si careciera de un ego propio, tanto en la pantalla grande o en el escenario de sus asombrosos conciertos, se convertía en distintos personajes diseñados por él mismo o específicamente para él,  y a través de su vida fue consistente con su mensaje de paz y tolerancia intergaláctica-universal, mientras abría muchas mentes al infinito de las posibilidades armónicas, e hizo reventar a otras más, ¡con sus poderes sónicos, como ondas de radio láser!... Pero volvamos un poco más atrás en el tiempo, si son tan amables, en nuestras máquinas sonoras de tiempo virtual, y les explico por qué este vato es tan difícil de despedir, o como es que su arte alcanzó a acariciar mi alma, como la de muchos otros, al parecer: hartos gays dentro y fuera del clóset, así como también, un buen huato de bicicletos y heteros sin prejuicios y con buen diente para la música y el cine.
II
¡EL ASCENSO Y LA CAÍDA DE
ZIGGY POLVODESTRELLAS
Y LAS ARAÑAS DE MARTE!

Mi primer encuentro con David Bowie, of course, fue con The rise and fall of Ziggy Stardust and the spiders from mars (1972), su joven obra maestra, el disco que mi padre más admira de él, y que se solía escuchar a todo volumen en los recónditos rincones del jardín antes mencionado, o bien de noche, en la sala o el estudio, y así aprendí a amar a ese ser andrógino caído de las estrellas, cuya voz, acompañada de un guitarrista insólito (Mick Ronson), tocaba las cuerdas más sensibles de mi existencia. El álbum entero es conceptual y coquetea con la ópera rock, pero no tiene un argumento tradicional, es más bien una disertación lírica, filosófica e iconoclasta, disfrazada de ficción futurista, pues la historia revela pistas sobre un futuro apocalíptico, al cual arriba un extraterrestre, devenido en parodia de rockstar decadente, acompañado de una banda de arañas marcianas y un padrino estelar, cuyo poder podría hacer explotar nuestros cerebros, pero no lo hace pues cree que la humanidad vale la pena...  Pero Ziggy “Polvoestelar” Bowie asciende a la fama tan rápido, que, a pesar de haber contemplado el amor en su contraparte, la diva Lady Stardust, está a punto de convertirse en otro célebre suicidio del rockanroll, cuando, al final, el Hombre de las Estrellas lo salva de sus seguidores, Ziggy redime y retoma su misión, elige vivir, y nos ofrece sus manos como elixir de salvación.
Cabe aclarar, que escribo todo esto con tristeza, aguantándome las lágrimas de cocodrilo, como las que me sorprendieron hace unas horas, muy temprano, cuando me enteré de su deceso, el cual, por cierto, me golpeó de frente, como el frente frío que parecía acompañar su partida. Ahora mismo, a velocidad lux, se aleja cada vez más de nosotros, los simples mortales, atrapados acá en estas coordenadas del tiempo y espacio, girando sobre la gran canica rodante que algunos llaman la Tierra, aunque hoy, aquí a través de mi ventana, haya más agua que otra cosa, en la forma de viento y lluvia incesantes.













III
MIENTRAS TANTO, EN EL FUTURO…
En fin, que David Bowie ha muerto hace apenas un par de días, pero parece estar más vivo que nunca. Tal parece que hubiera orquestado su muerte como un acto final de teatro, en el último de sus asombrosos eventos inter-disciplinarios. Quizás nadie antes que él había logrado sincronizar su fallecimiento con una obra póstuma diseñada en vida, un testamento de arte vivo, como el que reveló en Blackstar, recién nacido este ocho de enero del 2016, cuando lanzó su último disco, creado en mancuerna con su viejo amigo Tony Visconti y una banda de Jazzistas hipermodernos de Nueva York, con quienes se embarcó en su último viaje sonoro, siempre adelante hacia territorios musicales nunca antes explorados, hasta donde ningún hombre se ha aventurado jamás.
De esta obra pro-póstuma se deriva el magnífico sencillo:  “Lazarous”, un oscuro  y perturbador hechizo en la cumbre de su montaña pagana, audiovisual como siempre, y en el cual, con una danza de teatro ritual, se auto-resucitó apenas dos días antes de su muerte, la cual acaeció dos días después de su cumpleaños número sesenta y nueve, el día que estrenó su álbum de despedida. Un final sorpresivo hasta para el mismo, me imagino.
Platicando sobre este extraño suceso, mi padre me dice, con tono irónico de tragicomedia negra:
–Se murió para promocionar su disco.
Pero tal parece que ni el mismo Bowie planeó como se fundiría con la pieza final, con la última nota, para culminar su multifacética obra, pues, aparentemente, esta pincelada cumbre de su lienzo, la tenían que poner los mismísimos Dioses del Teatro y el Rocanrol, disolviéndolo en un acto de desaparición, al más puro estilo de los mejores ilusionistas o artistas del escape: se fugó del planeta cuando se hallaba en la cima, suspendido en el aire por medios de hechicería virtual, desvaneciéndose ante los ojos del mundo, se transformó, finalmente, en humo blanco y un cofre con cenizas.













IV
TRAYECTORIA TEMPO-ESPACIAL DEL ARTÍSTA METAMÓRFICO
Pero divago, pues me encontraba fumando alguna droga extraterrestre con el Ziggy S., la cual me hizo viajar en el tiempo hasta los años marravillosos, o un poco después, cuando los padrinos del punk (Lou Reed, David Bowie, Patti Smith, The N.Y. Dolls e Iggy Pop, etc.) se apoderaron de la escena roquera, y cambiaron su rostro para siempre. Al principio, fue literal, pues el Glam rock se popularizó en buena medida por los estrafalarios disfraces con los cuales Bowie y sus alter egos dictaban la moda y se pavoneaban en el escenario, al parecer ajenos a las miserias del mundo.
Cabe aclarar, como acabo de enterarme en la interred, que Bowie ya había gozado del éxito en la clásica Space oddity (1969), su primera aproximación musical a la ciencia ficción,  que mucho tiempo después otras bandas chidas (Leather nun, Monster magnet, Massive attack, The flaming lips, etc.), además de hartos músicos intrépidos del rock, ya sea metal, progresivo, o new age y tecno, como él, se decidirían a explorar, viajando hasta atrás de un autobús cromado, tripeando entre tiempo y espacio, milenios de luz y el sonido.  Space oddity estuvo inspirada en el 2001 de Kubrick, pero se hizo muy popular por su sincronía con el lanzamiento de la primera misión Apolo, que, dicen los creyentes, llevó al hombre a la Luna (yo no me trago ese cuento lunático, creo que es un montón de bullshit, personalmente).
Después, en mi memoria muy personal, el maese Bowie volvió a mi vida con toda la magia que lo acompañó siempre, en la película infantil Laberinto (escrita por Terry jones, del Monty Python, producida por George Lucas y con dirección de Jim Henson, estrenada en 1986), donde interpretaba majestuosamente a Jared, el Rey de los duendes, y se aventaba algunas canciones para morritos, pegajosas y funcionales para el filme, incluida una muy clavel, donde se paseaba libremente por la arquitectura multidimencional de M.C. Escher. Al final, derrotado, se trasformaba en una lechuza, y se largaba volando en la noche. Mi admiración creció, pues jamás había visto un cantante y compositor con tal facilidad para la actuación, engalanando un filme tan maravilloso, y difícilmente hay otro, sólo me viene a la mente Tom Waits, en el  Dr. Parnasuss (2013) del maese Terry Gilliam, por ejemplo. Pero además, sus impúdicos acercamientos a la ciencia ficción y la fantasía, me hicieron sentir en él a un hermano, pues a mis once años, comprendía que no era ni un duende ni un alien, sino simplemente un intérprete fantástico salido de otra agobiante urbe ordinaria, e intuía que aquellos actos teatrales eran, como en mi caso y el de millones más, llamadas de auxilio desesperadas y teledirigidas a extraterrestres o deidades mitológicas e imaginarias por igual, mensajes embotellados con una súplica intergaláctica: concretar un escape de esta cruel realidad, de la injusticia, estupidez y maldad humanas, que reinan en las sociedades contemporáneas.
Eso representó, para mí, inconscientemente, desde el principio, el maese Bowie: una guía para hallar la salida de esta sociedad rígida, burocrática y vil, sin ideas, que carece de imaginación o voluntad para cambiar.   
Pongo el DVD del Laberinto y wacho la movie de nuez, mientras escribo, y me asombra ver a Bowie tan pinche joven, hipnótico y glamuroso, aparentemente indestructible: es casi increíble que sea el mismo hombre de los videos del Blackstar: decrépito, moribundo, y sin embargo, eternamente vital: así será recordado.
Al volver del cine, allá en el lejano 89, mi padre nos mostraría un acetato del primer disco homónimo del ese tal David Bowie (llamado realmente David Robert Jones, pero cambió su nombre artístico para evitar a un homónimo, en la funesta banda The Monkees). En él, mi padre recordaba haber oído una rareza patética sobre un gnomo que ríe, en aquella irrupción prematura de Bowie en la cultura popular, con The laughing gnome (67), donde incluso se oye una vocecilla como de las ardillas cantantes, y recuerdo que aquella ridiculez me pareció un saludable gesto hacia los niños, pero una rola abominable para iniciar su carrera. Total: ¡Juar, juar (como diría doña Borola), pinche Bowie, parecía che-pillín!
Pero después vinieron otras apariciones en el cine, en papeles secundarios pero inolvidables, como el vampiro-esclavo de El ansia, en 1983 (cronológicamente previa a Laberinto, lo sé, pero por aquello de la censura, llegó a mis ojos hasta la adolescencia). Permítanme recordarles esa escena donde envejecía fatalmente, en la antesala de un consultorio, esperando varias horas a la doctora Sarandon, quién más tarde se rifaba tremenda escena lésbica con Catherine Deneuve, uff. Incluyendo música de Schubert y Bauhaus, así de clavado fue el excelente debut del director Tony Scott, quién hace pocos años, trágicamente, se suicidara lanzándose desde el puente Vincent Thomas, en el puerto de san Pedro, Los Ángeles, CA…   Pero aquel mismo 1983, Bowie participó en otras tres películas: Feliz navidad, señor Lawrence  (de Nagisa Oshima, con actuación especial de Takeshi kitano), Yellowbeard, una comedia de piratas que naufragó a pesar de su reparto estelar, y otra sobre la gira de conciertos de Ziggy Stardust, una demostración de su versatilidad, y su apertura a los proyectos de todo aquel que lo invitó a trabajar en el cine. La lista de sus participaciones en el séptimo arte es larga y confusa, llena de aciertos y algunos cómicos resbalones. Otras actuaciones excepcionales fueron el extraterrestre nihilista de The man who fell to Earth (76), algo llamado Just gigolo (79), cuyo cartel se ve dos-tres interesante acá en la red, un Baal de Berthol Brecht (82), el Pilatos de La última tentación de Cristo (Scorsese, 88), un breve cameo astral-surrealista para Twin peaks (David Lynch, 92), su Andy Warhol para Basquiat (96), y hasta un Nicola Tesla en The prestige, de los hermanos Nolan, ya en 2006. Pero esas buenas actuaciones no significan que Bowie escogiera muy bien sus apariciones, pues a cambio también se dejó ver en filmes tirándole a underground, como Christiane F. (82), donde permitió que se usara su música, algo que se volvió habitual en el cine angloparlante. También compuso música original, para rarezas como Cat people (82), de Paul Schreder (con desnudos felinos de Natasha kinski, grr-roar!) o Boy meets girl (84), o The Falcon and the snowman (85), la nefasta animación post- nuclear When the wind blows (86), o el Budda of suburbia (93). Así mismo, para bien o para mal, también colaboró para churrascos no tan memorables, como si no supiera decirle “no” a nadie que quisiera jugar con él, entre ellos: Into the night (85), Absolute begginers (86) Traveling light (92), The linguini incident (92), Inspirations (97), Il mio west (98); aclaro que no las he visto ni las veré, pues ya por acá uno empieza a preguntarse: WHATTAFOOoock…?, pero esto me sirve de pie para agregar que su trayectoria es tan vasta, que quién afirme conocerla toda, casi seguro miente, y si uno lo admira, nos dejó mucha tarea que revisar, sobre todo en cuanto a su música, especialmente porque ahora que todo está a nuestra disposición en la interred, a solo un par de clicks de distancia, ya no hay pretextos. Más, volvamos a la lista de fiascos palomeros: B.U.S.T.E.D. (98), Mr. Rice secret (00), Zoolander (01), The rutles 2 (03, con Michael Palin, una parodia de los Beatles, chance este visible), August (08), Bandslam (09) ¡y hasta prestó su voz para Arthur and the Minimoys 2 y SpongeBob Atlantis Squarepantis!, ante lo cual sólo puedo agregar: ¡Salud, vato loco, chido por usted!

V
DE VUELTA A LAS ESTRELLAS
In the event
That this fantastic voyage
Would turn to erosion
And we never got old
Remember it’s true, dignity is valuable
But our lives are valuable too
                       –David Bowie, “Fantastic Voyage”


Era pues, por lo visto, la antítesis del egocéntrico, a pesar de ser uno de los solistas más exitosos del rocanrol, pero constantemente huía de la fama, y de cualquier estilo o género en el que se le quisiera clasificar; estaba abierto a todas las propuestas musicales y era un sincero amante de las creaciones de sus colegas y contemporáneos, tales como Brian Eno, Lou Reed, Mott the Hoople e Iggy Pop, con quienes colaboró produciéndoles discos y viceversa, siendo la célebre trilogía de Berlín  (Heroes, Low y Lodger editados entre el 77 y78), la más fructífera, donde experimentó con la incipiente música electrónica antes que la mayoría de sus contemporáneos. Del arquetípico Héroes brotó la canción homónima que se convertiría en su pieza más popular, y un himno en Alemania contra el muro de Berlín.
 Pero así mismo, colaboró en homenajes a John Lennon, Freddy Mercury o la diva Tina Turner, esta última, reconociéndole generosamente sus intrépidas aproximaciones al  Alma negra, derivadas de Young americans, el disco donde culminan todas sus obsesiones con ese género de música negra llamada soul. Aunque después volvería por esos barrios en el exitoso Station to station, con un giro más moderno y oscuro, una tendencia que continuaría en Berlín y posteriores visiones del futuro, como el Outside, Earhling, y desde luego, el Blackstar. De igual forma colaboró con John Lennon para el tema “Fame”, que llegó al top ten, y por allí en el yutub me topé con una versión de “Across the Universe”, que está dos-tres. Así mismo, participaba alegremente en conciertos de bandas tan disímiles como Nine Inch Nails (Closure live) y David Gilmour, (Remember that night, live at the Royal Albert hall), con quienes compartió himnos a la depresión como “Hurt”, y “Comfortably numb”. Casi es imposible creer que se trata del mismo cantante feliz que, allá por la década de los ochenta, promocionó el tema de Live aid, “Dancing in the streets”, haciendo dúo con su súperamigo (etc.) Mick Jagger, pero para muestra de esa famosa versatilidad sólo hace falta revisitar el disco Pin ups (74), donde cantó puras versiones de canciones ajenas, mezclando todas sus pasiones. Y volviendo a aquel concierto masivo, Live gaid, un Bowie ya sin rastros del glam (es decir, sin travestismo y de traje blanco como todo un hombrecito, en su nueva imagen de dandy Warhol, post Thin White duke), impactó al público con una actuación excelente, positiva y muy prendida, entre arreglos ingeniosos para sus éxitos y rolas nuevas, llenos de metales y alientos de soul, sólo superado en éxito por un implacable Mercury de Queen, con quienes colaboró también, por cierto, en la rola “Under pressure”. La última participación que le recuerdo en un disco ajeno, fue aquel disco conceptual de Lou Reed dedicado al maestro Edgar allan Poe, en el que, efímero pero brillante como siempre, interpretó el papel de un vengativo y deforme bufón, asesino de reyes:
 Hop Frog!” –Exclamaba Bowie, asegurando, con su voz privilegiada, versátil y emotiva, que no existen papeles pequeños para un gran actor.
Aún más raro parece que, tan sólo cuatro años después, este nuevo Bowie se alineara con la banda Tin Machine, en el 89, con un único álbum chingón, muy punk, y que se anticipó al grunge con su sonido distorsionado de guitarras agresivas, donde una vez más desapareció todo rastro de sus personas anteriores para reinventarse con este ruidoso proyecto totalmente original; Esta vez, mucho del grueso calibre del disco, se debe a Reeves Gabrels, el guitarrista acrobático y atronador de la Maquina flaca. Suponemos, por lo tanto, que a Kurt Cobain le agradaba este disco con tendencia a los guitarrazos de rock duro, pues es un hecho que admiraba a Bowie tanto como para incluir su canción The man who sold the world en su propio epitafio, el desconectado de Nirvana para Mtv, que a su manera, también fue el adiós premeditado de un gran artista, aunque yo recuerdo aquella tragedia como un gran fracaso, en la lluvia de estrellas del rock and roll. Acaso, me aventuro a especular, que Cobain admiraba la seguridad con la que aquel se manejaba, sobreviviendo al tiempo gracias a sus múltiples mutaciones, y su sinceridad para expresar su sexualidad, sea la que fuera, siendo además aplaudido por ello (no olvidemos que el Kurt también “trabajó” con William Burroughs, rifándose unas guitarras distorsionadas para acompañar cierta lectura grabada del maestro).
            Pero ¿será posible que este sea el mismo artista que, otra vez de la mano de Brian  Eno, y ahora con Phillip Glass, diera a luz los discos Low y Héroes Symphony (93 y 97), donde retoma sus trabajos de Berlín para convertirlos en piezas de la más nueva música clásica?, experimentando con los maestros del minimalismo y la electrónica más fina, transformando, ahora sí, el rock en alta cultura, como lo hiciera antes Pink Floyd o, después, Dead can Dance, sublimando la rocka filosofal, como mi jefe había predicho, en un libro titulado: La nueva música clásica.
También con Brian Eno, lanza por aquellos tiempos el Outside (94), esta vez con toques atmosféricos de ambient, industrial, electro y ciberpunk, otro disco conceptual con una historia incomprensible, de tintes detectivescos-futuristas, y atmósferas vaporosas de comic noir, pero sobre todo con grandes momentos sonoros ocultos en una trama retorcida. Destacan las rolas “Hello spaceboy”, “Strangers when we meet” y “Deraged”, que más tarde su tocayo David Lynch reciclaría como tema central, en el excelente sondtrack de su peli más gruexa: Lost Highway (97). Recuerdo que mi hermano Jesús me aclaró que, entre la vasta colección de discos de nuestro padre, se escondía este misterioso álbum, con esa rola tan dañada y terrorífica, que yo creía era música original para la movie de Lynch, pero a diario se aprende algo nuevo, compañebrios.
Por el estilo fue Earthling, que también vio la luz en aquel ya lejano 1997, en donde unió fuerza con Trent Reznor para incursionar en el tecno oscuro, volviendo una vez más a sus obsesiones extraterrestres, y como siempre, con videos de imágenes asombrosas, pues cabe aclarar, que, como comprobé cuando reunieron su videografía en dos devedés (Best of Bowie), quedó claro cuan sólida es su carrera como video artista, entre el performance audiovisual y la teatralidad musicalizada, aunque debo reconocer que en lo personal, creo que su carrera está llena de altibajos, y algunas de sus rolas me parecen infumables, aventuras sónicas severamente inarmónicas y estrafalarias (pa mi gusto), mientras que otras, me resultan entrañables y fascinantes. Como ya he dicho, cualquier roquero-inventor-científico/loco, que haga tantos experimentos extremos, tiene que hacer estallar el matraz de vez en cuando.



Todavía antes de acabar el milenio lanzó Hours… (99), uno de mis favoritos, donde hay un poco de todas sus experimentaciones más modernas, todo lo que, para mí, hace de Bowie uno de los roqueros más versátiles y chambeadores en la historia del rock. De aquí se desprende “Something in the air”, que Christopher Nolan tuvo el acierto de incluir como telón de fondo en Memento, su clásico moderno de cinema noir.
En lo que vivió de este nuevo siglo, alcanzó a producir aún cinco discos más, pues al principio del milenio anduvo muy activo, con Heathen (02) y Reality (03), para lanzar después dos álbumes en vivo, antes de desaparecer por diez años, nuevamente en el silencio, aunque como he dicho, nunca dejó de aparecer en el cine y la televisión, haciendo apariciones breves. En el 2014 regresó con The next day, que al igual que sus antecesores recientes, fue muy respetable, y le devolvió algo de su antigua gloria. En él, su voz se oía tan joven como siempre, con excepción del primer sencillo “Where are we now?” que, increíblemente, era una pieza melancólica y nostálgica sobre sus años en Berlín, y en donde ya se puede apreciar el timbre de alguien próximo a la muerte, o el eco de la enfermedad que finalmente se lo llevó al otro mundo.
Su vida personal nunca fue el centro de atención, no fue un hombre ligado a escándalos, salvo sus excesos con las drogas, que como el mismo reconoció, le robaron más de diez años de vida, pero tuvo que confesarlo, pues tal parece que no le hizo daño a nadie más que a sí mismo, aun cuando transformó esta adicción en más música, disfrazándose de, por ejemplo, el “Delgado Duke Blanco”, del Station to station, la más desagradable de sus máscaras, que se auto reconocía como cocainómano, fascista y cabaretero.
Sobre su consumo de sustancias, existen en internet muy reveladoras entrevistas (Bowie on drugs) en you tube, donde aclara, sin recetarle concejos a nadie, que su principal transformación en la vida, fue precisamente el haber dejado las drogas duras, para sobrevivir a su fama de rockstar: “Ziggy y yo decidimos que era tiempo de limpiar nuestro acto, y fuimos muy inteligentes, nos mudamos de L.A. a Berlín, ¡la capital mundial de la heroína!, donde cualquier droga estaba a un telefonazo de distancia… Pero afortunadamente pude abandonar todo eso, y estoy muy feliz de haberlo hecho, en serio.”
A la pregunta de su artista vivo favorito, respondió: “Elvis”, aunque Presley ya era un fantasma rondando Graceland.
Sobre su idea del infierno, o el peor sufrimiento: “Vivir con miedo”. Miedo a cambiar, agregaría yo.
Pero al final de sus días, llegando a la muy decorosa edad de sesenta y nueve, ha sido un cáncer misterioso el que le dio su boleto al cielo, y a deducir por el comunicado de su familia, acompañado de una foto donde se ve como un padre feliz, cargando en hombros a uno de sus hijos, podemos deducir que tuvo una vida plena, y que superó los peores pecados de la fama. Sólo le faltó escribir un libro, pues, en lo que a mí respecta, sembró un árbol de canciones tan grande, que renace desde sus cenizas y crece hasta las estrellas.
El último contacto que se tuvo con su espíritu intergaláctico, fue la noticia de que sus cenizas serían esparcidas por su esposa, la modelo Iman, y sus hijos Duncan Jones y Lexi Zarha Jones, de acuerdo a un ritual budista, tal como lo había solicitado en su testamento, como su último deseo. El rito se llevaría a cabo en la isla de Bali, donde gustaba de vacacionar con su familia, pero aclaro que “en caso de que esto no resulte práctico, estas pueden ser esparcidas en cualquier otro sitio”, pero siempre siguiendo la pauta de Buda, un maestro muy apropiado para nuestro mutante estelar, pues se trata de una filosofía, más que una creencia o religión, la cual proclama la abolición del ego, como el camino hacia la paz espiritual y la iluminación. Échense ese trompo al uña, perros ególatras.













VI
LA MUERTE COMO NOTA INICIAL
            Pues bien, ya de vuelta en nuestro aterrador presente, sólo nos queda su último disco para comunicarnos con su espíritu, pues, para el azoro de todos sus seguidores, David Bowie murió tan sólo dos días después de su cumpleaños 69, el cual festejó lanzando a la venta, ese mismo día, su último álbum original, Blackstar (enero de 2016), el cual, fiel a su estilo de mutante metamórfico, es un sonido totalmente diferente, que explora en el jazz más innovador. Alcanzó a realizar dos últimos videos para promocionarlo, que todo el mundo está reproduciendo en internet miles de veces, pues Bowie se retira en la cima, otra vez de moda como en su juventud, aunque llama la atención que es casi el único disco de su carrera donde no aparece su rostro en la portada, quizás por la vergüenza de verse demacrado, pues como se aprecia en el video de la tremenda “Lazarous” y el de la pieza que da nombre al disco, el cáncer ya era avanzado, cuando decidió grabar un último álbum, como despedida y epitafio de su magna obra artística. Permítanme citar, de nuez, una vieja rolilla suya, que me parece pertinente:
             But any sudden movement I’ve got to write it down
            wipe out an entire race and I’ve got to write it down
            But I’m still getting educated but I’ve got to write it down
            And it won’t be forgotten
           ‘cause I´ll never say anything nice again, how can I?
–“Fantastic Voyage, del Lodger
Observemos a Lázaro, tratando de escribir sus últimas ideas, escapando de los límites de la hoja, la tinta y el tiempo. Pero ya no es posible. Ya no hay tiempo en la Tierra. Su hora para desencarnar ha llegado.
Un “Gran Finale”, ni más ni menos, del nivel estético más alto y gran profundidad filosófica, una hazaña heroica que sólo han logrado autores de la talla de Freddy Mercury, con su Innuendo, lanzado en el 91 cuando ya padecía el Sida, en su época más perra, o Johnny Cash con American IV, The Man comes around (02), editado solo unos meses antes de sucumbir ante la diabetes. Estos fueron sus Himnos a la alegría (inevitable recordar la obra maestra de todos los tiempos, escrita por un Beethoven ya sordo, ante cuya grandeza todos los artistas palidecen), aún si nuestra existencia resulta agridulce, los creadores deben vivir y morir por amor al arte, y ante la última frontera, estos magníficos compositores, de carrera tan veloz, larga y constante, no se detuvieron ni siquiera frente a la inminencia de la muerte, la gran calavera no ha podido impedirles concretar una obra póstuma, al contrario, la certeza de su proximidad les ha dado un último aliento de inspiración, una evidencia clara de su modus operandi, o la razón de su triunfo. Nunca limitaron ni traicionaron su creatividad, al contrario, se refugiaron en ella hasta quedarse sin aliento.  En el caso particular de Bowie, la mismísima Muerte se ha visto obligada a participar en su último acto de magia (un dramático destello final del cráneo enjoyado, hallada por un alienígena en el fondo de un traje espacial, varado en un asteroide perdido en el tiempo y espacio) para liberar al genio de la prisión carnal, elevándose sobre la pista de despegue terminal, siempre fiel a su ruta sonora, pero nos deja una estrella negra en las manos, a manera de herencia fraterna, y como contundente demostración de su vigencia, vitalidad, vanguardismo genuino, y finalmente, su talla como un creador sin límites, y un ser humano excepcional.
VII
EPÍLOGO:
DE COMO CONOCÍ PERSONALMENTE A DAVID BOWIE
CUANDO SU ESPÍRITU ME VISITÓ EN UN PAR DE SUEÑOS
            Hace algunos años, cuando me hallaba más perdido que nunca en mi propia sombra,  extraviado en el laberinto de mi mente nocturna, fui visitado por David Bowie en sueños, y, si bien su presencia fue como un bálsamo alivianador, también pude comprobar en mi propio espíritu, que este hombre era una especie de mago, un hechicero astral que lo mismo podía entrar en mis sueños, tan fácil como podía aparecer en las pantallas electrónicas de millones de usuarios alrededor del mundo, hipnotizados por su canto y mirada en transformación constante.
            Pero ahí voy, como he prometido, a platicar mi sueño, sin más preámbulos sonámbulos: es de noche, algunos amigos y yo nos acercamos a una fiesta en una casa tipo suburbio gringo, de dos pisos, con garaje abierto y su patio de pasto verde, habitado por una multitud de gente feliz que se arremolina para entrar, salir u orbitar, atraídos por la luz y el sonido multicolor que brotan de las puertas y ventanas. Entramos, y todos parecen estarse divirtiendo en una fiesta libre y fraternal, sin panchos, osos ni los clásicos azotes de la mentada operación mala copa: la patchanka parece fluir idílicamente por dentro y por fuera.
El interior está poblado por toda clase de fiesteros, espíritus libres fluyendo a través de sus muchas habitaciones, conviviendo y festejando, beben, fuman, ríen y aman, pero aquello no llega nunca a ser una orgía, ni un aquelarre o bacanal.
Finalmente llegamos a un pequeño estudio con piso, techo y paredes de madera, como una cabaña rustica, ¿o era en la cocina?, total, un grupo de gente se reúne alrededor de un hombre obeso y gigantesco, una masa humana tipo luchador de zumo, que además, está igualmente desnudo, excepto por un taparrabos. Él también está contento y ríe con los demás. Esta sentado en el suelo de madera, con una amplia sonrisa y ojos húmedos como si llorara de tanto reír. La habitación está llena, con el Gordo en el centro, y al parecer están jugando a vencer un reto muy extraño: intentan cargar, con la simple fuerza de un solo hombre, todos los kilos de este masivo compa, que parece salido de los records Guinness, como si fuera un concurso de levantamiento de pesas. Varios lo intentan, pero fallan entre carcajadas colectivas, y el obeso ser queda otra vez sentado, increíblemente, en flor de loto. Es como una versión cómica de la espada en la piedra. Mis amigos y yo, como buenos valientes, también lo intentamos, metiendo nuestras manos bajo las rotundas nalgotas del megapuerko, pero desde luego es en vano: se trata de una misión aparentemente imposible, pues pesa varias toneladas de carne y huesos, y todos fracasamos.
Pero justo cuando aquello parece perder sentido, y empiezo a sospechar que o estoy soñando, o ese juego es como una estafa en un circo de fenómenos, diseñada para aceptar el fracaso, se escucha un rumor de asombro, un murmullo de alegría, como si alguien hubiera descubierto un manantial o un oasis, y la multitud se abre como si fueran muchas puertas, para dejar pasar a alguien que destella con una luz propia, y al que todos quieren saludar o tocar al menos, como para comprobar su existencia o robar un poco de su luz. Adivinaste: es David Bowie, quién, también sonriente de oreja a oreja, saluda a todos amablemente, sin pretensiones de superioridad, pero camina seguro, como quién no conoce el miedo.
Se acerca a nuestro bizarro grupo de contendientes rodeando al gigantón, y uno de mis amigos o alguien como un anfitrión, me presenta a Bowie personalmente, nos damos la mano, el asiente y me mira a los ojos, asegurándome con la mirada que reconoce mi existencia. Yo estoy más que satisfecho con mi breve encuentro, y aún extasiado, lo veo aproximarse al centro de la habitación, bromeando con una falsa fanfarronería, como si fuera un campeón olímpico de levantamiento de gordos. Y efectivamente, logra lo que nadie había logrado: carga al hombre obeso, con una sola mano, metiéndola bajo el megaculo y elevándolo con todo y las mil toneladas de gordinflón, hasta sostenerlo sobre su cabeza, mientras todos en la habitación festejan gritando y aplaudiendo, o se mueren de risa. David Bowie sostiene al barrigón sin ningún esfuerzo, como si de un globo de helio se tratara, gira mirando a todos en el cuarto para que aprecien su hazaña, y finalmente baja a la gran bestia humana, hasta colocarla otra vez en el suelo, al cual vuelve una vez más sentado en flor de loto, siempre sonriendo. Es tan grande que, aún sentado, es tan alto como el David. El juego ha terminado, y entre risas, el vencedor hace un par de reverencias, agradeciendo a su público.
Eufóricos, salimos de la cabaña, para seguir la fiesta en la casa grande.





SEGUNDO SUEÑO DE DAVID BOWIE
Mi segundo sueño con David Bowie es más breve, así que iré al grano sin rodeos. Ocurrió varios años después del primero, específicamente en 2014, la noche que salía a la venta su penúltima grabación de estudio, el Next day, de lo cual me enteré al despertar, en la madrugada, para descubrir que había dejado la televisión prendida, y en la repetición de un noticiero nocturno, anunciaban la primicia. Pero esa noche, minutos antes de la hora del Lobo, me quedé profundamente dormido, y volví a soñar con el maestro: esta vez lo vi llegar solo, caminando por una calle desierta (de hecho todo el pueblo parecía estar vacío), acercándose a mí, que estoy de pie en la calle, en el patio de mi casa, la cual tiene una similitud con la residencia de la fiesta, pero esta vez estoy solo en ella. Ahora es mi casa. Bowie se me acerca, caminando por la calle. El sol está en el cénit, es un día radiante.
–Hi! –me saluda, dándome la mano- don’t you remember me?
–¡Claro que te recuerdo!- respondo, estrechándola con fuerza- ¡todo el mundo te conoce!, maestro, ¡eres el único e incomparable David Bowie, mis respetos!­­
–No no- me replica, negando con la cabeza, sin dejar de mirarme- I mean, don’t you remember me?, someone introduced us at that party, in the fat man’s house, remember?... – y luego dijo: We know each other from another dream we had… Some years ago…
Es decir, algo así como:
NOS CONOCIMOS EN OTRO SUEÑO, QUE TUVIMOS ALGUNA VEZ,
HACE ALGUNOS AÑOS…


P.D. Mientras este artículo se convierte en la semilla de mi primer libro publicable, tengo la impresión de que Bowie me volvió a visitar en sueños, esta vez era como un niño que jugaba con agua, lanzándola a cubetadas. Acaba de pasar el Sábado de gloria de semana santa, y muchos chilangos fueron arrestados por desperdiciar el codiciado líquido vital de la “CDMX” en aquella añeja tradición. Volviendo a Bowie, es como un niño salvaje, de barrio, que se niega a escuchar razón y continúa mojando a todos, hasta que empieza a llover, y desaparece con el Sol, entre las nubes de la tormenta que se avecina.










DAVID BOWIE, DESENCARNADO


David Bowie ha muerto a los sesenta y nueve años:
Un buen año para morir, supongo, 2016.
Murió en Nueva York, y allá lo cremaron,
en un evento sin familiares, ni amigos
sin ceremonias ni banquetes
su cadáver exquisito ardió.
¡Metamorfosis de la Muerte Blanca!
Escapó en una corriente de nieve ascendente
y su espíritu volvió a las estrellas
desde donde cayó alguna vez
sobre la mal llamada Tierra,
una gran piedra rodante
de corazón ardiente
y piel marina
donde dominó los cuatro elementos
Y sobre una roca dura y fría
el alquimista cambió de piel
una y otra vez
saboteando el reloj
cuantas veces fue necesario
hasta encontrar un sendero de vuelta al paraíso
y dejó tatuadas sus huellas celestes
en el paisaje auditivo de mi fugaz existencia
pero no conforme con eso
ahora se levanta
Lázaro electrónico,
a través de coordenadas neuronales milenarias
conectadas por millones a una red invisible
donde escuchan el rumor de su vida
convertida en música que fluye galáctica,
ahora sagrada,
al menos para mí
y una nave de locos
 moldeados con polvo estelar
que se reproduce en nuestras manos y nuestras mentes
camaleón futurista  
 que entró reptando por mis oídos,
como un trueno en la montaña
y sale por mis ojos convertido en un relámpago
pero con cuidado
para no reventar mi cabeza en mil pedazos
ahora recorre el mundo en segundos frenéticos
como las cenizas de Timothy Leary
orbitando en la estratósfera
como un buen vino ancestral
se une al rumor de un canto primitivo
iniciado por William Burroughs
mientras la estela de Allen Ginsberg
es una transmigración estroboscópica
 que Picasso traza en las constelaciones de la noche
con un arbusto en llamas
arrancado de la fogata lunar
¡En la ribera cósmica de los tiempos!
                      
Moribundo, en su último video
Bowie se rebela levitando
cubre sus ojos con un par de botones
por si Caronte le pide un recuerdo
y se eleva más allá de nuestra vista
Albatros sobre un mar de galaxias
que alguna vez se apareció por mis sueños
Y sintonizó mi cabeza de radio en la frecuencia universal
Conciencia intangible de la mutación eterna
Heraldo vagabundo del Gran Espíritu
afinaste mis oídos
Para escuchar la corriente alterna
donde canta el cosmos…
Vaya transformación con la que te has despedido,
un inolvidable reptil sin corona
Órale pues, lárgate ya,
Maestro de la materia oscura y luminosa
¡Fantasma del silencio estridente!
Y aunque tu holograma profético
se quede acá
sembrado bajo las cenizas de la Tierra sumergida
donde crece un árbol familiar que toca el cielo
y nacen planetas
como un fruto astral muy tentador
que jamás acabaremos de cosechar
ya es hora de que vuelvas
al mar de la noche estrellada
saltando sobre los astros
y bailando entre cometas
más allá de nuestros satélites telescópicos más potentes
donde seguramente ahora bailarás,
aun cuando el murmullo de tus pies alados
y tu voz de radiación solar
ya no pueden ser vistas ni escuchadas por aquí
como una rocka al rojo vivo,
o un meteoro que vuelve al cielo
de entre nosotros los muertos
por siempre los simples mortales
aquí me tienes
entre tus admiradores y simpatizantes
recordándote
escuchando tu voz en sueños
grabada en las cavernas de sangre y fuego
en el centro mítico de la piedra filosofal
a través de una muy larga distancia
en años luz
¡al fin sin tiempo ni espacio!
Y sin embargo,
mientras tanto,
desde acá en este atribulado rincón del universo,
Yo te saludo:
Último retorno del Mutante Estelar.

                                        José Agustín Ramírez. Sábado 16 de enero de 2016           


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