STARMAN:
ÚLTIMO
RETORNO DEL MUTANTE ESTELAR
(o
DAVID BOWIE, DESENCARNADO)
I
…Torre
de control en Tierra llamando al capitán Bowie, ¿me escuchas David?, responde,
cambio… Torre de control terrestre llamando al capitán Bowie, ¿me escuchas,
David?, responde, cambio…
* * *
En
el jardín suena a todo volumen Ziggy
Stardust, y mi padre, el laureado escritor don José Agustín, come con mi
jefa en su casa, a las 5:45 p.m. Yo escribo al otro lado de la alberca, más
allá de la gran piedra y el pasto, en la habitación del mural, mientras el
rehilete cubre su ronda, sobre la hierba verde de la vieja casa que nos heredó
mi abuelo, acá en la hermana república de Cuautla Mugrelos. Y es desde aquí
que, consternado como todo el mundo, o al menos cualquier amante respetable del
rock and roll, estoy tratando de digerir la pena que me embarga, por la muerte
del maese David Bowie, quién, ayer, hace apenas hace unas horas, el domingo
diez de enero del 2015, en la ciudad de Nueva York, se rindió al fin ante la
Diosa del Sueño Eterno, tras batallar unos meses contra el maldito cáncer. Desde
allá, su espíritu ha desencarnado, para saltar hasta su destino: las estrellas,
el origen de cual todos provenimos, y el destino al que todos volveremos algún
día... apenas ayer abandonó su crisálida de Earthling
(Terrícola) y se ha transformado al fin en Stardust,
(“Polvodestrellas”), ante lo cual no queda más que la resignación, camaradas,
no hay de oxtra. Y nada de revolcarse como humanos en el lodo de la nostalgia,
pues el motivo que nos reúne ante esta fogata es el fallecimiento de un artista
futurista, propositivo y visionario, que siempre vivió del presente para
adelante, y por eso, aún después de muerto, es una de las más grandes y
polifacéticas “bandas de un solo hombre”, que el rock haya ofrecido al mundo, o
al patrimonio “rucanrolero” de la humanidad.
David
Bowie fue un creador polifacético como pocas veces se halla visto en la
historia del arte, y que su partida de este mundo pueda detener, aunque sólo
fuera por un distante instante, la incontenible marea de idioteces que reina en
los “trending topics” de la red, es
muestra de la trascendencia y actualidad de sus múltiples expresiones creativas:
cantante, compositor, actor, pero sobre todo, un revolucionario en todas las
áreas donde se desenvolvía; Casi se podría decir, como se dice de los artistas
más icónicos, que era un espíritu bendecido por los dioses, pues estuvo siempre
rodeado de buenos amigos y grandes aliados, más tarde sinceros admiradores, que
el destino tenía listos para trabajar con él, como si en un plan predestinado, su
camino de sueños estaba lleno de regalos celestiales, para que a su vez, esta
suerte de hechicero audiovisual pudiera regalarle al mundo todo su talento,
convertido en joyas musicales y cinematográficas. Lo tuvo todo, el muy
estimadísimo Mr. Bowie, era talentoso, físicamente bien parecido, incluido un
ojo de fenómeno, con la pupila eternamente dilatada, como un gato que sueña
despierto, medio cerebro viajando en ácido, todo lo cual solo le daba más
estilo; con una voz potente y versátil, además de ser inteligente y audaz, y
ciertamente no necesita a otro pinche admirador como yo escribiendo esto a raíz
de su muerte, ni quizás nadie necesite leerlo allá afuera en los confines de la
interred, pero escribo todo esto para mí, al parecer, como una forma de
resistencia sicológica contra los tsunamis y resacas del futuro que no ha
alcanzado, y que la muerte de este mentor espiritual anuncia como inevitable.
Así
como también, desde luego, tuvo una que otra rola aborrecible, o para mi gusto
no tan chida, como suele pasarle a cualquiera que trabaje tanto, durante tantos
años; pero provechaba sus tropiezos y extravíos como una herramienta para
mantenerse creativo y experimental, e hizo de la transformación la marca de su
casa; y aun cuando hay desniveles absurdos en este palacio de producción
cinefílica y melomaniaca, cuya bacanal expresiva pasa por todo un baile de
máscaras y disfraces, sus obras logradas lo sitúan como uno de los más grandes
solistas, toda una leyenda del Rock and roll (sea lo que eso sea, a esta
alturas).
Era
pues, un mutante maravilloso que dictó algunas reglas de la evolución musical, a
veces, o supo adaptarse a las actualizaciones como vinieran, en otras, pues no
sólo era un amante de las melodías transgresoras, sino que podía transformarse
frente a los oídos más finos del planeta, como un ser aparentemente de otra
galaxia, mimetizándose con lo que escuchaba, como si careciera de un ego
propio, tanto en la pantalla grande o en el escenario de sus asombrosos
conciertos, se convertía en distintos personajes diseñados por él mismo o
específicamente para él, y a través de
su vida fue consistente con su mensaje de paz y tolerancia intergaláctica-universal,
mientras abría muchas mentes al infinito de las posibilidades armónicas, e hizo
reventar a otras más, ¡con sus poderes sónicos, como ondas de radio láser!... Pero
volvamos un poco más atrás en el tiempo, si son tan amables, en nuestras
máquinas sonoras de tiempo virtual, y les explico por qué este vato es tan
difícil de despedir, o como es que su arte alcanzó a acariciar mi alma, como la
de muchos otros, al parecer: hartos gays dentro y fuera del clóset, así como también,
un buen huato de bicicletos y heteros sin prejuicios y con buen diente para la
música y el cine.
II
¡EL ASCENSO Y LA
CAÍDA DE
ZIGGY
POLVODESTRELLAS
Y LAS ARAÑAS DE
MARTE!
Mi
primer encuentro con David Bowie, of
course, fue con The rise and fall of
Ziggy Stardust and the spiders from mars
(1972), su joven obra maestra, el disco que mi padre más admira de él, y que se
solía escuchar a todo volumen en los recónditos rincones del jardín antes
mencionado, o bien de noche, en la sala o el estudio, y así aprendí a amar a
ese ser andrógino caído de las estrellas, cuya voz, acompañada de un
guitarrista insólito (Mick Ronson), tocaba las cuerdas más sensibles de mi
existencia. El álbum entero es conceptual y coquetea con la ópera rock, pero no
tiene un argumento tradicional, es más bien una disertación lírica, filosófica
e iconoclasta, disfrazada de ficción futurista, pues la historia revela pistas
sobre un futuro apocalíptico, al cual arriba un extraterrestre, devenido en parodia
de rockstar decadente, acompañado de
una banda de arañas marcianas y un padrino estelar, cuyo poder podría hacer
explotar nuestros cerebros, pero no lo hace pues cree que la humanidad vale la
pena... Pero Ziggy “Polvoestelar” Bowie asciende
a la fama tan rápido, que, a pesar de haber contemplado el amor en su
contraparte, la diva Lady Stardust, está a punto de convertirse en otro célebre
suicidio del rockanroll, cuando, al final, el Hombre de las Estrellas lo salva
de sus seguidores, Ziggy redime y retoma su misión, elige vivir, y nos ofrece
sus manos como elixir de salvación.
Cabe
aclarar, que escribo todo esto con tristeza, aguantándome las lágrimas de
cocodrilo, como las que me sorprendieron hace unas horas, muy temprano, cuando
me enteré de su deceso, el cual, por cierto, me golpeó de frente, como el
frente frío que parecía acompañar su partida. Ahora mismo, a velocidad lux, se
aleja cada vez más de nosotros, los simples mortales, atrapados acá en estas
coordenadas del tiempo y espacio, girando sobre la gran canica rodante que
algunos llaman la Tierra, aunque hoy, aquí a través de mi ventana, haya más
agua que otra cosa, en la forma de viento y lluvia incesantes.
III
MIENTRAS TANTO, EN EL FUTURO…
En
fin, que David Bowie ha muerto hace apenas un par de días, pero parece estar
más vivo que nunca. Tal parece que hubiera orquestado su muerte como un acto final
de teatro, en el último de sus asombrosos eventos inter-disciplinarios. Quizás
nadie antes que él había logrado sincronizar su fallecimiento con una obra
póstuma diseñada en vida, un testamento de arte vivo, como el que reveló en Blackstar,
recién nacido este ocho de enero del 2016, cuando lanzó su último disco, creado
en mancuerna con su viejo amigo Tony Visconti y una banda de Jazzistas
hipermodernos de Nueva York, con quienes se embarcó en su último viaje sonoro,
siempre adelante hacia territorios musicales nunca antes explorados, hasta
donde ningún hombre se ha aventurado jamás.
De
esta obra pro-póstuma se deriva el magnífico sencillo: “Lazarous”, un oscuro y perturbador hechizo en la cumbre de su
montaña pagana, audiovisual como siempre, y en el cual, con una danza de teatro
ritual, se auto-resucitó apenas dos días antes de su muerte, la cual acaeció
dos días después de su cumpleaños número sesenta y nueve, el día que estrenó su
álbum de despedida. Un final sorpresivo hasta para el mismo, me imagino.
Platicando
sobre este extraño suceso, mi padre me dice, con tono irónico de tragicomedia
negra:
–Se
murió para promocionar su disco.
Pero
tal parece que ni el mismo Bowie planeó como se fundiría con la pieza final, con
la última nota, para culminar su multifacética obra, pues, aparentemente, esta
pincelada cumbre de su lienzo, la tenían que poner los mismísimos Dioses del
Teatro y el Rocanrol, disolviéndolo en un acto de desaparición, al más puro
estilo de los mejores ilusionistas o artistas del escape: se fugó del planeta
cuando se hallaba en la cima, suspendido en el aire por medios de hechicería
virtual, desvaneciéndose ante los ojos del mundo, se transformó, finalmente, en
humo blanco y un cofre con cenizas.
IV
TRAYECTORIA TEMPO-ESPACIAL DEL ARTÍSTA METAMÓRFICO
Pero
divago, pues me encontraba fumando alguna droga extraterrestre con el Ziggy S.,
la cual me hizo viajar en el tiempo hasta los años marravillosos, o un poco
después, cuando los padrinos del punk (Lou Reed, David Bowie, Patti Smith, The
N.Y. Dolls e Iggy Pop, etc.) se apoderaron de la escena roquera, y cambiaron su
rostro para siempre. Al principio, fue literal, pues el Glam rock se popularizó en buena medida por los estrafalarios
disfraces con los cuales Bowie y sus alter egos dictaban la moda y se pavoneaban
en el escenario, al parecer ajenos a las miserias del mundo.
Cabe
aclarar, como acabo de enterarme en la interred, que Bowie ya había gozado del
éxito en la clásica Space oddity (1969),
su primera aproximación musical a la ciencia ficción, que mucho tiempo después otras bandas chidas (Leather
nun, Monster magnet, Massive attack, The flaming lips, etc.), además de hartos
músicos intrépidos del rock, ya sea metal, progresivo, o new age y tecno, como él, se decidirían a explorar, viajando hasta
atrás de un autobús cromado, tripeando entre tiempo y espacio, milenios de luz
y el sonido. Space oddity estuvo
inspirada en el 2001 de Kubrick, pero
se hizo muy popular por su sincronía con el lanzamiento de la primera misión Apolo, que, dicen los creyentes, llevó
al hombre a la Luna (yo no me trago ese cuento lunático, creo que es un montón
de bullshit, personalmente).
Después,
en mi memoria muy personal, el maese Bowie volvió a mi vida con toda la magia
que lo acompañó siempre, en la película infantil Laberinto (escrita por Terry jones, del Monty Python, producida por
George Lucas y con dirección de Jim Henson, estrenada en 1986), donde
interpretaba majestuosamente a Jared, el Rey de los duendes, y se aventaba algunas
canciones para morritos, pegajosas y funcionales para el filme, incluida una
muy clavel, donde se paseaba libremente por la arquitectura multidimencional de
M.C. Escher. Al final, derrotado, se trasformaba en una lechuza, y se largaba
volando en la noche. Mi admiración creció, pues jamás había visto un cantante y
compositor con tal facilidad para la actuación, engalanando un filme tan
maravilloso, y difícilmente hay otro, sólo me viene a la mente Tom Waits, en
el Dr.
Parnasuss (2013) del maese Terry Gilliam, por ejemplo. Pero además, sus
impúdicos acercamientos a la ciencia ficción y la fantasía, me hicieron sentir
en él a un hermano, pues a mis once años, comprendía que no era ni un duende ni
un alien, sino simplemente un intérprete fantástico salido de otra agobiante
urbe ordinaria, e intuía que aquellos actos teatrales eran, como en mi caso y
el de millones más, llamadas de auxilio desesperadas y teledirigidas a
extraterrestres o deidades mitológicas e imaginarias por igual, mensajes
embotellados con una súplica intergaláctica: concretar un escape de esta cruel
realidad, de la injusticia, estupidez y maldad humanas, que reinan en las
sociedades contemporáneas.
Eso
representó, para mí, inconscientemente, desde el principio, el maese Bowie: una
guía para hallar la salida de esta sociedad rígida, burocrática y vil, sin
ideas, que carece de imaginación o voluntad para cambiar.
Pongo
el DVD del Laberinto y wacho la movie de nuez, mientras escribo, y me asombra
ver a Bowie tan pinche joven, hipnótico y glamuroso, aparentemente
indestructible: es casi increíble que sea el mismo hombre de los videos del Blackstar: decrépito, moribundo, y sin
embargo, eternamente vital: así será recordado.
Al
volver del cine, allá en el lejano 89, mi padre nos mostraría un acetato del
primer disco homónimo del ese tal David Bowie (llamado realmente David Robert
Jones, pero cambió su nombre artístico para evitar a un homónimo, en la funesta
banda The Monkees). En él, mi padre
recordaba haber oído una rareza patética sobre un gnomo que ríe, en aquella
irrupción prematura de Bowie en la cultura popular, con The laughing gnome (67), donde
incluso se oye una vocecilla como de las ardillas cantantes, y recuerdo que
aquella ridiculez me pareció un saludable gesto hacia los niños, pero una rola
abominable para iniciar su carrera. Total: ¡Juar, juar (como diría doña Borola),
pinche Bowie, parecía che-pillín!
Pero
después vinieron otras apariciones en el cine, en papeles secundarios pero
inolvidables, como el vampiro-esclavo de El
ansia, en 1983 (cronológicamente
previa a Laberinto, lo sé, pero por
aquello de la censura, llegó a mis ojos hasta la adolescencia). Permítanme
recordarles esa escena donde envejecía fatalmente, en la antesala de un
consultorio, esperando varias horas a la doctora Sarandon, quién más tarde se
rifaba tremenda escena lésbica con Catherine Deneuve, uff. Incluyendo música de
Schubert y Bauhaus, así de clavado fue el excelente debut del director Tony
Scott, quién hace pocos años, trágicamente, se suicidara lanzándose desde el
puente Vincent Thomas, en el puerto de san Pedro, Los Ángeles, CA… Pero aquel mismo 1983, Bowie participó en
otras tres películas: Feliz navidad,
señor Lawrence (de Nagisa Oshima,
con actuación especial de Takeshi kitano), Yellowbeard,
una comedia de piratas que naufragó a pesar de su reparto estelar, y otra sobre
la gira de conciertos de Ziggy Stardust, una demostración de su versatilidad, y
su apertura a los proyectos de todo aquel que lo invitó a trabajar en el cine.
La lista de sus participaciones en el séptimo arte es larga y confusa, llena de
aciertos y algunos cómicos resbalones. Otras actuaciones excepcionales fueron
el extraterrestre nihilista de The man
who fell to Earth (76), algo llamado Just
gigolo (79), cuyo cartel se ve dos-tres interesante acá en la red, un Baal de Berthol Brecht (82), el Pilatos de La
última tentación de Cristo (Scorsese, 88), un breve cameo astral-surrealista
para Twin peaks (David Lynch, 92), su
Andy Warhol para Basquiat (96), y hasta un Nicola Tesla en The
prestige, de los hermanos Nolan, ya en 2006. Pero esas buenas actuaciones
no significan que Bowie escogiera muy bien sus apariciones, pues a cambio
también se dejó ver en filmes tirándole a underground,
como Christiane F. (82), donde
permitió que se usara su música, algo que se volvió habitual en el cine
angloparlante. También compuso música original, para rarezas como Cat people (82), de Paul Schreder (con
desnudos felinos de Natasha kinski, grr-roar!) o Boy meets girl (84), o The
Falcon and the snowman (85), la nefasta animación post- nuclear When the wind blows (86), o el Budda of suburbia (93). Así mismo, para
bien o para mal, también colaboró para churrascos no tan memorables, como si no
supiera decirle “no” a nadie que quisiera jugar con él, entre ellos: Into the night (85), Absolute begginers (86) Traveling
light (92), The linguini incident
(92), Inspirations (97), Il mio west (98); aclaro que no las he visto ni las veré, pues ya por acá uno
empieza a preguntarse: WHATTAFOOoock…?,
pero esto me sirve de pie para agregar que su trayectoria es tan vasta, que
quién afirme conocerla toda, casi seguro miente, y si uno lo admira, nos dejó
mucha tarea que revisar, sobre todo en cuanto a su música, especialmente porque
ahora que todo está a nuestra disposición en la interred, a solo un par de
clicks de distancia, ya no hay pretextos. Más, volvamos a la lista de fiascos
palomeros: B.U.S.T.E.D. (98), Mr. Rice secret (00), Zoolander (01), The rutles 2 (03, con Michael Palin, una parodia de los Beatles, chance este visible), August (08), Bandslam (09) ¡y hasta
prestó su voz para Arthur and the
Minimoys 2 y SpongeBob Atlantis
Squarepantis!, ante lo cual sólo puedo agregar: ¡Salud, vato loco, chido
por usted!
V
DE VUELTA A LAS ESTRELLAS
In the event
That this
fantastic voyage
Would turn to
erosion
And we never got
old
Remember it’s
true, dignity is valuable
But our lives
are valuable too
–David Bowie,
“Fantastic Voyage”
Era
pues, por lo visto, la antítesis del egocéntrico, a pesar de ser uno de los
solistas más exitosos del rocanrol, pero constantemente huía de la fama, y de
cualquier estilo o género en el que se le quisiera clasificar; estaba abierto a
todas las propuestas musicales y era un sincero amante de las creaciones de sus
colegas y contemporáneos, tales como Brian Eno, Lou Reed, Mott the Hoople e
Iggy Pop, con quienes colaboró produciéndoles discos y viceversa, siendo la
célebre trilogía de Berlín (Heroes,
Low y Lodger editados entre el 77 y78), la más fructífera, donde
experimentó con la incipiente música electrónica antes que la mayoría de sus
contemporáneos. Del arquetípico Héroes
brotó la canción homónima que se convertiría en su pieza más popular, y un
himno en Alemania contra el muro de Berlín.
Pero así mismo, colaboró en homenajes a John
Lennon, Freddy Mercury o la diva Tina Turner, esta última, reconociéndole generosamente
sus intrépidas aproximaciones al Alma negra, derivadas de Young americans, el disco donde culminan
todas sus obsesiones con ese género de música negra llamada soul. Aunque después volvería por esos
barrios en el exitoso Station to station,
con un giro más moderno y oscuro, una tendencia que continuaría en Berlín y
posteriores visiones del futuro, como el Outside,
Earhling, y desde luego, el Blackstar. De igual forma colaboró con
John Lennon para el tema “Fame”, que llegó al top ten, y por allí en el yutub
me topé con una versión de “Across the Universe”, que está dos-tres. Así mismo,
participaba alegremente en conciertos de bandas tan disímiles como Nine Inch
Nails (Closure live) y David Gilmour,
(Remember that night, live at the Royal Albert hall), con quienes compartió
himnos a la depresión como “Hurt”, y “Comfortably numb”. Casi es imposible
creer que se trata del mismo cantante feliz que, allá por la década de los
ochenta, promocionó el tema de Live aid,
“Dancing in the streets”, haciendo dúo con su súperamigo (etc.) Mick Jagger,
pero para muestra de esa famosa versatilidad sólo hace falta revisitar el disco
Pin ups (74), donde cantó puras
versiones de canciones ajenas, mezclando todas sus pasiones. Y volviendo a
aquel concierto masivo, Live gaid, un
Bowie ya sin rastros del glam (es
decir, sin travestismo y de traje blanco como todo un hombrecito, en su nueva
imagen de dandy Warhol, post Thin White duke), impactó al público con una actuación
excelente, positiva y muy prendida, entre arreglos ingeniosos para sus éxitos y
rolas nuevas, llenos de metales y alientos de soul, sólo superado en éxito por un implacable Mercury de Queen,
con quienes colaboró también, por cierto, en la rola “Under pressure”. La
última participación que le recuerdo en un disco ajeno, fue aquel disco
conceptual de Lou Reed dedicado al maestro Edgar allan Poe, en el que, efímero
pero brillante como siempre, interpretó el papel de un vengativo y deforme
bufón, asesino de reyes:
“Hop
Frog!” –Exclamaba Bowie, asegurando, con su voz privilegiada, versátil y
emotiva, que no existen papeles pequeños para un gran actor.
Aún
más raro parece que, tan sólo cuatro años después, este nuevo Bowie se alineara
con la banda Tin Machine, en el 89,
con un único álbum chingón, muy punk, y que se anticipó al grunge con su sonido
distorsionado de guitarras agresivas, donde una vez más desapareció todo rastro
de sus personas anteriores para reinventarse con este ruidoso proyecto totalmente
original; Esta vez, mucho del grueso calibre del disco, se debe a Reeves
Gabrels, el guitarrista acrobático y atronador de la Maquina flaca. Suponemos,
por lo tanto, que a Kurt Cobain le agradaba este disco con tendencia a los
guitarrazos de rock duro, pues es un hecho que admiraba a Bowie tanto como para
incluir su canción The man who sold the world
en su propio epitafio, el desconectado de Nirvana para Mtv, que a su
manera, también fue el adiós premeditado de un gran artista, aunque yo recuerdo
aquella tragedia como un gran fracaso, en la lluvia de estrellas del rock and
roll. Acaso, me aventuro a especular, que Cobain admiraba la seguridad con la
que aquel se manejaba, sobreviviendo al tiempo gracias a sus múltiples
mutaciones, y su sinceridad para expresar su sexualidad, sea la que fuera, siendo
además aplaudido por ello (no olvidemos que el Kurt también “trabajó” con
William Burroughs, rifándose unas guitarras distorsionadas para acompañar
cierta lectura grabada del maestro).
Pero ¿será posible que este sea el
mismo artista que, otra vez de la mano de Brian
Eno, y ahora con Phillip Glass, diera a luz los discos Low y Héroes Symphony (93 y 97), donde retoma sus trabajos de Berlín para
convertirlos en piezas de la más nueva música clásica?, experimentando con los
maestros del minimalismo y la electrónica más fina, transformando, ahora sí, el
rock en alta cultura, como lo hiciera antes Pink Floyd o, después, Dead can
Dance, sublimando la rocka filosofal, como mi jefe había predicho, en un libro
titulado: La nueva música clásica.
También
con Brian Eno, lanza por aquellos tiempos el Outside (94), esta vez
con toques atmosféricos de ambient,
industrial, electro y ciberpunk, otro disco conceptual con una historia
incomprensible, de tintes detectivescos-futuristas, y atmósferas vaporosas de
comic noir, pero sobre todo con
grandes momentos sonoros ocultos en una trama retorcida. Destacan las rolas
“Hello spaceboy”, “Strangers when we meet” y “Deraged”, que más tarde su tocayo
David Lynch reciclaría como tema central, en el excelente sondtrack de su peli más gruexa: Lost Highway (97). Recuerdo que mi hermano Jesús me aclaró que,
entre la vasta colección de discos de nuestro padre, se escondía este
misterioso álbum, con esa rola tan dañada y terrorífica, que yo creía era
música original para la movie de
Lynch, pero a diario se aprende algo nuevo, compañebrios.
Por
el estilo fue Earthling, que también vio la luz en aquel ya lejano 1997, en
donde unió fuerza con Trent Reznor para incursionar en el tecno oscuro, volviendo
una vez más a sus obsesiones extraterrestres, y como siempre, con videos de
imágenes asombrosas, pues cabe aclarar, que, como comprobé cuando reunieron su
videografía en dos devedés (Best of Bowie),
quedó claro cuan sólida es su carrera como video artista, entre el performance audiovisual
y la teatralidad musicalizada, aunque debo reconocer que en lo personal, creo
que su carrera está llena de altibajos, y algunas de sus rolas me parecen
infumables, aventuras sónicas severamente inarmónicas y estrafalarias (pa mi
gusto), mientras que otras, me resultan entrañables y fascinantes. Como ya he
dicho, cualquier roquero-inventor-científico/loco, que haga tantos experimentos
extremos, tiene que hacer estallar el matraz de vez en cuando.
Todavía antes de acabar el milenio lanzó Hours… (99), uno de mis favoritos, donde hay un poco de todas sus experimentaciones más modernas, todo lo que, para mí, hace de Bowie uno de los roqueros más versátiles y chambeadores en la historia del rock. De aquí se desprende “Something in the air”, que Christopher Nolan tuvo el acierto de incluir como telón de fondo en Memento, su clásico moderno de cinema noir.
En
lo que vivió de este nuevo siglo, alcanzó a producir aún cinco discos más, pues
al principio del milenio anduvo muy activo, con Heathen (02) y Reality (03),
para lanzar después dos álbumes en vivo, antes de desaparecer por diez años,
nuevamente en el silencio, aunque como he dicho, nunca dejó de aparecer en el
cine y la televisión, haciendo apariciones breves. En el 2014 regresó con The
next day, que al igual que sus antecesores recientes, fue muy
respetable, y le devolvió algo de su antigua gloria. En él, su voz se oía tan
joven como siempre, con excepción del primer sencillo “Where are we now?” que,
increíblemente, era una pieza melancólica y nostálgica sobre sus años en
Berlín, y en donde ya se puede apreciar el timbre de alguien próximo a la muerte,
o el eco de la enfermedad que finalmente se lo llevó al otro mundo.
Su
vida personal nunca fue el centro de atención, no fue un hombre ligado a escándalos,
salvo sus excesos con las drogas, que como el mismo reconoció, le robaron más
de diez años de vida, pero tuvo que confesarlo, pues tal parece que no le hizo
daño a nadie más que a sí mismo, aun cuando transformó esta adicción en más
música, disfrazándose de, por ejemplo, el “Delgado Duke Blanco”, del Station
to station, la más desagradable de sus máscaras, que se auto reconocía
como cocainómano, fascista y cabaretero.
Sobre
su consumo de sustancias, existen en internet muy reveladoras entrevistas (Bowie
on drugs) en you tube, donde aclara,
sin recetarle concejos a nadie, que su principal transformación en la vida, fue
precisamente el haber dejado las drogas duras, para sobrevivir a su fama de
rockstar: “Ziggy y yo decidimos que era tiempo de limpiar nuestro acto, y
fuimos muy inteligentes, nos mudamos de L.A. a Berlín, ¡la capital mundial de
la heroína!, donde cualquier droga estaba a un telefonazo de distancia… Pero
afortunadamente pude abandonar todo eso, y estoy muy feliz de haberlo hecho, en
serio.”
A
la pregunta de su artista vivo favorito, respondió: “Elvis”, aunque Presley ya
era un fantasma rondando Graceland.
Sobre
su idea del infierno, o el peor sufrimiento: “Vivir con miedo”. Miedo a
cambiar, agregaría yo.
Pero
al final de sus días, llegando a la muy decorosa edad de sesenta y nueve, ha
sido un cáncer misterioso el que le dio su boleto al cielo, y a deducir por el
comunicado de su familia, acompañado de una foto donde se ve como un padre
feliz, cargando en hombros a uno de sus hijos, podemos deducir que tuvo una
vida plena, y que superó los peores pecados de la fama. Sólo le faltó escribir
un libro, pues, en lo que a mí respecta, sembró un árbol de canciones tan
grande, que renace desde sus cenizas y crece hasta las estrellas.
El
último contacto que se tuvo con su espíritu intergaláctico, fue la noticia de
que sus cenizas serían esparcidas por su esposa, la modelo Iman, y sus hijos
Duncan Jones y Lexi Zarha Jones, de acuerdo a un ritual budista, tal como lo había
solicitado en su testamento, como su último deseo. El rito se llevaría a cabo en
la isla de Bali, donde gustaba de vacacionar con su familia, pero aclaro que
“en caso de que esto no resulte práctico, estas pueden ser esparcidas en
cualquier otro sitio”, pero siempre siguiendo la pauta de Buda, un maestro muy
apropiado para nuestro mutante estelar, pues se trata de una filosofía, más que
una creencia o religión, la cual proclama la abolición del ego, como el camino
hacia la paz espiritual y la iluminación. Échense ese trompo al uña, perros
ególatras.
VI
LA
MUERTE COMO NOTA INICIAL
Pues bien, ya de vuelta en nuestro
aterrador presente, sólo nos queda su último disco para comunicarnos con su
espíritu, pues, para el azoro de todos sus seguidores, David Bowie murió tan
sólo dos días después de su cumpleaños 69, el cual festejó lanzando a la venta,
ese mismo día, su último álbum original, Blackstar (enero de 2016), el cual,
fiel a su estilo de mutante metamórfico, es un sonido totalmente diferente, que
explora en el jazz más innovador. Alcanzó a realizar dos últimos videos para
promocionarlo, que todo el mundo está reproduciendo en internet miles de veces,
pues Bowie se retira en la cima, otra vez de moda como en su juventud, aunque
llama la atención que es casi el único disco de su carrera donde no aparece su
rostro en la portada, quizás por la vergüenza de verse demacrado, pues como se
aprecia en el video de la tremenda “Lazarous” y el de la pieza que da nombre al
disco, el cáncer ya era avanzado, cuando decidió grabar un último álbum, como
despedida y epitafio de su magna obra artística. Permítanme citar, de nuez, una
vieja rolilla suya, que me parece pertinente:
But any sudden
movement I’ve got to write it down
wipe out an entire race and I’ve
got to write it down
But I’m still getting educated but
I’ve got to write it down
And it won’t be forgotten
‘cause I´ll never say anything nice
again, how can I?
–“Fantastic
Voyage”, del Lodger
Observemos
a Lázaro, tratando de escribir sus últimas ideas, escapando de los límites de
la hoja, la tinta y el tiempo. Pero ya no es posible. Ya no hay tiempo en la
Tierra. Su hora para desencarnar ha llegado.
Un
“Gran Finale”, ni más ni menos, del nivel estético más alto y gran profundidad
filosófica, una hazaña heroica que sólo han logrado autores de la talla de
Freddy Mercury, con su Innuendo, lanzado
en el 91 cuando ya padecía el Sida, en su época más perra, o Johnny Cash con American IV, The Man comes around (02), editado solo unos meses antes de
sucumbir ante la diabetes. Estos fueron sus Himnos a la alegría (inevitable
recordar la obra maestra de todos los tiempos, escrita por un Beethoven ya
sordo, ante cuya grandeza todos los artistas palidecen), aún si nuestra
existencia resulta agridulce, los creadores deben vivir y morir por amor al
arte, y ante la última frontera, estos magníficos compositores, de carrera tan
veloz, larga y constante, no se detuvieron ni siquiera frente a la inminencia
de la muerte, la gran calavera no ha podido impedirles concretar una obra póstuma,
al contrario, la certeza de su proximidad les ha dado un último aliento de
inspiración, una evidencia clara de su modus
operandi, o la razón de su triunfo. Nunca limitaron ni traicionaron su
creatividad, al contrario, se refugiaron en ella hasta quedarse sin aliento. En el caso particular de Bowie, la mismísima
Muerte se ha visto obligada a participar en su último acto de magia (un
dramático destello final del cráneo enjoyado, hallada por un alienígena en el
fondo de un traje espacial, varado en un asteroide perdido en el tiempo y
espacio) para liberar al genio de la prisión carnal, elevándose sobre la pista
de despegue terminal, siempre fiel a su ruta sonora, pero nos deja una estrella
negra en las manos, a manera de herencia fraterna, y como contundente demostración
de su vigencia, vitalidad, vanguardismo genuino, y finalmente, su talla como un
creador sin límites, y un ser humano excepcional.
VII
EPÍLOGO:
DE
COMO CONOCÍ PERSONALMENTE A DAVID BOWIE
CUANDO
SU ESPÍRITU ME VISITÓ EN UN PAR DE SUEÑOS
Hace algunos años, cuando me hallaba
más perdido que nunca en mi propia sombra, extraviado en el laberinto de mi mente nocturna,
fui visitado por David Bowie en sueños, y, si bien su presencia fue como un
bálsamo alivianador, también pude comprobar en mi propio espíritu, que este
hombre era una especie de mago, un hechicero astral que lo mismo podía entrar
en mis sueños, tan fácil como podía aparecer en las pantallas electrónicas de
millones de usuarios alrededor del mundo, hipnotizados por su canto y mirada en
transformación constante.
Pero ahí voy, como he prometido, a
platicar mi sueño, sin más preámbulos sonámbulos: es de noche, algunos amigos y
yo nos acercamos a una fiesta en una casa tipo suburbio gringo, de dos pisos,
con garaje abierto y su patio de pasto verde, habitado por una multitud de
gente feliz que se arremolina para entrar, salir u orbitar, atraídos por la luz
y el sonido multicolor que brotan de las puertas y ventanas. Entramos, y todos
parecen estarse divirtiendo en una fiesta libre y fraternal, sin panchos, osos
ni los clásicos azotes de la mentada operación mala copa: la patchanka parece
fluir idílicamente por dentro y por fuera.
El
interior está poblado por toda clase de fiesteros, espíritus libres fluyendo a
través de sus muchas habitaciones, conviviendo y festejando, beben, fuman, ríen
y aman, pero aquello no llega nunca a ser una orgía, ni un aquelarre o bacanal.
Finalmente
llegamos a un pequeño estudio con piso, techo y paredes de madera, como una
cabaña rustica, ¿o era en la cocina?, total, un grupo de gente se reúne
alrededor de un hombre obeso y gigantesco, una masa humana tipo luchador de
zumo, que además, está igualmente desnudo, excepto por un taparrabos. Él
también está contento y ríe con los demás. Esta sentado en el suelo de madera,
con una amplia sonrisa y ojos húmedos como si llorara de tanto reír. La
habitación está llena, con el Gordo en el centro, y al parecer están jugando a
vencer un reto muy extraño: intentan cargar, con la simple fuerza de un solo
hombre, todos los kilos de este masivo compa, que parece salido de los records
Guinness, como si fuera un concurso de levantamiento de pesas. Varios lo
intentan, pero fallan entre carcajadas colectivas, y el obeso ser queda otra
vez sentado, increíblemente, en flor de loto. Es como una versión cómica de la
espada en la piedra. Mis amigos y yo, como buenos valientes, también lo
intentamos, metiendo nuestras manos bajo las rotundas nalgotas del megapuerko,
pero desde luego es en vano: se trata de una misión aparentemente imposible, pues
pesa varias toneladas de carne y huesos, y todos fracasamos.
Pero
justo cuando aquello parece perder sentido, y empiezo a sospechar que o estoy
soñando, o ese juego es como una estafa en un circo de fenómenos, diseñada para
aceptar el fracaso, se escucha un rumor de asombro, un murmullo de alegría,
como si alguien hubiera descubierto un manantial o un oasis, y la multitud se
abre como si fueran muchas puertas, para dejar pasar a alguien que destella con
una luz propia, y al que todos quieren saludar o tocar al menos, como para
comprobar su existencia o robar un poco de su luz. Adivinaste: es David Bowie,
quién, también sonriente de oreja a oreja, saluda a todos amablemente, sin
pretensiones de superioridad, pero camina seguro, como quién no conoce el miedo.
Se
acerca a nuestro bizarro grupo de contendientes rodeando al gigantón, y uno de
mis amigos o alguien como un anfitrión, me presenta a Bowie personalmente, nos
damos la mano, el asiente y me mira a los ojos, asegurándome con la mirada que
reconoce mi existencia. Yo estoy más que satisfecho con mi breve encuentro, y aún
extasiado, lo veo aproximarse al centro de la habitación, bromeando con una
falsa fanfarronería, como si fuera un campeón olímpico de levantamiento de
gordos. Y efectivamente, logra lo que nadie había logrado: carga al hombre obeso,
con una sola mano, metiéndola bajo el megaculo y elevándolo con todo y las mil
toneladas de gordinflón, hasta sostenerlo sobre su cabeza, mientras todos en la
habitación festejan gritando y aplaudiendo, o se mueren de risa. David Bowie
sostiene al barrigón sin ningún esfuerzo, como si de un globo de helio se
tratara, gira mirando a todos en el cuarto para que aprecien su hazaña, y
finalmente baja a la gran bestia humana, hasta colocarla otra vez en el suelo, al
cual vuelve una vez más sentado en flor de loto, siempre sonriendo. Es tan
grande que, aún sentado, es tan alto como el David. El juego ha terminado, y entre
risas, el vencedor hace un par de reverencias, agradeciendo a su público.
Eufóricos,
salimos de la cabaña, para seguir la fiesta en la casa grande.
SEGUNDO SUEÑO DE DAVID BOWIE
Mi
segundo sueño con David Bowie es más breve, así que iré al grano sin rodeos.
Ocurrió varios años después del primero, específicamente en 2014, la noche que
salía a la venta su penúltima grabación de estudio, el Next day, de lo cual me enteré
al despertar, en la madrugada, para descubrir que había dejado la
televisión prendida, y en la repetición de un noticiero nocturno, anunciaban la
primicia. Pero esa noche, minutos antes de la hora del Lobo, me quedé
profundamente dormido, y volví a soñar con el maestro: esta vez lo vi llegar
solo, caminando por una calle desierta (de hecho todo el pueblo parecía estar
vacío), acercándose a mí, que estoy de pie en la calle, en el patio de mi casa,
la cual tiene una similitud con la residencia de la fiesta, pero esta vez estoy
solo en ella. Ahora es mi casa. Bowie se me acerca, caminando por la calle. El
sol está en el cénit, es un día radiante.
–Hi!
–me saluda, dándome la mano- don’t you remember me?
–¡Claro
que te recuerdo!- respondo, estrechándola con fuerza- ¡todo el mundo te
conoce!, maestro, ¡eres el único e incomparable David Bowie, mis respetos!
–No no- me replica, negando
con la cabeza, sin dejar de mirarme- I mean, don’t you remember me?, someone
introduced us at that party, in the fat man’s house, remember?... – y luego
dijo: We know each other from another dream we had… Some
years ago…
Es
decir, algo así como:
NOS CONOCIMOS EN
OTRO SUEÑO, QUE TUVIMOS ALGUNA VEZ,
HACE ALGUNOS AÑOS…
P.D.
Mientras este artículo se convierte en la semilla de mi primer libro
publicable, tengo la impresión de que Bowie me volvió a visitar en sueños, esta
vez era como un niño que jugaba con agua, lanzándola a cubetadas. Acaba de
pasar el Sábado de gloria de semana santa, y muchos chilangos fueron arrestados
por desperdiciar el codiciado líquido vital de la “CDMX” en aquella añeja
tradición. Volviendo a Bowie, es como un niño salvaje, de barrio, que se niega
a escuchar razón y continúa mojando a todos, hasta que empieza a llover, y
desaparece con el Sol, entre las nubes de la tormenta que se avecina.
DAVID
BOWIE, DESENCARNADO
David
Bowie ha muerto a los sesenta y nueve años:
Un
buen año para morir, supongo, 2016.
Murió
en Nueva York, y allá lo cremaron,
en
un evento sin familiares, ni amigos
sin
ceremonias ni banquetes
su
cadáver exquisito ardió.
¡Metamorfosis
de la Muerte Blanca!
Escapó
en una corriente de nieve ascendente
y
su espíritu volvió a las estrellas
desde
donde cayó alguna vez
sobre
la mal llamada Tierra,
una
gran piedra rodante
de
corazón ardiente
y
piel marina
donde
dominó los cuatro elementos
Y
sobre una roca dura y fría
el
alquimista cambió de piel
una
y otra vez
saboteando
el reloj
cuantas
veces fue necesario
hasta
encontrar un sendero de vuelta al paraíso
y
dejó tatuadas sus huellas celestes
en
el paisaje auditivo de mi fugaz existencia
pero
no conforme con eso
ahora
se levanta
Lázaro
electrónico,
a
través de coordenadas neuronales milenarias
conectadas
por millones a una red invisible
donde
escuchan el rumor de su vida
convertida
en música que fluye galáctica,
ahora
sagrada,
al
menos para mí
y
una nave de locos
moldeados con polvo estelar
que
se reproduce en nuestras manos y nuestras mentes
camaleón
futurista
que entró reptando por mis oídos,
como
un trueno en la montaña
y
sale por mis ojos convertido en un relámpago
pero
con cuidado
para
no reventar mi cabeza en mil pedazos
ahora
recorre el mundo en segundos frenéticos
como
las cenizas de Timothy Leary
orbitando
en la estratósfera
como
un buen vino ancestral
se
une al rumor de un canto primitivo
iniciado
por William Burroughs
mientras
la estela de Allen Ginsberg
es
una transmigración estroboscópica
que Picasso traza en las constelaciones de la
noche
con
un arbusto en llamas
arrancado
de la fogata lunar
¡En
la ribera cósmica de los tiempos!
…
Moribundo,
en su último video
Bowie
se rebela levitando
cubre
sus ojos con un par de botones
por
si Caronte le pide un recuerdo
y
se eleva más allá de nuestra vista
Albatros
sobre un mar de galaxias
que
alguna vez se apareció por mis sueños
Y
sintonizó mi cabeza de radio en la frecuencia universal
Conciencia
intangible de la mutación eterna
Heraldo
vagabundo del Gran Espíritu
afinaste
mis oídos
Para
escuchar la corriente alterna
donde
canta el cosmos…
Vaya
transformación con la que te has despedido,
un
inolvidable reptil sin corona
Órale
pues, lárgate ya,
Maestro
de la materia oscura y luminosa
¡Fantasma
del silencio estridente!
Y
aunque tu holograma profético
se
quede acá
sembrado
bajo las cenizas de la Tierra sumergida
donde
crece un árbol familiar que toca el cielo
y
nacen planetas
como
un fruto astral muy tentador
que
jamás acabaremos de cosechar
ya
es hora de que vuelvas
al
mar de la noche estrellada
saltando
sobre los astros
y
bailando entre cometas
más
allá de nuestros satélites telescópicos más potentes
donde
seguramente ahora bailarás,
aun
cuando el murmullo de tus pies alados
y
tu voz de radiación solar
ya
no pueden ser vistas ni escuchadas por aquí
como
una rocka al rojo vivo,
o
un meteoro que vuelve al cielo
de
entre nosotros los muertos
por
siempre los simples mortales
aquí
me tienes
entre
tus admiradores y simpatizantes
recordándote
escuchando
tu voz en sueños
grabada
en las cavernas de sangre y fuego
en
el centro mítico de la piedra filosofal
a
través de una muy larga distancia
en
años luz
¡al
fin sin tiempo ni espacio!
Y
sin embargo,
mientras
tanto,
desde
acá en este atribulado rincón del universo,
Yo
te saludo:
Último
retorno del Mutante Estelar.
José Agustín Ramírez. Sábado 16 de enero de
2016
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