martes, 16 de abril de 2019






MAR DE MÚSICA
 IV

   HASTA SIEMPRE, COMANDANTE COHEN

PRIMERA PARTE

            En noviembre 7, del año 2016, el inigualable maestro de las letras, Leonard Norman Cohen, falleció en la ciudad de Los Ángeles, a los 82 años de edad. Si su espíritu ascendió al paraíso, a la Ciudad de la Luz celestial, o reencarnó en algún niño tibetano (pues tal era su creencia en el budismo), no lo sabemos. Está en algún lugar mejor, queremos creer, si es que aún existe como una forma de vida, si es que prevalecen la justicia y el amor divino en este universo, más allá de la muerte.
La Interred me informa que murió durante su sueño, poco después de una caída nocturna. Desencarnó de forma sorpresiva, pero pacíficamente, dejando atrás todo lo que nos regaló durante su muy fértil vida como escritor, compositor y cantante; Pero su partida es una lección más del maestro, la última y la más impresionante: Leonard Cohen se despidió en la cumbre de su creatividad y producción artística, con el magistral disco You want it darker (2016), una obra maestra de versos e instrumentación, sobre el tema de su muerte inminente, y un ajuste de cuentas con la fe judía y cristiana. Y de hecho cuando lo engendró, ya casi tenía un pie en el más allá. Pero se levantó con una demostración de fuerza y entereza en todos los niveles, antes de dar el paso final. Así, sus legiones de admiradores comprobamos el tamaño de su genio, con la edición de este álbum incomparable, acaso podríamos mencionar a Freddie Mercury y el Innuendo (1991) de Queen, los discos finales de Johnny Cash, su serie American, donde destacaba el IV, The Man comes around (2002) o el Black Star (2016) de David Bowie, pero todos ellos palidecen ante la maestría del poeta canadiense y el suave golpe de su grave voz, que en esta obra final ya sonaba tan cansada, y hoy está finalmente extinta como un dinosaurio, pero en este álbum casi póstumo, su último aliento todavía estaba enfundado en un guante de terciopelo negro como la noche, y fue un golpe preciso, desgarrador y profundamente hermoso, grabando su nombre, con este disco, en las rocas rodantes de la historia del rock & roll, y también en el mundo de las letras, e incluso perpetuando así su calidad de auténtico guía espiritual; Cohen es una luz al final del túnel del drama humano, su inconfundible timbre cavernoso y sus palabras en llamas, como la fogata al principio de los tiempos, son un faro marino, una vela sagrada que no puede apagarse, ni con la tormenta más feroz. Al menos, así es para mí y sus miles de simpatizantes varones, además de las muchas finas damas enamoradas de su vasta obra.
Para quienes no tengan la fortuna de conocer su música y comprender su arte, les aclaro que don Cohen está considerado, por la crítica especializada mundial, como uno de los más grandes letristas y compositores de poesía cantada de nuestros tiempos. Arrancó su carrera musical en el 67’, con el descerebrado título de Songs of Leonard Cohen (1966), para su primer disco, sin duda excelente, donde aún era tan joven que su voz sonaba suave y melodiosa, más propia de una lectura de poemas o de un artista folk (género que acá se traduce como trova o rupestre) pero aún sin la gravedad ronca que lo caracterizaría en la segunda etapa de su carrera, y le daría fama, como uno de los timbres más cautivadores en la historia de la música popular moderna. Es una voz de oro, que trascendió sus fronteras canadienses para llegar hasta los oídos de todos los buenos melómanos y adoradores de la poesía universal; Ya sea pacífica como un manantial, u oscura como de una bestia en el fondo de una gruta, siempre me habla directamente, cada vez que vuelvo a escuchar alguna de sus clásicas, con su largo rugido, retumbando como el eco de un encantamiento, irrumpiendo en la vena cava hasta alojarse como residente, así habita mi corazón de vez en cuando, como un aislado refugio de la tormenta y la sociedad, hasta que a fuerza de eternos retornos, se ha convertido en una guarida.
Este primer disco era uno de los clásicos favoritos de mi jefe, don José Agustín, y recuerdo que lo escuchaba ocasionalmente, en momentos especiales, intuyo, pero lo suficiente como para que yo notara que consideraba a este cantante como uno de sus mentores, no solo artísticos, sino un maestro en la vida, un auténtico hombre sabio, aunque también algo salvaje y apasionado por la creación, en toda su gran locura. Desde ese primer álbum (aunque aún tenía el timbre joven de un maldito jipi trovero) patentó su estilo entre melancólico y romántico, entre sacro y pagano, tan luminoso como puede ser oscuro, cual buen poeta, es como un piano para los dioses, una guitarra para Orfeo, un saxofón de Pink Floyd o Morfina, que pueden conceder los tonos más alegres, pero también las notas más infelices. Escuchar a este master es como ascender un poco en la escalera de la música, sostenerle la mirada a un eclipse, avanzar hacia la posible evolución del hombre, neta valedores, por este cabrón yo si meto las manoplas al fire, porque seguí sus huellas en la ceniza del futuro, y su espíritu (al parecer tan antiguo) siempre estuvo un paso adelante, y me dejó en la cima de un mundo en llamas, donde estoy ahora, hermanos (as), cada vez que escucho sus melodías, pirograbadas en mi piel como delicadas cicatrices.
            Simón Banda: Fue en 1975, nueve años después de la creación del muy celebrado disco debut de Leonard Cohen, que yo lo escuché por primera vez, cuando aún estaba en el vientre de mi madre, seguramente, pues desde entonces era una música predilecta de mis padres, que en aquellos tiempos se encontraban renovando su romance con un doble nudo que ya no se volvería a romper jamás. Si me esfuerzo un poco, casi puedo verme allá adentro, In útero: la luz del Sol trasluciéndose a través de la piel de mi jefa, y yo allí, ya un engendro listo para nacer, escuchando con asombro y misterio una melodía que, suponía, bien podría ser la voz de algún ángel caído, cuyas rimas poéticas y arpegios de guitarra flamenco parecían recordar, y augurarme, según yo, un pedazo del paraíso, algún rincón donde aún sobreviven los verdaderos amantes, libres de la maldad que reina en el mundo.
Desde siempre y hasta siempre, entonces, en la casa de mis padres, o donde quiera que yo vaya, se ha escuchado la música de Leonard Cohen, que para mí es como un bálsamo de luz y oscuridad sagradas, y sin duda mi vida no sería la misma, de haber carecido de este guía terrenal, que ha sabido iluminar un camino entre los restos ardientes y corrosivos de nuestra divina tragedia.
Y como les decía, para mi fortuna o desgracia, las bases que tengo de la alta o la baja cultura, al menos al principio de mi vida, se las debo casi todas a José Agustín, y desde luego conocí la música de Leonard Cohen por mi padre, quién me inculcó la magia del jazz, el blues y el rocanrol, casi imprimiéndola en mi ADN desde antes de nacer, usando mi embrión como un muñeco de vudú, con aguijones de acupuntura acústica, y me contagió el virus del amor por la música. Y desde entonces, desde que tengo memoria, no ha habido un solo día en que esta casa no cante a los cuatro vientos, aún si hoy en día soy yo el dj oficial, junto con la jefa, los encargados de mantener este vuelo sonoro de nuestra devoción por las armonías, nuestra adicción a la rítmica sagrada y profana. ¿Y quién mejor que don Leonardo, para acompañarnos en un viaje desde el infierno hasta el cielo?, Un viaje iniciático y terminal, a través de los secretos del amor, de la vida y la muerte; De hecho, pocos autores (as) podrían pararse de frente a esta misión, y salir avante, con nosotros a cuestas, como viejos Quijotillos y Sanchos, zarandeados por la marea y el viento cósmico, enfrentando a los molinos de viento/gigantes caníbales, tal como lo ha hecho el comandante Cohen, con nosotros como testigos mudos, o a veces coreando sus canciones.
Toda esta jerga militar me parece estúpida, pero aquí la justifica otro de los discos de Leonard, en la casi completa colección de mi padre, letra C, se llama Field Commander Cohen, Tour of ’79, un disco en vivo, difícil de hallar, no es de los grandes pero trae buenas rolas. Pero sus grandes discos son, desde luego, el primero, seguido del ya mucho más moderno e instrumentado I’m your Man (1988), para después coronarse, incluso en la cultura popular de los noventas, con The Future (1992), apocalíptico álbum que sirvió para abrir el soundtrack de Natural born killers y las puertas del infierno para una generación entera de psicópatas de clóset, que escuchamos hasta rayar nuestros discos compactos, y memorizar cada frase de Mickey y Mallory… Good Times, bad times… Después, tuvo un gran retorno con Ten New Songs (2001), pero desde luego hay joyas en todos sus discos, como el Songs of love & hate (1971), el Old Ideas (2012), Popular Problems (2014), etc., etc…
            Y esto nos lleva a su disco final: You want it darker (2016), su Opus Magnum, si es que alguna vez se puede usar ese término con certeza; Fue su despedida, una racha de oraciones casi blasfemas, en la cumbre de su sinceridad, compartiéndonos su latido final, muy adentro en el corazón de los Dioses Salvajes, justo antes de estallar, como una supernova, en este testamento de altura y profundidad, difícil de alcanzar, aún para los profetas más elevados en su levitaciones, o los poetas más abismales del azul marino.



Las noticias de su muerte se empalmaron con las del lanzamiento de su nuevo disco, como había ocurrido unos meses antes con el deceso de David Bowie, y la publicación de su BlackStar. Así supe que, por increíble que parezca, míster Leonardo había muerto, a pesar de lo vivo que estará siempre en su música, el cabrón se ha ido, desencarnó, aunque quizás vuelva como un niño del Tíbet, como se puede ver que deseaba, en el documental sobre el Libro Tibetano de los Muertos, que expone, en dos magníficos capítulos narrados por la vox de don Leo, toda la maravillosa cultura de la reencarnación, vía el Bardo Todol, en este show de la BBC.  También su colaboración con Philip Glass, en la adaptación del Book of Longing (2007), tuvo piezas memorables, sobre todo la primera, “I can’t make the hills”, tiene una relación directa con este, su disco final, y más oscuro, se podría decir también que el Darker es su Opus Nigrum, una oscuridad que nació desde “One of us cannot be wrong”, y que luego volvió hasta “First we take Manhattan”, y “Everybody knows”, saltando luego a “The Future” (de la cual mi padre hizo una traducción en su libro 50 grandes discos de Rock) y su ominosa “Waiting for the Miracle”; después retornó a esa negrura en 2001 con sus Diez nuevas rolas que incluía las tremendas “A thousand kisses deep”, “Here it is”, “Boogie Street”, y “By the rivers dark”; después la excelente y literal “Darkness” en el Old Ideas, y “Almost like the Blues”, en el Popular problems; Y finalmente, en este su trabajo más sublime, esta oscuridad se siente intensa, como boca de lobo, sobre todo en la pieza que da nombre al “You want it darker”, donde viajan también “Traveling light”, y “Steer your way”… Pero ya llegaremos a ellas. Esta es mi selección de sus rolas más oscurantistas, y se puede decir con certeza que, todo el resto de su obra, es pura luz concentrada.
Y entre los viejos casetes de mi jefe aún se encuentra una reliquia de los noventas, el Homenaje I´m Your fan (1991), donde varias bandas chidas como R.E.M, The Bad Seeds o los Pixies hacían versiones de sus rolas. Lo mismo aquel donde reaparece Nick Cave, Jarvis Cocker, Antony y U2, y otros varios invitados de altura, titulado simplemente como I’m your Man. Y ya que estamos en esto, no puede dejar de verse también el Concierto Memorial Tower of Song, celebrado en 2017, un año después de su partida; Mi padre y yo lo escuchamos bajando directo de la interred, y coreamos juntos, al ritmo de Elvis Costello, “Bird on a wire”: “…I have tried, in my way, to be free”.
En el cine, se le escuchó principalmente por el soundtrack de Asesinos por naturaleza, una película que se filmó como un ritual de aquelarre, y cooperó para encender la hoguera de los noventas, pero mientras su estreno era un éxito, él se enclaustraba en un monasterio budista. Pero antes de eso también anduvo presente en muchos filmes, recuerdo “Everybody knows” en un cuasi striptease en la película Exótica (1994) de Atom Egoyan; y que tal las Songs of Leonard… en la excelente McCabe y Mrs. Miller (1971), de Robert Altman, y recientemente en la adaptación al cine de El Congreso futurista de Stanislav Lem, donde entre caricaturas surrelistas/psicodélicas, se escucha “If It be your will”. Y pues creo que hasta en Shrek se  atrevieron a poner su “Aleluya”, una de sus piezas más exitosas, pero que a mí, como pobre diablo que soy, se me hace 2 fucking much, demasiada gracia divina, y me ahuyenta como la luz del sol a un vampiro.
Pues bien, he aquí mi historia personal con respecto a este disco, el último de don Leonardo, que lleva por nombre Tú lo quieres más oscuro, y nació de noche, un veintiuno de septiembre del 2016. Desde que se anunció el disco, como la novedad del maestro, ya se hablaba de su delicado estado de salud, vivía casi recluido en su departamento de los Ángeles, atendido por su hija Lorca. Y aunque apenas podía salir a caminar debido a un cáncer terminal, su hijo Adam se encargó de acondicionar ese depa como un estudio de grabación, mismo que llenó con computadoras, violines, teclados, guitarras acústicas y demás instrumentos requeridos, y colocó un micrófono frente a una silla ortopédica, pues el maestro sufría graves dolores de espalda. En el cuadernillo del disco compacto, donde se incluyen las letras de  las canciones, en tinta blanca sobre hojas negras, Leonard Agradece personalmente a su hijo Adán, el productor de este álbum inigualable, de esta manera:
“Quisiera reconocer, con profunda gratitud, el papel que mi hijo Adam Cohen jugó en la creación de Tú lo quieres más oscuro. Sin su contribución no habría ningún disco. En cierto punto, después de un año de intensa labor, ambos Pat Leonard y yo, coincidentemente, caímos en la desgracia de severos dolores de espalda y otras visitaciones desagradables. En mi caso, la situación era desoladora, la incomodidad muy aguda, y el proyecto fue abandonado. Adam comprendió que mi recuperación, sino es que mi supervivencia, dependían de que me levantara a trabajar nuevamente. Él asumió la dirección del proyecto, me instaló en una silla ortopédica para que pudiera cantar, y llevó estas canciones inconclusas hasta su culminación, preservando, desde luego, muchos de los temas musicales, fantasmagóricos e inquietantes, de Pat. Es por estos ánimos amorosos y la hábil administración de mi hijo, que estas canciones existen en su forma presente, y yo no puedo agradecerle lo suficiente.”. Nosotros, sus admiradores y amigos, tampoco.
Fue así como pudo ser preservada la voz dorada de Cohen en este, que sería su epitafio, su último regalo para una legión de admiradores, casi discípulos, desesperados por unas últimas palabras del célebre poeta, y vaya que si las obtuvimos, asistimos a la extinción de un auténtico profeta, un espíritu antiguo como las montañas, que nunca creí ver derrumbarse, pero mientras su cuerpo se desmoronaba, su espíritu se volvía cada vez más fuerte (¡como Obi Wan Kenobi!), y este álbum lo demuestra como un esperado milagro, pues no a diario se ve alguien pararse de frente a la muerte y aun así cantar sus verdades, como el Caballero del Séptimo Sello, de Bergman, of course.
Leí todas estas noticias con tristeza, como cuando declaró que estaba listo para morir, en una rueda de prensa, tal como empieza la rola que da nombre al disco, donde invoca la palabra hebrea “Hineni” (“Heme aquí”, o “Aquí me tienes”), y luego declara: “Estoy listo, Señor”. Estas palabras, salidas directamente de las sagradas escrituras judeocristianas, fueron las pronunciadas por Abraham a Dios, en Vayera, la porción de la Biblia que habla del Akeidah, el sacrificio de Issac. El Narrador se dirige  a Dios humildemente, y dispuesto a servir, a sacrificarse. La letra de You want it darker es en partes una traducción palabra por palabra del Kadish, el canto de alabanza a Dios que aparece en toda la liturgia judía. Ya antes Cohen había musicalizado la Torah, como la oración de Yom Kipur, que se encuentra en su canción “Who by fire”, o desde luego, las referencias bíblicas en su “Haleluya”, rola que tuvo un éxito en sus tiempos similar al de “My sweet Lord” de Harrison, otro gran guía espiritual de la Roca que Rueda. E inclusive, Cohen contrató un coro de renombre mundial, la congregación Shaar Hashamayim,  de la sinagoga de Montreal (donde su abuelo y bisabuelo fueron presidentes), en la que se crió y celebró su Bar Mitzvá, el rito de paso de la adolescencia a la vida adulta. Este coro también participa en “Parecía la mejor manera”, donde incluso interviene el cantor del templo, Gedeón Zelermyer.
Aquella tarde, Leo le confesó a los periodistas que se encontraba listo para dar el paso al otro mundo, causando sollozos entre los asistentes, para luego tratar de consolarlos durante la presentación del disco, diciendo:  “Pretendo vivir para siempre” (se refería a su espíritu, desde luego), esta vez haciendo reír a la concurrencia, tan solo tres semanas antes de su muerte, y escasamente un mes después del fallecimiento de su querida musa Marianne, también de cáncer, a quién le mandó una carta hasta su viejo refugio romántico, en la isla griega de Hidra. En ella le dice que la siente tan cerca, en esa hora final, que si se estiran podrían tomarse de las manos, a través del océano atlántico, para tocarse una última vez:

“Bueno, Marianne, ha llegado el momento en el que somos tan viejos y nuestros cuerpos se están desmoronando, que creo que te seguiré muy pronto.
Estoy tan cerca de ti que, si extiendes tu mano, podrás alcanzar la mía. Sabes que siempre te he querido por tu belleza y por tu sabiduría, pero ahora solo quiero desearte un buen viaje. Adiós, vieja amiga. Mi amor infinito, nos vemos al final del camino.”
Leonard.