IV
LA
LOCURA DE DIOS
Hola,
buenas tardes, bienvenidos al fin del verano. Esta es la quinta entrega de este
proyecto autobiográfico sobre los años posteriores al accidente de mi padre,
don José Agustín. Ahora a continuación, me
gustaría incluir este párrafo que mi hermano Andrés compartió, a raíz de estás
remembranzas tan potencialmente traumáticas:
"Yo recuerdo entrar con
Jesús a la sala de terapia intensiva (ese olor), avanzar silenciosos hacia
donde nos dijeron que estaba mi papá. El pasillo se hace largo o corto según el
latido del corazón. Al llegar, él estaba despierto, muy despierto, y nos vio y
se alegró, nos abrazamos intensa y tristemente, y recuerdo que lo primero que
dijo fue, exaltado, vehemente, febril, delirante: “¡¡ya encontré el título de
la novela!!”. En ese entonces tenía un par de meses, pocos más o menos,
enfrascado en la escritura de una nueva obra. Llevaba ya suficiente tiempo y
muchas páginas; las semanas anteriores se le oía contento con lo que escribía,
se le oía entusiasmado, encerrado en sí mismo, hablándose solo de esa obra y
esa historia trágica. “¿Cuál es?”, preguntamos un tanto extrañados de que ese
fuera el recibimiento en una noche tan dolorosa e inesperada. “¡¡La locura de
Dios, La locura de Dios!!, contestó exaltadísimo, gritando, ciego de alegría, y
enseguida recitó un par de estrofas que luego nos diría que eran del Libro de
Job, y éstas acababan con esa lapidaria sentencia “La locura de Dios”.
Buscando
esa referencia en la interred, sólo encontré este párrafo: JOB, 1:21:
1Hubo un varón en tierra de Uz, llamado Job; y era este hombre perfecto y
recto, temeroso de Dios, y apartado del mal. 2Y le nacieron siete hijos y tres hijas. 3Y su hacienda era siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas
de bueyes, quinientas asnas, y muchísimos criados; y era aquel varón más grande
que todos los orientales. 4E iban sus hijos y hacían banquetes en sus casas, cada uno en su día; y
enviaban a llamar a sus tres hermanas, para que comieren y bebieren con
ellos. 5Y acontecía que, habiendo pasado en
turno los días de sus banquetes, Job enviaba y los santificaba, y se levantaba
de mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos. Porque decía
Job: Por ventura habrán pecado mis hijos, y habrán blasfemado a Dios en sus
corazones. De esta manera hacía Job todos los días.
6Y un día vinieron los hijos de Dios a presentarse delante del SEÑOR, entre los cuales vino también Satanás.7Y dijo el SEÑOR a Satanás: ¿De dónde vienes? Y respondiendo Satanás al SEÑOR, dijo: De rodear la tierra, y de andar por ella. 8Y el SEÑOR dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios, y apartado de mal? 9Y respondiendo Satanás al SEÑOR, dijo: ¿Teme Job a Dios de balde? 10¿No le has tú cercado a él, y a su casa, y a todo lo que tiene en derredor? Al trabajo de sus manos has dado bendición; por tanto su hacienda ha crecido sobre la tierra. 11Mas extiende ahora tu mano, y toca todo lo que tiene, y verás si no te blasfema en tu rostro. 12Y dijo el SEÑOR a Satanás: He aquí, todo lo que tiene está en tu mano; solamente no pongas tu mano sobre él. Y salió Satanás de delante del SEÑOR.
13Y un día aconteció que sus hijos e hijas comían y bebían vino en casa de su hermano el primogénito, 14y vino un mensajero a Job, que le dijo: Estaban arando los bueyes, y las asnas paciendo cerca de ellos, 15y acometieron los sabeos, y los tomaron, e hirieron a los criados a filo de espada; solamente escapé yo para traerte las nuevas. 16Aun estaba éste hablando, y vino otro que dijo: Fuego de Dios cayó del cielo, que quemó las ovejas y los criados, y los consumió; solamente escapé yo para traerte las nuevas. 17Todavía estaba éste hablando, y vino otro que dijo: Los caldeos hicieron tres escuadrones, y dieron sobre los camellos, y los tomaron, e hirieron a los criados a filo de espada; y solamente escapé yo para traerte las nuevas. 18Entre tanto que éste hablaba, vino otro que dijo: Tus hijos y tus hijas estaban comiendo y bebiendo vino en casa de su hermano el primogénito; 19y he aquí un gran viento que vino del lado del desierto, e hirió las cuatro esquinas de la casa, y cayó sobre los jóvenes, y murieron; y solamente escapé yo para traerte las nuevas.
20Entonces Job se levantó, y rasgó su manto, y trasquiló su cabeza, y cayendo en tierra adoró;
21y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo tornaré allá. El SEÑOR dio, y el SEÑOR quitó; sea el nombre del SEÑOR bendito.
22En todo esto no pecó Job, ni atribuyó locura a Dios.”
6Y un día vinieron los hijos de Dios a presentarse delante del SEÑOR, entre los cuales vino también Satanás.7Y dijo el SEÑOR a Satanás: ¿De dónde vienes? Y respondiendo Satanás al SEÑOR, dijo: De rodear la tierra, y de andar por ella. 8Y el SEÑOR dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios, y apartado de mal? 9Y respondiendo Satanás al SEÑOR, dijo: ¿Teme Job a Dios de balde? 10¿No le has tú cercado a él, y a su casa, y a todo lo que tiene en derredor? Al trabajo de sus manos has dado bendición; por tanto su hacienda ha crecido sobre la tierra. 11Mas extiende ahora tu mano, y toca todo lo que tiene, y verás si no te blasfema en tu rostro. 12Y dijo el SEÑOR a Satanás: He aquí, todo lo que tiene está en tu mano; solamente no pongas tu mano sobre él. Y salió Satanás de delante del SEÑOR.
13Y un día aconteció que sus hijos e hijas comían y bebían vino en casa de su hermano el primogénito, 14y vino un mensajero a Job, que le dijo: Estaban arando los bueyes, y las asnas paciendo cerca de ellos, 15y acometieron los sabeos, y los tomaron, e hirieron a los criados a filo de espada; solamente escapé yo para traerte las nuevas. 16Aun estaba éste hablando, y vino otro que dijo: Fuego de Dios cayó del cielo, que quemó las ovejas y los criados, y los consumió; solamente escapé yo para traerte las nuevas. 17Todavía estaba éste hablando, y vino otro que dijo: Los caldeos hicieron tres escuadrones, y dieron sobre los camellos, y los tomaron, e hirieron a los criados a filo de espada; y solamente escapé yo para traerte las nuevas. 18Entre tanto que éste hablaba, vino otro que dijo: Tus hijos y tus hijas estaban comiendo y bebiendo vino en casa de su hermano el primogénito; 19y he aquí un gran viento que vino del lado del desierto, e hirió las cuatro esquinas de la casa, y cayó sobre los jóvenes, y murieron; y solamente escapé yo para traerte las nuevas.
20Entonces Job se levantó, y rasgó su manto, y trasquiló su cabeza, y cayendo en tierra adoró;
21y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo tornaré allá. El SEÑOR dio, y el SEÑOR quitó; sea el nombre del SEÑOR bendito.
22En todo esto no pecó Job, ni atribuyó locura a Dios.”
Al
leer el mensaje de mi hermano, me quedé pensando, sobre este asunto, sobre mi
primera impresión al entrar a su habitación en el área de terapia intensiva; y
también en la última novela inconclusa de José Agustín, que él pretendía nombrar
efectivamente La locura de Dios, tal como le respondió a muchos reporteros,
cuando al fin recuperó la mayoría de su cordura, lo dieron de alta y pudo
volver a Cuautla, que le preguntaban sobre el nuevo proyecto que había
anunciado desde antes de su accidente, pero que a raíz del golpe ya no pudo
continuar.
Por
esos días, como bien dice mi hermano, uno de los temas favoritos de su
conversación demencial, era su nueva novela, la que estaba escribiendo, y que,
repetía con extraña alegría, se llamaría La locura de Dios, aunque también
barajeaba otra posibilidad: que se llamara La canción de Dios, como la rola de
Randy Newman, God’s song, quizás de
allí estaba tomando prestada su idea, como otras veces había usado canciones de
rock para títulos de libros y cuentos. Sólo sabemos que pensaba basarse en el
Libro de Job, como una referencia, pero la verdadera naturaleza de su
propuesta, la premisa de su última obra, permanecerán para mí, ahora y siempre,
como un completo misterio.
Pero
me salta a la mente, como una liebre difícil de atrapar, una posible tesis que
quizás mi jefe propondría, en su nuevo libro, y no precisamente una muy de
creyente, sino más bien disidente, rebelde, bajo protesta, y tendría que ver
con la propuesta, discordante con la cita bíblica al inicio de este texto, de
que ese concepto omnisciente y todopoderoso que llamamos Dios, efectivamente
padece de sus facultades mentales. Y para evidencia contundente nada como
analizar la creación de la especie humana, con tantos talentos y virtudes, pero
también crasos defectos, vicios y degeneraciones, que comprometen nuestra
permanencia en el desvalijado planeta Tierra. Pero además, esa locura divina se
hace más evidente cuando, en este pasaje bíblico, permite que el Diablo nos corrompa
a su antojo, representada la humanidad en Job, como para ver si maldice su
existencia y la voluntad de su Padre celestial. Y así mismo, de vuelta en la
realidad, permite que sus criaturas y creaciones se corrompan, y sufran un
destino peor que la muerte, al verse expulsados del paraíso, despojados de
familia, salud o cualquier riqueza, y enfrentados a la tierra estéril y a
nuestros instintos en su forma más cruda. Me atrevo a formular esta tesis
porque no creo que pueda pedirle a mi padre que me esclarezca esta duda, sobre
la premisa de su obra inconclusa, no imagino que quisiera compartirme sus más
íntimos procesos espirituales, que pensaba plasmar cuidadosamente en ese lienzo
ahora ya rasgado, en ese rompecabezas de obra que seguramente le duele no haber
podido culminar.
Sería una tarea de interrogador, tratar de averiguar que tanto
pensaba concluir sobre este tema tan cercano al sacrificio de Jesucristo, pero
conociéndolo, no creo que fuera a ser una novela literal o estrictamente basada
en el Libro de Job, de cabo a rabo y con las conclusiones optimistas de ese
célebre capítulo de la Biblia. Sino quizás más bien su propia interpretación de
este viejo duelo o apuesta entre Yavé y Satán, con todas sus polémicas
implicaciones de inmoralidad sagrada. Esto, repito, es sólo una hipótesis
aventurada, pero además sospecho, o me temo, que tal vez su proyecto de novela
no incluía un final feliz, como el muy tortuoso y cruel Libro de Job, sino tal
vez con una perspectiva más lúgubre aún, más trágica, pues su estado de ánimo
por aquel entonces, por demás iracundo y melancólico, y la rabia vertida en las
primeras páginas de esa novela interminable (de la cual por aquí en este blog
iré mostrando algunos fragmentos). Así como su cercanía desde joven con el
ateísmo y sus dilemas morales nunca resueltos, propios de cualquier hombre
complejo, más al estilo del Bergman del Séptimo sello que de las Confesiones de
San Agustín, no me dan para suponer que esta fuera una novela de conclusiones
cristianas ortodoxas. Pero, ¡Ey, esta es sólo mi opinión, sisters y broders!;
Para más información sobre el tema, recomiendo el libro de C.G. Jung, Respuesta
a Job, que era un libro de cabecera de mi padre, como toda la obra de este
célebre psicoanalista, escritor y descubridor de grandes verdades, ocultas más
allá de la vista de los fanáticos religiosos o científicos. Toda la obra de
este místico maestro, sigue aquí conmigo en el estudio de mi padre, en la forma
de una enciclopedia de grandes libros negros, en pasta dura, donde se editaron
a todo lujo las obras completas de Jung, que fueron una producción asombrosa.
Toda la vida, este gran sabio fue algo así como el mentor astral de José
Agustín, y comprender los fundamentos básicos de la escuela jungiana, además de
ser algo revelador para cualquier lector agudo, es indispensable para entender
la ideología de doble filo de mi padre, esa que siempre lo mantuvo como un
equilibrista entre el bien y el mal, la cordura y la locura, la genialidad o la
demencia, la luz y la oscuridad.
Hasta
que finalmente, luego de presentarse por años, ante miles de asombrados
espectadores, con sus actos magia literaria y de artes extremas, sufrió un
resbalón, un imprevisto, en su sendero siempre tan luminoso, y cayó hasta el
fondo en su circo, sin redes de seguridad. Quizá, a veces llego a pensar
incluso, que se orilló a propósito, con el deseo de morirse en escena, de
terminar su vida en un teatro, el hogar de su espíritu tan creativo e
irreverente, como el guardián de una casa del faro, que se arroja a los acantilados
del mar enardecido. A veces pienso que
sí sabía del riesgo en que se hallaba, de la inminencia del vació a sus
espaldas, del peligro mortal, y que se dejó caer, o tirar, que le pareció una
buena forma de morir, pues en su gran estrés laboral literario, la muerte
parecía la única forma digna escapar de su propio personaje; De retirarse a un
ya muy anhelado descanso, una merecida jubilación y finalmente, de disolución,
desvanecimiento, desintegración, un truco de desaparición, al estilo Bilbo o Frodo
en el Señor de los anillos, un retiro a la tierra sagrada de Galadriel. Pero
también ingresó a un mundo de sombras, de oscuridad interior, a un obsesivo día
circular, casi prisionero en su propia casa, en las ruinas de castillo mental
de naipes, su bajo la soleada ciudad de Cuautla.
Pero al fin se libró de sí mismo, aun cuando
se le retiraron sus poderes como al Supermán de Richard Lester, en la segunda
película de la serie original, que mis hermanos y yo solíamos mirar una y otra
vez, bajo el auspicio de nuestro padre, wachando al súper dude, y a mi papá,
allá en la fortaleza de cristal y hielo polar, renunciando a su fuerza
sobrehumana, para luego enfrentarse un destino no tan cruel como el de
Christopher Reeves, pero casi. Pero entonces, mi padre al fin fue libre, libre
de olvidarlo todo, libre de beber todos los litros de alcohol que quisiera,
libre de no escribir, libre de ser el mismo.
Y también de soportar estoicamente el terrible devenir de nuestra precaria
civilización, que comenzó a retorcerse más allá de lo increíble, en muchas
partes del planeta, pero en especial en este país de aspiraciones medievales,
decantándose tan dramáticamente, justo en la época en que él se ausentó
finalmente de las miserias, dilemas y pesares de nuestro mundo, tan convulso y
polarizado. De pronto, las llamadas de medios masivos de comunicación, para
pedirle su opinión sobre los acontecimientos de México y el mundo, dejaron de
sonar en el teléfono, pues ahora José Agustín era sólo una persona normal, de
hecho, incapacitada para escribir nunca más.
Pero,
ey, insisto, estas son sólo especulaciones demasiado imaginativas, hipótesis
estilo revolver, sin ningún fundamento real; Quizás solo delirios personales,
pesadillas diurnas, de la vigilia diaria, directo de mi laberinto mental, desde
mi circo de mente.
Volviendo al día en que volví a verlo en el hospital de Puebla, mi
primer recuerdo al encontrarlo, es bastante confuso. Especialmente
después de que, un par de días antes, estábamos alegando acaloradamente sobre
si me dejaba vivir otra vez en su jaula, después de mi más reciente fracaso
matrimonial. Pero recuerdo que mi hermano Andrés me llamo cerca de la media
noche, con la lúgubre noticia de la caída del padre nuestro. Ya era muy tarde
para salir en ese momento, además de que, por el momento, se hallaba cien por
ciento en las manos especializadas de los doctores, que no permitían el ingreso
de visitas al área de terapia intensiva, así que tuve que esperar al otro día para abordar el
primer autobús de Cuautla a Puebla, dejando la casa de mis padres abandonada,
libre de cualquier vigilancia, por un par de días. Fueron los primeras noches
que pasé en el hospital, acompañando a mi madre, junto a mis hermanos,
deambulando por los pasillos, comiendo en la cafetería o el comedor y también
pernoctando en el hospital. Finalmente, en la tarde del segundo día allí, me
permitieron entrar a ver a mi papá. Un flujo de adrenalina me rebasa ahora
mismo acordándome de pasar a verlo en el área de cuidados intensivos, en un momento
muy específico del día, en el que está permitido acercarse al ser querido en
desgracia.
Así
que entré, un poco a fuerzas, un poco con muchas ganas de verlo.Una vez
adentro, lo encontré en una cama reclinable de hospital, con una bata blanca,
con algunas zonas del cráneo vendadas, y una sonda en uno de sus brazos, otra
en un dedo índice, traficando substancias desconocidas.
En su cama del hospital, mi padre me
saludó cariñosamente, pero parecía sorprendido, y de pronto me dijo: “¡Hola
Tino!, ¿tú también estás por acá en Irlanda?, ¡que bueno!”. Me quedé muy
sorprendido, pero le respondí que sí, y de inmediato noté que no estaba ahí en
realidad, estaba como soñando, supongo que bien dopado para evitarle dolor y
malestares mayúsculos. Pero de inmediato comenzó su fase de vuelta al mundo,
cuando unos minutos después, me pregunto sí ya antes había estado en Portugal.
Platicando con mis broders, mi tía Hilda, mi Mamá y mi prima Yolanda, quienes
nos turnábamos las visitas, descubrí que con ellos también andaba viajando por
todo el mundo: España y muchas otras partes de Europa, ciudades gringas, pero
incluso más allá, hacía el lejano oriente: Egipto, China e India. Se mostraba
como azorado de tanto viajar en el tiempo y el espacio, dentro de su mente,
como recordando viajes que efectivamente hizo años atrás, y otros que pensaba
serían posibles en algún futuro. Y así continuó por los primeros días, hasta
que lo bajaron a una cama en otro piso, cuando se le consideró fuera de peligro
mortal.
Pero
me saludó como si no hubiera ningún problema entre nosotros, no recordaba
nuestras últimas álgidas discusiones, nuestros gritos, y desavenencias, tan
estridentes, tan sólo unas horas atrás. Pues han ustedes de saber, queridos
lectores y únicos amigos, que mi padre y yo estábamos recalentando una querella
muy familiar, justo antes de que él partiera con mi madre para su funesta cita,
con sus lectores poblanos. Apenas quince días antes de que pasara su accidente,
yo aterrizaba de emergencia, por segunda vez en mi vida adulta, en la
legendaria casa en de mis padres en Cuautla, tras el derrumbe de mi matrimonio
gitano con Gabriela, el cual me costó casi la vida, y un salvamento de
emergencia, tras un radical corte profundo de mis venas, que me reconectaron y
cosieron en el Hospital San Agustín, en la calzada Ermita Iztapalapa. Todos mis
respetos para ese doc que salvó mi vida, un caballero como ya no los hacen hoy
en día. Ni siquiera llamó a la policía y
me dejaron salir para a continuar con mi vida mutilada, por el módico precio de
1,500 varos.
Unos
días después estaba suplicando a mis jefes por un lugar en su casa donde
recuperarme, pues todo lo construido con aquella mujer, salió volando por los
aires, y nuestro efímero matrimonio terminó conmigo suplicando por un rincón en
la vieja casa de mi abuelo, para lamer mis heridas. Pero mi padre no estaba tan
receptivo, y pasados unos días de mí regreso, me pidió, y no precisamente de la
manera más amable, que por favor ya me largara. Tuve que mostrarle a mi jefa las
heridas grotescas en mi brazo derecho, que hasta entonces les había ocultado
debajo de calurosas mangas largas, pero aún con sendas costuras negras sobre mi
piel chamuscada, y suturas internas cuyos hilos se quedaron dentro de mí para
siempre, Sólo así accedieron, a regañadientes, a dejarme entrar otra vez como
una mala secuela del hijo prodigo. Y, entonces, haciendo una tregua conmigo,
salió a un viaje relámpago, con mi mamá, a la ciudad de Puebla, dejándome a
cargo de cuidar la casa, pero ya jamás regreso. O al menos, ya nunca volvió
cabalmente a este mundo cruel, tal como lo conocíamos.