CARTA A ROBERT
ZIMMERMAN
(CON COPIA PARA
MI JEFE)
Con todo respeto, capitán, no pienso
a esperar a que alguno de nosotros pase a mejor vida, para decirte todo lo que
pienso de ti, o de usted, disculpe, pues incluso ya se le otorgó un respetable
premio Nobel y a mí ni me conoce, así que me presento: me llamo José Agustín
Ramírez, y vivo en algún lugar de la república mexicana, que se halla por ahí
perdida, en un rincón de nuestra propia dimensión desconocida. Dicho esto,
aclaro que yo, como todos sus admiradores de corazón, me imagino, casi siento
que lo conozco, maese Bob, o would you prefer mr. Dylan?, anyway, como le
decía, soy uno más de los miles de simpatizantes y adictos a su música, alrededor
del globo, y como todo aquel que se diga conocedor su obra, he escuchado el
rodar de su rocanrolera vida, plasmada en sus canciones, cual gambusino
enfebrecido en busca del oro sagrado. Y, como mi padre, pongo especial atención
en sus letras, sin que eso me impida de degustar sus multifacéticas melodías.
Déjeme decirle que he escuchado su
amplio repertorio musical desde que era niño, desde siempre, le aclaro, esto
gracias a la devoción que le profesa mi padre, y sí, ha oído usted bien, devoción
es la palabra que viene a mi mente cuando pienso en mi jefe escuchándolo, y me
refiero a don José Agustín, laureado escritor de la banda gruexa, celebriedad
nacional, que a lo mejor usted no conoce pues no está traducido al inglés, pero
le aseguro que también es un escritor muy perrón, y quizá hubiesen sido buenos
amigos de haberse conocido, supongo, pues compartían tantos puntos de vista
literarios, filosóficos y musicales; pero de la forma en que rodó la rueda de
la fortuna, y se repartieron las cartas del karma en este mundo matraka, a mi
padre, a mí y otros tantos miles, nos tocó ser simplemente sus devotos
seguidores.
Como
le decía, entonces, mi jefe es uno de sus más fieles y antiguos admiradores
mexicas, de hecho casi como un discípulo, un divulgador de tus palabras, traductor
asiduo de sus canciones, en toda clase de periódicos y revistas. Y yo, su
tercer vástago, el más enano de los tres, he tratado de seguir sus pasos,
impresos en la arena de las playas acapulqueñas, pues nací con la semilla de
las armonías fuertemente arraigada a mi espíritu, tan hambriento de las bellas
artes. Es posible que incluso haya escuchado tu música como terapia prenatal,
mi estimado capitán Bob, es decir, como concierto intrauterino, pues me parece
muy probable que mis jefes escucharan sus rolas a todo volumen durante mi
gestación, desde antes que yo naciera; O por lo menos es seguro que escuché la
mejor música desde que estaba aún en el vientre de mi mamá: desde clásico hasta
jazz, rock y música popular mexicana o de otras latitudes terrestres y marinas;
Y así, puedo imaginarme aún como un cómodo feto en el útero materno, bajo su
piel iluminada por el Sol radiante de Cuautla-Mugrelos, y la música de
Beethoven llenando como luz ese bendito recinto genético, para mi absoluto
asombro, o Duke Ellington o Billie Holiday o Janis Joplin, o Leonard Cohen o
bien, porque no, el maese Bob Dylan, con
su voz irónicamente bella a pesar de ser horrenda, quizás la peor del mundo,
como de un pato u oveja encabritada y con gripe, todo lo cual no impide degustarla
con familiaridad, sin embargo, a cualquiera con las orejas limpias, o que pueda
escuchar más allá de lo evidente, hasta descubrir el timbre inconfundible de un
guía tan terrenal como espiritual: Así es, capitán, en mi opinión es usted uno
de los últimos juglares que bailó y cantó su camino por el mundo, marcando la
pauta y ritmo del único y verdadero sendero dorado, by tha way.
Y no es que casi-casi lo quiera
convertir en santo, sino que en verdad uno puede usar sus incontables canciones
como un mapa de ruta para infinidad de coordenadas perdidas en este mundo tan
maravilloso y endemoniado, el mapa de un tesoro enterrado en una isla mental,
muy profundo en el mar adentro de la sangre, esa sangre que, si usted me
permite, nos hermana a todos y por lo tanto, de alguna manera, pues siento como
si fuera casi mi pariente, tanto así me ha acompañado en la vida. Y sea pues
esta carta un humilde agradecimiento a las mil y una rolas con las que nos ha
aclimatado a mí y a la gran familia universal. Nunca nos abandonaste, mi Capi,
nos trajiste a buen puerto, desde el principio de mis buenos tiempos, hasta
volver a este atribulado e incierto presente, tan volátil, a las puertas de un
futuro cercano que, para bien o para mal, todavía compartimos; Al ritmo de las
copas y el compás de las olas, en la misma frecuencia del verso único, yo digo,
hemos danzado con tu música, y con la marea de esa cosa loca que llamamos “amor”,
la savia del Gran espíritu cósmico, ese elixir imaginario, pero no menos
embriagante, que causa y cura todos los males, inspira todas las artes ¡y anima
nuestra siempre ardiente creatividad!
¡0h!, y con aquello de antes de
pasar a mejor vida, que puse al principio, no me refiero a que seas un
auténtico dinosaurio, prófugo de la extinción, cuyo inminente fin de sus días
en la Tierra parece aproximarse velozmente, casi a la vuelta de la esquina,
claro que no, munchos añejos más para ud., mi jefe, no faltaba más, si así los
desea el maestro; es más, de mi parte, puede ser inmortal si así le place, o si
sólo así estará finalmente satisfecho.
Pero
bueno bueno, pues de vuelta allá en el pasado, back in 1989, recuerdo mi primer
encuentro personal con su música, maestro, tu música puex, ¿puedo hablarte de
tú, o de ti, sin aburrirte con mis necedades?, I wonder!... pero no, mejor
insisto en el respeto que me impone…Vale, sin más preámbulo, te comento, mi
estimado jefe de jefes de la escena rocanrolera internacional, que, como te
decía, crecí literaria y literalmente bajo la sombra fresca y generosa de tus
rolas, escuchándolas sin falta y con gran curiosidad cada vez que a mi padre le
daba la gana, que era muy seguido. ¿Ya te dije que mi jefe es un melómano
consagrado (sin albur)?, pues así fue, y recurría constantemente a ti, si bien
había, y hay aún, muchísimas opciones en su colección de discos, primero
acetatos y luego compactos, que ahora parecen también dirigirse al basurero
tecnológico de la nueva era tecno-glacial; y quizá en esta era de internet, con
sus miles de canciones gratis (aunque plagadas de comerciales), tener una
colección de discos físicamente parece algo absurdo, o inútil, pero en aquellos
tiempos bíblicos, la erudición musical de mi padre fue como un oasis al que yo,
y muchas otras creaturas fantásticas, me acercaba diariamente, y aquello me
proporcionaba un sustento espiritual que dotaba a mi vida de un extraño
sentido, apenas palpable, donde música y letras se convertían en luces y sonidos que guiaban nuestro camino como
familia, en la vasta oscuridad del océano de ignorancia e inconciencia
imperante.
Dicho
esto, el puesto principal, el líder de toda la banda, en la cima de la pirámide
roquera, siempre pareció estar reservado para usted, maestro, aún si el
asesinato de John Lennon, su único verdadero contrincante, convirtió al ex-Beatle
en una deidad indiscutible, que se celebra cada navidad, mientras vos, maese,
apenas ha logrado tocar las puertas del cielo, intentando llegar antes de que
las cierren. Para muestra, basta un botón: Justo ahora, escucho una versión de Bowie donde interpreta, con harto feelin', tu ya clásica "Trying to get to Heaven", ¿la has escuchado?... ¿Te gustó?
Pero ni el rey Elvis, ni el Dios Clapton, ni el camarada Neil Young, Cat Stevens o Donovan, Mark Knopfler, o Morrison siquiera (Leonard Cohen se cocina aparte), tienen la altura que han alcanzado sus incontables melodías, mi estimadísimo, pues fácilmente, si se les apilara una sobre otra, formarían una escalera tan alta que, con ella, ¡Se podría escalar hasta la Luna, en una sola noche!
Pero ni el rey Elvis, ni el Dios Clapton, ni el camarada Neil Young, Cat Stevens o Donovan, Mark Knopfler, o Morrison siquiera (Leonard Cohen se cocina aparte), tienen la altura que han alcanzado sus incontables melodías, mi estimadísimo, pues fácilmente, si se les apilara una sobre otra, formarían una escalera tan alta que, con ella, ¡Se podría escalar hasta la Luna, en una sola noche!
Pero ok, compita, creo que divago,
así que mejor me enfoco en mis más arcanos recuerdos, como en el afán de que,
quién pudiera leer esto, en algún simple giro del destino, pueda comprender
cabalmente como fue que lo conocí, y las razones de la sincera admiración
mundial por su trabajo, así como de la hermanad que creció bajo un árbol
genealógico gigante, en los ya casi invisibles años que me formaron. Esto como
para dar una idea clara de porque se le quiere con ese gusto que sólo generan
los más grandes artistas, y de los motivos por los cuales se le escucha con
atención, tanto en nuestra pequeña casa musical, donde aún vivo con mis padres,
así como en el resto del mundo libre. Pues bien, mi primer contacto personal
con una de tus canciones, fue allá de mi paso por la escuela secundaria; Y
ciertamente era secundaria para mí en cuanto a mi educación personal, que
realmente ocurría en casa, donde desde la primera hora de la mañana, y, previo
a que se me arrojara a las fauces de la sociedad antropófaga en que malvivimos,
adquirí por algún tiempo el pequeño ritual privado de colocarme unos audífonos,
en el estéreo de la sala, aunque con el volumen muy bajito, pues mi padre
hibernaba después de escribir como un poseso toda la noche. Escuchaba una
rolita muy específica, que debe ser de las primeras que usted escribió, mi
Capitán, y que, de sobra está decirle, a mí me pega muy duro cuando la oigo, o
que me agarra el sentimiento pues, dirían los mariachis, cuando la vuelvo a
escuchar: se trata de “Bob Dylan’s dream”, de tu segundo disco, el Freewhelin’ Bob Dylan (1963), una de tus
súper earlys piezas de rock, aun completamente folk, es decir acústica, o rupestre,
con la clásica guitarra de palo y la inseparable armónica al cuello. Es una
composición añeja y memorable, donde despliegas todos tus precoces dotes de
escritor y juglar, con una breve narración autobiográfica, sobre tus primeros
amigos desaparecidos y los apresurados viajes que emprendiste siendo muy joven,
apenas un escuincle, cuando te fuiste de tu casa a rolar por los caminos y
carreteras, a conocer la bella Norte América, una dama cálida que aún abría las
piernas de su historia, a todos los viajeros tan intrépidos como para
aventurarse a conocerla, en el más puro estilo del On the road de Kerouac, y sus secuaces del buen beat.
Este texto de hecho, nace de la
necesidad de platicarte todo cuanto he sentido oyendo tus rolas, mi capi, y ésta
particularmente, tiene mucho jugo mañanero que exprimirle: Como un lagarto que se
muerde la cola, volví a escucharla recientemente, esta vez gracias al monstruo
inconmensurable de la interred y sus infinitos tentáculos, cuando de pronto
apareció una versión del “Sueño de Bob Dylan” en la voz de otro grande intérprete
del rocanrol, y me refiero a Brian Ferry, el ex-cantante de un gran grupo ochentero,
llamado Roxy Music, y cuyas versiones de grandes clásicos roqueros lo han
hecho, en su carrera como solista, no sólo más célebre, sino más hermano. En su
voz tan tersa, la canción cobró vida otra vez dentro de mí, como una fogata
hace tiempo apagada, que se enciende sola en un bosque nevado, y me despertó
después de muchos años de sonambulismo. Me recordé a mí mismo de niño,
oyéndola, y deseando salir a conocer el mundo y vivir aventuras como aquel
juglar trashumante, cosa que nunca ocurrió, pero a pesar de todo, no pienso
dejar que la llama se apague otra vez.
Además,
siendo ya un ruco como usted comprenderá de sobra, finalmente puedo
relacionarme con lo dicho en esas arcaicas letras, sobre cómo pasó sus mejores
días y noches con jóvenes amigos que después, el tiempo y la distancia hicieron
imposible ver de nuevo.
Hay
varias versiones en internet, desde luego, cantadas con más dulzura por sus
célebres intérpretes de aquella época, como Joan Baez, su novia por aquellos
días, o también el trío angelical de Peter,
Paul y Mary, quienes junto con los célebres Byrds, o el Greateful Dead, fueron
sus discípulos incondicionales. Y yo me pregunto: ¿Aún te acuerdas, maese, de
aquel sueño?, seguro que sí, pues te la vives en la buena vida, o, como dicen
ustedes los gringos: “livin’ the dream”, right?, y bien merecido te lo tienes.
El caso es que, escuchando esa
rolilla, el joven yo se daba ánimos para salir aquellas frías mañanas, a la
maldita escuela secundaria “Cuitlahuac”, nuestra querida fábrica de cuautlenses
conformistas, obligatoria y estupidizante, siempre soñando que quizás algún
día, yo también escaparía de mi casa, como lo hiciste tú en tu juventud. Tal
como narraste en esa pieza, que yo escuchaba, siendo solo un morrillo, en la
vieja mansión de mis padres, donde, bajo un magnífico cuadro sobre la muerte
del Che Guevara, pintado por mi difunto tío Guti, otro héroe de mi infancia,
vuelvo a colocar el disco del Freewilin’
Bob Dylan, y, escuchando tu querida canción, me atrevo a volver a soñar que
quizá, algún día, logre escapar de aquí y de mí mismo. Pero en fin, parece que ahora si voy a cantar, en el
lenguaje del bajo mundo, o a confesar todos mis pecados, voy a vomitar mis
tripas y a masticarte la oreja, como si fueras un santo de mi devoción pagana,
aprovechando que realmente no me escuchas, para platicar, aunque sea de forma
escrita, mis recuerdos, sueños y pensamientos, diría el maestro Jung. Usando de
pretexto este Mar de Música en el que voluntariamente he naufragado. Así pues,
camarada-capitán, descorcha tu ron o prende tu toke, cualquiera que sea tu
gusto o tu vicio hoy en día, porque en buena parte, tú nos has guiado a través
de este laberinto, a mi padre y a mí, y a incontables otros que comprenden el
verdadero valor de tu música en sus vidas, nos has acompañado y marcado el paso
por este único sendero dorado, hasta el infierno y de vuelta, hasta las mismas
puertas del cielo, nos arrastraste contigo, de las greñas, gritando y pataleando,
y al final te lo agradezco… Así es como se refleja tu música, tu voz y tus
letras, en las neuronas espejo de todos tus admiradores y simpatizantes, ¡Salud
master!
Pues
bien, por aquel entonces, descubrí tus primeras canciones como si recién las
hubieras escrito, pues en ese disco también se encuentran clásicas como “Blowin’
in the wind”, o “Don’t think twice, it’s all right”, cuya respectivas versiones
de Stevie Wonder (en clave de un góspel muy elevado), Ziggy Marley
(revitalizándola con una mezcla de reggae/folk) y Eric Clapton (convirtiendo
aquella ruptura amorosa acústica tuya, en un blues de epifanía) supongo que te
habrán gustado, (aunque me pregunto si te emocionaron tanto como a mí, es más,
siempre me he preguntado si te molesta o te gusta tu voz gangosa, o los que
creen cantar mejor que tú tus propias rolas), y yo digo que ningún buen
escuchador de tu música debería perderse todas las versiones de tus infinitas
melodías, interpretadas por igual número de grupos, solistas y combos
improvisados que te rindieron sentidos e inspirados homenajes, en los numerosos
discos tributo que se te han dedicado, como el homenaje por tus cincuenta
abriles, o el Chimes of freedom
organizado por Amnistía internacional, o el
blusero This aint no tribute,
pasando por el excelente soundtrack de la no tan lograda película I’m not there… la lista de artistas
famosos y desconocidos que retoman tu obra en estas grabaciones, es asombrosa,
así como la incontable la cantidad de otros músicos que, a lo largo y ancho de
la historia del rockanrol, le han hecho los honores a alguna de tus obras. Y
sin embargo, voy a hacer un breve recuento aquí de esas alquímicas
colaboraciones, abarcando tan solo una muestra de los cuatro discos de Chimes of freedom: The songs of Bob Dylan,
donde destacan, para mí gusto: “One too many Mornings”, con Johnny Cash, “The
Drifters escape”, con Patti Smith, Tom Morrello con el homenaje a “Blind Willie
McTell”, después “Love Sick” con el Mariachi el Bronx, Sting con “Girl from the
north country”, los Queens of the Stone age con “Outlaw blues”, o hasta la
Miley Cyrus con “You’re gonna make me lonesome when you go”, y la fresota de
Adele, con “To make you feel my love”, y una insólita Ximena Sariñana con “I
want you”, y también el ya veterano Elvis Costello con su “Licence to kill”,
“Buckets of rain” a cargo de los Fistful of Mercy, la banda donde se combinaron
Ben Harper y Dani Harrison, el hijo clonado del Beatle George. Sinnead O’Connor
con “Property of Jesus”, e incluso el Cuarteto Kronos hace su aparición con
“Don’t think twice, it’s all right”, los duetos chidos como Taj Mahal y el
Phantom blues band, interpretando “Bob Dylan’s 115th dream”, o Jeff Beck y
Seal, con “Like a Rolling stone”, “All along the watch tower”, a cargo de la
Dave Matews Band (un clásico que, entre otros, se han rifado Jimi Hendrix, Neil
Young, U2, y Pearl Jam); Siguen “Trying to get to heaven”, con Lucinda Williams,
y hasta los veteranos Eric Burdon y Mariane Faithfull, con “You got to serve
somebody” y “Baby let me follow you down”, entre muchos otros menos conocidos,
pero todos con excelentes versiones de algunas de sus mejores canciones,
capitán Bob.
Pero
definir cuales son esas “mejores canciones”, sería una tarea titánica, como se
puede ver en el monumental tomo de sus canciones completas, maese Dylan, que
fueron obligatoriamente reunidas en un solo libro, y traducidas a cientos de
idiomas, en un alarde olímpico-enciclopédico; Todo esto poco después de ser
usted condecorado con el máximo galardón del universo literario, el premio
Nobel de letras, ni más ni menos, ante el asombro incrédulo, el pasmo
paralizante de la comunidad internacional, que se rendía ante esta biblia de
melodías reunidas, en un solo mamotreto que bien puede servir para matar a
alguien si se le deja caer en la cabeza con fuerza, pero también puede
enriquecer una mente si se le aprecia debidamente, escuchando sus mil y un
rolas, my dear míster Zimmerman, mientras se descubren sus letras como una
cascada de poesía y literatura ocultas entre las rimas y la voz de, si usted me
disculpa, un cordero con gripa que va directo al matadero. Las traducciones a
veces dejan mucho que desear, lamento informarte, y me refiero a la edición en
castellano, que según me entero, fue publicada en un ardid temerario de la polémica
editorial Malpaso, en una subasta subida de tono vs. Penguin Random House y
editorial Planeta, las dos mayores empresas del ramo en México, y que implicó
el desembolso de una cantidad estrafalaria de dinero, para comprar los derechos
de reproducción, en nuestra nación de antiguos aztecas. Esta edición, sin
embargo, hecha a todo lujo, es la única que existe en español, y fue esa misma,
en su pasta dura, la que le regalé a mi padre en la navidad pasada, la del
2018. Aunque él no necesita que se las traduzcan, siempre se quejó de que
ningún álbum tuyo, incluía las letras de tus rucanrolas, Y se lo regalé
independientemente de si lo leerá religiosamente, mientras escuchamos esas queridas
melodías tuyas, pero a veces sí, busco una canción en específico, el disco
correspondiente en nuestra colección casi completa de tu obra, entre los eclécticos
discos de José Agustín, y te escuchamos como quién persigue las huellas de un
maestro, entre la nieve y las cenizas de un mundo ya casi olvidado.
Hoy
en día, sé que tienes 78 años, recién cumplidos el 24 de mayo pasado, mientras
que mi padre cumplirá 75 en agosto 19, de este año en curso. Pero lamentablemente,
la carrera de José Agustín se detuvo abruptamente en el 2009, tras un fatídico
accidente en un teatro de Puebla. Por tu parte, sé que continúas imparable
mientras tanto, dando giras por los E.U. y etc., entre cuyas presentaciones me
tocó el honor de asistir a tu última visita a México, un concierto excelente, a
pesar de haber sido en el aberrante foro del Pepsi Center. Recuerdo haberme
tomado dos caguamas (además de unos tokes), para poder pararme, como
improvisados zancos, sobre los duros vasos de plástico en los que las vendían,
a precios de oro líquido, y recargado junto a un pilar, pude apreciar el
concierto, en ese ridículo recinto, sin el más mínimo desnivel de un digno
anfiteatro, cosa que arruina la experiencia para un pitufo como yo. Pero te fui
a ver, y el playlist fue ideal para mí, y aunque iba solo como casi siempre voy
a todas partes, fue un momento glorioso, con un set de rolas nuevas y viejas en
versiones justas e inspiradas, memorable, digno de ti, como el maestro de
tantos miles de iconoclastas y demás compositores alrededor del mundo. Mi papá
no fue músico, te platico, pero su estilo y obra siempre estuvieron
influenciados, principalmente, por el rocanrol, siendo usted, míster Dylan su
carta fuerte, su mero gallo, su mentor y guía en la vida, un auténtico héroe
del rock & roll, si nos atenemos a tus cientos de piezas escritas e
interpretadas como solista, más discos de los que se puedan contar, cambios de
estilo y transformaciones drásticas, como su conversión a la guitarra eléctrica
o al cristianismo, decisiones ambas que le costaron un alud de críticas en su
momento. Por cierto, mi propio padre también trató de convertirse a la palabra
de Cristo, al salir de la cárcel, de la mano de mi madre, tanto que nombró a su
segundo hijo Jesús y se propuso, o al menos le prometió a mi mamá, que dejaría
la mota y el alcohol, tal como lo hicieron Dylan, Lou Reed, Harrison y Clapton,
por ejemplo, quienes trataron de “cortarle por lo sano”, es decir dejar las
drogas (con sus respectivas recaídas y liberaciones), versus Lennon, Clapton y
los Rolling, más atados al lado oscuro de los sixties, que llevaron sus
exploraciones más lejos en las profundidades abismales, y tardarían un poco más
en reconocer la posibilidad de alejarse de sus adicciones; El caso más
reciente, míster Keith Richards, que el año pasado comenzó a ponderar si debía
dejar el tabaco, cosa que no le resultó nada fácil. Pero en el lado luminoso de
la calle, por donde mi papá te siguió a regañadientes, máster, dejaste muchas
muestras de tu transformación cristiana, especialmente el disco Slow train comming, territorios
inexplorados para usted, como judío folklórico, más aún para mi padre como el
rebelde e irreverente que era, o es. En su prolífica carrera, usted retornó
continuamente a los temas religiosos, no lo podrá negar, pero con el tiempo se
sacudió cualquier influencia y llevó sus propuestas musicales más allá que
ningún otro compositor en el medio del rock, country, blues y su muy particular
mezcla de todo ello, que semeja un whisky seco y ponedor, añejado por siglos en
guitarras de roble… Por cierto, ¿no me invita un trago de su propio bootleg
moonshine?
Pero
neta, jefazo, usté es, sin discusión, quién siempre se mantuvo a la cabeza, por
encima del nivel del Mar de Música, y mi jefe fue uno de sus principales
promotores, como si de un fiel discípulo se tratara, difundiendo tus armonías y
palabras al parecer interminables. Dudo que muchas personas hayan sentido un
placer y regocijo tan contundentes como mi padre, cuando escuchó que le
otorgaban el premio Nobel de literatura, en octubre 13 del 2016: Casi brillaba
de gusto, mi papá, pero usted no tanto, creo, pues ni siquiera fue a recibirlo,
¿qué onda con eso?, ¡salud maestro!, ¡ja ja, mandó a la pobre Patti Smith, que
hizo el ridículo más grande de su historia!, Fue como si dos mundos
completamente ajenos colisionaran: la pompa y circunstancia de la realeza
europea, contra los representantes de la una vetusta contracultura, la
perversión de una pesadilla hecha realidad, una absoluta contradicción, el matrimonio
fugaz e impuro de algo que alguna vez llamaron rock “punk”, y “hippie”, con los
benévolos y decadentes príncipes y reyes de antaño. Y de postre, el premio
Nobel de literatura mismo llegó a un alto un año después, tras sólo una
premiación más, y aún se encuentra en una funesta crisis, a raíz de las
acusaciones de abusos sexuales entre los miembros de la academia sueca… que
momento tan bochornoso, para el Nobel de literatura y para usted, el gran
juglar del rocanrol, que, eso sí, buen judío, no dudó en aceptar una buena suma
de billetes que acompañan el prestigioso premio. Bien merecido se lo tiene y
eso y más poder te deseamos. Es como dijo Leonard Cohen, el otro más grande
cantautor del rocanrol, cuando se le cuestionó en entrevista, sobre la decisión
final de darte el Nobel: “Es como pretender colgarle una medalla al Everest por
ser tan alto”. Salud, maestro.
Aunque
recientemente tus discos con la temática de Frank Sinatra me dejaron perplejo, por
favor no te enojes, y reconocí que, en mi canija opinión, finalmente estabas
chocheando, así como esa colección de canciones navideñas con tu voz, que
realmente me pareció bastante jocosa, como los villancicos de un chivo
malherido-garganta de lata, ¡juar juar!, no te pases de lanza, mi Ol’Skiper. Esos fueron algunos de los últimos discos que
mi padre y yo escuchamos juntos, adquiridos algunos ya a través de internet o
en las moribundas secciones de discos de las tiendas departamentales. Poco
después vino la caída de mi papá, y ya no lograría fabricar buenos recuerdos,
debido a la amnesia de lo reciente y una creciente hidrocefalia, y llegaría
increíblemente su silencio literario, y decaería su interés por la música
nueva, pues le es muy difícil de retener en la memoria. Pero alcanzó a percibir
su renacimiento desde el Time out of mind
(1997), y esa racha de buenos discos que le duró dos o tres más y le valió su
coronación como un artista maduro, con un tercer aire que se comparó con sus mejores
tiempos. Desde los primeros con la onda folk/rupestre, armado solo con su
guitarra de palo y la armónica, pasando por los catárticos años eléctricos del Blood on the tracks, que marcó la
ruptura de su gran fracaso amoroso, y el inicio de su conversión mental
definitiva, allá por 1975, el año en que, para que lo sepa, también nací yo, y
vine a dar guerra a este mundo maravilloso y cruel.
De
esas fechas también, en los lejanos años setenta, es también otro de los
últimos discos que mi father mandó pedir por ese monstruo del Amazon, fue uno
en vivo, que recopila la gira Rolling Thunder Revue, con la que, por
aquellos días, emprendiste un recorrido por los E.U. nuevamente, pero esta vez ya
no como un joven vagabundo, sino como un trovador trashumante y líder de una
banda de artistas inadaptados, un asombroso circo de fenómenos; Y ya me enteré
que es sobre esa serie de eventos insólitos, que el gran Martin Scorsese ha
desarrollado para Netflix su más reciente documental sobre usted, maestro, capitán Bob,
míster Dylan, mis respetos jefe (de los cuales recordamos otros excelentes, como
el primero sobre usted, No direction home
(2005), y pues supongo que ya vio el Living
in the material world (2011) sobre el Harrison, y los de recopilación de
cine italiano, I’ll mio viaggio in Italia
(1999).) Salud por todo eso, maextro.
Y
ya hablando de viajes sin retorno, si me permites, me gustaría platicarte mi
propio “Bob Dylan‘s Dream”, a ver si tú lo recuerdas como yo; Déjame llevarte a
pasear nuevamente por el fantástico y aterrador mundo de mis sueños, por si no
te acuerdas de nuestro encuentro por allí, donde todo es posible… Incluso que,
una buena noche, mientras me hundía en los brazos de Morfeo, desprevenido por
completo de lo que me esperaba al cerrar los ojos y quedarme profundamente
dormido (e imagínese usted mi sorpresa, por favor, si es tan amable, estimado
Maestro) cuando me encontré a la mitad de un camino boscoso, vagando sobre una
modesta carretera, entre la neblina que ocultaba cualquier rastro del sol y con
cierto frío. Caminaba sin rumbo en medio de este escenario creado por el teatro
de mis sueños, cuando de pronto, un gran auto antiguo, de lujo, negro y
brillante, pasó por el camino junto a mí y al verme se detuvo. Los vidrios
estaban polarizados y nadie dijo nada, pero se abrió la puerta trasera de esta
limusina, o sería por lo menos un larguísimo Cadillac negro. No teniendo mejor
opción, abordé la nave y me encontré en un elegante interior de piel roja, cálido
y suave como el terciopelo. Una vez allí, una voz distorsionada por algún
interfón, me indicó que me pusiera cómodo, y si así lo deseaba, hiciera uso,
libremente, de una cava repleta de alcohol de lo más fino, que contenía también
cajas de puros cubanos y cigarros de todas formas, substancias y sabores. La
voz del interfón era irreconocible, pero algo en su timbre se me hizo muy
familiar… ¿No te suena, aún no me recuerdas? Permíteme que continúe entonces
con mi relato, si no tienes nada mejor que hacer que leerme, mientras bebemos
de tu nueva marca de Whisky.
Al
principio, relaciono este sueño, inconscientemente, con un antiguo recuerdo, de
unos viejos amigos criminales, que, siendo yo solo un joven adolescente, pasaron
por mí a las puertas de esta casa, y me llevaron de paseo a fumar mota con
ellos, antes de que se dirigieran a cometer un asesinato, o al menos a
intentarlo, no sé, pero uno de ellos sigue en la cárcel, pues allí se siente
más en su hogar, el otro se cataloga como “paradero desconocido”. En la parte
trasera del auto, había una pistola Magnum y un revolver Smith & Wesson de acero puro y gris, y se
sentía como auténtico metal pesado en mis manos; y recuerdo que me pidieron que
les forjara algunos churros de yerba, sentado a mis anchas en el asiento de atrás, mientras ellos
planeaban su crimen.
Pero
perdóneme, jefe, porque divago: De vuelta en mi sueño, el auto avanza por la
carretera a gran velocidad y de pronto, cuando se hace de noche, entra en una
típica ciudad gringa, con sus rascacielos, sus autopistas y boulevards; Y yo
con mi trago y cigarro en la mano, como un Cantinflas en casa de Pardavé, me
refocilo en los asientos de piel, mientras disfruto del paisaje citadino
nocturno gabacho-americano, hasta que comienzo a preguntarme quienes son mis
benefactores. Escucho que ríen, platican, gritan y beben, brindan ruidosamente con
copas de cristal y el humo de sus puros se cuela por rendijas de las ventanas
polarizadas, las mismas que me impiden ver quienes son el conductor y su
copiloto, de este vehículo negro y brillante, que pese a su gran tamaño, se
mueve entre el tráfico de la noche con fluidez y pericia, da vueltas como un
auto de carreras y cada vez acelera más, ignorando semáforos rojos y policías
de tránsito pidiéndonos que bajemos la velocidad, que no nos persiguen, pero
emiten sonidos con sus sirenas de advertencia. El Cadillac fabuloso, sin
embargo, sigue su camino a través de puentes estilo Nueva York, y cruza por
barrios bajos rodando frenéticamente, levantando el polvo o estallando en los
charcos de lluvia, hasta que comienzo a preocuparme y ninguna cantidad de
alcohol es suficiente para calmarme, ni la mota ni las pastas ayudan, y aumenta
delirantemente mi curiosidad por conocer la identidad de quienes ahora, parecen
ser más bien mis secuestradores, que quienes me habían rescatado del frío
bosque. Así que me acerco a la ventana
cerrada, y les toco el vidrio negro pidiendo que bajen la ventanilla y se
muestren, se revelen, y descubran sus personajes misteriosos… Pero siguieron
ocultos detrás de las carcajadas que les produjo mi petición, que poco a poco
se tornaba en súplica, cuando el auto giró como un reptil en la noche, e
ingresó en sentido contrario por una avenida repleta de automóviles fluyendo en
dirección inversa. Dándome cuenta del peligro enorme en que nos hallábamos, les
grité que quienes eran, que pretendían, que quieren de mí, que me dejaran
bajar, pero todo eso solo parecía divertir más a mis pilotos anónimos, en su
carrera contra el destino. Los carros en sentido contrario pitaban con sus
cláxones y nos gritaban furiosos, toda clase de insultos y maldiciones, nos
lanzaban objetos contundentes contra la carrocería y ventanillas, pero el
Cadillac negro no se amedrenta, y continuó en contraflujo a todo lo que da
el acelerador, olvidándose completamente del freno y esquivando la embestida de los autos enemigos escasamente, por milímetros, o de plano rozándolos y
colisionando fugazmente, pero nada lo detenía, corría lanzando chispas al
frotarse ligeramente contra la lámina de los otros pobres diablos, muertos de
pánico, que desafortunadamente se cruzaban en nuestro camino. Y cuando estaba a
punto de rezar, tras checar que las puertas estaban bien cerradas y no tenía
escapatoria, más que a través del triunfo descabellado del conductor sobre sus
improvisados e inadvertidos adversarios, la ventana que me separaba de la
cabina se abrió, y ambos, los dos bromistas del camino, los retadores del
peligro, se descubrieron, de entre las sombras y el humo, como quienes realmente
eran. Con un silencio sincronizado se giraron para mirarme y estallaron en
risas, al notar mi rostro pálido de pánico, tragando saliva ácida, y me
sonrieron con camaradería, aún en contrasentido, ignorando ahora sí por completo
el volante, pues el auto parecía manejarse solo. Y entonces, me palmearon las
rodillas con fuerza, mirándome con gusto, como si me conocieran de siempre, y me
hubieran jugado tan sólo una broma pesada. Una broma que aún no termina, por
cierto, pues cuando me doy cuenta, con absoluta sorpresa, de quiénes son, el
hábil piloto y su irreverente acompañante, el par de locos que me eligieron
para cruzar la ciudad esa noche a contra corriente, una alegría narcótica me
desarma por completo y me prepara para morir feliz y casi extático, pues al fin
acepto la realidad absurda de mi sueño, y reconozco finalmente a quién viene
manejando, el capitán de esa nave tan suicida e incontenible, es ni más ni
menos, ¡que usted, el querido maestro de mi padre: Don Bob Dylan!, ¿Ahora si ya
me recuerdas?, ¡estabas muerto de risa y con los ojos vidriosos de alguna droga
intergaláctica!, ¿Te acuerdas, Capitán, aún estás soñando lo mismo que yo?; Y
venías acompañado, por increíble que esto me pareciera, ¡por un intoxicado e hilarante
Neil Young!; Y entonces ambos me animaron, a que no me tome las cosas tan en
serio, que me ría de la vida y la muerte, que acepte mi destino y fluya a
contracorriente. Así que me doy un buen trago, sonrío y me relajo entre los
rechinidos de llantas y gritos de pánico, me hundo en los asientos de piel
roja, y me desplomo en mi sueño, que se convierte en un telón de oscuridad, y
ahora sí, entre el caos y los derrapones de mi confiable cochero, me duermo
profundamente, hundido en mis sueños de rocanrol.
Pero
bueno, let’s go back home, master, if you will, acá con don José Agustín, quién
recientemente sufrió una caída leve, pero que le impidió caminar por varios
días, y ahora, con dificultad, ha recuperado la capacidad de andar por el
interior de su casa, e inevitablemente yo pienso en ese anciano astronauta, al
final de 2001, la Odisea espacial del
master Kubrick, a punto de convertirse en el embrión cósmico, tras deambular
por una especie de estación espacial fuera del tiempo y el espacio: Pero en
esta versión, mi padre no está solo, a su lado está mi madre y su esposa, doña
Margarita, que valientemente enfrenta al dragón de su destino creado juntos,
con una pequeña ayuda de sus amigos y las poderosas fuerzas de la naturaleza. Esto
para que conozca de mi familia, antes de que el barco se hunda, mi capi.
A
mi lado, Karen ha vuelto a visitarme, y descansa leyendo Armablanca de José Agustín (su sentido homenaje a Casablanca, otra película clásica, y
favorita de mi jefe), acostada como toda una musa en silencio, en mí cama, sobre
mi sarape de neón, y de pronto, en tardes como esta, escuchando las Trinity sessions revisited de los Cowboy
Junkies, trato de ser uno con el Gran Espíritu, y de olvidarme de la pesadilla al
otro lado de la gran piedra y el pasto, cruzando el jardín y la alberca, en la
Casa que Canta, y de mi padre inmóvil en su cama, un tanto enojado y
confundido, mirando a la nada. Y sueño que todo tendrá que cambiar, para bien o
para mal, que la rueda de la fortuna seguirá girando, hasta que quizás nos
permita escapar de nuestra prisión de piel. E intento imaginar que todo es como
debe ser, y todo está bien en el Universo.
Pero
aquí me despido, jefe, lo dejo seguir su camino por el atardecer dorado, y me
quedo en esta nave de nuestra propia locura divina, donde nuestro muy particular
drama humano se desarrolla lentamente, como las nubes que surcan el cielo
abrasador de nuestras vidas; Y te comento, ya finalmente, antes de dejarte
volar en paz, como un cuervo en la noche, que por acá aún te escuchamos, mi
querido y viejo capitán Bob Dylan, alias don Robert Zimmerman, como si de la
luz de un faro marino se tratara, te comparto que tú has sido, para mi gran
familia universal, un destello inconfundible que nos salvó tantas veces de
estrellarnos contra las rocas y los arrecifes, en algún naufragio inminente. Y
para mí al menos, ya por última y nos vamos, capitán, te confieso que eres un
resplandor en la noche, que aún nos guía, mientras tú mismo avanzas sin miedo, explorando
este camino de estrellas sin nombre.
¡Salud
Bob!, desde la hermana república de Cuautla Morelos: J.A.R. (15/06/2019)