Hace más de diez años que mi padre
sobrevivió a un accidente casi fatal, al caer del escenario en un teatro
poblano, de cuyo nombre no quiero acordarme. Hace diez abriles también que dejó
de escribir, y aunque casi no puedo creerlo, ya no tenemos esperanzas de que
retorne al mundo de las letras, pues desde entonces padece una moderada pero
definitiva amnesia de lo reciente, que lo dejó prácticamente incapacitado para
escribir; ya quedó atrás la posibilidad de concluir al menos dos novelas que
había arrancado, y que llevaba por buen camino, como era su costumbre, pero que
ahora amenazan con convertirse en sinfonías inconclusas. Los títulos
provisionales para estas obras eran La
ira de Dios, y La llave de la carretera.
De esta última, tuve el privilegio de leer sus avances, unas buenas ochenta
páginas, de las cuales compartí fragmentos en una Feria del libro de Minería,
hace ya algunos añejos, cuando celebraron allí los setenta años de mi vetusto
progenitor. Digo todo esto con tristeza, y suspiro pensando que ahora, quizás
ya nunca conoceremos el final de dichas novelas, que pintaban para dos más de
sus grandes éxitos.
Pero volvamos al siglo pasado,
cuando el mundo aún no se encontraba al borde del colapso ecológico y social,
al ya lejano 1966, en la colonia Roma, donde mi padre era joven y tenía todo el
futuro por delante. Su madre, mi abuela Hilda, había fallecido trágica y súbitamente
en una operación, poco después de regresar él de su viaje a la Cuba
revolucionaria: allí se había convertido en alfabetizador, e incluso conoció al
Che y al joven Fidel, todo lo cual quedó registrado en lo que ahora se conoce
como su Diario de Brigadista,
recientemente publicado, como compensación para la editorial Random House, que
esperaba ya sus nuevas novelas bajo contrato. Por aquel entonces, su hermana,
mi tía Yolanda, a quién tampoco conocí salvo por las constantes pláticas de mi
papá, enfermó gravemente del corazón, y mi abuelo Augusto, capitán piloto
aviador militar y comercial, la llevó al gabacho a que la operaran: le pusieron
una válvula mitral de plástico.”, registró mi jefe en un breve y precoz texto
autobiográfico. Con el estilo solar que lo ha acompañado desde entonces, para
sobreponerse a las tragedias familiares, el año de 1966 fue clave en la vida de
mi padre: al fin le dieron la beca del Fondo mexicano de escritores, que otrora
le había negado Juan Rulfo, y además editó la mencionada autobiografía, pero además, publicó en Joaquín Mortiz su
novela De perfil, que en 2016 cumplió
50 años de existencia, y permanece vigente y fresca como el primer día, y la
cual da nombre a un pequeño homenaje, que en este mayo del 2021, organiza la Universidad
Autónoma Metropolitana. De perfil
resultó emblemática como La tumba, pero
es evidentemente su primera obra de madurez, como reconoció Emmanuel Carballo
en el prólogo de aquella plaqueta autobiográfica: “Si he de ser ingenuamente
sincero: tendré que decir que De perfil
es la novela mexicana más importante que he leído desde que en 1958 aparece La región más trasparente”… Ambas, sus
dos primeras obras, lo mantienen más vivo que nunca, en el mundo imaginario de
la literatura, o como diría Bob Dylan, “Forever Young” (y salud por el nobel
maestro, también, que en estas fechas cumple sus ochenta abriles, por cierto).
Pero permítanme citar algunos párrafos del proceso creativo en De Perfil, en sus propias letras:
“Al
escribir De perfil yo sólo tenía una
idea muy nebulosa. La empecé sin saber ni siquiera de que iba a tratar. Quería
decir mucho pero no me llegaba la estructura ni el tema. Sólo escribía lo que
me llegaba. A las primeras quince cuartillas dije: esto va a ser un relato
largo”…“en estos momentos llevo más de cuatrocientas. Decidí prescindir de la
mayor cantidad posible de concesiones y trabajar con libertad absoluta.” Y aquí
interrumpo a mi padre para corroborar que lo hizo en esa y en todas sus obras,
como una marca de su estilo, otorgándole esa cualidad libertaria, iconoclasta e
irreductible que creo yo, no es mal consejo para todos los escritores audaces
de algún futuro posible. “Me emocionaba horrores la posibilidad de publicarla
en Joaquín Mortiz.”, nos cuenta José Agustín en su libro autobiográfico, El Rock de la Cárcel (Flashback a mi niñez,
donde mi padre y la familia estamos sentados en la sala de la casa, y mi jefe
nos presenta la película de Elvis con el mismo nombre, en nuestra escuela del
rock privada, y me doy cuenta que, así como la música, la prisión es un asunto
a que a mi padre le obsesiona)… Pero continúo con el Rock de la Cárcel, en la versión de José Agustín: “Ya en septiembre
apareció De perfil, que agarró el
vuelo de La Tumba y le dio combustible
extra. En tres meses, se publicaron más de treinta artículos críticos, sin
contar menciones, chismes y entrevistas. Hubo domingos en que todos los
periódicos hablaban de La Tumba o De perfil. Esto permitió que el libro
escapara, tímidamente, del estrecho marco de lectores y cayera en manos de
gente, jóvenes en especial, que no solían leer literatura mexicana.” Se dijo
que su novela no era literatura, a lo que el jefe replicó: “Y sí, De perfil no era literatura realmente,
al menos no tal como se le concebía entonces. Era una propuesta distinta: como
en el rock, se trataba de fundir alta cultura y cultura popular, legitimar de
una vez por todas el lenguaje coloquial. Pero a muchos les parecía pura
incoherencia”…Este comentario de su
propia novela, nos revela que José Agustín tenía muy clara la pequeña
revolución que proponía en las letras mexicanas, su carácter explosivo y
visionario era premeditado, con alevosía y ventaja. Al final, su propuesta resultó una necesidad social y permitió la apertura de la literatura
mexicana a los grandes cambios que se gestaron en la historia reciente y en la
cultura popular, que comenzaba a tejer su red subterránea global, y crecía
inconteniblemente a la par de la globalización capitalista, dando pie a la
contracultura moderna. Así que la obra del que fuera el más joven y talentoso
escritor mexicano, de algún modo, por lo tanto, contribuyó a la modernización
inminente que sobrevendría a fines del siglo pasado, que se gestó durante la
convulsa era de los afamados sesentas. En ella, mi apá fue como una voz de su
generación, eco de sus ídolos: don Bob Dylan, los poetas Jim Morrison o Leonard
Cohen y otros grandes escritores y roqueros que hoy son leyenda, pero en aquel
entonces eran una rebelión radical e insospechada. De sobra está decir que el
tiempo habló y puso a cada quién en su lugar, pues como se imaginarán, ya que
estamos aquí reunidos, en torno a esta fogata que el cuentacuentos encendió
hace ya tantos años, mi Gran Jefe Caballo Loco resultó vencedor, a pesar de
quienes lo tildaban de insensato, prosaico, un rebelde sin causa y un alma
perdida. En especial cuando cayó a Lecumberri por siete meses, y fue fichado oficialmente
como narcotraficante y delincuente juvenil, con su correspondiente archivo y
fotografías de jeta y de lado. Acaso sea por eso, su paso por las celdas del
Palacio Negro, que José Agustín se volvió representante oficial de la
contracultura y el underground literario (además de obras chingonérrimas como Se está haciendo tarde, Luz interna/externa, o Ahí viene la Plaga, el guion para una
película coescrita con el director Pepe Buil, que nunca llegó a filmarse, y etc.,
etc.). Sus enemigos literarios hubieran deseado que nunca saliera de allí, pero
por el contrario, la experiencia le sirvió para escribir varios cuentos y
novelas, como El Rey se acerca a su
templo, el final de su autobiografía antes mencionada u obras de teatro
como Circulo vicioso, o su
colaboración en el guion de El apando,
del imprescindible José Revueltas. Los escribanos conservadores, apostaban
porque sus aportaciones no florecieran, pero tuvieron que tragarse sus envidias
y patrañas elitistas. Pues he de narrarles, que don J. A. cambió las reglas en
la forma de escribir en este país, las liberó de sus limitaciones arcaicas. Prevaleció
sobre sus detractores y adversarios ponzoñosos, una mafia oportunista y
anquilosada de excritores aburridos, empolvados y telarañosos, que siguen
acumulando y mordiendo el polvo, antiguos espíritus del mal, cuyos engendros
aún hoy persisten en conservar su rebanada del pastel, su cota de poder
político, propagando plagas psíquicas retrógradas, vendiendo sus plumas al
mejor postor. Mientras tanto, los libros de José Agustín gozan de cabal salud y
autoridad, y se siguen leyendo, gracias al gusto genuino del público conocedor,
y su amor por sus buenos libros, gracias a la apreciación intrépida y decidida de
los lectores de buen diente, con ganas de evolucionar a través de sus lecturas
intensas, estafetas que ya rebasan varias generaciones, mientras sus letras vivas
se siguen añejando cual buen vino, permanecen como obras frescas, vitales,
audaces y profundas, pues fueron escritas por un joven genial, que sigue
habitando tras la gran piedra y el pasto. Con un pulso preciso, aunque esotérico
y psicodélico, a veces con gusto a cerveza muy oscura y otras puro Jugo de sol, su obra tiene un brillo
natural que se distingue desde la primera lectura, y se confirma cuando se le
revisita, sin importar cuantos años pasen en volver a sus viejos libros, esos
objetos de colección, que ya se vislumbran como un romance atrapado en un
cristal de tiempo.
Estoy
sentado frente a su imponente escritorio de madera, y detrás de mí, están las
ediciones de colección que mi padre guarda de su obra, primeras ediciones y
bellas reimpresiones de sus libros. A mí alrededor tengo la biblioteca de los
libros que más amó, donde se refugian sus lecturas predilectas, que guardamos
celosamente, en el estudio donde alguna vez escribió casi la mitad de su obra
de madurez, como Ciudades Desiertas,
las Tragicomedias, La Contraculturaen México y La Panza del Tepozteco, en la que tuve el privilegio de colaborar
con unas ilustraciones. trabajamos juntos en dos o tres cosas, mi papá y yo,
recuerdo con especial cariño los programas para Radio UNAM, que mi jefe nombró
La cocina del Alma, como su columna en la revista La Moska. Recientemente,
releer sus novelas, cuentos y ensayos, revivirlo o descubrirlo, se ha vuelto
algo vital, indispensable tanto para él como para mí, especialmente desde que
la amnesia de lo reciente se roba los días que pasan, necesitamos de sus
palabras brillantes, para recordarlo tal cual era. Hojeamos sus miles de
páginas, y ocasionalmente el lee la balsa de lo que llevo escrito sobre él y
estos duros años recientes, mientras yo escucho el mar de su música y sus
letras que me dejó de tarea, para navegar.
Y
especialmente, con motivo del homenaje virtual que se realiza en su honor, me
he vuelto a zambullir en De perfil y El Rock de la Cárcel, pensando en él más
de lo acostumbrado aún, tratando de recordar la flecha ardiente del tiempo, que
une a sus maestros y alumnos, tratando de hacer una mirada panorámica de sus
raíces e influencia en las letras mexicanas, todo lo cual se revela evidente,
tras el evento virtual organizado por su compadre Philippe Olle-Laprune y la
UAM, que nombraron simplemente De perfil,
pero no se centra en esa obra, sino que nace por la necesidad de recordar toda su
trascendencia escrita. El magistral escritor Enrique Serna, se encargó de
inaugurar el evento, diseccionando su obra en términos de calidad e impacto, la
reveló con rayos x, infrarrojos y ultravioletas, en todo su esplendor y
misterio, para los interesados que acudieron a la cita virtual, en el
omnividente Yutub, que diariamente transmitió la serie de presentaciones, para
después almacenarlas en su cuasinfinita memoria digital. Después tocó el turno
a Wenceslao Bruciaga (escritor, cronista punk, boxeador amateur y periodista especializado en temas de
diversidad sexual y música) además de Julián Herbert (escritor multifacético,
músico, promotor cultural y buen amigo de mi jefe), y a la nueva joven
escritora tremenda, Fernanda Melchor (Temporada
de Huracanes, Paradais, Random
House), quienes mostraron ampliamente sus conocimientos en la carrera
agustiniana, una mesa de jóvenes herederos en su tinta, moderada por mi
hermano, el neuropsiquiatra y escritor Jesús Ramírez Bermúdez. Le siguieron su
comadre Elsa Cross, laureada poeta y connotada hinduista, el gran autor y buen
camarada don Hernán Lara Zavala (El mismo
cielo, Contra el ángel) y el crítico
literario, poeta y ensayista don Evodio Escalante, todos ellos viejos amigos de
mi jefe, y expertos en su labor, una mesa más veterana, de camaradas que
tripularon el mismo navío de locos que mi jefe alguna vez comandó. Hubo una
mesa más con Enrique Marroquín (sacerdote católico y escritor iconoclasta,
personaje insólito de las revoluciones culturales y espirituales de este
machucado país), acompañado de José Luis Paredes Pacho, el otrora bataco de la
Maldita Vecindad, convertido en escritor y promotor cultural; además de José
Manuel Valenzuela (investigador y académico de asuntos fronterizos y de la
cultura norteña). Y finalmente, en una mesa que apodaron “José Agustín y la
Contracultura”, aparecemos Leonardo Tarifeño (reportero, editor y cronista
argentino e internacional), José Eugenio Sánchez (poeta y performer oriundo de
Guanatos), Patricia Peñaloza (colaboradora de La Jornada, quién desde hace años
lleva una bitácora de la vida nocturna en la gran ciudad, con su infalible columna
Ruta sonora, y que realizó todo un
panchormance para los conectados), además de Carlos Martínez Rentería, el viejo
fauno irresponsable, autor intelectual de la pervertidora revista Generación, quién
no perdió tiempo para balconear a don Agustín y tentar al personal, recordando
las sendas rayas que le invitó al maestro, con motivo de algún homenaje que le
organizaron a mi pater en Lagos de Moreno; Y finalmente como olvidar a la bella
y carismática cantante Amandititita, quien como yo lleva a cuestas el peso de
un gran nombre, al ser siempre referida como hija del legendario Rockdrigo, y
también expuso su perfil más roquero y literario. Ah, y yo tambor, el Tinieblas
jr., su seguro servibar, allí estuvimos. Esta mesa la moderó mi big broder, el
carnaval mayor, don Andrés Ramírez, editor de las obras del jefe en la célebre
Penguin Random House.En ella, más que
nada loqueamos por espacio de dos orejas, y le dimos un tono más improvisado a
la plática, o al menos yo, participé como un alumno hasta atrás del salón, con
algunas marihuanadas dignas de olvidarse. Y ya que estamos en eso, olvidé
comentar allí, o preguntarle a mi hermano y Amandita, si será cierto mi
recuerdo de la tarde que Rockdrigo nos visitó en la casa de Cuautla, siendo yo
un escuincle y por los tiempos en que mi padre y el rockebrio colaboraban en un
montaje de la obra teatral Abolición de
la propiedad, con música original del González, que desgraciadamente se ha perdido en los abismos del tiempo. Vaya esto como complemento
para mi respuesta a la pregunta sobre los recuerdos contraculturales que vienen
a mi mente, de mi infancia con este ícono de la banda roquera y librepensadora,
pues ese fue uno de los mejores: Cuando compartí, como polizón, ese rock en vivo
en medio de dos atlantes, dos tipos de cuidado, leyendas memorables del rocanrol
y las letras mexicanas. Mi mamá, su principal y más querida aliada, por su
parte, insiste en que no me despida sin comentarles que mi jefe está bien de
salud, dentro de lo que cabe diría él, y de humor también, que lee muchos libros (sin anteojos, lo cual
es un auténtico milagro de la ciencia), entre los cuales destaca, en el hit
parade casero, el retorno del Rey Mono,
una joya de la mitología china que recientemente le regaló mi broder, el
Androide, y es nuestro libro predilecto, para mis hermanos y el don, pues nos
lo leyó cuando eramos morritos y es absolutamente fantástico. Diario watcha el
periódico y escucha sus rolas, mientras se toma unas chelas y algún vino, y me
manda decirles, aquí bajo la constelación de Leo y a la salud del Rey Chango, en
honor de todos sus buenos lectores y amig@s de antaño, que por favor vayan todos
y le chiflen mucho a su rechilanga abuela, ¡Salud, cabrones!
jueves, 2 de enero de 2020
EL SUEÑO DEL
ROPAVEJERO
–Hay
algo malo con la humanidad, ¿estás de acuerdo? –me dijo una voz interior–
¡Claro que también hay muchas cosas buenas, pero tú sabes a qué
me refiero!–continuó... ¿mi conciencia?– Y es por eso que inventamos a
Jesucristo, ¿me explico?, como una especie de antídoto psíquico, contra ese mal
congénito. Sale, pues saca el coche sin que te escuchen, apagado, empujándolo.
Pero yo manejo, ahí me vas diciendo por donde.
–“De
eso se trata todo esto de la navidad, Charlie Brown” –me respondí– …La mala
leche, o mala levadura, dicen por ahí en la Biblia, no me acuerdo en que lado.
–Exactamente.
Toma este asunto de la natividad, por ejemplo, la Noche Buena. Súbete.
–¿Qué
tiene de Buena?– me arremedé, dando el último sorbo a mi Martini, y fumando una
gran bocanada de humo psicotrópico– Solo es un triche pretexto para vender
porquerías y atascarnos de alcohol; Pero vamos allá, continúa por favor, no me
dejes interrumpir tu tren de pensamiento, tan sólo permíteme, ya que te vas
poner tan serio, encender el radio, están transmitiendo un especial de rocanrol
navideño, en la Cocina del Alma, el
programa de don José “Hombre-lobo” Agustín, en Radio Libre Aztlán:
–“Arrancamos
con Vince Guaraldi, y sus rolas para Peanuts;
Primero: “Skating”, donde Snoppy se lucía patinando al estilo Chaplin, ¿te
acuerdas?, y luego escuchemos “Christmas is here”, (instrumental, of course), ya
que llegamos tan lejos, que casi parece que sobreviviremos un año más...
–Ja.
No cantes victoria, camarada… Ahorita que lleguemos ahí te explico cómo va a
estar la operación. Pero bueno, a ver, Inútil, deja de jugar con tu pinche música
maricona y escucha: analiza todo este asunto de la humanidad, al inicio del
nuevo siglo, convertida en una vergonzosa parodia de sí misma, bailando a
ciegas junto al abismo, ¡avanzando inexorablemente directo al infierno!,
entonces, ¿agarro el boulevard?
–Uy,
que palabra tan costosa te rifaste, valedor: I-ne-xo-ra-ble-men-te, Güau. Sip,
agarras el bulevar. Es por allá, wey, da vuelta a la izquierda. Y hazme el
favor de no raspar más la carrocería, ni acabes de rompernos las calaveras por
favor, que como quiera que sea, todavía es la nave de tu jefe, nuestro padre,
que en su morada bajo el mar, aguarda soñando.
–…Escuchen
ahora esta otra: “Let me sleep”, de los Perros
perdidos del Pearl Jam acústico…
–No
me interrumpas, Gusano. Te decía, toma todo este asunto de la Navidad, por
ejemplo. Toda la mierda comercial en que se ha convertido, digo, mira al pobre
San Nicolás, convertido en este viejo gordo sonrosado, de traje rojo y barba
blanca, que dice “¡Jo, Jo, Jo!”, vendiendo coca-colas radioactivas en su trineo
diabólico, jalado por seis chivos negros, en las alturas de un cielo post-apocalíptico.
–…”Continuamos
con: “Milky White way”, del disco de canciones cristianas de Elvis”…
–¿Te
acuerdas como le gustaban al jefe esas rolas?, es más hereje que Marx, pero
cuando canta el Presley, hasta parece devoto coreando sus letras…
–“I`m
gonna meet God the Father, and God the Son”- Cantó Elvis, y mi padre lo coreó
fielmente.
–Que
cierres tu agujero de vomitar, idiota. Te decía: el pobre San Nicolax de Myra,
un muy amable obispito jalador del siglo IV, en Anatolia, Turquía,
perfectamente respetable, que tiene más de dos mil templos por todo el mundo, y
quién honestamente gustaba de regalar todas sus posesiones materiales al estilo
franciscano, convertido hoy en este asqueroso personaje de caricatura,
regordete, salido de las pesadillas de Walt Disney, no sorprende que sea el individuo
más odiado de toda la famosa navidad, he visto tantas parodias sobre él, que
sólo me falta atestiguar que lo violen en algún callejón sin salida. Se puede
sentir que nadie lo quiere, nadie lo respeta: Es todo lo que está mal con la
Navidad. Es el Gran Impostor, tratando de opacar la Palabra Sagrada. Es como un
enviado del capitalismo satánico, para convertir los tradicionales obsequios en
algo que, de alguna manera, es un beneficio egoísta para los productores de
chatarra material y espiritual…y blablablá…
–… Acabamos de oír
“Jingle bell rock” (como olvidar el principio de Arma Mortal), antes escuchamosa los Pretenders con“2000
Miles”, cursis pero muy queridos, y después vendrá The Who, con su “Christmas”, del Tommy,(que por cierto, tienen nuevo disco, en este agónico 2019, aunque ya huele
a despedida)… Saludos a Maru Vargas, una fan muy fiel de los Quién… Abrazo
familiar para todos, de su viejo diyei, José “Wolfman” Agustín, aquí
representando el Espíritu de la Navidad presente, y pónganle más ron a mi
ponche, por favor…
–Das
vuelta a la derecha, y luego otra izquierda, y ya llegamos. ¿Tons qué, a ver
cómo va a estar la onda, quieres que les abra el portón principal, y la caja
fuerte de la iglesia?, ¿Tú sabes donde guarda el cura la morralla, no?, porque
sí junta buena feria en quincena el miserable, pederasta infeliz, dicen que
está protegido por la maña, y siempre tiene una .45 cargada.
… Y ahora con ustedes,
¡Sufjan Stevens! y su “Sister Winter”, de sus discos de Christmas songs, que me regaló mi compadre Pedro Moreno,va un abrazo para él hasta Saltillo…
–¿Recuerdas
el Sueño del Santa Clós limosnero…?
––¿Qué,
eres el fantasma de las navidades pasadas?... Sí, claro. Nos levantamos
sonámbulos, y lo encontramos en el jardín, en la noche, bajo el árbol de
mangos. Éramos sólo un niño, de cinco o seis abriles, y él no era un mendigo
vestido de Santa Clós, era un vagabundo fangoso, muy sucio, pero sabíamos que
era Santa Claus, el viejo fetiche de la coca cola, pero convertido en
teporocho; Y como siempre, se había metido a la casa sin permiso, pero en lugar
de traer regalos, se colaba para talonearnos una limosna, temblando. Y algo nos
decía que Eso era Dios también, un dios enfermo, disfrazado y decadente.
–Ahí
fue donde mi papá nos alcanzó, en el jardín, y nos llevó de regreso a la cama.
Y a la mañana siguiente, cuando le contamos el sueño, parecía muy molesto de
escuchar nuestros delirios teológicos nocturnos.
–…Eso
fue Micah P. Hinson con su “Little boys dream”, y ahora continuamos con “I’ll
Be home by christmas”, de este álbum de jazz que me heredó mi amiga, Una Pérez
Ruiz, quién recién falleció (descance en paz); es de discos Putumayo, Christmas in New Orleans. Y después los dejo con “Amarga Navidad”, del maestro José Alfredo Jiménez, que no puede faltar, para todos los malacopa navideños…
***
–…Ya casi nos
despedimos, con esta rola inaudita en la voz de Bob Dylan,“Hark the Herald
Angels sings”, de su disco de villancicos abominables…
–Chales, ¿que le pasa a
ese tipo?, parece que se tragó un borrego moribundo y se le atoró en la
garganta. De verdad, cuanta música navideña espantosa existe, desde jazz,
salsa, cumbia, rock y etcétera, nomás falta el rap y el reguetón de la navidad,
con doña Claus de teibolera, frotándose en un tubo de hielo, ¡Carajo!, que
cantidad tan horripilante de mala música, empezando por los maléficos
villancicos, y pasando por toda clase de porquerías pseudocristianas, ¿acaso nadie
nota que han convertido este bonito ritual en una nauseabunda tradición de plástico?
–“Or
what?, you’ve been rockin’ SO hard, U can’t even say a prayer?...-continuó el
dj– La navidad es un chance de vivir el renacimiento de Jesucristo, el héroe
del corazón, el campeón del espíritu, diría Carl Gustav Jung; es un intento de
la humanidad por sublimarse en el sacrificio, para abandonar el egolatría; Es
la gran leyenda del hombre en busca de su padre perdido, buscando ser Dios, ser
Buda. Todo ser humano, más o menos cuerdo, intuye que en el corazón del
invierno, cerca del final del Laberinto congelado, concluido el evidente ciclo
anual de las estaciones, existe la oportunidad de cambiar, de avanzar, y mejorar
un poco. ¡Así pues: beban de este vino, que es la sangre de Dios, del mito
divino, pasen a brindar esos que no tengan miedo de seguir el sendero dorado, el
que lleva a la Casa de los Dioses…
Ahora los dejo con esta que no sé si es navideña, pero parece, son los Black
Crowes con “Welcome 2 the good times”, enjoy it, if U can…
–Que
clavado se puso el master.
–Ya
vamos llegando, entonces ¿asaltamos primero la parroquia y luego la licorería o
al revés?
–La
parroquia, desde luego. Le prometí al camarada de la vinatería que este año no
lo asaltaríamos, para variar; es buena onda; Hasta le vamos a pagar, por varias
cajas de alcohol y muchas despensas, con el dinero bendito del cura Melchor–Y
me respondí que okey. Entonces llegamos a la pequeña capilla blanca, y me bajé
para forzar la cerradura, como el cerrajero de San Pedro, y mi conciencia entró
en la iglesia, para realizar el asalto al cielo, súbitamente…
*
* *
–¡¿Que pasó, ya estuvo,
lo apañaste todo?!
–Sí, dejé al cura maldiciendo
en piyama, ¡arranca imbécil, que trae pistola y pantuflas!
–¡De pelos, ora si nos
rayamos con una feliz navidad!, ¡Vamos a ir con las putas, y al teiboldanz, y en
avión hasta Las Vegas, y a comprar muchas drogas y/
–Nonono,
calma tus ansias, infeliz… ¿Recuerdas el Sueño
del Ropavejero?– Y me respondí que sí, claro, y en el radio sonaba “The
Ragpickers dream” de Mark Knopfler, tu sabes, el jefe de Dire Straits, ya
solista.
–En esa canción, el ropavejero sueña con un banquete en el que hay
espacio, comida y bebida abundante para todos los vagabundos, niños de la calle
y demás los marginados, pero también se sientan entre ellos algunos personajes
navideños fantásticos: El Espantapájaros y el Rey de las vías de Tren, además
de Jack Frost y hasta Satan Claus aparece por ahí. Agreguemos a Cristo y Buda, a
Quetzalcóatl y un largo etcétera de dioses y diosas paganas, diciendo
“¡Salud!”, en nuestra carta para los reyes magos, y nuestro sueño se hará
realidad. Y todos felices.
–Pero
con esto no nos va a alcanzar para alimentar a todos los desesperados y
hambrientos esta noche…
–No
te apaniques, mi viejo y querido personaje fugaz, tengo un amigo que se me
prometió multiplicarlo todo, infinitamente, Él fue quién ordenó este asalto
navideño… ¡Pues para surtir de regalos ese banquete de mendigos y pordioseros,
y compartirlo con todos mis amigos, los animales extintos, y demás criaturas
fantásticas que habitan este sueño y esa canción, es que hemos robado todo lo
que robamos hoy, mi estimado: ¡Despierta!: Nosotros somos el espíritu de las
fiestas futuras, ¡y para darle su navidad a todos esos miserables, es que
soñamos esta noche!
–....”Así
que finalmente, los dejo con Gavin Bryars & Tom Waits, acompañando a un gélido
veterano sin hogar, con su melodía de obsesiva cruz circular, psíclica, como un
mantra: “Jesus blood never failed me yet”… Y así se despide La Cocina el Alma, deseándoles
felices navidades, a todos los hermanos y hermanas de buena voluntad… ¡Muchas
Noches Buenas, y que el Gran Espíritu los ilumine esta noche y siempre!, ¡Salud!...
¡Cambio y fuera!
sábado, 31 de agosto de 2019
UN
MAR DE MÚSICA
(LLAMADO JOSÉ
AGUSTÍN RAMÍREZ)
Es difícil saber quién eres, es
decir, quienes somos, o quién es uno mismo y cada uno de nosotros,
especialmente si eres de los que, como yo, heredaste el nombre de tu padre,
quien a su vez lo heredó de tu abuelo, y etcétera etcétera, así hasta el
infinito. Y para cuando este nombre llega a ti, con todos sus vicios y virtudes
a cuestas, al parecer lo conducente es tomar la estafeta, como un estandarte de
diversas fusiones familiares, es esta extraña carrera de la evolución, el
imperio de los genes, y hacer de ellas una bandera personal. O no. Pero hay que
andar muy trucha, para no convertirse en una réplica desgastada de su
predecesor. Y así, aunque nunca nadie supo quién diablos era realmente, nos
aferramos a nuestra máscara, a nuestro personaje efímero y repetitivo, o muy
poco original. Ya sabes, girando con eso del I’am U & U R me, & we R
all together, dándote vueltas en la cabeza, toda la vida, pero nunca
aterrizando en el alma. Como en un duelo de espejos que se encuentran frente a
frente, padres e hijos se enfrentan como estaba escrito, en un evento extraño,
perdido entre el tiempo y el espacio, dentro de esa creatura inasible y volátil
que ingenuamente llamamos: el Presente. Es nuestro único territorio firme, un
campo de batalla desechable, pero rápido como el viento, que se nos presenta
como un asalto a diario, en una carrera contra el reloj, para dirimir nuestras esperanzas
de cambios, contra hábitos y tradiciones fosilizadas. Es allí donde se
resuelven estos dilemas, no en el pasado ni en el futuro, sino en esa estrella
fugaz que nos arrastra entre sus crines, el fuego fatuo donde habitamos: El día
de hoy.
Mi
nombre, por cierto, es José Agustín Ramírez, al igual que se llamaba mi padre y
un tío suyo antes que él. Aunque yo, personalmente, no soy su primogénito, pero
por una extraña circunstancia (léase la insistencia de mi abuelo paterno, y la
reticencia de mi jefe, durante los primeros dos embarazos de mi mamá), siendo
el tercero de sus tres hijos, fui nombrado así, como el modestamente célebre
compositor, emblemático del estado de Guerrero, el original José Agustín
Ramírez, quién compusiera las canciones que le dan vida aún hoy a las fiestas y
reuniones de los guerrerenses tradicionales y sus miles de invitados de toda la
orbe, su turismo de talla internacional, al menos en sus buenos tiempos, en el
siglo pasado, José Agustín Ramírez y compañía fueron leyendas del Acapulco
perdido, nuestro querido Lost Acapulco, my dear friends.
Así
que me llamo igual que mi progenitor, a quién quizás ya conoces, o crees
conocer, si has leído alguno de sus muy filosos libros; Pero esta no es la
historia de porqué me llamo así, aunque en lo personal no esté muy a-gustín con
ese nombre heredado, no: Esta es la Historia de una antorcha que no encendía,
de una hoguera que no se apaga, y de un incendio fuera de control, en los
límites de la realidad y mi imaginación, cerca de las frontera de la locura.
Tan sólo unas hojas en honor a mi padre, don José Agustín, laureado y otrora
joven e irreverente escritor mexicano, de mala fama y peor reputación, pero
amado por los buenos lectores, principalmente libre pensadores, de tendencias
zurdas y contraculturales, que mantienen vivo este atribulado país; Para todos
ellos, mi padre fue un símbolo libertario de los afamados sixties, muy al
estilo de la generación beat. Fue un viejo lobo, si me lo permiten, que
naufragó en un mar de música y silencio, de memorias y olvido.
Ambos
mi padre y mi tío abuelo me heredaron su nombre, su pedigrí y algo de su
talento, pero también me dejaron el nivel del mar creativo muy elevado, una
marea alta de calidad e inspiración que puso mis humildes aspiraciones
artísticas en serios aprietos, por poco y hundiéndolas, tú comprenderás mi
dilema y predicamento. Y por favor, discúlpame si te hago perder tu tiempo, con
mis investigaciones paternales, de ante mano te lo digo, amable lector y ahora también
compañero en esta aventura, si decides abordar este barco ballenero: Un navío
de los locos tamaño familiar, que solicita voluntarios para un Naufragio.
¿Pero
cómo resumir setenta y tantos años de locura creativa y destructiva en las
contadas páginas de un libro entre biográfico y periodístico?, intentaré pues un
resumen de sus pasiones musicales al menos, que eran vastas y profundas,
incontables como las criaturas del océano, y muy elevadas como objetos
voladores desconocidos, quimeras fantásticas y entidades simbióticas que, por
unos breves instantes, parecieron demostrar que la armonía es posible entre la
humanidad, y me refiero a las bandas de rock, y sus pequeñas joyas musicales,
esas canciones que amamos, ¿qué sería de nosotros sin ellas?
Yo,
por cierto, conocí José Agustín hace ya cuarenta y cuatro abriles, y aunque
finalmente he llegado a comprenderlo bastante bien, todavía me sorprende (es
duro el maldito), y a veces puede ser todo un misterio, pero creo entenderlo
mejor que muchos, aun cuando ni siquiera he terminado de leer todos los libros
de su obra fecunda y brillante. Pero sucede que al parecer me reservé algunos
para cuando él ya no estuviera aquí, es decir, ya es hora, pues como resultaron
las cosas, hoy en día, aun cuando no ha muerto, estando aquí no está, pues ya
no escribe y tiene varios problemas de salud, con una amnesia de lo reciente casi
total y la hidrocefaliaapenas contenida
por una bomba y una válvula microscópicas que drenan el agua de su cerebro. Y
así, aunque de pronto parece ser él otra vez, está ausente en presencia de sí
mismo, pues su carrera llegó a un alto, y su reloj de arena se rompió y por
poco se vacía, tras el tremendo accidente que sufrió en Puebla, al caer de
cabeza en el foso de un teatro imprudentemente atascado a reventar, con cientos
de fanáticos de sus letras. Pero sus libros siguen ahí, tan frescos como
siempre, esperándome, y a algunos miles de lectores más, para sentir el
magnífico estilo, innovador y revolucionario, de las letras de José Agustín.
Mi
padre siempre ha sido como un cometa, para otros jóvenes, en sus despertares,
uno puede perseguir sus palabras como seacompaña a un meteoro en su órbita estelar, prendido de su fuerza
gravitacional. Rolando con él uno no se aburría, siempre buscando aventuras
nuevas (como solía decir él, citando a Alfred Bester, con su genial y delirante
libro de sci fi: ¡Tigre, Tigre!): Siempre en la ruta de las estrellas, nuestro
destino.
Pero
primero que nada, quisiera decir que ser parte de su historia ha sido como
asistir a una fiesta de las artes con boleto gratis, donde todas las musas
griegas y algunas modernas fueron revisitadas con pasión infinita, bajo la
sombra alada de mi padre, así como por otros miembros de mi familia, todos los
cuales influyeron en mis intentos de quehacer creativo. Entre estas influencias
desde luego la más poderosa es la literatura de mi padre, pero también tendría
que incluir en segundo lugar a mi tío Gutí, genial pintor mundialmente
desconocido y leyenda personal, por su magnífica técnica pictórica y sus
enseñanzas en filosofía, estética y política, pues me inculcó la semilla del
comunismo y el anarquismo primitivo. En tercer sitio estaría mi madre,
Margarita, y mis hermanos Andrés y Jesús; Primero ella porque hace ya casi
veinte años comenzó a tomar clases de pintura con mi tío, a lo que siguieron
cursos en el CNA y con varios maestros gringos en un periodo en que mi padre y
ella emigraron nuevamente a los E.U., para que mi jefe trabajara como profesor
en alguna Universidad, con ella a su lado como fiel escudera, y así comenzó un
pasatiempo que ha crecido mucho, en términos de calidad plástica. Mis hermanos
Andrés y Jesús, aunque se dedican a la edición de libros y la neuropsiquiatría
respectivamente, también se han destacado como escritores, el primero de muy
buena poesía y el segundo con una novela y ya varios libros de investigación y
divulgación científica. Después seguirían varios tíos y primos por ambos lados
de mis familias, que primordialmente se enfocaron en la música. Primero que
nada José Agustín Ramírez, el gran compositor guerrerense, el origen de mi
nombre y el de mi padre. En seguida estaría mi abuelo materno, quién gustaba de
tocar melodías populares al estilo de Agustín Lara, en cualquiera de los dos
pianos que atesoraba en su casa. Le enseñó a tocar, a su vez, a mi tío José
Luis Bermúdez, quién desarrolló ese talento hasta poder ejecutar las más
complicadas piezas de Beethoven, Schubert o Chopin. Aunque no se dedicó a esto,
por desgracia, nombró al segundo de sus hijos Federico, por este último célebre
compositor y pianista, y a su primogénito, Claudio, en honor de Arrau. Éste
primo, también aprendió lo necesario del piano para expresarse, y se decidió
por una carrera en la música, eligió las armonías como forma de vida,
escribiendo, componiendo y produciendo a otros intérpretes. Aquellos pianos, en
la casa de mis abuelos maternos, uno de cola y otro de pared, estaban en el
vestíbulo y la sala de esa antigua casa, allá por Potrero, en la Nueva
Tenochtitlán. Como un niño, me recuerdo tocando a escondidas, con cautela y
asombro, esas máquinas de hacer música, y muchos años después, allí mismo,
recuerdo a mi tío, ya de edad bastante avanzada, pero antes que comenzara su
ceguera, interpretando, en alguna reunión familiar, unas melodías de Beethoven
al piano, y aunque él afirmaba que su ejecución ya no era perfecta, o con la
precisión de su juventud, yo adoraba ver sus dedos correr sobre el teclado, como
pequeños bailarines o acróbatas en miniatura, dándole vida a las cuerdas de un
arpa secreta, allá adentro, con martillos diminutos, pero no menos poderosos,
que despiertan los nervios de este instrumento casi mágico, como reflejos del
artista y de los oyentes, aquellos con buen oído, el don de escuchar las
maravillas del arte sonoro.
Por
el lado paterno, hay otros dos primos que siguieron el rastro de sus
frecuencias auditivas personales, León y Ramsés Ramírez, el primero desarrolla
su trabajo por su cuenta, para su propio disfrute, y el otro perseveró en su
trabajo como intérprete, y ha logrado llevar a buen puerto, junto con sus
camaradas del Señor Mandril, a esta banda de rock, jazz, funk, y tecno fusión,
obteniendo muy buen nivel y la recepción merecida de un público amante de las
artes modernas. Sirva esto como breve explicación del porque la redacción muy
sentida de estas letras e ilustraciones de un servidor, que solo desea mantener
activo el espíritu de mi padre, cuya carrera se vio trágicamente interrumpida,
por los eventos impredecibles de un día fatídico, en cierto teatro de la ciudad
de Puebla, durante el 2009, un año tan lejano, y sin embargo, el año en que por
acá se detuvo el tiempo, se derritió el reloj, se rompió el ritmo de la flecha
termodinámica, y todo pronóstico o profecía sobre el destino de las letras de
mi padre, se fundieron en un Apagón, ocultándose tras de los telones de la
oscuridad.
Musicalmente
hablando, estos fueron mis mentores, en la vida real, para aprender a
desarrollar el oído, y apreciar las notas más finas de la vida. No soy ningún
experto, ni siquiera se tocar un instrumento, estoy negado para las
matemáticas, incluido el ritmo, y cuando intenté aprender solfeo, descubrí que
era sordo para las distintas tonalidades de la escala. No pude afinar una
guitarra por más que amara el instrumento, y aunque una vez me compré (con el dinero
que me pagaron por las ilustraciones que hice para la Panza del Tepozteco) todo el equipo eléctrico para aprender (la
lira, el bafle y el distor), no pasé de dominar el círculo de Sol y componer un
par de canciones con mis amigos (algunos de los cuales ya han muerto,
prematuramente). Preferí intentar con otras artes, incluido el teatro, el panchormance,
y hasta, Dios me perdone, la danza/teatro contemporáneo, etc., pero hoy en día
me estoy enfocando ya solamente en las artes plásticas y la literatura. José
Agustín, by tha way, también intentó aprender la guitarra, con la ayuda ni más
ni menos que del más grande maestro guitarrista del Rocanrol: Javier Bátiz, a
quién recuerda con harto cariño, cada vez que lo escuchamos, intermitentemente,
con sus excelentes versiones del viejo blues. Desde luego mein father tampoco
desarrollo esas facultades, si es que las teníamos, mientras que, poco después de
que él pasara sus truncas clases con el Javier, llegaría otro alumno súper
dotado, conocido simplemente como Santana, quien pronto se apoderaría de todos
los poderes del Bátiz y los multiplicaría en un auténtico sacrificio de su
alma, allá por los años marravillosos.
Aunque
al final, con todo y su voz aguardientosa, Bátiz resultó un rockero mucho más
real que Santana, quién si bien, aún es un magnífico virtuoso, se afresó gacho
en esas colaboraciones con bandas y artistas de dudosa reputación, y de cuyos
nombre no quiero acordarme, y me refiero a esos payasos y demás chacales que
reclutó para su rocanroleramente diluido, pero muy celebrado “comeback”: el Supernatural (1999). Meh…
Pero
mi amor por la música es demasiado, y tuve que contar esta historia, que inicia
por el simple hecho de haber nacido en la Casa que Canta, o del Sol naciente, el
hogar de José Agustín, un auténtico musicólogo y maestro, sin proponérselo, de
esta pequeña e inadvertida Escuela del Rock. Pero antes que nada, mi padre fue
un laureado autor mexicano, con un estilo brillante y alguna vez polémico, que
rompió con los anticuados moldes de la vieja escuela de escritores del siglo
pasado, en el antiguo precámbrico (o PRIcámbrico), quienes tenían secuestradas
las letras mexicanas, escondidos del mundo real, detrás de la Real Academia de
la Lengua. Pero un tornado de verdades duras estaba a punto de levantarlos del
suelo, y las reglas de la literatura cambiarían para siempre, adaptándose a la
modernidad, liberándose de ataduras para ingresar a una nueva era, y el nombre
del escritor que derribaría las puertas de aquel futuro, era José Agustín, mi
padre. De esto, obviamente, uno tiene que estar orgulloso, ¿no lo estarías tú?
Vivir
con José Agustín era una montaña rusa de emociones contradictorias, tan bellas
y profundas como peligrosas y aterradoras. Pero, a nuestro favor, mi sagrada
familia siempre llevó un camino con corazón, diría Castaneda, en el cual fluía
un tráfico constante dearte y cultura,
de ideologías y filosofías, de cuestionamientos y razones tan elocuentes como
fantásticas. Siempre era más y más música, más y más libros mágicos, una y otra
película genial, insólita, cuadros y edificios, templos y catedrales, arte
sacro y profano, como dicen por ahí, pues sus intereses eran gigantes y sus
conocimientos al parecer inagotables, una especie de enciclopedia caminante,
que aún hoy me sorprende recitando poemas completos de memoria, que fueron las
desesperadas canciones de su infancia y juventud. Principalmente versos de
García Lorca, Neruda, Sor Juana o Rubén Darío, pero la otra noche me asombró
con uno que él, con su amnesia de lo reciente a cuestas, declamó con harto
feeling, pero ya no recordaba el autor, así que corrí a la computadora con un
fragmento de lo escuchado, y resultaron ser Las Coplas del Amor Viajero, de
Andrés Eloy Blanco: (“Yo sólo sé que te vas, yo solo sé que me quedo”). En lo
ideológico, pictórico y filosófico, como dije antes, influía mucho también el
tío Guti, hermano mayor de mi pater y primogénito de mi abuelo. Al Granpa lo conocí poco, perolo recuerdo mucho, pues vivimos en la que
fuera su casa, y en la sala el Guti dejó un imponente retrato suyo, del capitán
piloto aviador, Augusto Ramírez Altamirano, cuya guía espiritual y ética era
palpable en toda esa familia, y prevaleció en el buen corazón de mi jefe y sus
hermanos (as), aún si murió bastante joven, dejándolos finalmente huérfanos de
ambos padre y madre. Mi abuela Hilda falleció varios años atrás, antes de que
pudiera conocerla, lo mismo que a mi carismática tía Yuyi, dos de las mujeres
que, con su carácter libre, intenso e irreverente, son quienes más cerca
estuvieron del espíritu de José Agustín, sin contar, desde luego, a mi Mamá, Margarita,
el amor de su vida, y quizás habría que incluir sus amoríos con Angélica María,
una aventura psicodélica/pop, para mi gusto con sabor como a chicle de frutas,
pero que dota a la biografía de mi padre, de un interés especial para los
eternos enamorados de esa diva televisiva de antaño, quienes aún profesan una
envidia muy popular contra mi padre, por tanta buena fortuna, allá en sus
buenos tiempos.
Pero
en fin, lo que trato de decir es que fue una gran fortuna crecer bajo el amparo
de su amor por las artes, un interminable flujo de misterios y respuestas
plasmadas de formas tan bellas, pues era incalculable la cantidad de arte que
entraba en mi cabeza voraz, ávida de estos secretos, maravillas y destellos
humanos, siempre lloviendo sobre mi alma asombrada y estremecida. Era como
navegar en un Mar de Música, este océano en el que ahora he naufragado, y en el
cual los invito a perderse. Flotando sobre lienzos al óleo como alfombras
voladoras, he vuelto hasta aquellos días, pues escribir esto es una hipnosis
regresiva autoinducida, como tratar de recordar un sueño y redactarlo antes de
que se disuelva, cual letras de arena en una playa. Sin embargo prosigo, como
quien construye una Ciudad de la Luz entre castillos que se lleva la marea,
ciudades sumergidas y subterráneas, necrópolis e inframundos abisales, donde,
en las noches, nos invade el Reino de la Oscuridad, con sus tormentas y
tornados, y lluvias de estrellas bajo la Luna llena, auroras boreales y guerras
psiconíricas, tecno maravillas de diseños extraterrestres, de todo un poco,
encontrará usted en este bazar de asombros y sorpresas para sus ojos y oídos,
estimado lector.
Vivir
con José Agustín fue como caminar en una cuerda floja sin red, siempre entre la
guerra y la paz, el Sol y la Luna, la genialidad y la locura, una dicotomía muy
evidente que me acompañó toda la vida, como el capitán de una Nave de Locos,
que yo me niego a abandonar aún ante los pronósticos de zozobra. No sé si lo
volvería a hacer, si compraría boletos para este condenado crucero espacial,
pero no puedo negar que hubo momentos del viaje que disfruté enormemente,
quizás demasiado.
No
por eso han de creer que nuestra historia es una comedia sin sentido: Ni
siquiera tenemos garantizado un final feliz, como nadie lo tiene, y cada día es
una pequeña aventura y un nuevo acertijo, es todo lo que tenemos, camaradas
mariner@s, este día, el aquí y ahora, vagabundos ciegos de nuestro propio
infinito. Claro que tampoco fue el padre perfecto, es sólo un humano, y entre
sus principales defectos estoy yo, el más pequeño de los tres, pues durante la
mayor parte de mi vida resulté ser un auténtico patán, una pálida representación
de su creatividad artística, y en resumen la oveja negra de toda la familia, o
al menos así fue durante largos y tortuosos años, en el camino para escapar de
mi propio infiernito. Pero este cuento aún no termina, y aunque ya soy muy
viejo para iniciar mi entrenamiento, estoy determinado a convertirme en un
guerrero de la Fuerza, tal como mi padre lo fue alguna vez.
Son una infinidad de agravios,
delitos e infracciones las que he cometido, algunas pesadillas inconfesables y ya
casi imperceptibles, cicatrices drogadas y perdidas en lagunas de tiempo y
espacio, que por suerte sólo yo recuerdo, para estas alturas, y de todo eso soy
culpable y estoy arrepentido. Por un tiempo pensé que iba directo al manicomio,
la cárcel o la muerte, pero me escapé de estos tres destinos porescasos segundos, milímetros, milagros
fugaces que ocurrieron en un parpadeo, y de pronto me encontré vivo otra vez,
en el atrio de un templo abandonado, soñando con recuperar mi alma y la de mi
padre, varado en una Isla desierta, con miles de sueños y mensajes
embotellados, formando arrecifes entre las olas y las costas de una bahía
imaginaria.
Ahora,
mi madre y yo somos s los últimos marineros que deambulamos por la cubierta de
este navío fantasma, el barco de José Agustín, nuestro capitán con amnesia, a
quien no estamos dispuestos abandonar, hasta que la nave se hunda. ¿Acaso no se
lo merece?, ustedes lo saben, él no necesita presentación: Mi padre siempre fue
un gran artista innato, de La Tumba a la cuna, fue un viajero intrépido que se
atrevió a ir más allá de las puertas de la percepción, forzó la cerradura y
derribó una muralla de malas lenguas, recorrió los siete mares de alma y volvió
para contarlo, como un viejo lobo de mar. Y puedo afirmar que fue un gran escritor, le pese a quien le pese, porque lo
padecí toda la vida, y tuve el privilegio de sentarme en su mesa, siempre llena
de pan, vino, leyendas y cervezas bohemias.
Si
la definición del artista es aquel que nos conmueve, nos fuerza a pensar y
sentir otra vez, aquel que puede hacernos reír y llorar, que puede hacernos
partícipes de ese sentimiento mágico que uno habita en las páginas de las
grandes historias, como lo hice yo sentado entre la piedra y el pasto, tantas
veces en su jardín sagrado, entonces mi jefe fue un gran artista, pues
efectivamente, siempre podía hacerme reír o llorar, arriba y abajo del ring, en
la cima o el fondo del escenario, sea con sus palabras plasmadas en sus libros
místicos anarquistas, o con sus voz suave o furiosa, en la vida real. Estos son
los símbolos que dan forma al laberinto de mis recuerdos.
Todo
esto llegó a su fin, la construcción de este castillo de cristal, esta Ciudad
de la Luz, terminaron, o al menos se detuvieron violentamente, desde el fatal
accidente que sufrió don José Agustín en el año de 2009, en la ciudad de
Puebla, cuando, en medio de un teatro repleto de sus simpatizantes, lectores y
admiradores, lo orillaron a caer en el foso del proscenio, en el filo de su
propio abismo, aquel fue el escenario final para sus aventuras. Fue así que mi padre, mi mentor psicodélico,
cayó hacia su silencio literario, desde una altura mayor a los tres metros, y
de cabeza. Y no, no cayó sobre pétalos de rosa. Pero en fin, a veces la vida es
cruel con las creaturas pequeñas, ¿cierto?, tú has de tener tus propias
tragicomedias personales en este preciso momento. Suerte con eso. May God Help
Us All.
Aquí, por cierto, en la siguiente foto, estamos con mi papá: el padre José Luis (viejo amigo de la familia y mentor en la teología de la liberación), mi mamá y mi hermano, el dr. Jesús Ramírez, neuropsiquiatra, en una feria del libro en Cuautla, que se le dedicó y llevó su nombre, y fue una de sus últimas apariciones en vivo:
Volviendo
a su brillo natural, en su juventud como un precoz y célebre escritor mexicano,
todos saben por aquí que fue un autor polifacético, que trabajó el cuento, la
novela y el teatro, el guión de cine, el periodismo e incluso la poesía, aunque
nunca se atrevió a publicarla. Se han adaptado historias suyas al cine, como abolición
de la propiedad, y Ciudades Desiertas, así como el mismo adaptó la novela El
apando, de Revueltas, en la tremenda cinta de Cazals. Solía contarme la vez que
conoció a Borges, o de cómo trabajó con García Márquez, y según él, era su
compadre y por lo tanto yo su ahijado. Me contaba de la vez que vio a Jim
Morrison en vivo, cayéndose de borracho, y escribió elogiándolo como a un gran cantante,
poeta y chamán. Cuando era niño, nos leyó a mí y a mis hermanos el Hobbit, el Señor de los anillos, Las
Crónicas de Narnia, el Pinocho de
Collodi, los cuentos de los hermanos Grimm, los mitos chinos del Rey Mono y un largo etcétera. Cuando era
niño, me subió a la cima del Tepozteco en sus hombros, y me salvó la vida una
vez, cuando me estaba ahogando en mar abierto, en la playa de Papanoa. Por todo
eso, le estaré eternamente agradecido, pero quizá más que nada, le agradezco
por toda la música, le agradezco por este mar en el que hemos naufragado
voluntariamente. Nos dio, a toda la familia de mi sangre y de sus lectores, un
empujón salvavidas para seguir navegando en esta vida tan cabrona y genial, por
decir lo menos.
Pero
el recuerdo medular de mi padre siempre será verlo escribiendo, incansable, en
el viejo escritorio de madera de su estudio nocturno, iluminado por una luz amarilla
mortecina, bajo las estrellas privilegiadas del atardecer zodiaco, mitológico y
alquimista; Viene a mi mente la carta del Mago, del Tarot de White, sacada al
azar; O míralo allí, hace más de cuarenta años, sentado como un lagarto bajo el
Sol de su Jardín, junto a la gran piedra y sobre una toalla en el pasto,
bebiendo una cerveza o un coctel, bajo las brisas que mecen las ramas de la
palmera que sembramos juntos, regresando de Papanoa. Me recuerdo a mí mismo
escuchando un mar de música que aun truena en mis oídos, desde el fondo de una
concha de caracol ermitaño. Retumba como las tormentas eléctricas que solíamos
disfrutar en el horizonte de la noche, sentados en las mecedoras de la terraza
lluviosa, celebrando eufóricos los rayos, truenos y relámpagos, que formaban
palacios celestiales fugaces, con destellos enormes de luz azul, en la
inmensidad de las nubes.Espectadores azoradosen el teatro de los Dioses Salvajes. Mirando
al horizonte, allá donde, cuando yo era niño, creía que se terminaba el mundo,
hace muchos ayeres, antes de la llegada de esta tempestad que lo devora todo,
antes de la invasión de La Nada, hasta que vuelva a salir el sol que acompaña a
mi padre a todas partes, con un calor intenso que ha sabido compartir con todos
sus lectores mexicanos y extranjeros, a través de sus letras vivas, cautivando
a un selecto clan de mentes abiertas, radicales libres, a quienes ahora invito
en cada puerto, como voluntarios para un Naufragio, en este Mar de Música. Los
invito a mi fogata playera de historias sin tiempo. Y a ti, Gran Jefe, déjame
decirte que ser hijo tuyo, es una cicatriz que llevo con mucho orgullo en la
cara, y llevar tu nombre, es una bendición que siempre me ha mantenido al rojo vivo,
muy cerca del fuego. Grazie di tutto.
J.A.R. 09/08/2019
miércoles, 24 de julio de 2019
CARTA A ROBERT
ZIMMERMAN
(CON COPIA PARA
MI JEFE)
Con todo respeto, capitán, no pienso
a esperar a que alguno de nosotros pase a mejor vida, para decirte todo lo que
pienso de ti, o de usted, disculpe, pues incluso ya se le otorgó un respetable
premio Nobel y a mí ni me conoce, así que me presento: me llamo José Agustín
Ramírez, y vivo en algún lugar de la república mexicana, que se halla por ahí
perdida, en un rincón de nuestra propia dimensión desconocida. Dicho esto,
aclaro que yo, como todos sus admiradores de corazón, me imagino, casi siento
que lo conozco, maese Bob, o would you prefer mr. Dylan?, anyway, como le
decía, soy uno más de los miles de simpatizantes y adictos a su música, alrededor
del globo, y como todo aquel que se diga conocedor su obra, he escuchado el
rodar de su rocanrolera vida, plasmada en sus canciones, cual gambusino
enfebrecido en busca del oro sagrado. Y, como mi padre, pongo especial atención
en sus letras, sin que eso me impida de degustar sus multifacéticas melodías.
Déjeme decirle que he escuchado su
amplio repertorio musical desde que era niño, desde siempre, le aclaro, esto
gracias a la devoción que le profesa mi padre, y sí, ha oído usted bien, devoción
es la palabra que viene a mi mente cuando pienso en mi jefe escuchándolo, y me
refiero a don José Agustín, laureado escritor de la banda gruexa, celebriedad
nacional, que a lo mejor usted no conoce pues no está traducido al inglés, pero
le aseguro que también es un escritor muy perrón, y quizá hubiesen sido buenos
amigos de haberse conocido, supongo, pues compartían tantos puntos de vista
literarios, filosóficos y musicales; pero de la forma en que rodó la rueda de
la fortuna, y se repartieron las cartas del karma en este mundo matraka, a mi
padre, a mí y otros tantos miles, nos tocó ser simplemente sus devotos
seguidores.
Como
le decía, entonces, mi jefe es uno de sus más fieles y antiguos admiradores
mexicas, de hecho casi como un discípulo, un divulgador de tus palabras, traductor
asiduo de sus canciones, en toda clase de periódicos y revistas. Y yo, su
tercer vástago, el más enano de los tres, he tratado de seguir sus pasos,
impresos en la arena de las playas acapulqueñas, pues nací con la semilla de
las armonías fuertemente arraigada a mi espíritu, tan hambriento de las bellas
artes. Es posible que incluso haya escuchado tu música como terapia prenatal,
mi estimado capitán Bob, es decir, como concierto intrauterino, pues me parece
muy probable que mis jefes escucharan sus rolas a todo volumen durante mi
gestación, desde antes que yo naciera; O por lo menos es seguro que escuché la
mejor música desde que estaba aún en el vientre de mi mamá: desde clásico hasta
jazz, rock y música popular mexicana o de otras latitudes terrestres y marinas;
Y así, puedo imaginarme aún como un cómodo feto en el útero materno, bajo su
piel iluminada por el Sol radiante de Cuautla-Mugrelos, y la música de
Beethoven llenando como luz ese bendito recinto genético, para mi absoluto
asombro, o Duke Ellington o Billie Holiday o Janis Joplin, o Leonard Cohen o
bien,porque no, el maese Bob Dylan, con
su voz irónicamente bella a pesar de ser horrenda, quizás la peor del mundo,
como de un pato u oveja encabritada y con gripe, todo lo cual no impide degustarla
con familiaridad, sin embargo, a cualquiera con las orejas limpias, o que pueda
escuchar más allá de lo evidente, hasta descubrir el timbre inconfundible de un
guía tan terrenal como espiritual: Así es, capitán, en mi opinión es usted uno
de los últimos juglares que bailó y cantó su camino por el mundo, marcando la
pauta y ritmo del único y verdadero sendero dorado, by tha way.
Y no es que casi-casi lo quiera
convertir en santo, sino que en verdad uno puede usar sus incontables canciones
como un mapa de ruta para infinidad de coordenadas perdidas en este mundo tan
maravilloso y endemoniado, el mapa de un tesoro enterrado en una isla mental,
muy profundo en el mar adentro de la sangre, esa sangre que, si usted me
permite, nos hermana a todos y por lo tanto, de alguna manera, pues siento como
si fuera casi mi pariente, tanto así me ha acompañado en la vida. Y sea pues
esta carta un humilde agradecimiento a las mil y una rolas con las que nos ha
aclimatado a mí y a la gran familia universal. Nunca nos abandonaste, mi Capi,
nos trajiste a buen puerto, desde el principio de mis buenos tiempos, hasta
volver a este atribulado e incierto presente, tan volátil, a las puertas de un
futuro cercano que, para bien o para mal, todavía compartimos; Al ritmo de las
copas y el compás de las olas, en la misma frecuencia del verso único, yo digo,
hemos danzado con tu música, y con la marea de esa cosa loca que llamamos “amor”,
la savia del Gran espíritu cósmico, ese elixir imaginario, pero no menos
embriagante, que causa y cura todos los males, inspira todas las artes ¡y anima
nuestra siempre ardiente creatividad!
¡0h!, y con aquello de antes de
pasar a mejor vida, que puse al principio, no me refiero a que seas un
auténtico dinosaurio, prófugo de la extinción, cuyo inminente fin de sus días
en la Tierra parece aproximarse velozmente, casi a la vuelta de la esquina,
claro que no, munchos añejos más para ud., mi jefe, no faltaba más, si así los
desea el maestro; es más, de mi parte, puede ser inmortal si así le place, o si
sólo así estará finalmente satisfecho.
Pero
bueno bueno, pues de vuelta allá en el pasado, back in 1989, recuerdo mi primer
encuentro personal con su música, maestro, tu música puex, ¿puedo hablarte de
tú, o de ti, sin aburrirte con mis necedades?, I wonder!... pero no, mejor
insisto en el respeto que me impone…Vale, sin más preámbulo, te comento, mi
estimado jefe de jefes de la escena rocanrolera internacional, que, como te
decía, crecí literaria y literalmente bajo la sombra fresca y generosa de tus
rolas, escuchándolas sin falta y con gran curiosidad cada vez que a mi padre le
daba la gana, que era muy seguido. ¿Ya te dije que mi jefe es un melómano
consagrado (sin albur)?, pues así fue, y recurría constantemente a ti, si bien
había, y hay aún, muchísimas opciones en su colección de discos, primero
acetatos y luego compactos, que ahora parecen también dirigirse al basurero
tecnológico de la nueva era tecno-glacial; y quizá en esta era de internet, con
sus miles de canciones gratis (aunque plagadas de comerciales), tener una
colección de discos físicamente parece algo absurdo, o inútil, pero en aquellos
tiempos bíblicos, la erudición musical de mi padre fue como un oasis al que yo,
y muchas otras creaturas fantásticas, me acercaba diariamente, y aquello me
proporcionaba un sustento espiritual que dotaba a mi vida de un extraño
sentido, apenas palpable, donde música y letras se convertían en lucesy sonidos que guiaban nuestro camino como
familia, en la vasta oscuridad del océano de ignorancia e inconciencia
imperante.
Dicho
esto, el puesto principal, el líder de toda la banda, en la cima de la pirámide
roquera, siempre pareció estar reservado para usted, maestro, aún si el
asesinato de John Lennon, su único verdadero contrincante, convirtió al ex-Beatle
en una deidad indiscutible, que se celebra cada navidad, mientras vos, maese,
apenas ha logrado tocar las puertas del cielo, intentando llegar antes de que
las cierren. Para muestra, basta un botón: Justo ahora, escucho una versión de Bowie donde interpreta, con harto feelin', tu ya clásica "Trying to get to Heaven", ¿la has escuchado?... ¿Te gustó? Pero ni el rey Elvis, ni el Dios Clapton, ni el camarada Neil Young,
Cat Stevens o Donovan, Mark Knopfler, o Morrison siquiera (Leonard Cohen se
cocina aparte), tienen la altura que han alcanzado sus incontables melodías, mi
estimadísimo, pues fácilmente, si se les apilara una sobre otra, formarían una
escalera tan alta que, con ella, ¡Se podría escalar hasta la Luna, en una sola noche!
Pero ok, compita, creo que divago,
así que mejor me enfoco en mis más arcanos recuerdos, como en el afán de que,
quién pudiera leer esto, en algún simple giro del destino, pueda comprender
cabalmente como fue que lo conocí, y las razones de la sincera admiración
mundial por su trabajo, así como de la hermanad que creció bajo un árbol
genealógico gigante, en los ya casi invisibles años que me formaron. Esto como
para dar una idea clara de porque se le quiere con ese gusto que sólo generan
los más grandes artistas, y de los motivos por los cuales se le escucha con
atención, tanto en nuestra pequeña casa musical, donde aún vivo con mis padres,
así como en el resto del mundo libre. Pues bien, mi primer contacto personal
con una de tus canciones, fue allá de mi paso por la escuela secundaria; Y
ciertamente era secundaria para mí en cuanto a mi educación personal, que
realmente ocurría en casa, donde desde la primera hora de la mañana, y, previo
a que se me arrojara a las fauces de la sociedad antropófaga en que malvivimos,
adquirí por algún tiempo el pequeño ritual privado de colocarme unos audífonos,
en el estéreo de la sala, aunque con el volumen muy bajito, pues mi padre
hibernaba después de escribir como un poseso toda la noche. Escuchaba una
rolita muy específica, que debe ser de las primeras que usted escribió, mi
Capitán, y que, de sobra está decirle, a mí me pega muy duro cuando la oigo, o
que me agarra el sentimiento pues, dirían los mariachis, cuando la vuelvo a
escuchar: se trata de “Bob Dylan’s dream”, de tu segundo disco, el Freewhelin’ Bob Dylan (1963), una de tus
súper earlys piezas de rock, aun completamente folk, es decir acústica, o rupestre,
con la clásica guitarra de palo y la inseparable armónica al cuello. Es una
composición añeja y memorable, donde despliegas todos tus precoces dotes de
escritor y juglar, con una breve narración autobiográfica, sobre tus primeros
amigos desaparecidos y los apresurados viajes que emprendiste siendo muy joven,
apenas un escuincle, cuando te fuiste de tu casa a rolar por los caminos y
carreteras, a conocer la bella Norte América, una dama cálida que aún abría las
piernas de su historia, a todos los viajeros tan intrépidos como para
aventurarse a conocerla, en el más puro estilo del On the road de Kerouac, y sus secuaces del buen beat.
Este texto de hecho, nace de la
necesidad de platicarte todo cuanto he sentido oyendo tus rolas, mi capi, y ésta
particularmente, tiene mucho jugo mañanero que exprimirle: Como un lagarto que se
muerde la cola, volví a escucharla recientemente, esta vez gracias al monstruo
inconmensurable de la interred y sus infinitos tentáculos, cuando de pronto
apareció una versión del “Sueño de Bob Dylan” en la voz de otro grande intérprete
del rocanrol, y me refiero a Brian Ferry, el ex-cantante de un gran grupo ochentero,
llamado Roxy Music, y cuyas versiones de grandes clásicos roqueros lo han
hecho, en su carrera como solista, no sólo más célebre, sino más hermano. En su
voz tan tersa, la canción cobró vida otra vez dentro de mí, como una fogata
hace tiempo apagada, que se enciende sola en un bosque nevado, y me despertó
después de muchos años de sonambulismo. Me recordé a mí mismo de niño,
oyéndola, y deseando salir a conocer el mundo y vivir aventuras como aquel
juglar trashumante, cosa que nunca ocurrió, pero a pesar de todo, no pienso
dejar que la llama se apague otra vez.
Además,
siendo ya un ruco como usted comprenderá de sobra, finalmente puedo
relacionarme con lo dicho en esas arcaicas letras, sobre cómo pasó sus mejores
días y noches con jóvenes amigos que después, el tiempo y la distancia hicieron
imposible ver de nuevo.
Hay
varias versiones en internet, desde luego, cantadas con más dulzura por sus
célebres intérpretes de aquella época, como Joan Baez, su novia por aquellos
días, o también el trío angelical de Peter,
Paul y Mary, quienes junto con los célebres Byrds, o el Greateful Dead, fueron
sus discípulos incondicionales. Y yo me pregunto: ¿Aún te acuerdas, maese, de
aquel sueño?, seguro que sí, pues te la vives en la buena vida, o, como dicen
ustedes los gringos: “livin’ the dream”, right?, y bien merecido te lo tienes.
El caso es que, escuchando esa
rolilla, el joven yo se daba ánimos para salir aquellas frías mañanas, a la
maldita escuela secundaria “Cuitlahuac”, nuestra querida fábrica de cuautlenses
conformistas, obligatoria y estupidizante, siempre soñando que quizás algún
día, yo también escaparía de mi casa, como lo hiciste tú en tu juventud. Tal
como narraste en esa pieza, que yo escuchaba, siendo solo un morrillo, en la
vieja mansión de mis padres, donde, bajo un magnífico cuadro sobre la muerte
del Che Guevara, pintado por mi difunto tío Guti, otro héroe de mi infancia,
vuelvo a colocar el disco del Freewilin’
Bob Dylan, y, escuchando tu querida canción, me atrevo a volver a soñar que
quizá, algún día, logre escapar de aquí y de mí mismo.Pero en fin, parece que ahora si voy a cantar, en el
lenguaje del bajo mundo, o a confesar todos mis pecados, voy a vomitar mis
tripas y a masticarte la oreja, como si fueras un santo de mi devoción pagana,
aprovechando que realmente no me escuchas, para platicar, aunque sea de forma
escrita, mis recuerdos, sueños y pensamientos, diría el maestro Jung. Usando de
pretexto este Mar de Música en el que voluntariamente he naufragado. Así pues,
camarada-capitán, descorcha tu ron o prende tu toke, cualquiera que sea tu
gusto o tu vicio hoy en día, porque en buena parte, tú nos has guiado a través
de este laberinto, a mi padre y a mí, y a incontables otros que comprenden el
verdadero valor de tu música en sus vidas, nos has acompañado y marcado el paso
por este único sendero dorado, hasta el infierno y de vuelta, hasta las mismas
puertas del cielo, nos arrastraste contigo, de las greñas, gritando y pataleando,
y al final te lo agradezco… Así es como se refleja tu música, tu voz y tus
letras, en las neuronas espejo de todos tus admiradores y simpatizantes, ¡Salud
master!
Pues
bien, por aquel entonces, descubrí tus primeras canciones como si recién las
hubieras escrito, pues en ese disco también se encuentran clásicas como “Blowin’
in the wind”, o “Don’t think twice, it’s all right”, cuya respectivas versiones
de Stevie Wonder (en clave de un góspel muy elevado), Ziggy Marley
(revitalizándola con una mezcla de reggae/folk) y Eric Clapton (convirtiendo
aquella ruptura amorosa acústica tuya, en un blues de epifanía) supongo que te
habrán gustado, (aunque me pregunto si te emocionaron tanto como a mí, es más,
siempre me he preguntado si te molesta o te gusta tu voz gangosa, o los que
creen cantar mejor que tú tus propias rolas), y yo digo que ningún buen
escuchador de tu música debería perderse todas las versiones de tus infinitas
melodías, interpretadas por igual número de grupos, solistas y combos
improvisados que te rindieron sentidos e inspirados homenajes, en los numerosos
discos tributo que se te han dedicado, como el homenaje por tus cincuenta
abriles, o el Chimes of freedom
organizado por Amnistía internacional, o elblusero This aint no tribute,
pasando por el excelente soundtrack de la no tan lograda película I’m not there… la lista de artistas
famosos y desconocidos que retoman tu obra en estas grabaciones, es asombrosa,
así como la incontable la cantidad de otros músicos que, a lo largo y ancho de
la historia del rockanrol, le han hecho los honores a alguna de tus obras. Y
sin embargo, voy a hacer un breve recuento aquí de esas alquímicas
colaboraciones, abarcando tan solo una muestra de los cuatro discos de Chimes of freedom: The songs of Bob Dylan,
donde destacan, para mí gusto: “One too many Mornings”, con Johnny Cash, “The
Drifters escape”, con Patti Smith, Tom Morrello con el homenaje a “Blind Willie
McTell”, después “Love Sick” con el Mariachi el Bronx, Sting con “Girl from the
north country”, los Queens of the Stone age con “Outlaw blues”, o hasta la
Miley Cyrus con “You’re gonna make me lonesome when you go”, y la fresota de
Adele, con “To make you feel my love”, y una insólita Ximena Sariñana con “I
want you”, y también el ya veterano Elvis Costello con su “Licence to kill”,
“Buckets of rain” a cargo de los Fistful of Mercy, la banda donde se combinaron
Ben Harper y Dani Harrison, el hijo clonado del Beatle George. Sinnead O’Connor
con “Property of Jesus”, e incluso el Cuarteto Kronos hace su aparición con
“Don’t think twice, it’s all right”, los duetos chidos como Taj Mahal y el
Phantom blues band, interpretando “Bob Dylan’s 115th dream”, o Jeff Beck y
Seal, con “Like a Rolling stone”, “All along the watch tower”, a cargo de la
Dave Matews Band (un clásico que, entre otros, se han rifado Jimi Hendrix, Neil
Young, U2, y Pearl Jam); Siguen “Trying to get to heaven”, con Lucinda Williams,
y hasta los veteranos Eric Burdon y Mariane Faithfull, con “You got to serve
somebody” y “Baby let me follow you down”, entre muchos otros menos conocidos,
pero todos con excelentes versiones de algunas de sus mejores canciones,
capitán Bob.
Pero
definir cuales son esas “mejores canciones”, sería una tarea titánica, como se
puede ver en el monumental tomo de sus canciones completas, maese Dylan, que
fueron obligatoriamente reunidas en un solo libro, y traducidas a cientos de
idiomas, en un alarde olímpico-enciclopédico; Todo esto poco después de ser
usted condecorado con el máximo galardón del universo literario, el premio
Nobel de letras, ni más ni menos, ante el asombro incrédulo, el pasmo
paralizante de la comunidad internacional, que se rendía ante esta biblia de
melodías reunidas, en un solo mamotreto que bien puede servir para matar a
alguien si se le deja caer en la cabeza con fuerza, pero también puede
enriquecer una mente si se le aprecia debidamente, escuchando sus mil y un
rolas, my dear míster Zimmerman, mientras se descubren sus letras como una
cascada de poesía y literatura ocultas entre las rimas y la voz de, si usted me
disculpa, un cordero con gripa que va directo al matadero. Las traducciones a
veces dejan mucho que desear, lamento informarte, y me refiero a la edición en
castellano, que según me entero, fue publicada en un ardid temerario de la polémica
editorial Malpaso, en una subasta subida de tono vs. Penguin Random House y
editorial Planeta, las dos mayores empresas del ramo en México, y que implicó
el desembolso de una cantidad estrafalaria de dinero, para comprar los derechos
de reproducción, en nuestra nación de antiguos aztecas. Esta edición, sin
embargo, hecha a todo lujo, es la única que existe en español, y fue esa misma,
en su pasta dura, la que le regalé a mi padre en la navidad pasada, la del
2018. Aunque él no necesita que se las traduzcan, siempre se quejó de que
ningún álbum tuyo, incluía las letras de tus rucanrolas, Y se lo regalé
independientemente de si lo leerá religiosamente, mientras escuchamos esas queridas
melodías tuyas, pero a veces sí, busco una canción en específico, el disco
correspondiente en nuestra colección casi completa de tu obra, entre los eclécticos
discos de José Agustín, y te escuchamos como quién persigue las huellas de un
maestro, entre la nieve y las cenizas de un mundo ya casi olvidado.
Hoy
en día, sé que tienes 78 años, recién cumplidos el 24 de mayo pasado, mientras
que mi padre cumplirá 75 en agosto 19, de este año en curso. Pero lamentablemente,
la carrera de José Agustín se detuvo abruptamente en el 2009, tras un fatídico
accidente en un teatro de Puebla. Por tu parte, sé que continúas imparable
mientras tanto, dando giras por los E.U. y etc., entre cuyas presentaciones me
tocó el honor de asistir a tu última visita a México, un concierto excelente, a
pesar de haber sido en el aberrante foro del Pepsi Center. Recuerdo haberme
tomado dos caguamas (además de unos tokes), para poder pararme, como
improvisados zancos, sobre los duros vasos de plástico en los que las vendían,
a precios de oro líquido, y recargado junto a un pilar, pude apreciar el
concierto, en ese ridículo recinto, sin el más mínimo desnivel de un digno
anfiteatro, cosa que arruina la experiencia para un pitufo como yo. Pero te fui
a ver, y el playlist fue ideal para mí, y aunque iba solo como casi siempre voy
a todas partes, fue un momento glorioso, con un set de rolas nuevas y viejas en
versiones justas e inspiradas, memorable, digno de ti, como el maestro de
tantos miles de iconoclastas y demás compositores alrededor del mundo. Mi papá
no fue músico, te platico, pero su estilo y obra siempre estuvieron
influenciados, principalmente, por el rocanrol, siendo usted, míster Dylan su
carta fuerte, su mero gallo, su mentor y guía en la vida, un auténtico héroe
del rock & roll, si nos atenemos a tus cientos de piezas escritas e
interpretadas como solista, más discos de los que se puedan contar, cambios de
estilo y transformaciones drásticas, como su conversión a la guitarra eléctrica
o al cristianismo, decisiones ambas que le costaron un alud de críticas en su
momento. Por cierto, mi propio padre también trató de convertirse a la palabra
de Cristo, al salir de la cárcel, de la mano de mi madre, tanto que nombró a su
segundo hijo Jesús y se propuso, o al menos le prometió a mi mamá, que dejaría
la mota y el alcohol, tal como lo hicieron Dylan, Lou Reed, Harrison y Clapton,
por ejemplo, quienes trataron de “cortarle por lo sano”, es decir dejar las
drogas (con sus respectivas recaídas y liberaciones), versus Lennon, Clapton y
los Rolling, más atados al lado oscuro de los sixties, que llevaron sus
exploraciones más lejos en las profundidades abismales, y tardarían un poco más
en reconocer la posibilidad de alejarse de sus adicciones; El caso más
reciente, míster Keith Richards, que el año pasado comenzó a ponderar si debía
dejar el tabaco, cosa que no le resultó nada fácil. Pero en el lado luminoso de
la calle, por donde mi papá te siguió a regañadientes, máster, dejaste muchas
muestras de tu transformación cristiana, especialmente el disco Slow train comming, territorios
inexplorados para usted, como judío folklórico, más aún para mi padre como el
rebelde e irreverente que era, o es. En su prolífica carrera, usted retornó
continuamente a los temas religiosos, no lo podrá negar, pero con el tiempo se
sacudió cualquier influencia y llevó sus propuestas musicales más allá que
ningún otro compositor en el medio del rock, country, blues y su muy particular
mezcla de todo ello, que semeja un whisky seco y ponedor, añejado por siglos en
guitarras de roble… Por cierto, ¿no me invita un trago de su propio bootleg
moonshine?
Pero
neta, jefazo, usté es, sin discusión, quién siempre se mantuvo a la cabeza, por
encima del nivel del Mar de Música, y mi jefe fue uno de sus principales
promotores, como si de un fiel discípulo se tratara, difundiendo tus armonías y
palabras al parecer interminables. Dudo que muchas personas hayan sentido un
placer y regocijo tan contundentes como mi padre, cuando escuchó que le
otorgaban el premio Nobel de literatura, en octubre 13 del 2016: Casi brillaba
de gusto, mi papá, pero usted no tanto, creo, pues ni siquiera fue a recibirlo,
¿qué onda con eso?, ¡salud maestro!, ¡ja ja, mandó a la pobre Patti Smith, que
hizo el ridículo más grande de su historia!, Fue como si dos mundos
completamente ajenos colisionaran: la pompa y circunstancia de la realeza
europea, contra los representantes de la una vetusta contracultura, la
perversión de una pesadilla hecha realidad, una absoluta contradicción, el matrimonio
fugaz e impuro de algo que alguna vez llamaron rock “punk”, y “hippie”, con los
benévolos y decadentes príncipes y reyes de antaño. Y de postre, el premio
Nobel de literatura mismo llegó a un alto un año después, tras sólo una
premiación más, y aún se encuentra en una funesta crisis, a raíz de las
acusaciones de abusos sexuales entre los miembros de la academia sueca… que
momento tan bochornoso, para el Nobel de literatura y para usted, el gran
juglar del rocanrol, que, eso sí, buen judío, no dudó en aceptar una buena suma
de billetes que acompañan el prestigioso premio. Bien merecido se lo tiene y
eso y más poder te deseamos. Es como dijo Leonard Cohen, el otro más grande
cantautor del rocanrol, cuando se le cuestionó en entrevista, sobre la decisión
final de darte el Nobel: “Es como pretender colgarle una medalla al Everest por
ser tan alto”. Salud, maestro.
Aunque
recientemente tus discos con la temática de Frank Sinatra me dejaron perplejo, por
favor no te enojes, y reconocí que, en mi canija opinión, finalmente estabas
chocheando, así como esa colección de canciones navideñas con tu voz, que
realmente me pareció bastante jocosa, como los villancicos de un chivo
malherido-garganta de lata, ¡juar juar!, no te pases de lanza, mi Ol’Skiper.Esos fueron algunos de los últimos discos que
mi padre y yo escuchamos juntos, adquiridos algunos ya a través de internet o
en las moribundas secciones de discos de las tiendas departamentales. Poco
después vino la caída de mi papá, y ya no lograría fabricar buenos recuerdos,
debido a la amnesia de lo reciente y una creciente hidrocefalia, y llegaría
increíblemente su silencio literario, y decaería su interés por la música
nueva, pues le es muy difícil de retener en la memoria. Pero alcanzó a percibir
su renacimiento desde el Time out of mind
(1997), y esa racha de buenos discos que le duró dos o tres más y le valió su
coronación como un artista maduro, con un tercer aire que se comparó con sus mejores
tiempos. Desde los primeros con la onda folk/rupestre, armado solo con su
guitarra de palo y la armónica, pasando por los catárticos años eléctricos del Blood on the tracks, que marcó la
ruptura de su gran fracaso amoroso, y el inicio de su conversión mental
definitiva, allá por 1975, el año en que, para que lo sepa, también nací yo, y
vine a dar guerra a este mundo maravilloso y cruel.
De
esas fechas también, en los lejanos años setenta, es también otro de los
últimos discos que mi father mandó pedir por ese monstruo del Amazon, fue uno
en vivo, que recopilala gira Rolling Thunder Revue, con la que, por
aquellos días, emprendiste un recorrido por los E.U. nuevamente, pero esta vez ya
no como un joven vagabundo, sino como un trovador trashumante y líder de una
banda de artistas inadaptados, un asombroso circo de fenómenos; Y ya me enteré
que es sobre esa serie de eventos insólitos, que el gran Martin Scorsese ha
desarrollado para Netflix su más reciente documental sobre usted, maestro, capitán Bob,
míster Dylan, mis respetos jefe (de los cuales recordamos otros excelentes, como
el primero sobre usted, No direction home
(2005), y pues supongo que ya vio el Living
in the material world (2011) sobre el Harrison, y los de recopilación de
cine italiano, I’ll mio viaggio in Italia
(1999).) Salud por todo eso, maextro.
Y
ya hablando de viajes sin retorno, si me permites, me gustaría platicarte mi
propio “Bob Dylan‘s Dream”, a ver si tú lo recuerdas como yo; Déjame llevarte a
pasear nuevamente por el fantástico y aterrador mundo de mis sueños, por si no
te acuerdas de nuestro encuentro por allí, donde todo es posible… Incluso que,
una buena noche, mientras me hundía en los brazos de Morfeo, desprevenido por
completo de lo que me esperaba al cerrar los ojos y quedarme profundamente
dormido (e imagínese usted mi sorpresa, por favor, si es tan amable, estimado
Maestro) cuando me encontré a la mitad de un camino boscoso, vagando sobre una
modesta carretera, entre la neblina que ocultaba cualquier rastro del sol y con
cierto frío. Caminaba sin rumbo en medio de este escenario creado por el teatro
de mis sueños, cuando de pronto, un gran auto antiguo, de lujo, negro y
brillante, pasó por el camino junto a mí y al verme se detuvo. Los vidrios
estaban polarizados y nadie dijo nada, pero se abrió la puerta trasera de esta
limusina, o sería por lo menos un larguísimo Cadillac negro. No teniendo mejor
opción, abordé la nave y me encontré en un elegante interior de piel roja, cálido
y suave como el terciopelo. Una vez allí, una voz distorsionada por algún
interfón, me indicó que me pusiera cómodo, y si así lo deseaba, hiciera uso,
libremente, de una cava repleta de alcohol de lo más fino, que contenía también
cajas de puros cubanos y cigarros de todas formas, substancias y sabores. La
voz del interfón era irreconocible, pero algo en su timbre se me hizo muy
familiar… ¿No te suena, aún no me recuerdas? Permíteme que continúe entonces
con mi relato, si no tienes nada mejor que hacer que leerme, mientras bebemos
de tu nueva marca de Whisky.
Al
principio, relaciono este sueño, inconscientemente, con un antiguo recuerdo, de
unos viejos amigos criminales, que, siendo yo solo un joven adolescente, pasaron
por mí a las puertas de esta casa, y me llevaron de paseo a fumar mota con
ellos, antes de que se dirigieran a cometer un asesinato, o al menos a
intentarlo, no sé, pero uno de ellos sigue en la cárcel, pues allí se siente
más en su hogar, el otro se cataloga como “paradero desconocido”. En la parte
trasera del auto, había una pistola Magnum y un revolver Smith& Wesson de acero puro y gris, y se
sentía como auténtico metal pesado en mis manos; y recuerdo que me pidieron que
les forjara algunos churros de yerba, sentado a mis anchasen el asiento de atrás, mientras ellos
planeaban su crimen.
Pero
perdóneme, jefe, porque divago: De vuelta en mi sueño, el auto avanza por la
carretera a gran velocidad y de pronto, cuando se hace de noche, entra en una
típica ciudad gringa, con sus rascacielos, sus autopistas y boulevards; Y yo
con mi trago y cigarro en la mano, como un Cantinflas en casa de Pardavé, me
refocilo en los asientos de piel, mientras disfruto del paisaje citadino
nocturno gabacho-americano, hasta que comienzo a preguntarme quienes son mis
benefactores. Escucho que ríen, platican, gritan y beben, brindan ruidosamente con
copas de cristal y el humo de sus puros se cuela por rendijas de las ventanas
polarizadas, las mismas que me impiden ver quienes son el conductor y su
copiloto, de este vehículo negro y brillante, que pese a su gran tamaño, se
mueve entre el tráfico de la noche con fluidez y pericia, da vueltas como un
auto de carreras y cada vez acelera más, ignorando semáforos rojos y policías
de tránsito pidiéndonos que bajemos la velocidad, que no nos persiguen, pero
emiten sonidos con sus sirenas de advertencia. El Cadillac fabuloso, sin
embargo, sigue su camino a través de puentes estilo Nueva York, y cruza por
barrios bajos rodando frenéticamente, levantando el polvo o estallando en los
charcos de lluvia, hasta que comienzo a preocuparme y ninguna cantidad de
alcohol es suficiente para calmarme, ni la mota ni las pastas ayudan, y aumenta
delirantemente mi curiosidad por conocer la identidad de quienes ahora, parecen
ser más bien mis secuestradores, que quienes me habían rescatado del frío
bosque. Así que me acerco a la ventana
cerrada, y les toco el vidrio negro pidiendo que bajen la ventanilla y se
muestren, se revelen, y descubran sus personajes misteriosos… Pero siguieron
ocultos detrás de las carcajadas que les produjo mi petición, que poco a poco
se tornaba en súplica, cuando el auto giró como un reptil en la noche, e
ingresó en sentido contrario por una avenida repleta de automóviles fluyendo en
dirección inversa. Dándome cuenta del peligro enorme en que nos hallábamos, les
grité que quienes eran, que pretendían, que quieren de mí, que me dejaran
bajar, pero todo eso solo parecía divertir más a mis pilotos anónimos, en su
carrera contra el destino. Los carros en sentido contrario pitaban con sus
cláxones y nos gritaban furiosos, toda clase de insultos y maldiciones, nos
lanzaban objetos contundentes contra la carrocería y ventanillas, pero el
Cadillac negro no se amedrenta, y continuó en contraflujo a todo lo que da
el acelerador, olvidándose completamente del freno y esquivando la embestida de los autos enemigos escasamente, por milímetros, o de plano rozándolos y
colisionando fugazmente, pero nada lo detenía, corría lanzando chispas al
frotarse ligeramente contra la lámina de los otros pobres diablos, muertos de
pánico, que desafortunadamente se cruzaban en nuestro camino. Y cuando estaba a
punto de rezar, tras checar que las puertas estaban bien cerradas y no tenía
escapatoria, más que a través del triunfo descabellado del conductor sobre sus
improvisados e inadvertidos adversarios, la ventana que me separaba de la
cabina se abrió, y ambos, los dos bromistas del camino, los retadores del
peligro, se descubrieron, de entre las sombras y el humo, como quienes realmente
eran. Con un silencio sincronizado se giraron para mirarme y estallaron en
risas, al notar mi rostro pálido de pánico, tragando saliva ácida, y me
sonrieron con camaradería, aún en contrasentido, ignorando ahora sí por completo
el volante, pues el auto parecía manejarse solo. Y entonces, me palmearon las
rodillas con fuerza, mirándome con gusto, como si me conocieran de siempre, y me
hubieran jugado tan sólo una broma pesada. Una broma que aún no termina, por
cierto, pues cuando me doy cuenta, con absoluta sorpresa, de quiénes son, el
hábil piloto y su irreverente acompañante, el par de locos que me eligieron
para cruzar la ciudad esa noche a contra corriente, una alegría narcótica me
desarma por completo y me prepara para morir feliz y casi extático, pues al fin
acepto la realidad absurda de mi sueño, y reconozco finalmente a quién viene
manejando, el capitán de esa nave tan suicida e incontenible, es ni más ni
menos, ¡que usted, el querido maestro de mi padre: Don Bob Dylan!, ¿Ahora si ya
me recuerdas?, ¡estabas muerto de risa y con los ojos vidriosos de alguna droga
intergaláctica!, ¿Te acuerdas, Capitán, aún estás soñando lo mismo que yo?; Y
venías acompañado, por increíble que esto me pareciera, ¡por un intoxicado e hilarante
Neil Young!; Y entonces ambos me animaron, a que no me tome las cosas tan en
serio, que me ría de la vida y la muerte, que acepte mi destino y fluya a
contracorriente. Así que me doy un buen trago, sonrío y me relajo entre los
rechinidos de llantas y gritos de pánico, me hundo en los asientos de piel
roja, y me desplomo en mi sueño, que se convierte en un telón de oscuridad, y
ahora sí, entre el caos y los derrapones de mi confiable cochero, me duermo
profundamente, hundido en mis sueños de rocanrol.
Pero
bueno, let’s go back home, master, if you will, acá con don José Agustín, quién
recientemente sufrió una caída leve, pero que le impidió caminar por varios
días, y ahora, con dificultad, ha recuperado la capacidad de andar por el
interior de su casa, e inevitablemente yo pienso en ese anciano astronauta, al
final de 2001, la Odisea espacial del
master Kubrick, a punto de convertirse en el embrión cósmico, tras deambular
por una especie de estación espacial fuera del tiempo y el espacio: Pero en
esta versión, mi padre no está solo, a su lado está mi madre y su esposa, doña
Margarita, que valientemente enfrenta al dragón de su destino creado juntos,
con una pequeña ayuda de sus amigos y las poderosas fuerzas de la naturaleza. Esto
para que conozca de mi familia, antes de que el barco se hunda, mi capi.
A
mi lado, Karen ha vuelto a visitarme, y descansa leyendo Armablanca de José Agustín (su sentido homenaje a Casablanca, otra película clásica, y
favorita de mi jefe), acostada como toda una musa en silencio, en mí cama, sobre
mi sarape de neón, y de pronto, en tardes como esta, escuchando las Trinity sessions revisited de los Cowboy
Junkies, trato de ser uno con el Gran Espíritu, y de olvidarme de la pesadilla al
otro lado de la gran piedra y el pasto, cruzando el jardín y la alberca, en la
Casa que Canta, y de mi padre inmóvil en su cama, un tanto enojado y
confundido, mirando a la nada. Y sueño que todo tendrá que cambiar, para bien o
para mal, que la rueda de la fortuna seguirá girando, hasta que quizás nos
permita escapar de nuestra prisión de piel. E intento imaginar que todo es como
debe ser, y todo está bien en el Universo.
Pero
aquí me despido, jefe, lo dejo seguir su camino por el atardecer dorado, y me
quedo en esta nave de nuestra propia locura divina, donde nuestro muy particular
drama humano se desarrolla lentamente, como las nubes que surcan el cielo
abrasador de nuestras vidas; Y te comento, ya finalmente, antes de dejarte
volar en paz, como un cuervo en la noche, que por acá aún te escuchamos, mi
querido y viejo capitán Bob Dylan, alias don Robert Zimmerman, como si de la
luz de un faro marino se tratara, te comparto que tú has sido, para mi gran
familia universal, un destello inconfundible que nos salvó tantas veces de
estrellarnos contra las rocas y los arrecifes, en algún naufragio inminente. Y
para mí al menos, ya por última y nos vamos, capitán, te confieso que eres un
resplandor en la noche, que aún nos guía, mientras tú mismo avanzas sin miedo, explorando
este camino de estrellas sin nombre.
¡Salud
Bob!, desde la hermana república de Cuautla Morelos: J.A.R. (15/06/2019)