miércoles, 24 de julio de 2019







CARTA A ROBERT ZIMMERMAN

(CON COPIA PARA MI JEFE)


            Con todo respeto, capitán, no pienso a esperar a que alguno de nosotros pase a mejor vida, para decirte todo lo que pienso de ti, o de usted, disculpe, pues incluso ya se le otorgó un respetable premio Nobel y a mí ni me conoce, así que me presento: me llamo José Agustín Ramírez, y vivo en algún lugar de la república mexicana, que se halla por ahí perdida, en un rincón de nuestra propia dimensión desconocida. Dicho esto, aclaro que yo, como todos sus admiradores de corazón, me imagino, casi siento que lo conozco, maese Bob, o would you prefer mr. Dylan?, anyway, como le decía, soy uno más de los miles de simpatizantes y adictos a su música, alrededor del globo, y como todo aquel que se diga conocedor su obra, he escuchado el rodar de su rocanrolera vida, plasmada en sus canciones, cual gambusino enfebrecido en busca del oro sagrado. Y, como mi padre, pongo especial atención en sus letras, sin que eso me impida de degustar sus multifacéticas melodías.
            Déjeme decirle que he escuchado su amplio repertorio musical desde que era niño, desde siempre, le aclaro, esto gracias a la devoción que le profesa mi padre, y sí, ha oído usted bien, devoción es la palabra que viene a mi mente cuando pienso en mi jefe escuchándolo, y me refiero a don José Agustín, laureado escritor de la banda gruexa, celebriedad nacional, que a lo mejor usted no conoce pues no está traducido al inglés, pero le aseguro que también es un escritor muy perrón, y quizá hubiesen sido buenos amigos de haberse conocido, supongo, pues compartían tantos puntos de vista literarios, filosóficos y musicales; pero de la forma en que rodó la rueda de la fortuna, y se repartieron las cartas del karma en este mundo matraka, a mi padre, a mí y otros tantos miles, nos tocó ser simplemente sus devotos seguidores.



Como le decía, entonces, mi jefe es uno de sus más fieles y antiguos admiradores mexicas, de hecho casi como un discípulo, un divulgador de tus palabras, traductor asiduo de sus canciones, en toda clase de periódicos y revistas. Y yo, su tercer vástago, el más enano de los tres, he tratado de seguir sus pasos, impresos en la arena de las playas acapulqueñas, pues nací con la semilla de las armonías fuertemente arraigada a mi espíritu, tan hambriento de las bellas artes. Es posible que incluso haya escuchado tu música como terapia prenatal, mi estimado capitán Bob, es decir, como concierto intrauterino, pues me parece muy probable que mis jefes escucharan sus rolas a todo volumen durante mi gestación, desde antes que yo naciera; O por lo menos es seguro que escuché la mejor música desde que estaba aún en el vientre de mi mamá: desde clásico hasta jazz, rock y música popular mexicana o de otras latitudes terrestres y marinas; Y así, puedo imaginarme aún como un cómodo feto en el útero materno, bajo su piel iluminada por el Sol radiante de Cuautla-Mugrelos, y la música de Beethoven llenando como luz ese bendito recinto genético, para mi absoluto asombro, o Duke Ellington o Billie Holiday o Janis Joplin, o Leonard Cohen o bien,  porque no, el maese Bob Dylan, con su voz irónicamente bella a pesar de ser horrenda, quizás la peor del mundo, como de un pato u oveja encabritada y con gripe, todo lo cual no impide degustarla con familiaridad, sin embargo, a cualquiera con las orejas limpias, o que pueda escuchar más allá de lo evidente, hasta descubrir el timbre inconfundible de un guía tan terrenal como espiritual: Así es, capitán, en mi opinión es usted uno de los últimos juglares que bailó y cantó su camino por el mundo, marcando la pauta y ritmo del único y verdadero sendero dorado, by tha way.        
  Y no es que casi-casi lo quiera convertir en santo, sino que en verdad uno puede usar sus incontables canciones como un mapa de ruta para infinidad de coordenadas perdidas en este mundo tan maravilloso y endemoniado, el mapa de un tesoro enterrado en una isla mental, muy profundo en el mar adentro de la sangre, esa sangre que, si usted me permite, nos hermana a todos y por lo tanto, de alguna manera, pues siento como si fuera casi mi pariente, tanto así me ha acompañado en la vida. Y sea pues esta carta un humilde agradecimiento a las mil y una rolas con las que nos ha aclimatado a mí y a la gran familia universal. Nunca nos abandonaste, mi Capi, nos trajiste a buen puerto, desde el principio de mis buenos tiempos, hasta volver a este atribulado e incierto presente, tan volátil, a las puertas de un futuro cercano que, para bien o para mal, todavía compartimos; Al ritmo de las copas y el compás de las olas, en la misma frecuencia del verso único, yo digo, hemos danzado con tu música, y con la marea de esa cosa loca que llamamos “amor”, la savia del Gran espíritu cósmico, ese elixir imaginario, pero no menos embriagante, que causa y cura todos los males, inspira todas las artes ¡y anima nuestra siempre ardiente creatividad!
            ¡0h!, y con aquello de antes de pasar a mejor vida, que puse al principio, no me refiero a que seas un auténtico dinosaurio, prófugo de la extinción, cuyo inminente fin de sus días en la Tierra parece aproximarse velozmente, casi a la vuelta de la esquina, claro que no, munchos añejos más para ud., mi jefe, no faltaba más, si así los desea el maestro; es más, de mi parte, puede ser inmortal si así le place, o si sólo así estará finalmente satisfecho.
Pero bueno bueno, pues de vuelta allá en el pasado, back in 1989, recuerdo mi primer encuentro personal con su música, maestro, tu música puex, ¿puedo hablarte de tú, o de ti, sin aburrirte con mis necedades?, I wonder!... pero no, mejor insisto en el respeto que me impone…Vale, sin más preámbulo, te comento, mi estimado jefe de jefes de la escena rocanrolera internacional, que, como te decía, crecí literaria y literalmente bajo la sombra fresca y generosa de tus rolas, escuchándolas sin falta y con gran curiosidad cada vez que a mi padre le daba la gana, que era muy seguido. ¿Ya te dije que mi jefe es un melómano consagrado (sin albur)?, pues así fue, y recurría constantemente a ti, si bien había, y hay aún, muchísimas opciones en su colección de discos, primero acetatos y luego compactos, que ahora parecen también dirigirse al basurero tecnológico de la nueva era tecno-glacial; y quizá en esta era de internet, con sus miles de canciones gratis (aunque plagadas de comerciales), tener una colección de discos físicamente parece algo absurdo, o inútil, pero en aquellos tiempos bíblicos, la erudición musical de mi padre fue como un oasis al que yo, y muchas otras creaturas fantásticas, me acercaba diariamente, y aquello me proporcionaba un sustento espiritual que dotaba a mi vida de un extraño sentido, apenas palpable, donde música y letras se convertían en luces  y sonidos que guiaban nuestro camino como familia, en la vasta oscuridad del océano de ignorancia e inconciencia imperante.
Dicho esto, el puesto principal, el líder de toda la banda, en la cima de la pirámide roquera, siempre pareció estar reservado para usted, maestro, aún si el asesinato de John Lennon, su único verdadero contrincante, convirtió al ex-Beatle en una deidad indiscutible, que se celebra cada navidad, mientras vos, maese, apenas ha logrado tocar las puertas del cielo, intentando llegar antes de que las cierren. Para muestra, basta un botón: Justo ahora, escucho una versión de Bowie donde interpreta, con harto feelin', tu ya clásica "Trying to get to Heaven", ¿la has escuchado?... ¿Te gustó?
Pero ni el rey Elvis, ni el Dios Clapton, ni el camarada Neil Young, Cat Stevens o Donovan, Mark Knopfler, o Morrison siquiera (Leonard Cohen se cocina aparte), tienen la altura que han alcanzado sus incontables melodías, mi estimadísimo, pues fácilmente, si se les apilara una sobre otra, formarían una escalera tan alta que, con ella, ¡Se podría escalar hasta la Luna, en una sola noche!
            Pero ok, compita, creo que divago, así que mejor me enfoco en mis más arcanos recuerdos, como en el afán de que, quién pudiera leer esto, en algún simple giro del destino, pueda comprender cabalmente como fue que lo conocí, y las razones de la sincera admiración mundial por su trabajo, así como de la hermanad que creció bajo un árbol genealógico gigante, en los ya casi invisibles años que me formaron. Esto como para dar una idea clara de porque se le quiere con ese gusto que sólo generan los más grandes artistas, y de los motivos por los cuales se le escucha con atención, tanto en nuestra pequeña casa musical, donde aún vivo con mis padres, así como en el resto del mundo libre. Pues bien, mi primer contacto personal con una de tus canciones, fue allá de mi paso por la escuela secundaria; Y ciertamente era secundaria para mí en cuanto a mi educación personal, que realmente ocurría en casa, donde desde la primera hora de la mañana, y, previo a que se me arrojara a las fauces de la sociedad antropófaga en que malvivimos, adquirí por algún tiempo el pequeño ritual privado de colocarme unos audífonos, en el estéreo de la sala, aunque con el volumen muy bajito, pues mi padre hibernaba después de escribir como un poseso toda la noche. Escuchaba una rolita muy específica, que debe ser de las primeras que usted escribió, mi Capitán, y que, de sobra está decirle, a mí me pega muy duro cuando la oigo, o que me agarra el sentimiento pues, dirían los mariachis, cuando la vuelvo a escuchar: se trata de “Bob Dylan’s dream”, de tu segundo disco, el Freewhelin’ Bob Dylan (1963), una de tus súper earlys piezas de rock, aun completamente folk, es decir acústica, o rupestre, con la clásica guitarra de palo y la inseparable armónica al cuello. Es una composición añeja y memorable, donde despliegas todos tus precoces dotes de escritor y juglar, con una breve narración autobiográfica, sobre tus primeros amigos desaparecidos y los apresurados viajes que emprendiste siendo muy joven, apenas un escuincle, cuando te fuiste de tu casa a rolar por los caminos y carreteras, a conocer la bella Norte América, una dama cálida que aún abría las piernas de su historia, a todos los viajeros tan intrépidos como para aventurarse a conocerla, en el más puro estilo del On the road de Kerouac, y sus secuaces del buen beat.

            Este texto de hecho, nace de la necesidad de platicarte todo cuanto he sentido oyendo tus rolas, mi capi, y ésta particularmente, tiene mucho jugo mañanero que exprimirle: Como un lagarto que se muerde la cola, volví a escucharla recientemente, esta vez gracias al monstruo inconmensurable de la interred y sus infinitos tentáculos, cuando de pronto apareció una versión del “Sueño de Bob Dylan” en la voz de otro grande intérprete del rocanrol, y me refiero a Brian Ferry, el  ex-cantante de un gran grupo ochentero, llamado Roxy Music, y cuyas versiones de grandes clásicos roqueros lo han hecho, en su carrera como solista, no sólo más célebre, sino más hermano. En su voz tan tersa, la canción cobró vida otra vez dentro de mí, como una fogata hace tiempo apagada, que se enciende sola en un bosque nevado, y me despertó después de muchos años de sonambulismo. Me recordé a mí mismo de niño, oyéndola, y deseando salir a conocer el mundo y vivir aventuras como aquel juglar trashumante, cosa que nunca ocurrió, pero a pesar de todo, no pienso dejar que la llama se apague otra vez.

Además, siendo ya un ruco como usted comprenderá de sobra, finalmente puedo relacionarme con lo dicho en esas arcaicas letras, sobre cómo pasó sus mejores días y noches con jóvenes amigos que después, el tiempo y la distancia hicieron imposible ver de nuevo.
Hay varias versiones en internet, desde luego, cantadas con más dulzura por sus célebres intérpretes de aquella época, como Joan Baez, su novia por aquellos días, o también el trío angelical de Peter, Paul y Mary, quienes junto con los célebres Byrds, o el Greateful Dead, fueron sus discípulos incondicionales. Y yo me pregunto: ¿Aún te acuerdas, maese, de aquel sueño?, seguro que sí, pues te la vives en la buena vida, o, como dicen ustedes los gringos: “livin’ the dream”, right?, y bien merecido te lo tienes.
            El caso es que, escuchando esa rolilla, el joven yo se daba ánimos para salir aquellas frías mañanas, a la maldita escuela secundaria “Cuitlahuac”, nuestra querida fábrica de cuautlenses conformistas, obligatoria y estupidizante, siempre soñando que quizás algún día, yo también escaparía de mi casa, como lo hiciste tú en tu juventud. Tal como narraste en esa pieza, que yo escuchaba, siendo solo un morrillo, en la vieja mansión de mis padres, donde, bajo un magnífico cuadro sobre la muerte del Che Guevara, pintado por mi difunto tío Guti, otro héroe de mi infancia, vuelvo a colocar el disco del Freewilin’ Bob Dylan, y, escuchando tu querida canción, me atrevo a volver a soñar que quizá, algún día, logre escapar de aquí y de mí mismo.           Pero en fin, parece que ahora si voy a cantar, en el lenguaje del bajo mundo, o a confesar todos mis pecados, voy a vomitar mis tripas y a masticarte la oreja, como si fueras un santo de mi devoción pagana, aprovechando que realmente no me escuchas, para platicar, aunque sea de forma escrita, mis recuerdos, sueños y pensamientos, diría el maestro Jung. Usando de pretexto este Mar de Música en el que voluntariamente he naufragado. Así pues, camarada-capitán, descorcha tu ron o prende tu toke, cualquiera que sea tu gusto o tu vicio hoy en día, porque en buena parte, tú nos has guiado a través de este laberinto, a mi padre y a mí, y a incontables otros que comprenden el verdadero valor de tu música en sus vidas, nos has acompañado y marcado el paso por este único sendero dorado, hasta el infierno y de vuelta, hasta las mismas puertas del cielo, nos arrastraste contigo, de las greñas, gritando y pataleando, y al final te lo agradezco… Así es como se refleja tu música, tu voz y tus letras, en las neuronas espejo de todos tus admiradores y simpatizantes, ¡Salud master!   


Pues bien, por aquel entonces, descubrí tus primeras canciones como si recién las hubieras escrito, pues en ese disco también se encuentran clásicas como “Blowin’ in the wind”, o “Don’t think twice, it’s all right”, cuya respectivas versiones de Stevie Wonder (en clave de un góspel muy elevado), Ziggy Marley (revitalizándola con una mezcla de reggae/folk) y Eric Clapton (convirtiendo aquella ruptura amorosa acústica tuya, en un blues de epifanía) supongo que te habrán gustado, (aunque me pregunto si te emocionaron tanto como a mí, es más, siempre me he preguntado si te molesta o te gusta tu voz gangosa, o los que creen cantar mejor que tú tus propias rolas), y yo digo que ningún buen escuchador de tu música debería perderse todas las versiones de tus infinitas melodías, interpretadas por igual número de grupos, solistas y combos improvisados que te rindieron sentidos e inspirados homenajes, en los numerosos discos tributo que se te han dedicado, como el homenaje por tus cincuenta abriles, o el Chimes of freedom organizado por Amnistía internacional, o el  blusero This aint no tribute, pasando por el excelente soundtrack de la no tan lograda película I’m not there… la lista de artistas famosos y desconocidos que retoman tu obra en estas grabaciones, es asombrosa, así como la incontable la cantidad de otros músicos que, a lo largo y ancho de la historia del rockanrol, le han hecho los honores a alguna de tus obras. Y sin embargo, voy a hacer un breve recuento aquí de esas alquímicas colaboraciones, abarcando tan solo una muestra de los cuatro discos de Chimes of freedom: The songs of Bob Dylan, donde destacan, para mí gusto: “One too many Mornings”, con Johnny Cash, “The Drifters escape”, con Patti Smith, Tom Morrello con el homenaje a “Blind Willie McTell”, después “Love Sick” con el Mariachi el Bronx, Sting con “Girl from the north country”, los Queens of the Stone age con “Outlaw blues”, o hasta la Miley Cyrus con “You’re gonna make me lonesome when you go”, y la fresota de Adele, con “To make you feel my love”, y una insólita Ximena Sariñana con “I want you”, y también el ya veterano Elvis Costello con su “Licence to kill”, “Buckets of rain” a cargo de los Fistful of Mercy, la banda donde se combinaron Ben Harper y Dani Harrison, el hijo clonado del Beatle George. Sinnead O’Connor con “Property of Jesus”, e incluso el Cuarteto Kronos hace su aparición con “Don’t think twice, it’s all right”, los duetos chidos como Taj Mahal y el Phantom blues band, interpretando “Bob Dylan’s 115th dream”, o Jeff Beck y Seal, con “Like a Rolling stone”, “All along the watch tower”, a cargo de la Dave Matews Band (un clásico que, entre otros, se han rifado Jimi Hendrix, Neil Young, U2, y Pearl Jam); Siguen “Trying to get to heaven”, con Lucinda Williams, y hasta los veteranos Eric Burdon y Mariane Faithfull, con “You got to serve somebody” y “Baby let me follow you down”, entre muchos otros menos conocidos, pero todos con excelentes versiones de algunas de sus mejores canciones, capitán Bob.

Pero definir cuales son esas “mejores canciones”, sería una tarea titánica, como se puede ver en el monumental tomo de sus canciones completas, maese Dylan, que fueron obligatoriamente reunidas en un solo libro, y traducidas a cientos de idiomas, en un alarde olímpico-enciclopédico; Todo esto poco después de ser usted condecorado con el máximo galardón del universo literario, el premio Nobel de letras, ni más ni menos, ante el asombro incrédulo, el pasmo paralizante de la comunidad internacional, que se rendía ante esta biblia de melodías reunidas, en un solo mamotreto que bien puede servir para matar a alguien si se le deja caer en la cabeza con fuerza, pero también puede enriquecer una mente si se le aprecia debidamente, escuchando sus mil y un rolas, my dear míster Zimmerman, mientras se descubren sus letras como una cascada de poesía y literatura ocultas entre las rimas y la voz de, si usted me disculpa, un cordero con gripa que va directo al matadero. Las traducciones a veces dejan mucho que desear, lamento informarte, y me refiero a la edición en castellano, que según me entero, fue publicada en un ardid temerario de la polémica editorial Malpaso, en una subasta subida de tono vs. Penguin Random House y editorial Planeta, las dos mayores empresas del ramo en México, y que implicó el desembolso de una cantidad estrafalaria de dinero, para comprar los derechos de reproducción, en nuestra nación de antiguos aztecas. Esta edición, sin embargo, hecha a todo lujo, es la única que existe en español, y fue esa misma, en su pasta dura, la que le regalé a mi padre en la navidad pasada, la del 2018. Aunque él no necesita que se las traduzcan, siempre se quejó de que ningún álbum tuyo, incluía las letras de tus rucanrolas, Y se lo regalé independientemente de si lo leerá religiosamente, mientras escuchamos esas queridas melodías tuyas, pero a veces sí, busco una canción en específico, el disco correspondiente en nuestra colección casi completa de tu obra, entre los eclécticos discos de José Agustín, y te escuchamos como quién persigue las huellas de un maestro, entre la nieve y las cenizas de un mundo ya casi olvidado.
Hoy en día, sé que tienes 78 años, recién cumplidos el 24 de mayo pasado, mientras que mi padre cumplirá 75 en agosto 19, de este año en curso. Pero lamentablemente, la carrera de José Agustín se detuvo abruptamente en el 2009, tras un fatídico accidente en un teatro de Puebla. Por tu parte, sé que continúas imparable mientras tanto, dando giras por los E.U. y etc., entre cuyas presentaciones me tocó el honor de asistir a tu última visita a México, un concierto excelente, a pesar de haber sido en el aberrante foro del Pepsi Center. Recuerdo haberme tomado dos caguamas (además de unos tokes), para poder pararme, como improvisados zancos, sobre los duros vasos de plástico en los que las vendían, a precios de oro líquido, y recargado junto a un pilar, pude apreciar el concierto, en ese ridículo recinto, sin el más mínimo desnivel de un digno anfiteatro, cosa que arruina la experiencia para un pitufo como yo. Pero te fui a ver, y el playlist fue ideal para mí, y aunque iba solo como casi siempre voy a todas partes, fue un momento glorioso, con un set de rolas nuevas y viejas en versiones justas e inspiradas, memorable, digno de ti, como el maestro de tantos miles de iconoclastas y demás compositores alrededor del mundo. Mi papá no fue músico, te platico, pero su estilo y obra siempre estuvieron influenciados, principalmente, por el rocanrol, siendo usted, míster Dylan su carta fuerte, su mero gallo, su mentor y guía en la vida, un auténtico héroe del rock & roll, si nos atenemos a tus cientos de piezas escritas e interpretadas como solista, más discos de los que se puedan contar, cambios de estilo y transformaciones drásticas, como su conversión a la guitarra eléctrica o al cristianismo, decisiones ambas que le costaron un alud de críticas en su momento. Por cierto, mi propio padre también trató de convertirse a la palabra de Cristo, al salir de la cárcel, de la mano de mi madre, tanto que nombró a su segundo hijo Jesús y se propuso, o al menos le prometió a mi mamá, que dejaría la mota y el alcohol, tal como lo hicieron Dylan, Lou Reed, Harrison y Clapton, por ejemplo, quienes trataron de “cortarle por lo sano”, es decir dejar las drogas (con sus respectivas recaídas y liberaciones), versus Lennon, Clapton y los Rolling, más atados al lado oscuro de los sixties, que llevaron sus exploraciones más lejos en las profundidades abismales, y tardarían un poco más en reconocer la posibilidad de alejarse de sus adicciones; El caso más reciente, míster Keith Richards, que el año pasado comenzó a ponderar si debía dejar el tabaco, cosa que no le resultó nada fácil. Pero en el lado luminoso de la calle, por donde mi papá te siguió a regañadientes, máster, dejaste muchas muestras de tu transformación cristiana, especialmente el disco Slow train comming, territorios inexplorados para usted, como judío folklórico, más aún para mi padre como el rebelde e irreverente que era, o es. En su prolífica carrera, usted retornó continuamente a los temas religiosos, no lo podrá negar, pero con el tiempo se sacudió cualquier influencia y llevó sus propuestas musicales más allá que ningún otro compositor en el medio del rock, country, blues y su muy particular mezcla de todo ello, que semeja un whisky seco y ponedor, añejado por siglos en guitarras de roble… Por cierto, ¿no me invita un trago de su propio bootleg moonshine?
Pero neta, jefazo, usté es, sin discusión, quién siempre se mantuvo a la cabeza, por encima del nivel del Mar de Música, y mi jefe fue uno de sus principales promotores, como si de un fiel discípulo se tratara, difundiendo tus armonías y palabras al parecer interminables. Dudo que muchas personas hayan sentido un placer y regocijo tan contundentes como mi padre, cuando escuchó que le otorgaban el premio Nobel de literatura, en octubre 13 del 2016: Casi brillaba de gusto, mi papá, pero usted no tanto, creo, pues ni siquiera fue a recibirlo, ¿qué onda con eso?, ¡salud maestro!, ¡ja ja, mandó a la pobre Patti Smith, que hizo el ridículo más grande de su historia!, Fue como si dos mundos completamente ajenos colisionaran: la pompa y circunstancia de la realeza europea, contra los representantes de la una vetusta contracultura, la perversión de una pesadilla hecha realidad, una absoluta contradicción, el matrimonio fugaz e impuro de algo que alguna vez llamaron rock “punk”, y “hippie”, con los benévolos y decadentes príncipes y reyes de antaño. Y de postre, el premio Nobel de literatura mismo llegó a un alto un año después, tras sólo una premiación más, y aún se encuentra en una funesta crisis, a raíz de las acusaciones de abusos sexuales entre los miembros de la academia sueca… que momento tan bochornoso, para el Nobel de literatura y para usted, el gran juglar del rocanrol, que, eso sí, buen judío, no dudó en aceptar una buena suma de billetes que acompañan el prestigioso premio. Bien merecido se lo tiene y eso y más poder te deseamos. Es como dijo Leonard Cohen, el otro más grande cantautor del rocanrol, cuando se le cuestionó en entrevista, sobre la decisión final de darte el Nobel: “Es como pretender colgarle una medalla al Everest por ser tan alto”. Salud, maestro.
Aunque recientemente tus discos con la temática de Frank Sinatra me dejaron perplejo, por favor no te enojes, y reconocí que, en mi canija opinión, finalmente estabas chocheando, así como esa colección de canciones navideñas con tu voz, que realmente me pareció bastante jocosa, como los villancicos de un chivo malherido-garganta de lata, ¡juar juar!, no te pases de lanza, mi Ol’Skiper.  Esos fueron algunos de los últimos discos que mi padre y yo escuchamos juntos, adquiridos algunos ya a través de internet o en las moribundas secciones de discos de las tiendas departamentales. Poco después vino la caída de mi papá, y ya no lograría fabricar buenos recuerdos, debido a la amnesia de lo reciente y una creciente hidrocefalia, y llegaría increíblemente su silencio literario, y decaería su interés por la música nueva, pues le es muy difícil de retener en la memoria. Pero alcanzó a percibir su renacimiento desde el Time out of mind (1997), y esa racha de buenos discos que le duró dos o tres más y le valió su coronación como un artista maduro, con un tercer aire que se comparó con sus mejores tiempos. Desde los primeros con la onda folk/rupestre, armado solo con su guitarra de palo y la armónica, pasando por los catárticos años eléctricos del Blood on the tracks, que marcó la ruptura de su gran fracaso amoroso, y el inicio de su conversión mental definitiva, allá por 1975, el año en que, para que lo sepa, también nací yo, y vine a dar guerra a este mundo maravilloso y cruel.


De esas fechas también, en los lejanos años setenta, es también otro de los últimos discos que mi father mandó pedir por ese monstruo del Amazon, fue uno en vivo, que recopila  la gira Rolling Thunder Revue, con la que, por aquellos días, emprendiste un recorrido por los E.U. nuevamente, pero esta vez ya no como un joven vagabundo, sino como un trovador trashumante y líder de una banda de artistas inadaptados, un asombroso circo de fenómenos; Y ya me enteré que es sobre esa serie de eventos insólitos, que el gran Martin Scorsese ha desarrollado para Netflix su más reciente documental sobre usted, maestro, capitán Bob, míster Dylan, mis respetos jefe (de los cuales recordamos otros excelentes, como el primero sobre usted, No direction home (2005), y pues supongo que ya vio el Living in the material world (2011) sobre el Harrison, y los de recopilación de cine italiano, I’ll mio viaggio in Italia (1999).) Salud por todo eso, maextro.

Y ya hablando de viajes sin retorno, si me permites, me gustaría platicarte mi propio “Bob Dylan‘s Dream”, a ver si tú lo recuerdas como yo; Déjame llevarte a pasear nuevamente por el fantástico y aterrador mundo de mis sueños, por si no te acuerdas de nuestro encuentro por allí, donde todo es posible… Incluso que, una buena noche, mientras me hundía en los brazos de Morfeo, desprevenido por completo de lo que me esperaba al cerrar los ojos y quedarme profundamente dormido (e imagínese usted mi sorpresa, por favor, si es tan amable, estimado Maestro) cuando me encontré a la mitad de un camino boscoso, vagando sobre una modesta carretera, entre la neblina que ocultaba cualquier rastro del sol y con cierto frío. Caminaba sin rumbo en medio de este escenario creado por el teatro de mis sueños, cuando de pronto, un gran auto antiguo, de lujo, negro y brillante, pasó por el camino junto a mí y al verme se detuvo. Los vidrios estaban polarizados y nadie dijo nada, pero se abrió la puerta trasera de esta limusina, o sería por lo menos un larguísimo Cadillac negro. No teniendo mejor opción, abordé la nave y me encontré en un elegante interior de piel roja, cálido y suave como el terciopelo. Una vez allí, una voz distorsionada por algún interfón, me indicó que me pusiera cómodo, y si así lo deseaba, hiciera uso, libremente, de una cava repleta de alcohol de lo más fino, que contenía también cajas de puros cubanos y cigarros de todas formas, substancias y sabores. La voz del interfón era irreconocible, pero algo en su timbre se me hizo muy familiar… ¿No te suena, aún no me recuerdas? Permíteme que continúe entonces con mi relato, si no tienes nada mejor que hacer que leerme, mientras bebemos de tu nueva marca de Whisky.
Al principio, relaciono este sueño, inconscientemente, con un antiguo recuerdo, de unos viejos amigos criminales, que, siendo yo solo un joven adolescente, pasaron por mí a las puertas de esta casa, y me llevaron de paseo a fumar mota con ellos, antes de que se dirigieran a cometer un asesinato, o al menos a intentarlo, no sé, pero uno de ellos sigue en la cárcel, pues allí se siente más en su hogar, el otro se cataloga como “paradero desconocido”. En la parte trasera del auto, había una pistola Magnum y un revolver Smith  & Wesson de acero puro y gris, y se sentía como auténtico metal pesado en mis manos; y recuerdo que me pidieron que les forjara algunos churros de yerba, sentado a mis anchas  en el asiento de atrás, mientras ellos planeaban su crimen.
Pero perdóneme, jefe, porque divago: De vuelta en mi sueño, el auto avanza por la carretera a gran velocidad y de pronto, cuando se hace de noche, entra en una típica ciudad gringa, con sus rascacielos, sus autopistas y boulevards; Y yo con mi trago y cigarro en la mano, como un Cantinflas en casa de Pardavé, me refocilo en los asientos de piel, mientras disfruto del paisaje citadino nocturno gabacho-americano, hasta que comienzo a preguntarme quienes son mis benefactores. Escucho que ríen, platican, gritan y beben, brindan ruidosamente con copas de cristal y el humo de sus puros se cuela por rendijas de las ventanas polarizadas, las mismas que me impiden ver quienes son el conductor y su copiloto, de este vehículo negro y brillante, que pese a su gran tamaño, se mueve entre el tráfico de la noche con fluidez y pericia, da vueltas como un auto de carreras y cada vez acelera más, ignorando semáforos rojos y policías de tránsito pidiéndonos que bajemos la velocidad, que no nos persiguen, pero emiten sonidos con sus sirenas de advertencia. El Cadillac fabuloso, sin embargo, sigue su camino a través de puentes estilo Nueva York, y cruza por barrios bajos rodando frenéticamente, levantando el polvo o estallando en los charcos de lluvia, hasta que comienzo a preocuparme y ninguna cantidad de alcohol es suficiente para calmarme, ni la mota ni las pastas ayudan, y aumenta delirantemente mi curiosidad por conocer la identidad de quienes ahora, parecen ser más bien mis secuestradores, que quienes me habían rescatado del frío bosque.  Así que me acerco a la ventana cerrada, y les toco el vidrio negro pidiendo que bajen la ventanilla y se muestren, se revelen, y descubran sus personajes misteriosos… Pero siguieron ocultos detrás de las carcajadas que les produjo mi petición, que poco a poco se tornaba en súplica, cuando el auto giró como un reptil en la noche, e ingresó en sentido contrario por una avenida repleta de automóviles fluyendo en dirección inversa. Dándome cuenta del peligro enorme en que nos hallábamos, les grité que quienes eran, que pretendían, que quieren de mí, que me dejaran bajar, pero todo eso solo parecía divertir más a mis pilotos anónimos, en su carrera contra el destino. Los carros en sentido contrario pitaban con sus cláxones y nos gritaban furiosos, toda clase de insultos y maldiciones, nos lanzaban objetos contundentes contra la carrocería y ventanillas, pero el Cadillac negro no se amedrenta, y continuó en contraflujo a todo lo que da el acelerador, olvidándose completamente del freno y esquivando la embestida de los autos enemigos escasamente, por milímetros, o de plano rozándolos y colisionando fugazmente, pero nada lo detenía, corría lanzando chispas al frotarse ligeramente contra la lámina de los otros pobres diablos, muertos de pánico, que desafortunadamente se cruzaban en nuestro camino. Y cuando estaba a punto de rezar, tras checar que las puertas estaban bien cerradas y no tenía escapatoria, más que a través del triunfo descabellado del conductor sobre sus improvisados e inadvertidos adversarios, la ventana que me separaba de la cabina se abrió, y ambos, los dos bromistas del camino, los retadores del peligro, se descubrieron, de entre las sombras y el humo, como quienes realmente eran. Con un silencio sincronizado se giraron para mirarme y estallaron en risas, al notar mi rostro pálido de pánico, tragando saliva ácida, y me sonrieron con camaradería, aún en contrasentido, ignorando ahora sí por completo el volante, pues el auto parecía manejarse solo. Y entonces, me palmearon las rodillas con fuerza, mirándome con gusto, como si me conocieran de siempre, y me hubieran jugado tan sólo una broma pesada. Una broma que aún no termina, por cierto, pues cuando me doy cuenta, con absoluta sorpresa, de quiénes son, el hábil piloto y su irreverente acompañante, el par de locos que me eligieron para cruzar la ciudad esa noche a contra corriente, una alegría narcótica me desarma por completo y me prepara para morir feliz y casi extático, pues al fin acepto la realidad absurda de mi sueño, y reconozco finalmente a quién viene manejando, el capitán de esa nave tan suicida e incontenible, es ni más ni menos, ¡que usted, el querido maestro de mi padre: Don Bob Dylan!, ¿Ahora si ya me recuerdas?, ¡estabas muerto de risa y con los ojos vidriosos de alguna droga intergaláctica!, ¿Te acuerdas, Capitán, aún estás soñando lo mismo que yo?; Y venías acompañado, por increíble que esto me pareciera, ¡por un intoxicado e hilarante Neil Young!; Y entonces ambos me animaron, a que no me tome las cosas tan en serio, que me ría de la vida y la muerte, que acepte mi destino y fluya a contracorriente. Así que me doy un buen trago, sonrío y me relajo entre los rechinidos de llantas y gritos de pánico, me hundo en los asientos de piel roja, y me desplomo en mi sueño, que se convierte en un telón de oscuridad, y ahora sí, entre el caos y los derrapones de mi confiable cochero, me duermo profundamente, hundido en mis sueños de rocanrol.
Pero bueno, let’s go back home, master, if you will, acá con don José Agustín, quién recientemente sufrió una caída leve, pero que le impidió caminar por varios días, y ahora, con dificultad, ha recuperado la capacidad de andar por el interior de su casa, e inevitablemente yo pienso en ese anciano astronauta, al final de 2001, la Odisea espacial del master Kubrick, a punto de convertirse en el embrión cósmico, tras deambular por una especie de estación espacial fuera del tiempo y el espacio: Pero en esta versión, mi padre no está solo, a su lado está mi madre y su esposa, doña Margarita, que valientemente enfrenta al dragón de su destino creado juntos, con una pequeña ayuda de sus amigos y las poderosas fuerzas de la naturaleza. Esto para que conozca de mi familia, antes de que el barco se hunda, mi capi.
A mi lado, Karen ha vuelto a visitarme, y descansa leyendo Armablanca de José Agustín (su sentido homenaje a Casablanca, otra película clásica, y favorita de mi jefe), acostada como toda una musa en silencio, en mí cama, sobre mi sarape de neón, y de pronto, en tardes como esta, escuchando las Trinity sessions revisited de los Cowboy Junkies, trato de ser uno con el Gran Espíritu, y de olvidarme de la pesadilla al otro lado de la gran piedra y el pasto, cruzando el jardín y la alberca, en la Casa que Canta, y de mi padre inmóvil en su cama, un tanto enojado y confundido, mirando a la nada. Y sueño que todo tendrá que cambiar, para bien o para mal, que la rueda de la fortuna seguirá girando, hasta que quizás nos permita escapar de nuestra prisión de piel. E intento imaginar que todo es como debe ser, y todo está bien en el Universo.
Pero aquí me despido, jefe, lo dejo seguir su camino por el atardecer dorado, y me quedo en esta nave de nuestra propia locura divina, donde nuestro muy particular drama humano se desarrolla lentamente, como las nubes que surcan el cielo abrasador de nuestras vidas; Y te comento, ya finalmente, antes de dejarte volar en paz, como un cuervo en la noche, que por acá aún te escuchamos, mi querido y viejo capitán Bob Dylan, alias don Robert Zimmerman, como si de la luz de un faro marino se tratara, te comparto que tú has sido, para mi gran familia universal, un destello inconfundible que nos salvó tantas veces de estrellarnos contra las rocas y los arrecifes, en algún naufragio inminente. Y para mí al menos, ya por última y nos vamos, capitán, te confieso que eres un resplandor en la noche, que aún nos guía, mientras tú mismo avanzas sin miedo, explorando este camino de estrellas sin nombre.
¡Salud Bob!, desde la hermana república de Cuautla Morelos:                    J.A.R. (15/06/2019)



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