MAR DE MÚSICA
IV
HASTA SIEMPRE, COMANDANTE COHEN
PRIMERA PARTE
En noviembre 7, del año 2016, el
inigualable maestro de las letras, Leonard Norman Cohen, falleció en la ciudad
de Los Ángeles, a los 82 años de edad. Si su espíritu ascendió al paraíso, a la
Ciudad de la Luz celestial, o reencarnó en algún niño tibetano (pues tal era su
creencia en el budismo), no lo sabemos. Está en algún lugar mejor, queremos
creer, si es que aún existe como una forma de vida, si es que prevalecen la
justicia y el amor divino en este universo, más allá de la muerte.
La
Interred me informa que murió durante su sueño, poco después de una caída
nocturna. Desencarnó de forma sorpresiva, pero pacíficamente, dejando atrás todo
lo que nos regaló durante su muy fértil vida como escritor, compositor y
cantante; Pero su partida es una lección más del maestro, la última y la más
impresionante: Leonard Cohen se despidió en la cumbre de su creatividad y producción
artística, con el magistral disco You
want it darker (2016), una obra maestra de versos e instrumentación, sobre
el tema de su muerte inminente, y un ajuste de cuentas con la fe judía y
cristiana. Y de hecho cuando lo engendró, ya casi tenía un pie en el más allá.
Pero se levantó con una demostración de fuerza y entereza en todos los niveles,
antes de dar el paso final. Así, sus legiones de admiradores comprobamos el
tamaño de su genio, con la edición de este álbum incomparable, acaso podríamos
mencionar a Freddie Mercury y el Innuendo
(1991) de Queen, los discos finales de Johnny Cash, su serie American, donde destacaba el IV, The
Man comes around (2002) o el Black
Star (2016) de David Bowie, pero todos ellos palidecen ante la maestría del
poeta canadiense y el suave golpe de su grave voz, que en esta obra final ya sonaba
tan cansada, y hoy está finalmente extinta como un dinosaurio, pero en este
álbum casi póstumo, su último aliento todavía estaba enfundado en un guante de
terciopelo negro como la noche, y fue un golpe preciso, desgarrador y
profundamente hermoso, grabando su nombre, con este disco, en las rocas
rodantes de la historia del rock & roll, y también en el mundo de las
letras, e incluso perpetuando así su calidad de auténtico guía espiritual;
Cohen es una luz al final del túnel del drama humano, su inconfundible timbre
cavernoso y sus palabras en llamas, como la fogata al principio de los tiempos,
son un faro marino, una vela sagrada que no puede apagarse, ni con la tormenta más
feroz. Al menos, así es para mí y sus miles de simpatizantes varones, además de
las muchas finas damas enamoradas de su vasta obra.
Para
quienes no tengan la fortuna de conocer su música y comprender su arte, les
aclaro que don Cohen está considerado, por la crítica especializada mundial,
como uno de los más grandes letristas y compositores de poesía cantada de
nuestros tiempos. Arrancó su carrera musical en el 67’, con el descerebrado
título de Songs of Leonard Cohen
(1966), para su primer disco, sin duda excelente, donde aún era tan joven que
su voz sonaba suave y melodiosa, más propia de una lectura de poemas o de un artista
folk (género que acá se traduce como trova o rupestre) pero aún sin la gravedad
ronca que lo caracterizaría en la segunda etapa de su carrera, y le daría fama,
como uno de los timbres más cautivadores en la historia de la música popular
moderna. Es una voz de oro, que trascendió sus fronteras canadienses para
llegar hasta los oídos de todos los buenos melómanos y adoradores de la poesía
universal; Ya sea pacífica como un manantial, u oscura como de una bestia en el
fondo de una gruta, siempre me habla directamente, cada vez que vuelvo a
escuchar alguna de sus clásicas, con su largo rugido, retumbando como el eco de
un encantamiento, irrumpiendo en la vena cava hasta alojarse como residente,
así habita mi corazón de vez en cuando, como un aislado refugio de la tormenta
y la sociedad, hasta que a fuerza de eternos retornos, se ha convertido en una
guarida.
Este
primer disco era uno de los clásicos favoritos de mi jefe, don José Agustín, y
recuerdo que lo escuchaba ocasionalmente, en momentos especiales, intuyo, pero
lo suficiente como para que yo notara que consideraba a este cantante como uno
de sus mentores, no solo artísticos, sino un maestro en la vida, un auténtico
hombre sabio, aunque también algo salvaje y apasionado por la creación, en toda
su gran locura. Desde ese primer álbum (aunque aún tenía el timbre joven de un
maldito jipi trovero) patentó su estilo entre melancólico y romántico, entre
sacro y pagano, tan luminoso como puede ser oscuro, cual buen poeta, es como un
piano para los dioses, una guitarra para Orfeo, un saxofón de Pink Floyd o
Morfina, que pueden conceder los tonos más alegres, pero también las notas más
infelices. Escuchar a este master es como ascender un poco en la escalera de la
música, sostenerle la mirada a un eclipse, avanzar hacia la posible evolución
del hombre, neta valedores, por este cabrón yo si meto las manoplas al fire,
porque seguí sus huellas en la ceniza del futuro, y su espíritu (al parecer tan
antiguo) siempre estuvo un paso adelante, y me dejó en la cima de un mundo en
llamas, donde estoy ahora, hermanos (as), cada vez que escucho sus melodías,
pirograbadas en mi piel como delicadas cicatrices.
Simón Banda: Fue en 1975, nueve años
después de la creación del muy celebrado disco debut de Leonard Cohen, que yo
lo escuché por primera vez, cuando aún estaba en el vientre de mi madre,
seguramente, pues desde entonces era una música predilecta de mis padres, que
en aquellos tiempos se encontraban renovando su romance con un doble nudo que
ya no se volvería a romper jamás. Si me esfuerzo un poco, casi puedo verme allá
adentro, In útero: la luz del Sol trasluciéndose a través de la piel de mi
jefa, y yo allí, ya un engendro listo para nacer, escuchando con asombro y
misterio una melodía que, suponía, bien podría ser la voz de algún ángel caído,
cuyas rimas poéticas y arpegios de guitarra flamenco parecían recordar, y
augurarme, según yo, un pedazo del paraíso, algún rincón donde aún sobreviven los
verdaderos amantes, libres de la maldad que reina en el mundo.
Desde
siempre y hasta siempre, entonces, en la casa de mis padres, o donde quiera que
yo vaya, se ha escuchado la música de Leonard Cohen, que para mí es como un
bálsamo de luz y oscuridad sagradas, y sin duda mi vida no sería la misma, de
haber carecido de este guía terrenal, que ha sabido iluminar un camino entre
los restos ardientes y corrosivos de nuestra divina tragedia.
Y
como les decía, para mi fortuna o desgracia, las bases que tengo de la alta o
la baja cultura, al menos al principio de mi vida, se las debo casi todas a
José Agustín, y desde luego conocí la música de Leonard Cohen por mi padre,
quién me inculcó la magia del jazz, el blues y el rocanrol, casi imprimiéndola
en mi ADN desde antes de nacer, usando mi embrión como un muñeco de vudú, con
aguijones de acupuntura acústica, y me contagió el virus del amor por la
música. Y desde entonces, desde que tengo memoria, no ha habido un solo día en
que esta casa no cante a los cuatro vientos, aún si hoy en día soy yo el dj
oficial, junto con la jefa, los encargados de mantener este vuelo sonoro de
nuestra devoción por las armonías, nuestra adicción a la rítmica sagrada y profana.
¿Y quién mejor que don Leonardo, para acompañarnos en un viaje desde el
infierno hasta el cielo?, Un viaje iniciático y terminal, a través de los
secretos del amor, de la vida y la muerte; De hecho, pocos autores (as) podrían
pararse de frente a esta misión, y salir avante, con nosotros a cuestas, como viejos
Quijotillos y Sanchos, zarandeados por la marea y el viento cósmico,
enfrentando a los molinos de viento/gigantes caníbales, tal como lo ha hecho el
comandante Cohen, con nosotros como testigos mudos, o a veces coreando sus
canciones.
Toda
esta jerga militar me parece estúpida, pero aquí la justifica otro de los discos
de Leonard, en la casi completa colección de mi padre, letra C, se llama Field Commander Cohen, Tour of ’79, un
disco en vivo, difícil de hallar, no es de los grandes pero trae buenas rolas. Pero
sus grandes discos son, desde luego, el primero, seguido del ya mucho más
moderno e instrumentado I’m your Man
(1988), para después coronarse, incluso en la cultura popular de los noventas,
con The Future (1992), apocalíptico
álbum que sirvió para abrir el soundtrack de Natural born killers y las puertas del infierno para una generación
entera de psicópatas de clóset, que escuchamos hasta rayar nuestros discos
compactos, y memorizar cada frase de Mickey y Mallory… Good Times, bad times… Después,
tuvo un gran retorno con Ten New Songs (2001),
pero desde luego hay joyas en todos sus discos, como el Songs of love & hate (1971), el Old Ideas (2012), Popular
Problems (2014), etc., etc…
Y esto nos lleva a su disco final: You want it darker (2016), su Opus
Magnum, si es que alguna vez se puede usar ese término con certeza; Fue su
despedida, una racha de oraciones casi blasfemas, en la cumbre de su sinceridad,
compartiéndonos su latido final, muy adentro en el corazón de los Dioses
Salvajes, justo antes de estallar, como una supernova, en este testamento de
altura y profundidad, difícil de alcanzar, aún para los profetas más elevados
en su levitaciones, o los poetas más abismales del azul marino.
Las
noticias de su muerte se empalmaron con las del lanzamiento de su nuevo disco,
como había ocurrido unos meses antes con el deceso de David Bowie, y la
publicación de su BlackStar. Así supe que, por increíble que parezca, míster
Leonardo había muerto, a pesar de lo vivo que estará siempre en su música, el
cabrón se ha ido, desencarnó, aunque quizás vuelva como un niño del Tíbet, como
se puede ver que deseaba, en el documental sobre el Libro Tibetano de los Muertos, que expone, en dos magníficos
capítulos narrados por la vox de don Leo, toda la maravillosa cultura de la
reencarnación, vía el Bardo Todol, en este show de la BBC. También su colaboración con Philip Glass, en
la adaptación del Book of Longing (2007),
tuvo piezas memorables, sobre todo la primera, “I can’t make the hills”, tiene
una relación directa con este, su disco final, y más oscuro, se podría decir
también que el Darker es su Opus Nigrum, una oscuridad que nació desde “One of
us cannot be wrong”, y que luego volvió hasta “First we take Manhattan”, y
“Everybody knows”, saltando luego a “The Future” (de la cual mi padre hizo una
traducción en su libro 50 grandes discos
de Rock) y su ominosa “Waiting for the Miracle”; después retornó a esa
negrura en 2001 con sus Diez nuevas rolas
que incluía las tremendas “A thousand kisses deep”, “Here it is”, “Boogie
Street”, y “By the rivers dark”; después la excelente y literal “Darkness” en
el Old Ideas, y “Almost like the Blues”,
en el Popular problems; Y finalmente, en este su trabajo más sublime, esta
oscuridad se siente intensa, como boca de lobo, sobre todo en la pieza que da
nombre al “You want it darker”, donde viajan también “Traveling light”, y
“Steer your way”… Pero ya llegaremos a ellas. Esta es mi selección de sus rolas
más oscurantistas, y se puede decir con certeza que, todo el resto de su obra,
es pura luz concentrada.
Y
entre los viejos casetes de mi jefe aún se encuentra una reliquia de los
noventas, el Homenaje I´m Your fan (1991),
donde varias bandas chidas como R.E.M, The Bad Seeds o los Pixies hacían
versiones de sus rolas. Lo mismo aquel donde reaparece Nick Cave, Jarvis
Cocker, Antony y U2, y otros varios invitados de altura, titulado simplemente
como I’m your Man. Y ya que estamos
en esto, no puede dejar de verse también el Concierto Memorial Tower of Song, celebrado en 2017, un año
después de su partida; Mi padre y yo lo escuchamos bajando directo de la
interred, y coreamos juntos, al ritmo de Elvis Costello, “Bird on a wire”: “…I
have tried, in my way, to be free”.
En
el cine, se le escuchó principalmente por el soundtrack de Asesinos por naturaleza, una película que se filmó como un ritual
de aquelarre, y cooperó para encender la hoguera de los noventas, pero mientras
su estreno era un éxito, él se enclaustraba en un monasterio budista. Pero
antes de eso también anduvo presente en muchos filmes, recuerdo “Everybody
knows” en un cuasi striptease en la película Exótica (1994) de Atom Egoyan; y que tal las Songs of Leonard… en la excelente McCabe y Mrs. Miller (1971), de Robert Altman, y recientemente en
la adaptación al cine de El Congreso
futurista de Stanislav Lem, donde entre caricaturas
surrelistas/psicodélicas, se escucha “If It be your will”. Y pues creo que
hasta en Shrek se atrevieron a poner su “Aleluya”, una de sus piezas
más exitosas, pero que a mí, como pobre diablo que soy, se me hace 2 fucking
much, demasiada gracia divina, y me ahuyenta como la luz del sol a un vampiro.
Pues
bien, he aquí mi historia personal con respecto a este disco, el último de don
Leonardo, que lleva por nombre Tú lo
quieres más oscuro, y nació de noche, un veintiuno de septiembre del 2016.
Desde que se anunció el disco, como la novedad del maestro, ya se hablaba de su
delicado estado de salud, vivía casi recluido en su departamento de los
Ángeles, atendido por su hija Lorca. Y aunque apenas podía salir a caminar
debido a un cáncer terminal, su hijo Adam se encargó de acondicionar ese depa
como un estudio de grabación, mismo que llenó con computadoras, violines,
teclados, guitarras acústicas y demás instrumentos requeridos, y colocó un
micrófono frente a una silla ortopédica, pues el maestro sufría graves dolores
de espalda. En el cuadernillo del disco compacto, donde se incluyen las letras de las canciones, en tinta blanca sobre hojas
negras, Leonard Agradece personalmente a su hijo Adán, el productor de este
álbum inigualable, de esta manera:
“Quisiera
reconocer, con profunda gratitud, el papel que mi hijo Adam Cohen jugó en la
creación de Tú lo quieres más oscuro.
Sin su contribución no habría ningún disco. En cierto punto, después de un año
de intensa labor, ambos Pat Leonard y yo, coincidentemente, caímos en la
desgracia de severos dolores de espalda y otras visitaciones desagradables. En
mi caso, la situación era desoladora, la incomodidad muy aguda, y el proyecto
fue abandonado. Adam comprendió que mi recuperación, sino es que mi supervivencia,
dependían de que me levantara a trabajar nuevamente. Él asumió la dirección del
proyecto, me instaló en una silla ortopédica para que pudiera cantar, y llevó
estas canciones inconclusas hasta su culminación, preservando, desde luego,
muchos de los temas musicales, fantasmagóricos e inquietantes, de Pat. Es por
estos ánimos amorosos y la hábil administración de mi hijo, que estas canciones
existen en su forma presente, y yo no puedo agradecerle lo suficiente.”.
Nosotros, sus admiradores y amigos, tampoco.
Fue
así como pudo ser preservada la voz dorada de Cohen en este, que sería su
epitafio, su último regalo para una legión de admiradores, casi discípulos,
desesperados por unas últimas palabras del célebre poeta, y vaya que si las
obtuvimos, asistimos a la extinción de un auténtico profeta, un espíritu
antiguo como las montañas, que nunca creí ver derrumbarse, pero mientras su
cuerpo se desmoronaba, su espíritu se volvía cada vez más fuerte (¡como Obi Wan
Kenobi!), y este álbum lo demuestra como un esperado milagro, pues no a diario
se ve alguien pararse de frente a la muerte y aun así cantar sus verdades, como
el Caballero del Séptimo Sello, de Bergman, of course.
Leí
todas estas noticias con tristeza, como cuando declaró que estaba listo para morir,
en una rueda de prensa, tal como empieza la rola que da nombre al disco, donde
invoca la palabra hebrea “Hineni” (“Heme aquí”, o “Aquí me tienes”), y luego
declara: “Estoy listo, Señor”. Estas palabras, salidas directamente de las
sagradas escrituras judeocristianas, fueron las pronunciadas por Abraham a
Dios, en Vayera, la porción de la Biblia que habla del Akeidah, el sacrificio
de Issac. El Narrador se dirige a Dios
humildemente, y dispuesto a servir, a sacrificarse. La letra de You want it darker es en partes una
traducción palabra por palabra del Kadish, el canto de alabanza a Dios que
aparece en toda la liturgia judía. Ya antes Cohen había musicalizado la Torah,
como la oración de Yom Kipur, que se encuentra en su canción “Who by fire”, o
desde luego, las referencias bíblicas en su “Haleluya”, rola que tuvo un éxito
en sus tiempos similar al de “My sweet Lord” de Harrison, otro gran guía
espiritual de la Roca que Rueda. E inclusive, Cohen contrató un coro de
renombre mundial, la congregación Shaar Hashamayim, de la sinagoga de Montreal (donde su abuelo y
bisabuelo fueron presidentes), en la que se crió y celebró su Bar Mitzvá, el
rito de paso de la adolescencia a la vida adulta. Este coro también participa
en “Parecía la mejor manera”, donde incluso interviene el cantor del templo,
Gedeón Zelermyer.
Aquella
tarde, Leo le confesó a los periodistas que se encontraba listo para dar el
paso al otro mundo, causando sollozos entre los asistentes, para luego tratar
de consolarlos durante la presentación del disco, diciendo: “Pretendo vivir para siempre” (se refería a
su espíritu, desde luego), esta vez haciendo reír a la concurrencia, tan solo
tres semanas antes de su muerte, y escasamente un mes después del fallecimiento
de su querida musa Marianne, también de cáncer, a quién le mandó una carta
hasta su viejo refugio romántico, en la isla griega de Hidra. En ella le dice
que la siente tan cerca, en esa hora final, que si se estiran podrían tomarse
de las manos, a través del océano atlántico, para tocarse una última vez:
“Bueno, Marianne, ha llegado el momento en el que somos
tan viejos y nuestros cuerpos se están desmoronando, que creo que te seguiré
muy pronto.
Estoy tan cerca de ti que, si extiendes tu mano, podrás
alcanzar la mía. Sabes que siempre te he querido por tu belleza y por tu
sabiduría, pero ahora solo quiero desearte un buen viaje. Adiós, vieja amiga.
Mi amor infinito, nos vemos al final del camino.”
Leonard.
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