II
MI PADRE ERA UN
MUTANTE
(TODO SOBRE MI JEFE)
En la entrega anterior, mencioné
que este blog obedece a la creación de un texto biográfico y autobiográfico
también, sobre la relaciones actuales con toda mi familia de origen, pero principalmente
entre mi padre y yo, dos tipos de cuidado, que de postre tenemos el mismo
nombre, para facilitar nuestro estudio: ambos somos José Agustín Ramírez (en
honor al inmortal compositor guerrerense del mismo nombre, quién fuera tío, del
lado paterno de mi papá), según consta en nuestras actas de nacimiento.
Aunque la verdad, yo nunca me
sentí muy Agustín, con este nombre: me queda grande, y obviamente jamás podré
llenar los zapatos de mi padre como escritor, pero sin embargo, le debo este
pequeño ritual literario, pues lo acontecido en su vida, tras su trágico
accidente en Puebla en 2009, es demasiado cruel, extraño y estrujante, y
necesito volcarlo todo en este trabajo, para tratar de iluminar ese derrumbe,
compartiéndolo con usted, potencial lector. Disculpe mi exhibicionismo, y
espero que le aproveche, conocer los pormenores de nuestra vida privada, tras
tan siniestro trance.
Sin embargo, el otro día que
arranqué estas publicaciones, que pretenden ser semanales, un camarada, de aquí
de mi barrio, el Javo para ser precisos y macizos, rockero de profesión, me
dijo que, obviamente, muchos por acá y por allá no saben ni quién es mi jefe,
ni lo han leído, pues difícilmente habrían leído nunca nada en sus vidas,
quizás ni siquiera habían sostenido jamás ese objeto antiguo, bizarro y
misterioso, denominado como un “Libro”… Pero que ahora están aprendiendo a leer
y escribir otra vez, debido a la revolución tecnológica, a las redes sociales y
la interred.
Así que para todos esos
sonámbulos iletrados que nunca escucharon sobre los libros de don José Agustín,
o no tienen el gusto de conocerlos, empiezo ahora por recordar brevemente la
carrera súper exitosa, polémica y brillante de mi padre, como si de un artículo
para una revista se tratara, un rápido reportaje para poner al día a todos los
curiosos y fisgones de esta red internacional de PCeras; Aunque ya ni chingan,
¿en qué cueva han estado hibernando y con cuantos osos?, pónganse a leer,
chingao, algo además del fakebook, pero en fin, cada quién su naufragio.
Ok, compitas, pues aunque yo aún
no existía en ningún futuro posible, les platico que mi padre, José Agustín,
nació un 19 de agosto de 1944, en la ciudad de México, sí, la Nueva
Tenochtitlán, aunque también se dice que nació en Acapulco, y en Guadalajara, y
probablemente en Tijuana, todo al mismo tiempo, cosa rara. No es cierto, pero sí
existe una confusión generada deliberadamente por mi jefe, pues efectivamente,
mis abuelos, Hilda y Augusto, guerrerenses de nacimiento, se la vivían muy
chido, en constante tránsito entre la ciudad de México, Guanatos y Acapulco. Así
pues, mi abuelo, don Augusto Ramírez Altamirano, quién era capitán piloto
aviador de profesión, lo nombró Agustín por la inmensa admiración que sentía
hacia su hermano, quién no tuvo hijos, el compositor José Agustín Ramírez,
autor de Por los caminos del sur, La San Marqueña, Acapulqueña linda y un largo etc. de las piezas más emblemáticas,
como ningunas otras, para musicalizar el paisaje selvático del estado de
Guerrero y el otrora maravilloso puerto de Acapulco.
El amor entre estos dos carnales, mis hermanos abuelos, casi podría
compararse con los hermanos Theo y Vincent Van Gogh, pues mi abuelo se
embrujaba con la guitarra y las letras de mi tío, desde jóvenes, y hasta su
muerte, y toda mi familia, desde entonces, gusta de cantar tan bellas canciones,
cuando la vida nos permite brindar por la belleza de la vida, para recordarlo y
para recuperar el sentimiento tan prístino de aquella costa azul y dorada,
cuando era casi virgen: Imagínala en toda la sensualidad del aroma marino, la
brisa en su aliento, como una Acapulqueña linda, que pasa robándote el alma,
con una simple sonrisa, mientras corre por la playa al amanecer.
En
esas playas de un pasado remoto e idílico, paradisiaco y perdido, crecieron mi
padre y sus hermanos mayores, mis tíos Augusto, Alejandro e Hilda, y la pequeña
Yolanda, su hermana menor, alternando su visitas a la costa, donde vivían todos
sus familiares maternos y paternos (los Gómez Maganda y los Ramírez
Altamirano), con los estudios en la gran ciudad Mexica, por donde el joven José
Agustín siguió despertando a la vida, como sólo él sabría hacerlo, en la
historia escrita de este retrogrado y convulso país: con un ingenio súper
dotado y una malicia literaria sin precedentes.
Crecería
para convertirse en un escritor moderno e innovador, destinado a dividir la historia de la
literatura mexicana con un antes y después de su trayectoria, aportando a la
narrativa nacional su estilo provocador, experimental e intrépido, tanto en su
forma como en su contenido; Al grado de definirse como quién terminaría de
sepultar un concepto de letras anquilosado y decrépito, que solía ya aburrir a
la juventud, en los albores de la flamante década de los sesenta, una era
efervescente y definitiva, que necesitaba de sus propios filósofos, artistas y mártires,
sus cronistas y sus propios narradores, sacrificios humanos que reflejaran al
mundo sus ideas revolucionarias.
Así,
José Agustín se convertiría en el escritor que le arrancaría la solemnidad
caduca a la literatura nacional, trayéndola al presente, y permitiendo a las
nuevas generaciones expresarse en sus propios términos, con el lenguaje
coloquial de las calles y de la época, cosa que parecía impensable para los
grandes caciques de la cultura, como Octavio Paz, Juan Rulfo o Monsiváis,
quienes se murieron en su berrinche y jamás reconocieron públicamente el valor
en las letras de mi padre, como sí se molestaron en destrozarlo con ácidas
críticas. De su lado, otros patriarcas de la palabra escrita, pero más adaptados
a la modernidad, fueron y serán sus aliados, como Arreola, desde luego, su
mentor, además del célebre crítico literario Emanuel Carballo, y su buena
amiga, doña Elena Poniatowska (un saludo para ella).
Una
era de cambios se avecinaba, México al fin comenzaba a salir de la pesadilla de
la Revolución armada, y el mundo, de la Segunda guerra mundial; el rocanrol
empezaba a emerger de lo que se conocía como Rythm & blues, de entre la
fusión del jazz, el blues, y el rockabilly, y mi padre sería el encargado de
importar esas ideas frescas, posesionado
instintivamente por el mismo espíritu de esos radicales libres, que
acabarían por alterar la forma de pensar de la humanidad y las sociedades
alrededor del mundo. Un mundo donde muchos pueblos insistían en exigir a sus
gobiernos totalitarios, alrededor del globo, que se les reconocieran sus
derechos humanos más fundamentales y básicos, que se reconociera a las
juventudes como mayores de edad, en toda la extensión de la palabra, ese era el
objetivo primordial de autores nuevos como José Agustín: recuperar la altitud
de miras de la humanidad temprana, la vista panorámica del pasado y el futuro,
una pulsión libertaria, cuya evolución pasaba por todas esas mutaciones y
metamorfosis profundas.
E
increíblemente, poco a poco, el curso de las aguas comenzó a cambiar, la nueva
sangre se encontró desestancándolas, revitalizándolas, y recuperando otra vez
el flujo de los grandes ríos del pensamiento, dándole nuevos aires, aliento,
fuego nuevo, a las ideas y filosofías imperantes, rompiendo el hechizo que
mantenía a México y al mundo atrapado en un pasado histórico y antropológico,
que no podía adaptarse a las nuevas realidades que vendrían, en los albores del
fin del siglo pasado, la era de los renacimientos y tragedias más intensas de
la historia conocida.
Y
uno de esos pensadores que plasmaron más claramente el nuevo destino, la nueva
ruta de la palabra escrita, aunque no sin una dosis de oscuridad y misterio,
fue José Agustín, en México, alrededor de 1962, cuando empezó a escribir La
Tumba: Allí vertió sus primeras propuestas y trasgresiones artísticas, toda la
rebeldía de aquella época, en que nacía el rock&roll, y, como decía, los
libros de mi jefazo vinieron a ser el portavoz de esa energía cruda y
enloquecedora, que simbolizaba todos esos anhelos de cambios, de libertad
alrededor del mundo. Y para la juventud de México, José Agustín se convirtió a
sí mismo en el representante escrito de una generación, de esa nueva ola de energía
psíquica incontenible. Y es que se trata de la evolución del espíritu humano,
que no es negociable, camaradas (no estamos hablando de cualquier cosa), y
aunque las mutaciones siempre encuentran resistencia de los conservadores y
anticuarios, la inteligencia suele acabar por imponerse a la estupidez, a esto
es a lo que llamamos darwinismo, así es como hemos llegado hasta aquí: hasta
nuestros días.
Y
así volvemos al principio, adonde la serpiente de esta historia se muerde la
cola y comienza a devorarse a sí misma, mientras cruzamos el umbral de estos
tiempos oscuros, como un tigre de circo que salta sobre un aro de fuego y se
desintegra al cruzarlo, hacia otro milenio, mientras todos lo seguimos,
observando impotentes como las maravillas de nuestros buenos tiempos se
extinguen, lanzándonos sobre el borde de nuestro propio futuro distópico, que
no se ve muy lejano ya.
Ahora,
finalmente, lanzo una flecha del tiempo desde aquel ayer hasta este día, con
una punta venenosa y ardiente, hasta la embarcación donde arderán esos
recuerdos
moribundos, esos anhelos de esperanzas libertarias. En esa nave de
los locos vamos todos nosotros, los que aún creemos en el amor, como el único
antídoto contra la locura y la barbarie. En esa barca, el espíritu de mi jefe
aún es capitán, donde yo soy sólo marinero, y por acá, en la cubierta, cerca de
la proa, los marineros que aún sobrevivimos, tenemos un lema que reza:
“Prefiero una patada en el culo, con la dura pata de palo del capitán Ahab, que
besar el culo de la reina de Inglaterra”… Algunos de nosotros, incluso, se
rumora, estamos preparados para hundirnos con el capitán y su barco, de ser
necesario, en este camino hacia un infierno líquido, en la eterna persecución
de la maldita ballena blanca.
Bien,
pues todo empezó alrededor de sus diez y seis años, cuando comenzó a escribir
la que sería su primera novela, La Tumba,
por ahí de las fechas en que conoció a mi mamá, Margarita Bermúdez, y se
enamoró de ella, escribiéndole poemas y canciones rimadas. Desde muy niño
comenzó a dibujar y redactar con fluidez y gran talento, pero fue hasta que
asistió al legendario taller de Juan José Arreola, que su carrera despegó con
fuerza frenética, y ya nunca se detuvo, hasta que mi padre se encontró con el
vacío y la caída final de sus aventuras, en un teatro repleto de fans en la
ciudad de Puebla, a fines del 2009.
Pero
vámonos con esta línea de tiempo en chinga pues: después siguió De perfil, que continuó con el camino
anticipado en La Tumba, una novela
muy existencialista, juvenil, para empezar, pero esta vez con un tono más
familiar y en la voz de un niño precoz
de la ciudad de México, que se volvería su primer personaje infantil y
complejo, su alter ego plasmado en un chamaco que representaba toda la
diferencia, el abismo generacional entre él y sus padres, chilangos decentes y
de clase media, a quien el chavito llama por su nombre, como Bart a Homero.
Siguieron
sus textos autobiográficos, que mutarían después en el Rock de la cárcel, la terrible novela sobre su paso por el palacio
negro de Lecumberri, a donde cayó por encontrarse con mi jefa en el lugar y
momento más inoportunos, durante un apañón en una casa de Cuernavaca, relacionado
con unos narcos inoportunos y unos tristes kilos de mota. Más tarde, Inventando que sueño, los cuentos de Amor del bueno, incluido Cual es la onda, su experimento más
audaz a esa fecha, arrancando una intromisión muy fecunda en el difícil arte
del cuento breve, donde los tomos de cuentos No hay censura y No pases
esta puerta y todos los demás, se reunieron finalmente en un grueso tomo de
Cuentos Completos, que encontraron un
hogar ideal, en la editorial Random House, donde hoy en día se reeditan todos
sus títulos en una colección de bolsillo.
Más
tarde, continúo su camino ascendente con El
rey se acerca a su templo, o Luz
interna y Luz externa, así como
Se está haciendo tarde, de sus novelas más elevadas espiritualmente, y también
más drogadas, sesenteras, contraculturales y una cima de la literatura
psicodélica de aquellos tiempos. Por
ellas, Margo Glantz tuvo el inspirado desatino de nombrarlo como literatura de
la Onda, cosa que encabronaba a mi padre por parecerle una simplificación y
encasillamiento de su trabajo, pero respondía, claro, a una etiqueta para
facilitar el estudio de autores hermanos de la época, como su viejo camarada, el
mítico Parménides, mártir de esta banda, pero también Juan Tovar o Gustavo
Sainz. Para entonces mi padre ya era famoso, y una figura clave de la nueva y
emergente contracultura mexicana.
Siguieron
los afanes místicos y rituales de Cerca
del fuego, su aproximación a la ciencia ficción, y una de mis favoritas
personales, pero de sus novelas más complejas y de menor aceptación, que le
costó sangre, mientras se debatía entre ser un buen cristiano o Budista Zen, o
un escritor maldito, sembrando la cizaña para arrancar una nueva carrera
armamentista entre múltiples substancias prohibidas y hartas bebidas etílicas,
y esto le provocó el único lapso de sequía literaria que experimento en su
vida, pero que libró y superó con creces, mientras profetizaba una futura
invasión de los E.U. contra México...
Ya
en los ochentas, su novela más apasionada y eróticona, y de las más exitosas, Ciudades desiertas, recientemente
transformada en una comedia romántica llamada Me estás matando Susana, a
cargo de Roberto Sneider y con Gael García Bernal de protagonista. En
ella hurgó en la intensidad de su amor por las mujeres, así como la necesidad
de una liberación femenina que no acaba de aceptar del todo, dándole unas
nalgadas a Susana al final por andar de espíritu libre, en una escena que le
valió duras críticas de las feministas radicales, que lo acusaron de misógino y
machista, agregando polémica y éxito a este, uno de sus best sellers
nacionales.
Antes de esto, vale la pena mencionar su paso
previo por cine, donde hizo el guión de El
Apando de Cazals y Revueltas (a quien tuvo el dudoso honor de conocer en la
cárcel, dos mutantes en la prisión de hierro negro), tremendo filme de crudeza
increíble para su época. Así mismo, hizo varios guiones más, de sus propias
películas Cinco de chocolate y uno de
fresa, y Deveras me atrapaste,
estelarizadas por Angélica María, quién fue su novia un rato, mientras se
decidía entre la vulgar fama y mi madre, su más fiel y devota compañera de
vida, desde que se conocieron y enamoraron en la prepa. También escribió El amor a la vuelta de la esquina, El año de la peste con García Márquez
(quién fue su buen amigo, y hasta bromeaba diciéndome que el Gabo era mi
padrino), también de Cazals; También se adaptó el cuento Cual es la Onda para la movie Ciudad
de ciegos. Por varios años hizo una serie de programas de televisión
excelente, sobre literatura, su gran pasión, en el extinto canal trece, sus Letras vivas. Hizo teatro en las
excelentes obras Abolición de la
Propiedad, su tesis contra la posesión machista, también llevada al cine
recientemente por Sobreviviente films; Así como Círculo vicioso, una obra bastante radical, que se montó con pistas
sonoras de Rockdrigo González, buen amigo suyo hasta su trágica muerte, esta
pieza también sobre su encarcelamiento. Después vinieron sus excelentes
ensayos, la trilogía de La tragicomedia
mexicana 1,2 y 3, un libro justo y necesario para comprender y asquearse
con los peores años del priismo más cínico del siglo pasado, sin contar sus
últimos estertores, convulsiones y berrinches genocidas de este sexenio, que
culmina patéticamente en nuestro año del 2018, cuando el decrépito régimen del
priásico, que tanto oprimió y reprimió al pueblo azteca, maya y un largo
etcétera, al fin parece pudrirse e irse al infierno de donde salió; Aunque,
claro, el dinosaurio cree que sólo pretende fingir su muerte. La contracultura en México fue una
extensión de este trabajo extenuante de investigación, pero este sí, de la
banda para la banda. Poco después Estrenó La
panza del Tepozteco, su novela para niños y jóvenes, que tuve el honor de
ilustrar, y su tributo a una de sus grandes pasiones, la mitología azteca y los
mitos chinos como el Rey Mono, Narnia
o Tolkien, la novela fantástica. En sus cuentos visitó brevemente el terror, o
el misterio, así como el erotismo, la sensualidad y el hedonismo, siempre
fueron marcas de su casa.
Después,
se empezaron a recopilar sus años de colaboraciones periodísticas en toda clase
de periódicos y revistas, en libros como La
casa del sol naciente, Vuelo sobre
las profundidades o el Hotel de los
corazones solitarios.
Y
siguieron sus últimas novelas, cuando decidió regresar a la ficción, y al
género que le dio tanto éxito, y nacieron entonces Dos horas de sol, que volvió a su amado puerto de Acapulco pero ya
convertido en el foco de infecciones, vicios burgueses y vulgares que
representa hoy en día. Le siguieron la oscura, esotérica y policiaca Vida con mi viuda y el homenaje a los
sixties y Casablanca, en Armablanca, ideas que vendió al gran
monopolio televisivo de antaño, pero como nunca las produjeron, las recuperó
como sus últimas novelas.
Poco
antes de su caída y de nuestras peripecias personales, tuve el privilegio de
colaborar con él en una par de temporadas de su serie La cocina del Alma, donde recuperamos brevemente de la historia del
rock y la toda música contracultural, en Radio UNAM.
Como
un escritor reconocido y celebrado, viajo a los E.U. y a Europa varias veces,
promocionando sus nuevos libros, aunque sólo consiguió que le tradujeran dos
novelas al francés: De perfil y Se está haciendo tarde.
En
sus andanzas, conoció a casi todas las personalidades, celebridades y
personajes ilustres de la cultura, por aquella época, desde Fidel Castro y el
Che, pasando por los grandes escritores mexicanos viejos y nuevos, Fuentes,
Cortázar, García Marquez, José Emilio Pacheco e incluso a Borges, hasta sus
colegas contemporáneos como su compa de la prepa, René Avilés y mi tío Gerardo
de la Torre, así como sus herederos, entre ellos Juan Villoro, Jordi Soler y Enrique
Serna; Músicos como Lora y Bátiz, José Cruz y José Manuel Aguilera, Jaime López
o Cecilia Toussaint, y un largo etcétera, estuvo en todos los grandes recintos
culturales de México y varios del mundo, fue un cosmopolita y también un ermitaño,
sabio y disoluto, pero siempre apreciado sinceramente por miles de lectores y
simpatizantes de diversas latitudes.
Todavía
después de su accidente en Puebla, que finalmente apagó la flama de su
creatividad, mi hermano Andrés, su editor de cabecera en Random, lo convenció
de publicar su Diario de Brigadista,
un libro también autobiográfico, que él ya no pensaba editar, por razones muy
personales, sobre su viaje a la Cuba revolucionaria, para lo cual inventó un
matrimonio efímero con una amiga, Margarita Dalton, con tal de vivir de cerca
ese evento histórico, como brigadista de alfabetización, esto aún antes de
escribir la Tumba.
En
Cuautla, donde reside desde que tengo memoria, salvo nuestros casi cinco años
de viajes por estados Unidos, cuando yo era un bebé mocoso, donde él fue
profesor en varias universidades (Iowa, Albuquerque y Denver), bajo el auspicio
de la fundación Guggenheim, que le dio la única beca que disfrutó en su vida,
sin contar la que finalmente obtuvo con el Premio nacional de artes y ciencias,
el máximo galardón que otorga el gobierno mexicano a artistas y científicos
ilustres, y que incluye una beca con la cual nos ayudamos a sobrevivir ahora.
La obtuvo ya con la lesión cerebral acuestas y un caso grave de hidrocefalia,
por el que lo operaron en 2015, instalando una válvula en su cerebro que drena
el agua que se acumuló por su severa lesión, y quizá por su insistencia de
beber tequila, chelas, vino y whisky a diario (y mota en las noches, cuando yo
se la consigo), tras su irreversible lesión cerebral.
Todo
esto desde que se creyó recuperado de su accidente, en lugar de obedecer las
órdenes de varios doctores, incluido mi hermano Jesús, el psiquiatra, de que
perseverará en la rehabilitación física y mental que le proponían en el
Hospital Español de Puebla, de donde lo dieron de alta a regañadientes, tras un
mes delirante, en estado crítico, y del cual escapó de milagro, en busca de una
vinatería, solo para enfrentarse, botella en mano, a estos años vacíos de amnesia
y plena decadencia, donde finalmente dejó de escribir. Esto es algo que a él y
a su familia nos parecía imposible, pero sería la nueva realidad que tendríamos
que enfrentar: mi padre, el gran escritor rebelde mexicano, finalmente había
sido derrotado por la intensidad de su propio brillo.
Y
así como sesenta y tantos años atrás, una estrella nació de la nada, para
cambiar la literatura como el mutante que era, ahora su viaje literario, mágico
y misterioso, de cuentacuentos, alquimista de las palabras y místico natural,
increíblemente, había llegado así a su muerte sin fin. Casi podría decir que
fingió su deceso, como escritor, cuando efectuó ese último acto en el
escenario, el acto de su desvanecimiento, su desaparición del mundo conocido,
inscribiendo así su legado, grabado en las rocas.
Pero
todas sus aportaciones a las letras mexicanas, serán innegables, y todo lo
logró gracias a su condición de lector voraz, su gran cultura, multifacética e
internacional, su dominio sobre la historia de la literatura, misma que
apreciaba con amor intenso y de la cual poseía cabal conocimiento. Así uso el
poder de las letras de nuestros ancestros y/o profetas visionarios de la
filosofía, el rock o la ciencia ficción, como su ídolo Philip K. Dick, para
abrir la mente de miles de jóvenes lectores, hacia el futuro de la mente
humana.
Hoy
en día, niños y jóvenes de espíritu lo
siguen leyendo, pues cuando lo hacen, volvemos a encontrar al joven José
Agustín, un muchacho tan brillante, evolucionado y precoz, que aún inspira a
los lectores que lo llegan a conocer, a través de sus libros, donde encuentran la
complicidad de un nuevo amigo que brilla con luz propia, un mentor psíquico y a
la vez confidente de secundaria o prepa, animándolos así, a seguir sus huellas
en la arena, en la nieve, sus pasos
hacia el Gran libro de las mutaciones.
Pero ahora,
tras su accidente, al fin se cierra el telón de este teatrito de los sentidos:
el manantial se había secado, y mi padre, al menos como escritor, había muerto
en vida. Como la estrella azul que había sido siempre, ahora se extinguía
finalmente, dejando en el centro de nuestra familia y nuestra casa un abismo
negro de incertidumbre, y un silencio sepulcral, como de alguien que nació en
una Tumba… Y entonces observamos paralizados el paulatino descenso hacia el
vacío de todos tan temido, el avance incontenible del abandono y la demencia,
hundiéndonos en el olvido nuestro de cada día, hasta llegar al fondo oscuro e
invisible: el fin de sus palabras, otrora tan solares, tan ardientes como el
magma que fluía bajo sus venas; Y desde la cima del mundo, con un estruendo, ahora
se había apagado, como una débil vela, en nuestra muy personal tormenta
familiar.
Hola, tu blog me sirbiø mucho para una tesina que estoy haciendo.
ResponderEliminarTengo entendido que el cuento "amor del bueno" lo escribiø inspirándose en una nota de periodico.
Sabes cual fue ese periodico???